Los que creen que EEUU es un paraíso de libre competencia y libre mercado frente a Europa están muy equivocados

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En el mundo económico se asume como casi axioma que EEUU es el paraíso por antonomasia de la libre competencia, mientras que la UE es una zona económica rígida al extremo, en la que las regulaciones impiden tener mercados competitivos, y cuya comparación con EEUU debe sacar los colores a los europeos.

Sin ser esto necesariamente falso en todo su alcance ni en todos los sectores, lo cierto es que la UE ha demostrado en los últimos tiempos llevar la delantera en no pocas acciones regulatorias en pos de esa esencial libre competencia, pero es que además ahora afloran otros importantes aspectos que revelan cómo ni EEUU es el paraíso que se supone, ni la UE un ejemplo de la anti-competencia más acérrima. Es más, hay mercados concretos en que ocurre todo lo contrario.

EEUU ha dejado de ser aquel paraíso competitivo de décadas atrás

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Hubo un tiempo en el que las autoridades regulatorias y que velan por la libre competencia en EEUU estaban muy valientemente a la vanguardia mundial, en especial en lo que a regular decididamente por tener un mercado sano se refería. Hace ya unas décadas veíamos cómo en EEUU particionaban sin contemplaciones los por entonces gigantes tecnológicos del momento, las operadoras de telecomunicaciones, y cuyos efectos han contribuído decisivamente al advenimiento de la sociedad tecnológica actual y todo el progreso que ha traído consigo. Igualmente allí se multó sin compasión a una Microsoft que abusaba de posición de dominio, y que no dudaba en asfixiar a la competencia, o directamente usar todas las tretas a su alcance para directamente excluirla de aquel Windows que era el único ecosistema tecnológico masivo del momento. Y así podemos contar con innumerables ejemplos del país que por entonces era la meca de la libre competencia.

Pero tal vez la preponderancia de los intereses de las multinacionales y su fuerte influencia sobre los legisladores, o tal vez un incorrecto convencimiento de que para seguir dominando el mundo globalizado era imprescindible crear monopolios nacionales de facto, que se lanzasen a la conquista global para ejercer igualmente su posición dominante sobre otros países, o sea por lo que sea, el hecho es que, hoy por hoy, se puede decir que en los últimos años Europa ha demostrado un mayor grado de compromiso para con la libre competencia y la salud de sus mercados que el que venimos viendo últimamente en Estados Unidos.

Así, ya les hemos hablado anteriormente de la resoluta, valiente, y decidida Margethe Vestager, que ya como comisaria de competencia empezó a poner "los puntos sobre las íes" allá donde la competencia y el mercado se veían amenazados. Vestager fue pionera al empezar hace ya años muy acertadamente a regular contra el abuso de posición de dominio de varias grandes tecnológicas, como ya les analizamos en su día. Y este movimiento no hizo sino darnos la razón a estas líneas en un tema esencial para nuestro progreso futuro, y que ya les anticipamos desde aquí hace más de tres años (no se quejarán de los temas y primicias que les traemos).

Lejos de tomar ejemplo, el cortoplacismo una vez más hizo acto de presencia en la escena socioeconómica, e inicialmente las iniciativas de la danesa no hicieron sino levantar agrias y viscerales críticas en EEUU, incluso por parte del propio presidente Trump, que no dudó en rasgarse (una vez más) las vestiduras y argumentar que la UE estaba atacando a EEUU y sus intereses despiadada e injustamente, e incluso llegó al extremo de amenazar con represalias y con un contra-ataque. Pero, afortunadamente, este tema tan sistémico hace poco ya ha llegado al más alto nivel político por fin también en Estados Unidos, dando lugar a un debate que en Europa ni siquiera se ha planteado (al menos públicamente) porque aquí las cosas estaban ya meridianamente claras para dirigentes como Vestager, haciendo todo un alarde de esta particular esencia del capitalismo más idealista y popular que debe beneficiar a los ciudadanos y buscar el bien común.

Hay académicos que hablan abierta y públicamente de la "gran vuelta atrás de EEUU"

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Pues, para ser justos, hay que empezar este apartado reconociendo y elogiando que, en este caso, las críticas en el tema de hoy también han surgido desde el propio EEUU. Este gran país ha hecho alarde de otro de sus puntos fuertes, como es una prensa económica de calidad, y una gran capacidad de auto-crítica con tintes muy constructivos. Es en aquel país donde diversas voces claman desde hace algún tiempo contra la deriva pro-monopolios-de-facto y anti-competencia. No sólo ha sido el más reciente manifiesto de Warren enlazado antes, ni que la administración Trump haya seguido por fin la estela de la UE y haya empezado a abrir también investigaciones contra las grandes tecnológicas: hace ya tiempo que algunos académicos venían también poniendo el tema sobre la mesa. Así lo ha venido haciendo por ejemplo el economista Thomas Philippon desde su cátedra de la Universidad de Nueva York, que recientemente ha culminado su campaña de divulgación al respecto con la publicación de su libro "La gran vuelta atrás: cómo América tiró la toalla en el libre mercado", y al calor de la cual concedió algunas interesantes entrevistas como ésta de TechCrunch.

Entre otros interesantes puntos de vista, en esta obra, Philippon describe cómo, en su opinión, EEUU ha fallado a la hora de evitar que las grandes compañías del país recorten la libre competencia en sus mercados en beneficio propio. Afirma que la competencia es una joya a preservar, pero que es realmente frágil en todo contexto socioeconómico; digo yo que será por los siempre presentes e intrusivos intereses creados, que allí toman forma corpórea institucional en los omnipresentes lobbies. Y los lectores más habituales bien saben que buena parte de estos argumentos vienen siendo defendidos también desde estas líneas desde hace años, bastante antes de saber ahora de Philippon, pero aún así no pretendemos con ello restarle ni un ápice de mérito y valentía por alzar la voz en un país como el EEUU actual, en el que enfrentarse a las multinacionales es realmente osado y peligroso profesional (y puede que hasta personalmente).

Pero además hay más motivos para afirmar que la UE defiende hoy la libre competencia más decididamente que EEUU

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En la entrevista enlazada antes de TechCrunch, este autor prosigue en su exposición afirmando que EEUU está pasando de una posición en la cual estaba en la primera fila en lo que al libre mercado se refería, con demostrables beneficios para los ciudadanos en general, a pasar a una situación en la que se ha quedado rezagado en no pocos sectores. Como puntos fuertes de aquel país, Philippon expone que su profuso tejido económico se vería especialmente beneficiado por el positivo impacto de tener más competencia, y pone diversos ejemplos de cómo esto no está ocurriendo actualmente. Uno de ellos lo ubica en una megalópolis como Nueva York, donde las barreras de entrada se han hecho tan insalvables que, en la práctica, por increíble que parezca, un neoyorkino por ejemplo se puede considerar afortunado si tiene opción a poder elegir entre dos proveedores de internet diferentes.

En muchos casos ni siquiera es así y esta capacidad de libre elección no existe, pero incluso donde la hay los dos operadores dominantes en la Gran Manzana (Verizon FiOS y Time Warner Spectrum) casualmente ofrecen mayormente precios idénticos, y además bastante elevados en comparación con otros mercados desarrollados, a pesar de la economía de escala que la densidad poblacional de la Gran Manzana debería permitir. Ni siquiera en un mercado tan competitivo como a priori debería ser el del acceso a internet parece que se pueda decir que una megalópolis como Nueva York disfrute de una competencia a la altura de la que tenemos en Europa. Comparen esa situación de (en el mejor de los casos) duopolio con las tediosas llamadas que recibimos todos varias veces a la semana en Europa para ofercernos cambiar nuestro acceso a internet de casa o las líneas móviles.

Philippon ataca esa práctica tan censurable que hemos criticado también en incontables ocasiones desde estas líneas, y por la cual las grandes tecnológicas eliminan a su competencia de raíz, puesto que en cuanto surge una pequeña compañía disruptora que amenaza con un producto innovador que puede acabar haciéndoles sombra, cogen y la compran directamente haciendo ricos a sus anteriores dueños. Es una forma de impedir la libre competencia como otra cualquiera, y que siempre les hemos dicho que debería ser vigilada con mucho más celo por parte de las autoridades competentes. Los inicios de esta forma de sacar del carril a futuros competidores se remontan a décadas atrás, pues son prácticas que ya intentaron por ejemplo la Microsoft de los 80 y 90, o la Oracle de los 90, pero que tristemente hoy ya son prácticas muy generalizadas y, además, en una socioeconomía como la actual dominada por gigantes tecnológicos que son monopolios de facto en diversos sub-sectores, el problema es especialmente grave y requiere ser abordado sin más dilación. En Europa Vestager parece mucho más celosamente vigilante frente a estas prácticas, y como demostración de las sangrantes diferencias, lejos de ser alabada e imitada, desde el otro lado del charco sólo ha sido mayormente denostada como les decíamos antes.

Y ya no es sólo el sector tecnológico y otros sectores. Philippon explica cómo, en los mercados financieros de EEUU en general, estamos asistiendo a una significativa reducción de las OPVs, y el número de compañías cotizadas en los mercados estadounidenses es la mitad de las que llegaron a ser en mejores tiempos para la competencia. La razón de este fuerte decremento de la biodiversidad empresarial no ha sido otro sino esa falta de OPVs unida a la frenética actividad de fusiones y adquisiciones: otra forma más por la que la competencia se cercena. Desde aquí, además les añadimos que ésa es una tendencia que se realimenta, pues en aquel sector en el que se va creando una compañía dominante y estableciendo un monopolio de facto, los pequeños y medianos competidores lo tienen mucho más difícil para sobrevivir al margen, y deben redoblar sus esfuerzos por innovar y ofrecer servicios competitivos: es algo que lamentablemente no está al alcance de toda empresa ni de todo sector, al menos no en la medida necesaria para que estos Davides puedan enfrentarse con éxito a su Goliath.

Por si esto no fuera suficiente, para los pocos pequeños y medianos competidores que consiguen tener éxito frente al gigante dominante de su sector, pues llega ese gigante, saca la talonera, y ante eso no hay accionista que se resista, especialmente cuando la oferta es muy generosa. Y es que no hay nadie mejor que un gigante dominante para poder ofrecer más dinero por una adquisición "al asalto", porque sólo él rentabiliza mucho más esa compra que le permite seguir construyendo (o manteniendo) su monopolio de facto. Es muy cierto lo que dice en este sentido Philippon, y desde aquí siempre hemos defendido también que el mercado actual tiende de forma natural a reducir la competencia, siendo la obligación de los reguladores defenderla en pos del ciudadano medio y del bien común.

Philippon además hace una interesante reflexión al establecer un paralelismo con una de las polémicas más tradicionales en el mundo de la inversión en startups, por la cual algunos jugadores del mercado afirmaban que el problema de ese mercado de financiación es que el inversor medio no sabe poner en valor correctamente a las compañías tecnológicas y todo su potencial: los gigantes dominantes estarían demostrando que ellos sí que saben hacerlo, y no dudan en pagar multiplicadores que no se ven en otras operaciones de mercado. Ahora bien, el valor que les dan los gigantes tecnológicos no sólo viene de la valoración o del potencial de la compañía adquirida en cuestión, sino más bien en todo lo que les iba a quitar de su pastel en el futuro, además de la gran ventaja añadida de que todo el pastel vaya a ser exclusivamente de su propiedad, con todas las sinergias que ello conlleva.

Más allá de tratar de descalificar automáticamente toda crítica tachándola de anti-americana, hay que exprimir lo mejor de cada una de ellas

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La evidente subjetividad de ideas como las del economista Philippon hacen que deban ser necesariamente calificadas como unas opiniones con una fuerte carga personal, pero este académico no debe ir muy desencaminado cuando está alcanzando las cotas de popularidad y de presencia en los medios que estamos viendo. Aparte de que sus razonamientos y su hilo argumental son muy coherentes, medios de la talla del Financial Times le dedican titulares, con importantes pesonalidades del mundo económico apoyando y divulgando sus ideas. Parece que, lejos de apuntarse meramente a titulares con tirón mediático, bastantes analistas y voces reputadas están en realidad muy de acuerdo con buena parte de las ideas del economista Philippon. Si no fuese así, no se interesarían tanto por él las principales firmas salmón de primer nivel de la prensa económica. Hacerse eco de Philippon es una forma de dar vigencia a sus ideas, sin enfrentarse directamente a las todopoderosas multinacionales, que obviamente también tienen muchos tentáculos en (casi) todos los medios. Pero es que el mero ejemplo del mercado de acceso a internet es sólo un mercado más con evidentes disfunciones entre tantos otros. En este artículo del a veces controvertido y disruptor diario The Atlantic, se citan otros mercados que no están funcionando eficientemente en comparación con Europa.

Así por ejemplo, en el mercado del transporte aéreo estadounidense se pueden observar características claramente propias de un oligopolio, con beneficios por pasajero/milla que duplican a los de las aerolíneas europeas, en donde además los ciudadanos tienen acceso a una mucho mayor oferta de hiper-competitivas aerolíneas de bajo coste, que son especialmente agresivas para con las aerolíneas tradicionales y su antiguo status-quo privilegiado bajo las faldas de los estados. Igualmente sangrantes son las diferencias actuales entre ambas superpotencias económicas en el sector industrial, con fusiones mastodónticas abortadas en Europa en pro de la competencia como la de Siemens y Alstom: hace décadas que no se ven este tipo de decisiones de mercado tan valientes en los EEUU. Y el mundo económico ya se atreve incluso a poner cifras a todo el perjuicio económico que esta deriva anti-competencia está teniendo para los ciudadanos estadounidenses: de volver a tener unos mercados eficientes como los del año 2000, se estima que el PIB de EEUU se incrementaría en casi un billón de dólares y los ingresos laborales en torno a los 1,25 billones. En total, algunos cálculos económicos como los expuestos en este artículo de The Guardian cifran el coste de esta deriva oligopolística y anti-competencia en EEUU en nada más y nada menos que 300$ mensuales por familia (y eso sin contar con la merma de ingresos salariales de la clase media).

Obviamente, si volviese una competencia más sana a EEUU, los beneficios empresariales se resentirían, viéndose recortados en unos 250.000 millones, pero hay que tener en cuenta que esto ocurriría sólo en el corto plazo, mientras que en los plazos más largos unos mercados sanos también benefician y mucho a las propias empresas, cuyos oligopolios pueden reportarles dinero hoy y destruir el mercado del mañana. Y es que esos ingresos que dejarían de percibir las familias estadounidenses vía dividendos por sus acciones y planes de pensiones (no olviden que aquello sigue siendo un capitalismo con cierta dosis de popular) se verían ampliamente compensados por los nuevos ingresos en forma de salarios percibidos. Y esos ingresos salariales revertirían a su vez en la economía tirando del consumo, e incrementando como efecto de segunda ronda los beneficios empresariales inicialmente impactados. La economía de mercado funciona así, no hay más, y como muestra no sólo tenemos la eficiencia actual de los mercados europeos, sino el éxito del modelo en los propios mercados estadounidenses cuando lo aplicaban fielmente en los 90 y 00, y de cuya inercia viven en buena parte hoy en día sus ciudadanos y su modelo de (todavía) bienestar.

Y no sólo de precios y mercados va el asunto, sino que se cita cómo la autocomplacencia del otrora líder en mercados competitivos le ha hecho perder a EEUU su antiguo liderazgo en otros frentes. Así, a finales de 1990 en Francia abrir una nueva empresa conllevaba 15 trámites administrativos y más de 53 días; una lamentable marca que en 2016 fue reducida drásticamente en el país galo hasta los 4 días. Mientras tanto, en el mismo periodo, los trámites en EEUU se han ido volviendo más ineficientes, y se han incrementado en varios días quedando por detrás de la actual marca francesa. Resulta algo paradójico que, en medio de todo este escenario, los europeos en realidad debemos estar tremendamente agradecidos a ese enfoque pro-competencia que nos inspiraron desde EEUU hace algunas décadas, y gracias al cual nos hemos transformado y disfrutamos hoy en día de unos mercados que han ganado drásticamente en eficiencia y que, en muchos casos, han superado por mucho a los estadounidenses, que se han quedado flagrantemente rezagados.

Pero tampoco se puede negar que las declaraciones de este economista son controvertidas, y a veces dan origen a airadas polémicas. Buena parte de sus críticos le acusan de ser naturalmente sesgado por su origen francés, al ser los estatalistas franceses tradicionalmente muy críticos para con el capitalismo "made in America". Razón no les falta al decir que varios de sus correligionarios son igualmente economistas de origen francés, como la premio Nobel Esther Duflo del Massachusetts Institute of Technology (MIT), el ex-economista jefe del FMI Olivier Blanchard, o los economistas de Berkeley Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, por citar algunos de los más conocidos.

Philippon se defiende reafirmándose en que su crítica es totalmente procedente y además es 100% constructiva, y en que él en realidad sólo demuestra ser un férreo defensor de la libre competencia en los mercados, un clásico del ideario capitalista. Desde luego es verdad que sus ideas apuntan en esa dirección, y datos como el que aporta el Financial Times no pueden ser más reveladores: como demostración de la creciente concentración empresarial y en los mercados, los beneficios coporativos se han incrementado contundentemente en términos relativos, y hoy por hoy la tasa de beneficios después de impuestos en relación al PIB de EEUU se ha casi duplicado desde los años 90. Casi nada. Aquí vemos el doble efecto de unos mercados menos competitivos y con gigantes dominantes que despliegan políticas extractivas de esos mercados, en conjunción con un mercado laboral aquejado de una ineficiente competencia, que a la vez hace que cada vez sea menor la proporción de ingresos empresariales que se dedica a salarios de la case media. Una doble pinza de intereses creados insoportable para la sostenibilidad del sistema.

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Ya no es porque las ideas de Philippon coincidan mayormente con las que siempre les hemos divulgado desde estas líneas, sino juzgándolas por su idealista contenido y por su intención última, parece que es justo enmarcar a este economista dentro de la sana corriente regeneradora de la necesaria refundación del capitalismo. Y como no podía ser de otra forma, como en toda catarsis, por muy necesaria que ésta sea, surgen poderosas fuerzas de inercia que pretenden frenar el resurgir inmersas en la deriva reinante, aunque sea un camino a ninguna parte. Las críticas difícilmente son bien recibidas por los jugadores establecidos, que son conservadores por naturaleza, ya que sólo ven cortoplacistamente que les van a hacer ceder parte de su poder y de su posición dominante.

Pero hay que demostrar visión de futuro y altura de miras, y tener en cuenta que la falta de competencia es un mortal cáncer metastásico a largo plazo para todos, que hará que la innovación brille por su ausencia, y que además nos hará a los ciudadanos y a los clientes cautivos sin alternativa posible, empobreciendo en última instancia a todo el sistema. Y esto ya era imporante en décadas pasadas, pero si hablamos además de la actual imbricación de la tecnología y de la socioeconomía en todas las facetas de nuestras vidas, incluso en las más personales y en nuestras propias libertades, hoy eso ya son palabras existencialmente vitales.

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