Agricultura ecológica o agricultura sostenible, ¿cuál elegimos?

Cosecha en la India

Son términos que frecuentemente se confunden (a veces interesadamente) pero que no son ni mucho menos lo mismo. La agricultura ecológica, tan de moda en el mundo occidental, dista mucho de ser una forma sostenible de alimentar a una humanidad creciente y donde miles de personas salen a diario del umbral de la pobreza.

La agricultura ecológica u orgánica se opone a la aplicación del progreso científico a la producción alimentaria, exigiendo que no se usen 'productos químicos' (producidos artificialmente, se entiende) o variedades mejoradas genéticamente (en laboratorio). Esto implica un problema fundamental: se necesitan muchos más recursos naturales (especialmente, superficie cultivable) para producir la misma cantidad de alimentos.

Paradójicamente, usar más recursos para producir menos alimentos se opone frontalmente al principio de sostenibilidad. El incremento de población y de riqueza a nivel global implica la necesidad de producir más alimentos, y solo con el uso de la ciencia y la tecnología esto se puede conseguir sin robar más tierras a los ecosistemas salvajes existentes. ¿Es hora de replantearse el uso razonable de químicos y productos transgénicos para garantizar la sostenibilidad de la agricultura?

La agricultura ecológica no puede alimentar a toda la Humanidad

El siglo XX significó una explosión sin precedentes de la población mundial, que prácticamente se multiplicó por cuatro. Aunque hay múltiples causas que contribuyeron a ese crecimiento, frecuentemente se olvida una de las fundamentales (si no la principal): la síntesis de Haber-Bosch. Este proceso, que simplificaba enormemente la producción de amoniaco, dio el pistoletazo de salida a la era de los fertilizantes artificiales.

La producción masiva y barata de nitratos (hasta entonces sólo disponibles en depósitos naturales concentrados casi en su totalidad en Chile) implicó una explosión de la agricultura a nivel global y aumentó la productividad por metro cuadrado, permitiendo un aumento de la población proporcionalmente muy superior al de la superficie agrícola.

En la segunda mitad del pasado siglo, se añadió la mecanización al uso de fertilizantes artificiales, acelerando de tal forma el aumento de la productividad agrícola que se produjo una 'revolución verde' que sacó a decenas de millones de personas de la desnutrición en las zonas más deprimidas del planeta. En particular, los esfuerzos del ingeniero agrónomo estadounidense Norman Borlaug por mejorar las técnicas agrícolas en India, Pakistán o México se consideran responsables de salvar hasta 1.000 millones de vidas humanas.

Es de justicia reconocer que la producción global de nitratos tiene un fuerte impacto ambiental, sin embargo hay que plantearse la alternativa de dejar a miles de millones de personas en la desnutrición, o bien provocar un impacto ambiental mayor por la necesidad de dedicar muchas más tierras al cultivo. Además, se han realizado importantes avances en la sostenibilidad de la producción de amoniaco, obteniendo el gas de hidrógeno necesario en el proceso por medio de energías renovables o directamente a partir de residuos orgánicos.

La agricultura ecológica repudia muchas de las innovaciones de la revolución verde, sin embargo se calcula que para alimentar a la población actual con las técnicas de 1900 (totalmente ecológicas) se necesitaría una superficie agrícola cuatro veces mayor, es decir, el 60% de toda la superficie terrestre, frente al 15%. Desde este punto de vista, la agricultura moderna es mucho más sostenible que la ecológica.

En la actualidad cada vez son más los estudios que demuestran que actividades con mayor impacto, pero concentradas en menor superficie, tienen un efecto menos perjudicial para el medio ambiente que el caso contrario. Un ejemplo análogo es el de la construcción: un 'resort' masivo como Benidorm, con sus altas torres, se trata de una alteración más grave del entorno que una urbanización de casas bajas. Sin embargo, construir el equivalente a Benidorm en casas bajas implica la destrucción de muchísima más superficie natural, necesidades mucho mayores de riego, infraestructura, uso de vehículos, etc., que implican un efecto mucho más perjudicial.

Los pesticidas salvan millones de vidas

Otro de los caballos de batalla de la agricultura ecológica es el uso de sustancias químicas para el control de plagas, debido a su impacto negativo en la salud humana y el medio ambiente. El beneficio inmediato de los pesticidas es evidente: mayores cosechas en la misma superficie y mayores garantías de producción estable cada año frente a la presencia eventual de grandes plagas, lo cual es especialmente importante para quienes viven de la agricultura de subsistencia.

Los efectos negativos de los pesticidas también son innegables: contaminan ecosistemas y pueden diezmar otras especies no perjudiciales. Pero al igual que en el caso de los fertilizantes químicos, hay que pensar en el mal mayor que se desea evitar. Un caso paradigmático es el DDT. Se trata de un pesticida antimosquitos usado con enorme éxito a partir de la II Guerra Mundial, que fue prohibido en el mundo occidental a raíz del descubrimiento de su impacto negativo en otras especies, su larga persistencia en las aguas y suelos así como su carácter potencialmente cancerígeno (leve, al mismo nivel que trabajar en una peluquería, según la clasificación de la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer).

Sin embargo, el DDT también ha sido el principal responsable de la eliminación de la malaria en la mayor parte del planeta y ha reducido drásticamente su incidencia en los lugares donde aún se produce. El mosquito es el agente causante de un mayor número de muertes en la historia de la humanidad, y el DDT ha sido esencial para reducir su población y con ella la transmisión de malaria, tifus y otras graves enfermedades. En la actualidad, algunos países en desarrollo afectados por estas enfermedades siguen usándolo, sin embargo se calcula que la guerra contra el DDT y su subsiguiente prohibición en la mayor parte del mundo son responsables de hasta 20 millones de muertes evitables, lo que ha llevado a muchos científicos a abogar por revocar las prohibiciones.

En realidad, prácticamente todo lo que comemos ya es 'transgénico'

Los alimentos modificados genéticamente, también llamados 'transgénicos' son aquellos cuyo genoma ha sido alterado en el laboratorio para exhibir o inhibir determinadas características. Pese a las numerosas campañas alertando de los supuestos riesgos de estos alimentos, esto mismo es precisamente lo que la humanidad lleva haciendo desde el descubrimiento de la agricultura: seleccionar artificialmente los ejemplares que mostraban las cualidades deseadas.

De todo lo que comemos actualmente, muy poco existía antes de la intervención artificial del hombre. Los antepasados silvestres de los cereales, frutas y hortalizas eran en general minúsculos, amargos y poco nutritivos. Por ejemplo, el teosinte (la versión no domesticada del maíz, aunque técnicamente es la misma especie biológica) tiene unas espigas mil veces más pequeñas que una mazorca de maíz, y sus granos son correosos y poco nutritivos. Ha sido la selección artificial de mutaciones beneficiosas durante milenios lo que ha permitido convertir a este y otros cultivos en la base de la alimentación de millones de personas.

Teosinte (sup.), maíz domesticado (inf.) y una variante intermedia / Wikimedia Commons

El caso de los animales domésticos es similar. No existían tal como los conocíamos antes de la invención de la ganadería. Durante generaciones, los humanos seleccionamos artificialmente las mutaciones más beneficiosas como carne más jugosa, pelo más tupido o mayor producción de leche. En el caso de los animales también redujimos otras características genéticas de las poblaciones silvestres, como la agresividad y los imponentes cuernos de los uros, antepasados del ganado bovino.

La ingeniería genética puede acelerar enormemente este proceso induciendo las mutaciones deseadas artificialmente, en lugar de esperar durante siglos a que mutaciones fortuitas vayan produciendo efectos beneficiosos. Gracias a esto, se pueden conseguir cultivos más nutritivos y eficientes, reduciendo la necesidad de sustituir ecosistemas naturales por superficie agrícola, a la vez que se mejora la vida de millones de personas.

El arroz dorado es uno de los más destacados ejemplos de alimento transgénico. Es una variedad de arroz modificada genéticamente para producir beta-caroteno (fuente de vitamina A) no solo en las hojas, como el arroz normal, sino en los granos, lo que permite aumentar drásticamente la ingesta de vitamina A en las zonas donde el arroz es la base de la alimentación. Se estima que la deficiencia de vitamina A causa 600.000 muertes infantiles al año y otros tantos casos de ceguera irreversible, que afectan sobre todo a las clases más pobres, y el arroz dorado es una forma de reducir significativamente estas cifras. Pese a todo, las organizaciones ecologistas mantienen una férrea oposición, que se traduce en prohibiciones en muchos países, sobre todo europeos.

Quizá es el momento de replantearse si debemos seguir tratando los avances científicos como un enemigo a evitar, y si la agricultura ecológica es en realidad una enemiga del progreso sostenible.

En El Blog Salmón | ¿Al borde de una crisis alimentaria global?

En Xataka Ciencia | Más de cien premios Nobel piden a Greenpeace que cambie su postura sobre los transgénicos

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