Por fin la necesaria refundación del capitalismo irrumpe en el debate político al más alto nivel

Por fin la necesaria refundación del capitalismo irrumpe en el debate político al más alto nivel
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Refundar el capitalismo y corregir un rumbo que el éxito de los populismos, sean de izquierdas o derechas, demuestra que ya era sólo una deriva siempre ha sido una de las tesis más recurrentes desde estas líneas, y siempre con una ambición puramente constructiva. Sin entrar a juzgar si la aproximación correcta es demócrata o republicana, teniendo ambas sus pros y sus contras, el hecho es que la buena (excelente) noticia es que por fin el debate sobre esa refundación haya llegado al debate político del más alto nivel.

Parece que por fin hay políticos que han visto las enormes fisuras en el edificio, y están dispuestos a hablar sobre cómo arreglarlas antes de que el edificio se venga abajo. De nuevo, aquí los colores son esenciales, y, como siempre, habrá que usar materiales rojos y azules combinados en la necesaria reforma, aplicando cada color donde sea más indicado. Otra cosa es que las distintas empresas de reformas quieran imponer la pintura monocromática que más beneficio les deja a ellos personalmente.

El debate está ya en todas las portadas (y en plena campaña electoral), pero en realidad no era nuevo ni debía serlo...

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Ha sido la demócrata Elizabeth Warren la que ha prendido la mecha de este debate, del que incluso se ha echo eco el prestigioso semanal económico The Economist. Por muy necesario que fuese el debate, no se puede negar que abordarlo precisamente ahora tiene sus obvios e intencionados tintes electorales, con elecciones presidenciales en Estados Unidos en breve. Pero lo cierto es también que la desigualdad, sobre la que les hemos escrito largo y tendido desde estas líneas como factor socioeconómico, siempre ha sido también un tema recurrente entre los demócratas, que últimamente por ejemplo ya se habían posicionado abiertamente a favor de subir los impuestos a los más ricos, por lo que abrir ahora el debate de la refundación tampoco acaba de desentonar en su repertorio más habitual en los últimos tiempos.

Porque la desigualdad es uno de los puntos principales en los que incide la demócrata al afirmar que hay que refundar el capitalismo, y si bien hay diferentes posiciones e informes al respecto en uno de esos debates que son eternos, lo que es innegable es que el capitalismo se ha ido alejando progresivamente de sus principios más idealistas y fundacionales, de la sosteniblemente esencial clase media (a pesar del por fin reciente repunte de sus salarios), del ético interés del ciudadanos de la calle, y de la idealista búsqueda del bien común; un alejamiento mayormente (que no únicamente) acontecido desde la pasada Gran Recesión.

Los ciudadanos no son ajenos a todo esto, en primer lugar porque son los primeros sufridores que notan las consecuencias en sus economías familiares. Como demostración, el descontendo popular se ha venido propagando a lo largo y ancho del sistema socioeconómico, y así el sentimiento anti-sistema más visceral sigue cotizando fuertemente al alza (sí, a pesar de la recuperación). Y no son sólo encuestas volubles donde la gente responde de forma exacerbada sin mayor reflexión, porque a la vista están también las consecuencias medidas en votos anti-sistema que todos hemos visto con el American (y el Spanish) Dream hecho añicos. Y además, tintes electorales aparte, el debate refundacional se venía calentando ya de mucho antes, incluso con ex-gobernadores de la FED quitándose la máscara tras dejar el cargo y hablando con franqueza del tema.

Y lo que Warren enarbola con vientos a favor de la recimentación

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Parece que la estrategia de los demócratas podría estar consistiendo en tratar de arrebatar a Trump su acopio de base de votantes aquejados del sentimiento más anti-sistema, y por ello tratan de reconducir ese sentimiento hacia sus propias posiciones. No se puede pasar por alto que una forma constructiva de reencaminar a los anti-sistema hacia posiciones menos autodestructivas es precisamente darles la confianza de que este sistema aún les sirve, y que esto es posible si se acomete una necesaria reforma en forma de refundación. Para ello se deben necesariamente optar por políticas inclusivas e integradoras, que les hagan a los anti-sistema volver a sentirse parte de un sistema que puede seguir mejorando sus condiciones de vida y su bienestar socioeconómico. Sólo así se pueden sustituir los incendiarios votos-cocktel-molotov por constructivos votos-cemento-que-fragua.

Así, como habrán podido leer en el enlace de antes del Economist, Elizabeth Warren realmente tiene un perfil personal que le hace comprender perfectamente de qué está hablando. Esta demócrata nació en el seno de una familia trabajadora de Oklahoma, y se esforzó lo suyo por conseguir destacar en su entorno y lograr convertirse en un profesor estrella de derecho en Harvard. Está acostumbrada a las dificultades y a los retos personales y profesionales en su vida, y, si bien se puede estar de acuerdo o no con todos o parte de sus planteamientos en general, lo cierto es que hay que reconocerle que tiene un gran espíritu de superación y grandísima capacidad de esfuerzo, lo que le hace un muy buen exponente para ser capaz de apreciar que un sistema que no logra recompensar a los ciudadanos de clase media que se esfuerzan es literalmente un sistema muerto.

De hecho, la imagen más pública de Warren arroja una apropiada valoración de su perfil socioeconómico por parte del público en general y del electorado, y las encuestas arrojan que, en caso de ser finalmente ella la candidata demócrata en la carrera presidencial, conseguiría más votos de estadounidenses que su oponente Donald Trump. Lo cual demuestra lo exitoso de la hipotética estrategia demócrata que les exponíamos antes, y que desde estas líneas vemos sinceramente como la única salida al complejo rompecabezas que se le presenta a esta formación política si quiere verdaderamente sacar a Trump de la Casa Blanca (otra cosa es que salga por su propio pie).

Y se podrá estar de acuerdo con sus intenciones refundadoras, se podrá estar en acuerdo o en desacuerdo con las políticas que propone para ello, se podrá concederle un perfil socioeconómico apropiado para tan colosal tarea, pero el tema es que lo de Warren no son ni mucho menos tan sólo electoralistas palabras lanzadas al viento. No, no son sólo eso, en absoluto: Elizabeth tiene un plan, un plan concreto, y muy detallado por cierto.

Elizabeth Warren sabe perfectamente lo que quiere hacer para acometer esa refundación, y todo hay que decirlo, bastantes de sus ideas tienen todo el sentido, en especial las dirigidas a atajar la corrupción del sistema, las de devolver el capitalismo a su concepto más popular, y las de limitar el poder de las grandes multinacionales para "influenciar" a los políticos, que utilizan para eliminar todo rastro de competencia que pueda amenazar su "corralito". Por lo que a un servidor respecta, y sin entrar en mayores detalles (aunque Warren los aborda decididamente), estas líneas generales trazadas por la demócrata merecen un esperanzador aplauso por visionarias (no hay otra salida), auto-críticas (ella forma parte del sistema) y valientes (¿Quién osa enfrentarse hoy por hoy abiertamente al aplastante poder de las todopoderosas multinacionales? La también mujer Margrethe Vestager y poco más).

Pero, al contrario de lo que le acusan sus detractores, a la vista del cómputo de Warren en conjunto, y como también concluía The Economist, Warren no es netamente una socialista al uso; al menos no en el sentido más integrista. Así por ejemplo, no aboga por la titularidad pública de múltiples empresas y sectores económicos, ni tampoco por el control hiperdirigista de los flujos de capital y del crédito. Simplemente se limita a ofrecer las regulaciones como la forma de hacer pasar al sector privado "por el aro" de optar por lo que sea justo para el sistema (habrá que ver quién y cómo se define tan compleja calificación).

Como puntos negativos a destacar en los planes de la demócrata, como también apuntaba The Economist, hay que resaltar los peligros de que abrace apenas sin cortapisas el proteccionismo en crudo, así como de que opte masivamente por una regulación que tendría bastantes visos de degenerar en una dañina sobrerregulación. Warren también peca de demostrar una confianza injustificada en la bondad intrínseca del poder ejecutivo, algo que en realidad va de la existencia algunas censurables naturalezas humanas, y que pueden hacer acto de presencia tanto en el sector privado como en el público. Además, Warren presenta un cierto toque de satanización del mundo empresarial y de los mercados que, cuando están bien orquestados, son perfectamente capaces de aportar tanto o más bienestar social que los poderes públicos; es más, es sólo del correcto equilibrio y la esencial interrelación entre ambos de donde se consigue la mejor cosecha socioeconómica. No todo iba a ser de color de rosa, no se crean, que aquí el único político perfecto que existe es el que gana las elecciones prometiendo las mil maravillas, y dura exactamente hasta que toma las primeras decisiones. Warren también tenía que tener sus políticas censurables.

Realmente, poco dura la ilusión en la casa del votante democrático, pero de lo que realmente se trata al votar es de elegir un político que maximice los aciertos y minimice los desaciertos, porque ya les digo que creerse que va usted a estar de acuerdo en todo lo que hagan es más bien propio de algunos jóvenes más ilusos por su propia naturaleza, y efectivamente acabar estando de acuerdo en todo a largo plazo es algo que sólo hacen los sectores más sectarios. Pero en especial se trata también de conservar el poder de reemplazar al político que decepciona demasiado: tal vez les parezca un poder del votante irrenunciable, pero es algo que hoy incluso está en cuestión para no pocos ciudadanos.

La tarea es colosal, y no sólo por la necesidad de un acuerdo policromado, sino también por la naturaleza de la encomienda

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Y no crean que el acuerdo entre rojos y azules va a ser fácil, la visceralidad de la política actual sólo hace presagiar más desacuerdos irreconciliables que acuerdos de compromiso, y que los ciudadanos acabemos por asistir atónitos a sucesivos baños de pintura de un sólo y dogmático color ideal, cuyo idealismo resulta ser tan caduco como la poca flexibilidad y grado de apertura mental de los mantras monocromáticos que los alimentan. Y es que algunos es del enfrentamiento y de la agresividad de lo que viven (o más bien sobreviven) políticamente. Cosas de la sequía real de ideas que deberían ser verdaderamente de valor; de los valores éticos y democráticos mejor ya ni hablamos, porque lamentablemente algunos ni los tienen ni los conocen.

Diseñar e implementar un sistema socioeconómico tan complejo como los actuales no es tarea fácil; de hecho, es realmente inasumible e impracticable en todas sus últimas consecuencias, y más aún si le añadimos ciertas naturalezas humanas extractivas que se limitan a querer explotar el sistema en su mero beneficio personal. Pero, siendo positivos, de todo se aprende y de todo tenemos la obligación de aprender, así que la aproximación de "iteraciones sucesivas" es un modelo de diseño socioeconómico con bastante fundamento, además de con mayor probabilidad de éxito, por el que el capitalismo debe renovarse (y refundarse) cuando la aproximación anterior se va agotando.

Actualmente nos encontramos en uno de esos momentos de encrucijada, y como siempre en estas situaciones, nos enfrentamos a un escenario en el que confluyen los que quieren seguir manteniendo "el tenderete" a pesar de estar agotado, los que pretenden hacer una reforma del edificio para arreglar las fisuras que el paso de los años le han ido abriendo, y los destructores natos que aspiran a la demolición total obviando sus inasumibles riesgos, muchas veces con la única intención de erigir un nuevo sistema según sus propias prebendas personales, y del cual no dudan en hacer un apostolado que no acabaría de hacer falta si fuese un sistema tan perfecto e ideal como tratan de vendernos.

Aquí cualquier sistema sobre el papel puede parecer perfecto a ojos de los más incautos, si se vende con una (aparentemente) "buenista" e idealista intención. Pero otra cosa es lo que la realidad depare cuando las ideas felices de powerpoint se pasen a la cruda realidad de la macroeconomía nacional, de los balances empresariales, y de las economías familiares. Ahí es donde la mayoría de las ocurrencias socioeconómicas se caerían con todo el equipo, pero claro, para cuando eso ocurra seguramente ya sería demasiado tarde para evitar unos males que en estos casos siempre son muy (pero que muy) mayores, y que causan auténticos estragos y penurias socioeconómicas, especialmente a los más vulnerables.

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Recuerden que la economía siempre la carga el diablo, y el objeto principal de los economistas es dirigir el tiro al centro de la diana, a veces con no demasiado éxito, hay que reconocerlo, pero siempre con mayor probabilidad de supervivencia que apuntándose directamente a la sien. Y de nuevo hablamos de naturalezas humanas, y hasta cierto punto el sistema debe ser diseñado al más puro estilo "impeachment" estadounidense, y que esté preparado para desactivar los poderes fácticos que pueden tomar el poder al asalto, y degenerar la esencial búsqueda política del bien común más idealista hacia la búsqueda institucionalizada del interés particular. Esa búsqueda del bien común es al final de lo que verdaderamente debería tratarse el juego político, aunque sólo sea por la estabilidad y la sostenibilidad que aporta al sistema en los plazos más largos. Así que vayan poniéndose el casco de protección, y pongámonos todos manos a la obra (nunca mejor dicho), antes de que el edificio se nos venga encima.

En el cine dicen que nunca segundas partes fueron buenas, pero permítanme decirles que, en la vida (y en la socioeconomía) real, son precisamente las segundas partes las que tienen verdaderas opciones de ser más evolucionadas y traer progreso real, efectivamente mejorando de esta manera lo presente. Así que vayamos de cabeza a por esa segunda parte, que es tan esperada no sólamente porque nos hayan dejado en suspense con la primera, sino más bien porque, en la proyección de la primera parte, se les quemó la cinta cinematográfica, y nos dejaron a los espectadores con un irritante color socarrado en la pantalla, que impide seguir mirando al futuro con sostenible esperanza socioeconómica. Ahora estamos a tiempo de cambiar de cinta y volver a deleitar al auditorio.

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