Para salvar a la economía y al planeta

En 1928 cuando Mahatma Gandhi dijo “Dios nos libre de que algún día India siga el ejemplo de la industrialización occidental”, intuía que si el mundo se dejaba llevar por la explotación enajenada de los recursos naturales, la humanidad terminaría esclavizada y con un mundo desprovisto de los recursos naturales como si lo hubiera devorado un enjambre de langostas. Medio siglo antes de que surgiera el término “desarrollo sustentable”, Gandhi advertía de los peligros que enfrentaba una sociedad que podía dejar al mundo seco y destruído.

Por resumir algunos hitos que se pueden destacar en este proceso, tenemos el surgimiento de las sociedades agrícolas hace quince mil años, el surgimiento de las religiones antropocéntricas hace cuatro mil años, el colonialismo hace 500 años, la modernidad ilustrada hace 300 años, la revolución industrial hace 150 años y más recientemente la globalización. A medida que la modernización llevó este proceso en un camino irreversible, comenzamos a ver los impactos negativos que se han acumulado sin que surjan propuestas de solución: el calentamiento global, la crisis de los combustibles fósiles, el crecimiento de la desigualdad económica, la nula respuesta a problemas básicos como el hambre y la salud.

Todos estos hitos son conocidos. También los problemas. No se puede desconocer que el mundo ha vivido un proceso de brutal y salvaje regresionismo. Baste recordar que en 1992, en plena Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro, para velar por los temas medioambientales, Bush padre soltó esa inolvidable perla del lenguaje cuando dijo “Nuestro estilo de vida no es negociable”, negando las alternativas de un desarrollo sustentable que velara por la vida y la salud del planeta. Esa estrategia de insano egoísmo es la que ha llevado al mundo al borde del precipicio en el cual estamos ahora. Las cifras son cada día más elocuentes para quienes aún toman a broma la palabra crisis.

El mercantil-fundamentalismo de la era neoliberal está llegando a su fin y es el momento en que alguien tenga la lucidez para iluminar el futuro de todas y todos. La próxima semana se realiza una cumbre sobre el calentamiento global en Poznan, Polonia, y aunque de Tokio a Paris el discurso es el mismo: “no es el momento de aplicar planes para detener el calentamiento global, pues no podemos hacer frente a la crisis financiera y reducir las emisiones al mismo tiempo”, lo cierto es que no hay alternativa: hay que hacerlo. Se puede y debe hacerse.

Quizá la historia nos ha dado esta encrucijada para resurgir desde el abismo y mirar auténticamente lo que es la globalización y la economía mundial. En este sentido este puede ser el mejor momento para invertir de una vez todo lo que sea necesario en energías limpias, en el desarrollo sustentable tan largamente postergado, y de común acuerdo con todo el mundo. Si todos deberemos pagar las consecuencias del derroche de las eras de Bush padre e hijo, que sea en algo que beneficie a la humanidad y su futuro. Con eso ayudamos a reducir la insana dependencia del petróleo y aminoramos el daño ecológico del calentamiento global.

Si en algún momento hiciéramos el esfuerzo de mirar, como los antiguos griegos, en términos holísticos, y recordar que oikonomía es el orden de la casa, entenderíamos que lo primero a cuidar es el planeta. Tal como expresa Guy McPherson en esa entrevista que pueden ver aquí (El fin del mundo tal como lo conocemos), al ritmo que vamos no hay planeta para más de 200 años. Es algo plenamente real que no tiene nada de apocalíptico. Por cada grado de aumento en la temperatura desaparece el 10% del area cultivable, el 8% del agua dulce. Uno de los datos relevantes del Global Trends 2025 es la gran falta de agua que habrá en el futuro. Y sin agua, no hay especie. Lo dice la biología.

Por eso, lo que debe estar en el centro del debate en este momento de confusión general no es salvar a la economía (si no se hacen cambios radicales, volvemos a lo mismo). Lo que debe estar en el eje del pensamiento es cómo salvamos al planeta. Por eso que las políticas climáticas, las políticas energéticas y las políticas económicas deben ir orientadas a ello. Si en la próxima cumbre se logran acuerdos para salvar al planeta, la economía comenzará, por añadidura, una lenta pero sólida recuperación, con la diferencia de que esta vez será creativa, sustentable y con auténtico sentido humano.

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Imagen | Jaime Olmo

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