Nomadland: el hit cinematográfico que muestra cómo el problema de las pensiones ya está explotando

Nomadland o País de Nómadas es la película de moda, y estamos de enhorabuena porque esta cinta esté entre las más aclamadas tanto por la crítica como por el propio público, porque aunque lo que cuenta es descorazonador e indignante a partes iguales, lo realmente esperanzador es que esta suerte de documental descarnado haya llegado hasta donde ha llegado.

La cruda realidad que nos muestra Nomadland al desnudo es la de miles de ciudadanos estadounidenses, la mayoría de ellos de edad avanzada y sin recursos económicos, que viven efectivamente como nómadas. Malviviendo en antiguallas de furgonetas, auto-caravanas y todo lo que permita vivir dentro sobre ruedas, se recorren el país enganchando trabajo precario tras trabajo precario, a fin de poder escaparse del hambre un año más. Y eso sólo evidencia el fracaso de una socioeconomía que necesita refundarse porque ya no es capaz ni de proveer un retiro digno a una parte no despreciable de sus ciudadanos, y que los condena a la miseria octogenaria tras haber sufrido la explotación laboral más sangrante como septogenarios.

Desde la gerontocracia al problema de las pensiones, este tipo de miserias humanas no nos debería coger de nuevas

Lo cierto es que desde estas líneas siempre hemos sido especialmente sensibles y anticipatorios ante la que se nos venía encima en las socioeconomías del planeta con el progresivo envejecimiento de la población. Así, hemos sido los primeros en proponer en los medios posibles soluciones a una ecuación imposible como sería combinar la robotización con la sostenibilidad de las pensiones, y que llegaron incluso al mismísimo pacto de Toledo. Ya les hemos dicho en diversas ocasiones que en nuestro mundo veríamos antes humanos trabajando como robots que robots trabajando como humanos, y Nomadland es un significativo paso más hacia esa distópica realidad, si no lo es ya totalmente.

Igualmente, desde aquí también les hemos analizado cómo toda esta situación y panorama socioeconómico iba a acabar trayendo sus muchas consecuencias, y no sólo por esa necesidad de refundar el capitalismo que desde aquí hemos reclamado largo y tendido desde bastante antes de que llegase al primer nivel de nuestra política (sí, también en España), sino también por otras consecuencias a futuro muy relevantes. Entre ellas se puede destacar cómo tal vez nos dirijamos de cabeza hacia una gerontocracia, por la cual un colectivo de la población como son los pensionistas, debido a su peso relativo cada vez mayor, puede acabar imponiendo sus necesidades sobre toda la socioeconomía.

Y obviamente el peligro no es otro sino que se haga sin que se valore la sostenibilidad del sistema en su conjunto, que si no es sostenible inevitablemente se derrumbará, por mucho que lo que traten de hacer es que se haga de él un sistema más justo para con aquellos que ya cotizaron durante tantas décadas, y a los que ahora en teoría les toca cobrar. Tan sólo puntualizar que en todo este tema muy relacionado con la justicia del sistema y con la desigualdad, desde aquí tampoco nos hemos posicionado sistemáticamente con los mantras más atractivos socialmente, sino que también hemos expuesto cómo muchas veces el populismo no trata de indignar con una desigualdad que, al menos en ocasiones, no es tanta como nos venden.

Y finalmente, desde aquí también les hemos analizado como este problema no era exclusivo del mundo desarrollado, y que en realidad era general a un planeta que envejece en su conjunto, y que afecta también de forma muy relevante a Rusia y China. Y tampoco es algo exclusivo de los países que optaron por un capitalismo más social con sistemas de reparto como los europeos, sino que también afecta de manera muy relevante a un país como EEUU con sistemas más individualistas y de cotización individual. Nomadland es la mejor demostración de este último punto, pues en esa Socioeconomía que reacuñamos desde aquí siempre “la prueba del algodón que no engaña” es la realidad de la calle. Y es en esa calle donde hay ahora mismo por todo Estados Unidos miles de camperos nómadas de edad avanzada migrando continuamente, de campamento en campamento, dejándose la salud que ya no tienen para tratar de no caer en la indigencia, de la cual ya sólo les separa un carcomido peldaño.

País de nómadas: de la cómoda vivienda del “Sueño Americano” a vivir en la carretera

Como todo problema socioeconómico, la cruda realidad que retrata Nomadland no es algo de ahora surgido súbitamente, sino que es un problema que se lleva cociendo su tiempo en el caldero de nuestros sistemas. De hecho, hace años ya que les expusimos cómo el sueño americano estaba hecho añicos, con todo lo que ello ha supuesto en los últimos convulsos años de la política estadounidense que han tenido su colofón final en esa intentona golpista y en esa belicosidad electoral ante la que les advertimos en diversas ocasiones. Por otro lado, aparte de nómadas de edades avanzadas, esa deteriorada situación socioeconómica es compartida también por ciudadanos más jóvenes, que vieron su posición económica despeñarse a raíz de la Gran Recesión que sucedió a la fatídica crisis subprime. Sí, aquella que hace algunos años les analizamos cómo no había dado con sus auténticos responsables entre rejas, y que los que iban a pagar por todos aquellos desmanes descomunales iban a ser más bien los propios ciudadanos, y tras la cual nuestro mundo ya nunca ha vuelto a ser el mismo (autócratas y populistas mediante). De aquellos polvos, buena parte del lodazal de Nomadland.

Y por si con esto de la Gran Recesión no fuera poco, ahora encima se nos echa encima casi sin habernos recuperado la terrorífica crisis sobrevenida con la mortífera pandemia: una crisis en la que 2021 apunta a ser todavía peor que el infame 2020, por mucho que nos digan que ya casi se ha acabado la pesadilla, y que “de ésta saldremos más fuertes”: sí, “más fuertes”, se debía de referir a la camisa de fuerza… Pero no es menos cierto que todo este trabajo septuagenario y octogenario en EEUU era un grave problema que ya existía, con todo un sub-mercado laboral de sobre-explotación. En muchos casos ni siquiera reciben un salario, o éste se derrumba de un día para otro con sólo cumplir la edad de jubilación, y aun cuando se conservan todavía buena parte de sus capacidades. En realidad, la crisis de Lehman no hizo sino simplemente agravar la situación pre-existente, y dar continuidad a una degradación socioeconómica que ya seguía su curso.

Tampoco caigan en sentirse ajenos a la realidad que pinta Nomadland, y no crean que esto es un problema marginal de unos pocos octogenarios que han tenido mala suerte en la vida. Nada más lejos de la realidad. Entre la nueva generación (de edad avanzada) de esclavos laborales, que trabajan muchas veces incluso hasta gratis a cambio de un lugar donde aparcar la “furgo” y de una manutención, entre todos ellos hay incontables profesionales de alta cualificación, que por un revés económico, o por una planificación financiera demasiado optimista previa a lo que fue la debacle subprime, han caído prácticamente en la exclusión en un país sin apenas redes de contención social ni muchas coberturas sociales. Pero tampoco se sientan a salvo por vivir en una Europa con una socioeconomía más socio-capitalista, puesto que incluso aquí podemos vernos abocados a ese futuro de degeneración social (de hecho podría considerarse hasta probable), porque los sistemas sociales también tienen un claro límite de sostenibilidad económica, y ya a día de hoy la cosa no pinta nada nada bien. Las cuentas tienen que salir siempre, tanto a nivel individual como colectivo, y si no salen entonces amenaza tormenta en la estepa socioeconómica recorrida por los Nómadas.

El libro de la película Nomadland es todavía más descarnado: los trabajadores se compran como si fuesen carne humana al por mayor

La escritora de “País de nómadas”, Jessica Bruder, no sólo se ha documentado profusamente para alumbrar su obra, sino que ha optado por involucrarse en ese mundo nómada hasta límites insospechados, llegando a decidir incluso ejercer la profesión para sufrir en sus propias carnes las pésimas condiciones laborales a la que se enfrentan cada día estos ciudadanos. La autora se centra especialmente la dura vida de su protagonista, Linda May, en su recorrido por toda la geografía estadounidense a la busca de empleos precarios y temporales, muchas veces a sueldo de Amazon, pero también en otro tipo de trabajos precarizados como puede ser el de anfitriona de Parques Nacionales, y cuyo atractivo nombre sólo esconde tareas como recoger la basura que dejan los visitantes o limpiar las letrinas.

Linda tiene en torno a 66 años (el periodo durante el cual la escritora se documentó alcanza los tres años), y vive, como la practica totalidad de los protagonistas de Nomadland, en un vehículo propio “del año de la tana”, donde además guarda todo lo que tiene en la vida. El primer capítulo y trabajo conjunto en convivencia entre la escritora Jessica Bruder y la Nomad Linda May se desarrolló durante la estancia y trabajo de Linda en el campamento de Hanna Flat, en el bosque Nacional de San Bernardino. En el caso de Linda su vida Nomad empezó en una autocaravana, y posteriormente paso a un Jeep con un remolque antiquísimo de 1974, al que cariñosamente ella llamaba "Posada Hazte Sitio". Linda se mueve haciendo su particular campaña laboral especialmente por el Mid-West y California, encadenando uno tras otro trabajillos con los que "seguir tirando" unos meses más mientras su casi septuagenario cuerpo casi se lo permita.

Habitualmente los Nomads consiguen trabajos por días, semanas, o incluso con suerte unos pocos meses, típicamente para campañas especificas, como la temporada turística o las campañas de Navidad, y con jornadas habitualmente de 10 horas al día. Lo habitual son llegar como máximo a las 40 horas semanales, pero hay que explicar que llegar a esas 40 horas semanales es un hito que todo Nomad ansía conseguir, y un "caramelito" que ofrecen muchas compañías, porque al fin y al cabo garantiza en temporada unos ingresos “más completos” que siempre hacen falta a los necesitados Nomads. Y como parte de ese "caramelito marketiniano" con el que las compañías contratantes "venden" sus trabajos precarios, los folletos destinados a los Nomads muestran arroyos cristalinos, paisajes naturales, campistas rebosantes de felicidad, y opiniones de los trabajadores de felicidad suprema tan sesgadas como un anuncio televisivo: todo con el objetivo de atraer cuantos mas Nomads mejor.

El salario medio estipulado esta en torno a los 10$/hora, y puede sonar muy bien si se multiplica por esas 10 horas diarias, pero el hecho es que, al igual que ocurre con los temporeros en países como la misma España, de ahí hay que quitar permiso para aparcar la "furgo" o la auto-caravana en los parkings que las compañías habilitan específicamente para acoger a los Nomads, o la conexión al agua corriente o la electricidad. Y siempre hay que tener en cuenta que las contrataciones son rabiosamente temporales, lo cual debería añadir un salario “extra”. La realidad es que los ingresos que acaba consiguiendo un Nomad a lo largo del año son tan exiguos como humilde (al extremo) es su modo de vida itinerante, y eso en un país con un coste de vida como el de EEUU.

Además, muchas veces los Nomads sufren una baja laboral, algo muy habitual debido a lo físicamente lesivo de las tareas que les encargan, como puede ser estar 10 horas seguidas escaneando como un robot mecánicamente y sin parar, con el mismo movimiento. Pero es que aquí tenemos el añadido de que estamos hablando de trabajadores mayormente sexagenarios y septuagenarios, con lo que son especialmente vulnerables a este tipo de afecciones laborales. El resultado es que muchos caen víctimas de lesiones incluso graves, y así tenemos que, si no pueden ya más con su quehacer y con sus secuelas diarias, los días que ya no pueden trabajar pasan a no cobrar, además de que muchas veces son ellos mismos los que tienen que sufragarse la asistencia médica y los fármacos, puesto que solo tienen como cobertura sanitaria el muy limitado Medicare.

Hay ciertos medicamentos que elocuentemente son proporcionados por empresas como la propia Amazon, que debe de ser por lo conscientes que son de las consecuencias de este tipo de contratación de Nomads, así han dispuesto en varios centros de trabajo dispensadores automáticos de analgésicos e ibuprofeno para que los sufridos Nomads se administren a voluntad cuando ya no pueden mas. A juzgar por lo meramente paliativo de la “solución final”, parece que el objetivo, más que evitar las condiciones laborales obviamente mejorables y lo lesivo de los trabajos, es simplemente que no sientan el dolor de la lesión que se están produciendo inevitablemente para que puedan completar una jornada más, y sigan rindiendo en condiciones precarias y a costa de su septuagenaria salud.

Como demostración de lo que suponen estas pésimas condiciones laborales, y todo a lo que se exponen sin alternativa posible estos Nomads ya de por sí tan vulnerables, la protagonista Linda sufrió una fuerte lesión en la muñeca de tanto escanear y escanear sin parar. El resultado no apto para su enclenque economía fue que tuvo que pagarse ella misma el transporte al hospital mas cercano (que de cercano no tenia nada), procurarse tratamiento y medicinas por sus propios medios, y por supuesto no cobró ni un centavo durante todos esos días que estuvo sin poder trabajar (que no llegaron al año durante el que sufrió dolor y secuelas). En otros países desarrollados como los europeos, esto habría sido una enfermedad laboral, los gastos y el tratamiento habrían sido a costa de la mutualidad, y el tiempo de baja habría sido retribuido. Obviamente, se hace necesaria una distinción también en Europa entre los trabajadores "en negro" y los legales, o con las ETTs y los eufemísticamente llamados “mini-jobs” alemanes.

Como ocurre a veces, lo peor puede incluso venir desde dentro… Pero la esperanza no se pierde nunca

Por si no fuera poco con su modo de vida humilde al extremo a la fuerza, con sus pésimas condiciones laborales, con sus salarios exiguos, y con su edad avanzada para la cual el futuro es de simple supervivencia más que de cualquier tipo de expectativa, además los Nomads sufren la exclusión. Pero no es una exclusión social por su propia condición económica (que también), sino que se trata de una exclusión a la que muchas veces son sometidos por los locales de las poblaciones donde se asientan temporalmente. Les tratan muchas veces con desprecio, e incluso en algunos lugares y poblaciones los habitantes les vetan la entrada, o les ven con un discriminatorio desdén. Pero ya no es esta segregación social, es que entre los Nomads hay grupos especialmente denostados incluso entre ellos mismos, a veces por sus orígenes, otras veces por su modo de vida o preferencias personales.

Como a menudo ocurre en colectivos precarizados y con cierto grado de exclusión social, aquí acaba imperando para algunos la ley de la jungla, a pesar de que en muchos otros casos prima en general un ambiente colaborador y solidario entre gente que entiende la necesidad del otro, porque él también la padece. Pero es (in)digno de mención cómo algunos de los mas agraciados dentro de ellos se sienten menos degradados si marcan las diferencias con los que aun están todavía peor que ellos. Desde luego hay naturalezas humanas que no son solidarias ni tan siquiera en la necesidad ni en la misma situación, y a las que les gusta segregar y discriminar para sentirse ellos (algo) mejor, aunque sea a costa de machacar a otro todavía más de lo que ya de por si tiene encima. “Homo homini lupus est” o “El hombre es un lobo para el hombre”.

Ahora bien, igual de terrible que puede ser realizar un escalofriante viaje por lo más profundo de la América precarizada, puede ser descubrir que los Nomads no están en el lejano oeste y medio oeste: muchas veces están entre nosotros mismos. Así, Nomads o similares no sólo hay en los centros logísticos y de distribución alejados de las grandes metrópolis, y la escritora, a raíz de la experiencia tan vital que supuso el escribir su libro de Nomadland, empezó a fijarse en la ciudad donde reside, Nueva York. Así, poco a poco ante sus ojos, día a día se iban percatando cómo también en su propio y querido Brooklyn tenia muchos Nomads, al igual que los del Mid-West viviendo discretamente con sus "furgos" aparcadas en la calle, y con una vida intima que estaba separada de la vida callejera de la “Gran Manzana” tan solo por una vieja y raída cortinilla de ventanilla. Efectivamente, incluso en las grandes ciudades urbes a veces estamos rodeados de Nomads algo menos nómadas, pero igualmente precarizados al extremo.

Y es el desquicie diario y nuestra vida estresada en unos casos, y egoísta en otros, lo que hace que estos Nomads urbanos sean ciudadanos invisibles, que malviven y sobrellevan su precaria situación incluso a veces con niños pequeños a su cargo. Para mayor sufrimiento, viven como Nomads en la mas absoluta soledad urbana, ésa en la que estas rodeado por manadas de personas, pero en la que estás absolutamente solo ante tu infatuo destino. Es una situación en la que, sin duda, aunque sea sólo con miradas comprensivas o con un simple “Hola” amable, se echa en falta la solidaridad real, y en la que duelen (y mucho) los aires de superioridad y las miradas de desprecio. Pero el destino es caprichoso, y en esta vida nunca nunca nunca se sabe lo que te puede esperar a la vuelta de la esquina, con el resultado de que algunos de esos seres mas despreciativos, pueden acabar viéndose ellos mismos abocados a la misma situación ante la que ahora no muestran ni la mas mínima compasión.

Pero por poner una nota de color verde ante tanta vida con limitaciones severas, una de las cosas que más llama la atención del libro es la esperanza que son capaces de albergar siempre muchos seres humanos, incluso en las condiciones mas duras. Así, la protagonista Linda no renuncia a perseguir sus sueños, por muy baratos que éstos tengan que ser ahora. Linda vive en la esperanza de procurarse un retiro dorado para cuando ya no pueda trabajar, aunque el dorado sea de latón, pero que para ella brilla con la misma intensidad que el oro, cuando al fin y al cabo ahora mismo le sirve para sólo tratar de aguantar un infierno de jornada mas escaneando sin parar. El sueño del retiro dorado de Linda es enternecedoramente similar al del estadounidense medio no precarizado, y pasa por comprarse una propiedad y hacerse una casita donde acabar sus días de forma tranquila y feliz. Aunque claro, aquí la pobre Linda volvía a tropezar, como todos los Nomads, con su ínfima capacidad adquisitiva. Pero como les decía, la esperanza y la ilusión de muchos seres humanos son irreductibles, y aún así Linda miraba y miraba propiedades por todo Estados a través de internet. Lógicamente, por el exiguo precio objetivo que podía permitirse no encontró ningún rico vergel, pero dió con una propiedad en medio del desierto, lindando con México.

No era ninguna población agradable, sino mas bien todo lo contrario: se trataba de una población medio abandonada, con un feo muro de cinco metros de altura hacia arriba y dos bajo tierra, puesto que se trataba de aquel lugar donde el traficante "El Chapo" construía túneles subterráneos para introducir droga en Estados Unidos. La población en cuestión estaba mayormente abandonada, ya que hacia años que su calidad de aire fue declarada como perjudicial para la salud por la contaminación de las minas de cobre del lugar, llegando a recomendar a los residentes en su momento que ni siquiera hiciesen deporte al aire libre. Sus hermanos mexicanos al otro lado de la frontera eran gente muy humilde, que convivía con la tentación de ganarse el salario de un mes con tan solo probar suerte y pasar un fardo de cocaína a EEUU, una tentación en la cual muchos caían. Y fue aquí donde la Nomad Linda consiguió hacerse con un terreno más que barato, que entrase dentro de sus limitadísimas posibilidades, y que tan sólo era un pedazo de desierto en medio de la nada, árido, seco, solitario y lleno de pedruscos. Como no podía permitirse viajar atravesando medio Estados Unidos para verlo personalmente antes de formalizar la compra, y además le coincidió con un trabajillo de cinco meses en la otra punta, fue su ya amiga la periodista escritora del libro la que viajo hasta esta localidad para revisar las condiciones de la propiedad in-situ.

Lo más terrible de los Nomads ya no es que sean nómadas forzados en su propio país, que sean miles de pobres de facto en un país que se supone el más rico del mundo, que tengan limitaciones insuperables que para otros son la rutina más habitual, que sigan alimentándose enternecedoramente de sueños cuando su “sueño americano” particular ya les ha saltado por los aires, que tengan que sufrir la discriminación a pesar de estar destrozándose la vida y la salud por poder vivir indignamente pero sin delinquir. Lo más terrible de los Nomads es que todo su esfuerzo diario y toda su lucha es cortoplacista al extremo, además de una batalla totalmente perdida desde el inicio. Su tiempo de precariedad en el fondo es una salida hacia adelante que no les va a durar más que unos pocos años más, puesto que algún día cumplirán lo ochentaytantos, y entonces ni aunque quieran ya no podrán trabajar ni aún por la miseria que les pagan ahora, pero que les permite ir tirando. Y esa perspectiva sin futuro alguno por delante, más que tan sólo más y peores problemas sin recursos ni remedio, debe de ser terrible para alguien que lleva trabajando toda su vida pagando impuestos y cotizaciones contribuyendo a sacar el país adelante. Lo que debe de sentir esta gente es una angustia vital poco digna del final de sus días.

¿Es esto lo que nos espera a todos con la crisis actual, que amenaza con tensionar al extremo la cuerda de la que pende nuestro estado de bienestar?

No piensen que los Nomads es un fenómeno ajeno a Europa, y que en cierta manera es propio de unos EEUU que a veces pecan de extremadamente individualistas y poco sociales. El hecho es que distintos países y sistemas con diseños distintos sistemas lógicamente acaban resquebrajándose por puntos distintos, pero en esencia, aquí o en EEUU, el problema básicamente va a ser el mismo: hay cada vez un segmento más grande de la población que, después de haber llegado al fin de su vida laboral, y después también de haber cotizado y pagado impuestos durante años, cuando ya no están en condiciones de seguir trabajando por motivos de salud, nuestros sistemas ya no van a ser capaces de soportarlos. Y eso no sólo es un problema macroeconómico, sino que también es un drama de dimensión personal, pero de una profundidad tan insondable como la poca ética de los que no deciden atacarlo desde ya y vendernos falsas esperanzas “mágicas” de chistera sin conejo. Como no hagamos nada, veremos surgir Nomads en múltiples países, con una nueva modernidad que serán esos temporeros contratados a sueldo logístico en socioeconomías de servicios terciarias como ya son las nuestras: la precarización siempre encuentra un camino posible en todo modelo productivo.

Por otro lado, Nomadland vuelve a mostrar esa gran capacidad autocrítica de la que a veces hace alarde la sociedad estadounidense, y que no tiene mayor problema en reconocer sus propios defectos, como ya hicieran en el pasado otros filmes elogiables de ácida crítica social como por ejemplo la excelente “American Beauty”. Y a pesar de todos los defectos de la socioeconomía estadounidense, esa actitud de auto-crítica social contrasta escandalosamente como esos países en los que nuestros políticos se nos venden como “ideales de la muerte” y como el summum de la perfección personal, cuando lo que simplemente revelan es un narcisismo infumable, y una prepotencia aderezada con autosuficiencia digna de tesis doctoral en psicología. Es lo que tiene la megalomanía más cruda de los autócratas y populistas, incluso cuando no se la creen ni ellos mismos.

Desde luego esto de la vida de los Nomads como Linda y su modo de vida, no es ya que sea una suerte de economía sumergida (por muy legal que en el fondo sea en EEUU), sino que es auténticamente toda una sociedad sumergida. Una parte de la sociedad ante la que muchos dirigentes e incluso ciudadanos prefieren cerrar los ojos, porque les resulta infinitamente mas cómodo éticamente seguir fingiendo que los Nomads son invisibles y no existen. Pero puede que algunos seres humanos como los Nomads pasen por invisibles ante los ciegos ojos de los más insensibles, sin embargo, lo que ya es realmente inexistente es la ética y la humanidad de los que se limitan a mirar para otro lado donde no les molesta su propia conciencia. Que no les toque nunca a ellos, porque ellos si que se merecerán que otros les ignoren y les miren con el mismo desprecio con el que ellos en su día denostaron a aquellos Nomads que, sin quererlo ni muchas veces merecerlo, simplemente acabaron malviviendo como "ángeles caidos". Si, hasta en el infierno (social) hay ángeles, pero en ese infierno también acaban cayendo desde el cielo otros que siempre fueron tan demonios como los mismos que lo construyeron. ¡Qué mundo éste de carretera que les dejamos a nuestros hijos (y a nosotros mismos para nuestra (anti)jubilación)!

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