China sufre su primera contracción económica desde 1976, pero no serán los únicos ni problablemente tampoco los peores

China sufre su primera contracción económica desde 1976, pero no serán los únicos ni problablemente tampoco los peores
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China lleva siendo una pujante potencia que no para de crecer y crecer desde hace décadas, antes incluso desde que la globalización fuese tendencia (al menos generalizada). Como resultado de tanto crecimiento acumulado, el gigante comunista ha acabado conquistando el segundo lugar en el podio de las economías más grandes del planeta, tan sólo superada por Estados Unidos.

Les alertamos el 3 de Febrero en nuestro premonitorio análisis. Muy probablemente iba a ocurrir a raíz de lo que entonces ya les anticipamos que podía acabar siendo toda una pandemia con una fuerte repercusión económica. La contracción ha llegado al PIB chino. Ya es un hecho, e incluso ha superado nuestras perspectivas más pesimistas: en el primer trimestre del año el PIB de China se ha contraído un contundente 6,8% respecto al mismo trimestre de 2019.

China, ese tigre asiático que ha dejado de rugir…

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China es el gran coloso asiático por antonomasia. Esa potencia regional que está llamada a ejercer el liderazgo y el dominio en el continente asiático en ese mundo socioeconómico vaticinado por George Orwell en su visionaria novela 1984, y que cada vez va tomando más forma en nuestro mundo actual (incluido ese Gran Hermano que lleva ya unos lustros entre nosotros). Porque, independientemente de distopías, lo cierto es que nuestro mundo está dejando de ser tan globalizado, y está transformándose en un mundo mucho más regionalizado, con potencias regionales que compiten entre sí por el dominio mundial.

Pero a pesar de este escenario potencial a futuro, lo cierto es que a día de hoy nuestras socioeconomías siguen mostrando fuertes interdependencias, y que seguimos teniendo una buena dosis de globalización en nuestras arterias económicas. Y como tal, el decepcionante dato del crecimiento chino debería preocuparnos doblemente. En primer lugar porque que la segunda potencia económica del planeta haya experimentado semejante contracción probablemente vaya a producir fuertes ondas sísmicas que van a llegar hasta el último rincón del planeta, y que más bien las estamos sintiendo ya. Y en segundo lugar porque su origen ha sido por un mal económico que también corre por nuestras venas, que ya está destrozando nuestras socioeconomías, y que en algún momento cuando baje la marea y acabemos de salir todos de casa nos va a enfrentar a la cruda realidad más macroeconómica, que puede ser incluso peor que la que le ha provocado a la otrora pujante China.

Lo cierto es que en economía una cosa es el impacto inicial, que siendo tan fuerte como es el del Coronavirus ya puede dejar noqueado a cualquiera. Pero lo más letal de toda crisis no es sólo la pendiente cuesta abajo impuesta por el decrecer inicial de la economía, sobrevenido tras el oscuro aleteo del cisne negro de turno, sino que lo verdaderamente letal es cómo ese tensionamiento de la economía casi siempre hace que las asimetrías y excesos de la época precedente puedan traer otro cisne negro mucho peor, mucho más grande, y mucho más negro, del cual el Coronavirus podría haber sido simplemente el detonante.

No es sólo China, somos todos, y muy especialmente incluso el líder capitalista que es Estados Unidos

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Y de estos cisnes negros y su oscura sombre nadie, nadie, nadie está nunca a salvo. China tiene su particular vía crucis en una situación económica que había venido degenerando gradualmente en los últimos tiempos, y que la guerra económica con EEUU ya había empeorado sensiblemente, pero lo cierto es que los chinos desde hace ya tiempo que yacían con la espada de Damocles de su colosal burbuja de sobre-endeudamiento sobre sus cabezas, de imposible digestión, y ante la cual desde hace años que se viene hablando de un eventual “aterrizaje brusco” de la economía del país asiático. Efectivamente, el Coronavirus puede hacer saltar toda la socioeconomía china por los aires.

Por otro lado, Europa se encuentra también en una situación crítica que se complica por momentos. Merced también en parte a la acción de algunos “enviados especiales” para catalizar un proceso de auto-destrucción, desde hace ya algunos años que los populismos y los autoritarismos van emergiendo en el Viejo Continente, alentando el más agrio euro-escepticismo en cuanto tienen ocasión de ir haciendo calar este mensaje anti-europeo entre la población. Las tensiones político-sociales en Europa cotizan al alza, y lo hacen en múltiples arterias y órganos: la tensión norte-sur, la tensión del Brexit, la tensión este-oeste, la tensión entre europeístas y eurófobos, la polarización creciente y la crispada confrontación entre izquierdas y derechas… Europa últimamente no gana para disgustos, y los dirigentes europeos ahora asisten con estupor a cómo el Coronavirus va a hacer convulsionar esas socioeconomías europeas que ya no estaban para apenas “trotes”, y que corren el riesgo de desmembrar a la Unión y de devolvernos a la cruda realidad socio-política tan lúgubre de la primera mitad del siglo XX. Efectivamente, el Coronavirus puede hacer saltar a todas las socioeconomías europeas cada una por su lado, en un Big Bang europeo de consecuencias impredecibles, y en el que lo último que haría nuestro universo europeo sería expandirse económicamente.

Finalmente, en Estados Unidos, a pesar de ser el líder económico del mundo actual, a pesar de que ha sido su modelo socioeconómico el que se ha impuesto por todo el planeta, a pesar de su rico tejido económico, a pesar de todo, casi con absoluta certeza en EEUU es donde más bastos económicos pintan actualmente. Y es que los lectores más habituales ya saben que desde aquí hace ya años que venimos advirtiendo de las fuertes asimetrías que presentaba la socioeconomía estadounidense, y que nos llevaron a afirmar que el capitalismo debía refundarse o morir. Esas brechas socioeconómicas tantas veces expuestas desde estas líneas amenazan ahora con hacer el impacto económico de la pandemia totalmente insoportable.

Algunos sectores argumentan que los ciudadanos estadounidenses parten de una situación económica infinitamente mejor que otros países para enfrentarse a un parón económico. Lo cierto es que nada más lejano de la realidad, en un país en el que el pleno empleo tan enarbolado por algunos no es tal ni de lejos, en el que la FED ya publicó unas estadísticas que dibujaban un panorama económico desolador en Estados Unidos, y que revelaban cómo un chocante 40% de los estadounidenses no tienen suficiente colchón económico para poder permitirse ni tan siquiera un gasto inesperado de 400$, o que un no menos chocante 43% de los hogares estadounidenses no pueden permitirse un modo de vida considerado básico, o que un nada desdeñable 22% de los ciudadanos de EEUU no pueden pagar sus facturas a fin de mes. Otro dato significativo es el que publicó la Oficina de Estadísticas Laborales del Gobierno Federal de cómo bastantes decenas de millones de trabajadores estadounidenses (44% de los trabajadores entre 18 y 64 años) cobran poco más del salario mínimo, del cual apenas pueden vivir.

Pues con este sombrío panorama económico estadounidense va y llega el que faltaba, ese Coronavirus que supone un tratamiento de 75.000$ por paciente y que va a hacer que todos los estadounidenses que no tienen cobertura médica (y no son pocos) no se lo vayan a poder permitir. El contexto de la asistencia y la cobertura sanitaria en EEUU siempre ha sido extremadamente complejo, y realmente no se puede decir que goce de buenos estándares cuando por ejemplo un simple cáncer te puede dejar sin los ahorros de toda una vida, también incluso en el supuesto de que estés en activo y tengas seguro médico. En este contexto sanitario intenten imaginarse las tensiones sociales y socioeconómicas que el cisne negro del Coronavirus puede levantar con su “grácil” aleteo. Todo un destrozo.

Y de hecho, ya lo está haciendo. Hace unos días ya asistimos estupefactos a la publicación de las inconcebibles cifras de que la crisis económica del COVID-19 ha producido entre los estadounidenses nada más y nada menos que 22 millones de desempleados aproximadamente en el último mes, con unas cifras de peticiones semanales de desempleo que han dado un descomunal salto del entorno de las 200.000, antes de la propagación de la pandemia en suelo estadounidense, al entorno actual de los 5 millones. Es sencillamente brutal. Como brutales están siendo también ya las consecuencias sociales de esta Gran Depresión a día de hoy, con inconcebibles noticias como que en los denominados “food banks”, que reparten comida de caridad, se están viendo en estos días largas hileras de coches de ciudadanos estadounidenses que aguardan horas para conseguir comida, con filas que se extienden durante kilómetros en las carreteras. Es un panorama absolutamente desolador.

Y es que la situación estadounidense es crítica en estos momentos, pero crítica de verdad. Y tan sólo le hemos dedicado más párrafos que a la de las otras superpotencias porque, sin ni siquiera con un líder capitalista al que puede que ya no le lleguen las fuerzas económicas para ejercer como tal, ya me dirán ustedes qué puede esperar a este sistema socioeconómico capitalista que nos ha venido alimentando a todos con éxito durante más de siete décadas de liderazgo en el mundo desarrollado. Habrá que ver si el capitalismo como tal sale vivo de ésta, porque lo mínimo que parece que pueda pasarle es que vuelva con un triple-bypass coronario.

Se acabó la fiesta, y sin música y con los ánimos muy caldeados y exacerbados, el riesgo de que empiece una pelea en el bar es mayúsculo

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Ah, y casi se me olvidaba, se me quedaba en el tintero la cuarta superpotencia mundial, la Rusia de Putin. ¿Qué podemos decir de esa socioeconomía? Bueno, lo cierto es que Putin es un líder que socioeconómicamente lleva ya un tiempo en serios aprietos económicos, especialmente en lo que a la sostenibilidad de algunas de sus cuentas públicas se refiere, aunque lo cierto también es que al estado ruso esta crisis le coge habiendo deshecho posiciones masivamente en dólares y habiendo comprado oro a espuertas, aparte de que a las empresas rusas les coge con las arcas llenas al máximo. Además, dada la opacidad informativa habitual del gobierno de Putin, en el que las noticias que da el gobierno a través de los medios son básicamente un sonoro auto-bombo continuo, poco más podemos añadir, salvo que, a pesar de su situación actual y de la capacidad de su gobierno por mantener el control con puño de hierro, lo cierto es que el hundimiento del barril de crudo propiciado por esa guerra del petróleo que desde aquí les declaramos abierta tampoco es precisamente una buena noticia para la economía rusa.

Tras aquel análisis, la cosa ha ido infinitamente a peor en el mercado petrolífero, y ayer los futuros del West Texas de Mayo se hundieron a niveles fuera de todo registro, con unos apocalípticos 0,90 céntimos por barril, e incluso llegando a entrar en terreno negativo (sí, teóricamente le pagaban al comprador de petróleo en el mercado de derivados por cada transacción). Por mucho que esta barbaridad pueda obedecer a razones coyunturales de falta de capacidad para más almacenamiento, no deja de ser todo un cataclismo petrolífero con múltiples posibles implicaciones de calado para cualquier país productor, especialmente para los que dependen vitalmente del petróleo como Rusia. Recuerden que el hundimiento del oro negro fue uno de los principales desencadenantes que ya precipitó la caída de la extinta Unión Soviética. A pesar de la imagen de control e impasibilidad que siempre da el gobierno de Putin, y a pesar de que la crisis les coge en una buena posición de partida, la magnitud de un shock económico de este calibre hace que tampoco se pueda descartar ningún escenario para la superpotencia rusa, por muy sólida que sea la imagen que se proyecta desde todos sus medios tan intervenidos. La Caja de Pandora es lo que tiene: que una vez que se ha abierto desde Wuhan, las consecuencias son impredecibles absolutamente para todos.

Pero lo que está claro es que, para unos y otros, se acabaron los días de vino y rosas, o más bien lo que quedaba de ellos tras la funesta Gran Recesión. Y es que lo que unos pocos nos temíamos parece que puede acabar tornándose realidad, y que el doblete sea letalmente reincidente: tras la Gran Recesión nos estaba aguardando otra Gran Depresión. Así, presenciamos atónitos cómo nuestro mundo y nuestra economía van cayéndose a pedazos, y al contrario que el milagro de los panes y los peces, el vino y las rosas se pueden acabar transformando simple y macabramente en sangre y coronas de claveles. Parece que es cada vez más inevitable que volvamos a esos tiempos en los que una nación se construye con la sangre, el esfuerzo, las lágrimas y el sudor como decía Churchill, porque mucho me temo que cuando baje la marea del Coronavirus será eso ni más ni menos lo que tengamos que hacer: reconstruir el país, o al menos su economía.

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Del éxito que tengamos en esa reconstrucción económica dependerá si luego la cosa pueda ir a peor, y en los próximos años lo que tengamos que reconstruir es el país como tal. Lo peor de los tiempos convulsos es que las convulsiones pueden provocar daños sistémicos, y con la merma de capacidades se puede acabar teniendo a toda una generación de líderes mundiales donde demasiados de ellos sean dignos de un teatro de los horrores. ¡Ah no, que ese teatro ya lo tenemos, y los papeles se reparten entre marionetas y titiriteros! Adivinen qué le ha tocado a cada país, y tengan en cuenta que la realidad siempre supera a la ficción, y que las cosas rara vez son lo que parecen. Todo titiritero orwelliando esconde los hilos para ocultar su poder y… seguir ejerciéndolo tranquilamente en la sombra, porque sombríos son los tiempos que empezamos a vivir… Por favor, que alguien pague el recibo y podamos volver a encender la luz.

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