Carta al director del banco

Tengo debilidad por lo británico. Desconozco los motivos y me cuesta racionalizarlo, pero es así. Y dentro de dicha anglofilia hay un lugar señalado para el cine y las series de la pérfida Albión. Recientemente he rescatado para un post el recuerdo de aquella memorable Caída y auge de Reginald Perrin, en relación con el melifluo concepto del éxito empresarial o personal. Sin embargo hay muchas más.

Los más viejos del lugar se acordarán de Los Jovenes (The Young Ones),una serie con un humor vitriólico e irreverente. Y dentro de la misma hay una secuencia que creo que no ha envejecido lo más mínimo. Puedo parecer una exageración, pero cuando me doy una vuelta internetera por determinados foros de economía, por algunos blogs financieros, o por el archiconocido menéame, me encuentro con declaraciones que en nada desmerecen a las de la alegre pandilla. Y puedo apostar a que, posiblemente en menor medida, pero sin duda relevante, hay una buena parte de ellos a los que les cuesta dirigirse de otro modo a un profesional financiero, cuando pretenden mejorar su relación comercial. En el caso español creo es disculpable, ya que han tenido destacados ejemplos en las más altas instancias de como el que se dedica a vituperar a otro, luego pretende que le invite a su casa.

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