Los productos rosas son más caros, pero… ¿los hombres no pagan de más?

Los productos rosas son más caros, pero… ¿los hombres no pagan de más?
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Que determinados productos femeninos son más caros que sus homólogos masculinos no se puede poner en duda. Basta con dar una vuelta por el supermercado –sobre todo por la sección de cuidado personal e higiene- para ver que desodorantes de la misma marca y tamaño son más caros para las mujeres que para los hombres. También las cuchillas de afeitar, las cremas…

El desnivel de precios ha llegado también a los productos infantiles, como juguetes, productos de higiene para niños e incluso chucherías o refrescos. Sin embargo, estas diferencias también hacen que surja una pregunta… ¿Hay productos por los que los hombres paguen más que las mujeres?

Ha quedado claro que los departamentos de marketing explotan la mayor inclinación de las mujeres por comprar productos de belleza y cuidado personal que los hombres aprovechando para aumentar los precios, pero hay otros segmentos de consumo que traducen esa mayor pasión de las féminas por las compras para subir precios de otros productos masculinos. Si bien el problema de fondo es que, de media, las mujeres ganan menos que los hombres, lo que hace que en el cómputo global la mujer salga perdiendo.

Ropa y accesorios

Tampoco hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos de que la ropa masculina suele ser más cara que la femenina en las mismas tiendas. Hablamos de las tiendas de gran consumo, las conocidas como ‘low cost,’ a las que acudimos casi todos normalmente para renovar nuestro armario o darnos un capricho.

En este caso, es normal que los pantalones, sudaderas o camisetas básicas sean más caros en la parte de hombre que en la de mujer. Muchos pensarán: “Normal, para confeccionar la ropa de chico se necesita más tela”. Cierto, pero la explicación es otra. Los comercios textiles elevan los precios de la ropa masculina por la sencilla razón de que los hombres compran, de media, menos prendas que las mujeres.

Según un estudio realizado por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) el año pasado, las mujeres dedican un 23,2% de su presupuesto dedicado a ocio y entretenimiento a comprar ropa y calzado, mientras que los hombres solo destinan un 12,3%. Es decir, las mujeres se gastan casi el doble más que los hombres en ropa. Si bien ellos prefieren destinar su presupuesto de ocio a irse de cañas, copas, cenas o comidas –un 26,1%-, ellas no hacen tanto dispendio en la hostelería –un 18,4%-.

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De ahí que la mayoría de marcas de ropa eleve los precios de los productos masculinos, pues tienen que rentabilizar de algún modo los costes de producción. En cuanto a los complementos, más de lo mismo. Las gafas de sol o relojes suelen ser más caros en el caso de los hombres. Pero esta vez, la explicación es la misma que en el caso de los productos de belleza femeninos. Estos complementos suelen gustar más a los hombres que a las mujeres, sobre todo los relojes, por los que muchos hombres tienen verdadera obsesión. Por ello, las marcas intentan sacarle todo el partido a esa afición masculina. Una técnica tan lícita como la que ocurre a la inversa. Que sea éticamente correcta es otra cosa.

El autoboicot de las marcas

Los sobreprecios sin razón aparente son algo habitual en la industria del consumo. Muchas marcas elevan los precios de muchos productos sin una razón que los consumidores podamos justificar. No se trata de artículos para hombres o mujeres, se trata de artículos que consumimos todos y a los que se les añade un extra por razones subjetivas.

Esto pasa por ejemplo con los cafés más famosos –y probablemente más caros- del mercado. Starbucks ha sabido potenciar como nadie la afición de los famosos y celebrities a pasearse con uno de sus vasos por las calles de todo el mundo. Eso ha conferido a la marca una imagen de distinción y glamour que ha provocado que sus precios no hayan parado de subir.

Pero, ¿qué diferencia a estos cafés o zumos? Probablemente casi nada de cualquiera que se puedan tomar en otras cafeterías. Incluso hay algunos locales de café artesanal o batidos y zumos de diferentes sabores que les dan mil vueltas y que no te cobran ese sobreprecio que simplemente se lleva la marca.

Y eso pasa con multitud de productos de cualquier gama. La marca cuesta, y el nombre también. Esto ocurre sobretodo en el mundo tecnológico, donde las compañías se hacen lo que se podría llamar ‘autoboicot’. Es decir, boicotean sus propios productos sacando varias gamas distintas de artículos básicamente iguales con distintos precios.

¿Hay tantas diferencias entre un iPhone 6 y un iPhone 6s? ¿Y entre un Samsung Galaxy 7 y un Samsung Galaxy 7 Edge? A parte del precio y alguna tímida novedad o funcionalidad especial, poca. Sin embargo, la diferencia de precio entre unos y otros puede ser de más de 100 dólares. Pero esos 100 dólares suponen la diferencia entre ser más cool o un simple ‘wannabe’.

La ley de la oferta y la demanda

¿Por qué se producen estas prácticas en el consumo que la mayoría tachamos de abusivas? Porque a la hora de comprar nos dan igual. Las marcas no se dan un tiro en el pie cuando hacen este tipo de cosas. Detrás de cada decisión comercial hay un exhaustivo trabajo sociológico y de marketing que mide paso por paso cómo puede repercutir a la empresa una de estas acciones.

A los humanos nos gusta presumir, alardear y mostrar al mundo que somos poderosos. Y ahí han sabido colarse muy bien las marcas para crear objetos de deseo que al poseerlos nos hagan sentir más seguros de nosotros mismos, más triunfadores. Porque ser un perdedor no mola y no está bien visto, y mucho menos mostrarlo.

Pintalabios

Este grado de sobreprecio por la marca llega a su máxima esencia en el caso de los productos de belleza femeninos, precisamente. Las mujeres no escatiman en comprar, sobre todo, cosméticos de marca y son capaces de pagar más de 30 euros por una barra de labios que tiene los mismos ingredientes que una de 5 euros. ¿Por qué? Por la marca y, como bien apuntan los expertos en marketing, el envoltorio. El packaging es muy importante para estas marcas y lo cuidan al máximo, haciendo que la experiencia de compra se disfrute más y que el dinero desembolsado no duela tanto. Lo que te vaya a durar en la cara ese maquillaje en buen estado no difiere casi de marcas más baratas. Lo digo porque soy mujer y consumidora de estos productos.

Por lo tanto, la conclusión que se puede extraer de todo este baile de precios es que se rige por la ley de la oferta y la demanda, sin más. Por mucho que nos rasguemos las vestiduras cuando vemos los ejemplos anteriormente comentados en las redes sociales o en los medios, a la hora de la verdad los remilgos se nos quitan una vez que llegamos a la tienda y el marketing empieza a hechizarnos. Si no fuera así, hace mucho que las marcas habrían bajado los precios…

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