No son sólo los hombres de raza blanca: toda la clase trabajadora senior de EEUU dispara su mortalidad ya antes del Coronavirus

No son sólo los hombres de raza blanca: toda la clase trabajadora senior de EEUU dispara su mortalidad ya antes del Coronavirus
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En una temporada en la que el Coronavirus copa buena parte del panorama informativo (no sin motivo), lo cierto es que entre bastidores hay no pocas noticias que no tienen que ver con el funesto virus, y que lamentablemente en muchos medios “mainstream” pasan ahora desapercibidas (o incluso omitidas). En este sentido, hemos tenido que llegar al punto de aclarar en el propio título que la noticia analizada hoy revela una inusitada y alta mortalidad entre ciertos colectivos de la clase trabajadora “ya desde antes del Coronavirus”.

Porque sí, no es sólo el trabajador senior de raza blanca como se creía hasta ahora (y que supone uno de los graneros de votos del actual presidente Trump), y las últimas estadísticas revelan cómo la atípica mortalidad de causas últimas aún para nada claras no tiene que ver con razas, sino que afecta en general a toda la clase trabajadora senior, un segmento demográfico con el que el COVID-19 también ha decidido cebarse especialmente para su (doble) desgracia. Este sufrido rango poblacional está muriendo desde hace ya algunos años, y las consecuencias (y las causas) socioeconómicas son muy significativas y relevantes.

La clase trabajadora de EEUU ya venía experimentando un declive y una clara pérdida de peso “plutocrático” en la socioeconomía

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La mayor parte de los datos disponibles hasta el momento apuntaban a que eran esos hombres blancos senior los más afectados por las penurias económicas traídas por esa anárquica globalización, que mayormente lo que nos ha traído a los países desarrollados es una deslocalización masiva sin la más mínima planificación y ante la cual les alertamos hace ya muchos años. Y los motivos por los cuales esto podía estar sucediendo no eran pocos, y además eran de gran relevancia y proyección socioeconómica en el más pleno sentido del nuevo cuño que dimos a este disruptor concepto.

El hecho innegable escondido tras las cifras al ser analizadas por segmentos poblacionales era que, efectivamente, había una alta tasa de mortalidad entre la clase trabajadora estadounidense, que era precisamente aquel colectivo laboral cuyos puestos de trabajo más masivamente huyeron despavoridos hacia países con costes laborales inferiores en un orden de magnitud, con regulaciones laborales y medioambientales mucho más laxas, y con trabajadores con menos derechos y con menor conciencia de colectivo social. Esta hipótesis se veía refrendada doblemente también por las zonas socioeconómicas y geográficas en las que el nuevo tipo de desempleo globalizador se había cebado con especial saña, y que coincidían con zonas en cuya economía el otrora pujante sector manufacturero era la principal fuente de riqueza.

Zonas como el Midwest norteamericano, con el máximo exponente portuario en una Baltimore donde hoy en día la heroína campa a sus anchas entre una población desesperada, ya son desde hace años los epicentros de un panorama laboral desolador, y donde los estadounidenses medios, que tanto creían haber conseguido su particular “American Dream”, asistieron atónitos a cómo en unos pocos lustros ese sueño se tornó en añicos y se les deshizo entre las manos, hasta el punto de que hoy por hoy es más fácil de conseguir en la vieja Europa. Por cierto, esa vieja Europa que desde algunos sectores socio-político estadounidenses tanto se denosta visceralmente, en vez de verla como el viejo aliado que siempre quiso ser hasta que se le volvió la espalda, y a donde fue el propio modelo capitalista (con una cierta dosis local de tinte social) lo que trajo décadas de paz y progreso desde la cuna del capitalismo, cuando en ésta aún tenían vigencia sus ideales más nativos. Hoy en EEUU (y no sólo allí) ya sólo les queda reinventarse o morir, o más bien refundarse como ya les analizamos hace meses, si es que todavía están a tiempo (que descorazonadamente es ya harto difícil).

Y es que los datos clave en la evolución socioeconómica de esa clase media que nunca debería haber dejado de ser mediana, y que es la gran fuente de estabilidad y progreso real para cualquier socioeconomía que se precie, apuntaban a que esta clase social lleva varios lustros en franco y temeroso retroceso en múltiples aspectos, a pesar de una recuperación en términos salariales que ha llegado demasiado tarde. Y es que, cuando se miraba a la empobrecida (en términos relativos) clase media estadounidense, ni siquiera el pleno empleo tan enarbolado públicamente resultaba ser tal.

Y afirmábamos ya sin mucho género de duda que esa recuperación ha llegado demasiado tarde, primeramente porque era tan sólo un factor más entre varios a corregir, y en segundo lugar porque, como ya les analizamos hace algunos meses, había una cierta probabilidad de que, tras la correlación, hubiese una posible causalidad de precariedad económica en una pandemia de proporciones y duración infinitamente más mortífera que el COVID-19: los millones de suicidios que segan vidas masivamente año tras año. Lamentablemente, y deseando que esa situación no se hubiese llegado a dar en ningún caso, ahora la econometría va a tener otra oportunidad para arrojar algo de luz sobre esta enigmática cuestión, al menos a la vista de ese grave deterioro de la socioeconomía estadounidense, por el que son ya 26 brutales millones de nuevos parados allí desde que se les desató la pandemia.

E inevitablemente, toda esta sangría de parados con unas condiciones económicas que ya no eran precisamente boyantes desde hace bastantes años y que habían erosionado ahorros y activos, ha acabado por traer inconcebibles imágenes propias de una Gran Depresión. Aquí y allá se reproducen las noticias como la de que en los denominados “food banks”, que reparten comida de caridad, en estos días se están viendo largas hileras de coches de ciudadanos que aguardan horas para simplemente conseguir algo de comida, con chocantes imágenes de filas que se extienden durante kilómetros en las carreteras. Un panorama absolutamente desolador que no es la primera vez que les retratamos.

Pero no están muriendo sólo los hombres blancos con más experiencia: son todos los trabajadores de determinado rango laboral

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Ahora, en lo que era y es ya todo un maremagnum de destrucción socioeconómica que se va agravando considerablemente con cada aleteo de nuevos cisnes negros que van acudiendo en bandada, nos llegan nuevos datos que apuntan a que, ya antes del Coronavirus, no eran sólo los hombres de clase trabajadora, senior y blancos los que estaban muriendo y por causas mayormente desconocidas. Fue el que probablemente sea el mejor periódico del mundo, el reputado New York Times, el que publicó la noticia de que, en realidad, la que está muriendo masivamente es toda la clase trabajadora con más experiencia laboral.

Efectivamente, hay una mortalidad cotizando muy al alza entre los trabajadores en general en la cuarentena y cincuentena, y las causas de muerte son ineludiblemente causas que muchas veces van potencialmente asociadas, bien a la precariedad económica, o bien a problemas acuciantes que podrían ser mayormente solucionados (o paliados) con unas condiciones económicas algo más holgadas. Lo más revelador de esas causas de muerte, y que ponen de relieve una vez más la posibilidad apuntada por nuestro análisis sobre suicidios y precariedad, es que los trabajadores estadounidenses senior están muriendo por suicidios, alcoholismo y abuso de estupefacientes. Vamos, el trío calavera de aquellos que lamentablemente no tienen (o no pueden humanamente ver) una salida a su precaria situación. Y que conste también que esa tasa de mortalidad por estas causas es sensiblemente más alta incluso que la de principios de los 90, desde cuando se ha cuadruplicado, siendo además aquellos años un momento en el que la heroína también campaba a sus anchas, tanto en EEUU como en otros países. Pero a pesar de que en términos absolutos sean los senior los que se llevan la peor parte, ahora las tasas de mortalidad también se están disparando incluso entre los adultos más jóvenes. La cosa es general (aunque en diferente grado) a toda la clase trabajadora.

Porque es que, además, ese incremento sustancial de mortalidad a los que no afecta en absoluto es a los trabajadores con un mayor nivel formativo de grado superior. Vamos, “blanco (y negro), y en botella”: es precisa y sospechosamente esa misma clase trabajadora cuyos empleos eran susceptibles de ser más fácilmente deslocalizados, puesto que no desempeñaban un trabajo especial ni estratégicamente imprescindible, en una dimensión local, para las compañías en un escenario como era el de la globalización. Tampoco su nivel formativo hacía que no pudiesen ser fácilmente sustituídos por trabajadores chinos o indios que, a día de hoy, siguen presentando una tasa y una calidad de formación superior en general muy por debajo del nivel medio apreciable en los países desarrollados. Vaya, casualidad entre las casualidades, va a ser que de verdad esa deslocalización masiva, de la que les decía que ya les advertimos hace más de siete años, de verdad iba a acabar poniendo contra las cuertas a las socioeconomías más desarrolladas, y de hecho así lo ha hecho.

Ahora, y debiendo recordarles que los trabajadores que no encuentran un trabajo a tiempo completo y caen forzosamente en la precariedad a tiempo parcial también deberían contar en la estadística, además de esos desempleados parciales o totales, los muertos están ya sobre la mesa del mortuorio y poblando camposantos a lo largo y ancho de nuestras socioeconomías: sin ir más lejos, en España sufrimos un suicidio cada 2.5 horas en 2018, y un intento de suicidio casi cada hora. Y eso año tras año, lustro tras lustro, sumando y sumando miles y miles de muertos sin parar. Lamentablemente los muertos no hablan, pero lo que sí que deberían hablar son sus estadísticas y causas de defunción, y lo que nos están gritando a todo volumen junto con los datos de la clase trabajadora del post de hoy es que hay millones de trabajadores de baja cualificación que tienen problemas irresolubles, y cuya vida no les parece que tenga ninguna salida salvo el suicidio (al menos no una que sean capaces de ver).

Si a los datos de la letalidad de esos problemas acuciantes, le añadimos los datos de la caída paralela de su bienestar socioeconómico, pues la correlación es evidente, y aunque bien es cierto que correlación no es causalidad, que alguien nos diga qué otra posible causalidad puede haber para que sea precisamente esta clase trabajadora la que está decidiendo quitarse la vida masivamente. Porque es que esa causalidad debe además explicar que, aunque pueda ser por causas varias, el nexo de unión más evidente a todas esas muertes es la desesperación y el sufrimiento socioeconómico (¡Oh, casualidad!), en lo que supondría un largo proceso de auto-destrucción de dimensión socioeconómica y personal del cual el suicidio tan sólo es la punta del iceberg y la última estación (sin billete de vuelta).

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No podemos afirmar con rigor y con el 100% de certeza que sea su precariedad económica lo que les está llevando a la muerte, pero lo que sí que es cierto es que no parece haber mucha “inquietud” oficial por tratar de dilucidar qué les está matando verdaderamente, puesto que en el caso de España y otros países ni siquiera hay un Plan Nacional para investigar y mitigar una de las causas de muerte masivas más importantes (y con diferencia) a nivel nacional y en el mundo. Algunos deben pensar que es mejor ni siquiera saber por qué mueren tantas personas cada día, y ya veremos si se incrementan al calor de la bestial crisis económica que se está abriendo tras la sanitaria del Coronavirus (de la crisis social mejor ya ni hablamos).

Por lo menos, siempre nos quedarán medios de primer orden mundial como el New York Times para destapar este tipo de siniestras estadísticas: que duren, que en esta época del orwelliano 1984 en la que los políticos ya manipulan masivamente a las masas, no hay nada (absolutamente nada) que podamos descartar en este (sin)sentido. Al tiempo. Bueno no, “al tiempo” no, que ese tiempo ya se nos ha agotado y la distopía ya la tenemos aquí entre nuestros bits (y nuestras neuronas). Cultiven su espíritu crítico, porque buena falta nos va a hacer a todos como socioeconomía: el que no lo haga cuando aún estamos a tiempo, que no se queje luego cuando ya no nos dejen ni quejarnos. Hay cosas que el ser humano occidental sólo valora cuando las ha perdido ya, doble motivo por el que hoy en día debemos mirar a Oriente para dibujar entre todos nosotros nuestro propio futuro en el sentido más pleno (y en realidad único) de la acepción.

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