En economía, el tamaño importa. Y el Banco de España ha vuelto a hacer hincapié en esto, apuntando a la necesidad de que nuestro país deje de ser de empresas pequeñas: un rasgo que limita su productividad, su competitividad y el salario de sus trabajadores.
En su reciente análisis, El tamaño sí importa: el reto del crecimiento de las empresas españolas, la institución vuelve sobre una vieja conclusión repetida hasta la saciedad: las empresas españolas son mucho más pequeñas que las europeas. De hecho, el 95 % tiene menos de 10 empleados, y solo el 0,2 % supera los 250 trabajadores.
Un país de microempresas
Esta estructura desequilibrada explica, en parte, por qué el país produce menos por hora trabajada, exporta menos y paga sueldos más bajos.
El Instituto de Analistas Financieros calcula que el 94,6 % de las compañías españolas son microempresas, y apenas el 0,8 % supera los 50 empleados. En la Unión Europea, en cambio, estas cifras son notablemente superiores. Esto tiene consecuencias claras: menor productividad media, menor capacidad de inversión en innovación o digitalización, y más vulnerabilidad ante las crisis.
Además, el tamaño condiciona los salarios. Según el Banco de España, los trabajadores en microempresas ganan hasta un 40 % menos que los de grandes corporaciones debido, principalmente, a que la empresa pequeña tiene dificultades para ofrecer estabilidad y un margen menor para absorber subidas de costes o impuestos.
¿Por qué las empresas españolas no crecen?
Las causas son tan conocidas como persistentes.
Por un lado, la carga burocrática. Cada salto de categoría (con especial incidencia hacia la pyme mediana) implica nuevas obligaciones contables, laborales y tributarias. Por ejemplo, superar los 50 empleados activa requisitos adicionales como planes de igualdad, auditorías retributivas o la creación de comités de empresa.
Para muchas pymes, esos costes fijos son inasumibles o difíciles de compensar. No es casual que miles decidan no cruzar esa línea. Tres de cada cuatro pequeñas empresas reconocen que “querrían crecer, pero no pueden” debido a esas trabas, como apunta la prensa.
A esa rigidez normativa se suma una débil capitalización. España no permite a sus empresas acumular músculo financiero con facilidad: el impuesto de sociedades, los bajos niveles de ahorro interno y la escasa cultura de inversión dificultan el crecimiento sostenido. Como apunta el informe sobre crecimiento empresarial de CEPYME, las pymes “siguen dependiendo casi en exclusiva de la financiación bancaria”, lo que las hace más vulnerables y menos competitivas.
El resultado es una “trampa de tamaño”: quien quiere crecer, se arriesga a perder margen. Quien se queda pequeño, sobrevive… pero no escala.
Productividad y salarios
El vínculo entre productividad y salarios es directo. Cuando las empresas permanecen pequeñas, sus trabajadores tienen menos acceso a formación, tecnología y economías de escala.
Por estas razones, el crecimiento empresarial no es solo una cuestión económica, sino también social: afecta a la calidad del empleo, al poder adquisitivo y a la desigualdad.
El economista Jon González lo resumía recientemente en X: “La diferencia de salarios no responde a diferencias en productividad individual, sino a factores estructurales del mercado laboral y tejido empresarial español, que hacen que la productividad agregada sea menor.”
Propuestas en el aire
El Banco de España y diversas organizaciones empresariales coinciden en algunos de los ingredientes de la receta, que pasarían por simplificar trámites administrativos y fiscales para que crecer no suponga una carga desproporcionada, revisar los umbrales regulatorios, que desincentivan pasar de micro a pequeña empresa e impulsar la financiación alternativa (capital riesgo, fondos de expansión) que permita reducir la dependencia del crédito bancario.
Además, fomentar la profesionalización directiva y la digitalización de las pymes, con programas de asesoramiento y formación, crear incentivos fiscales estables que premien el crecimiento sostenido y vincular los salarios a la productividad real y no solo al IPC ayudaría a sostener el poder adquisitivo sin generar más inflación.
No obstante, pese al diagnóstico compartido, las reformas avanzan despacio. El exceso de microempresas no es un problema nuevo: es un rasgo estructural que se arrastra desde hace décadas.
El resultado es un país donde los negocios sobreviven, pero no prosperan; donde las buenas ideas no escalan; y donde el trabajo, aunque se multiplique, no se traduce en productividad ni en salarios más altos.
En un país con más de tres millones de pequeñas y microempresas, el desafío no es crear más, sino conseguir que crezcan. Solo así España podrá romper con su techo histórico de productividad y empezar a cerrar la brecha salarial con Europa.
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