¿Hay que despedazar Google y otros gigantes tecnológicos en nombre de la competencia?

El debate sobre si crear mercado es favorecer la competencia, o promocionar el surgimiento de gigantes de marca nacional (y con proyección internacional), siempre ha estado ahí desde que el capitalismo es capitalismo. Pero no es menos cierto que, en los últimos lustros, en los que el dominio de los intereses empresariales supera claramente cotas de décadas anteriores, ese debate ha sido suicida y prácticamente enterrado.

Hoy por hoy, pocos se plantean si habría que despiezar Google, Apple, Facebook o cualquiera de los colosos empresariales tecnológicos que dominan el mundo. Y eso por no hablar de Huawei y de gigantes de países "dictapitalistas", donde ni siquiera tiene sentido planteárselo ni como remota posibilidad. Pero desde la responsabilidad que nos confiere el redactar estas líneas con la proyección más de futuro que les podamos dar, no podemos dejar de abordar un tema más de actualidad que nunca, por mucho que algunos lo hayan enterrado: ¿Deben los colosos empresariales mundiales entrar en la sala de despiece?

Los grandes casos anti-monopolio del pasado fueron épicos, donde hoy son mayormente pírricos

Las autoridades anti-monopolio estaban desde hace algunos lustros bastante tranquilas, especialmente en Estados Unidos. Aquellos casos emblemáticos del siglo XX, especialmente en su recta final por su carácter más tecnológico como el que se emprendió contra Microsoft, han dejado paso a una miríada de casos más bien menores y sin la relevancia y la trascendencia de aquellos. Pero no será por falta de motivos (para nada). De hecho, desde hace ya unos cuántos años venimos advirtiéndoles desde estas líneas de la peligrosa concentración de mercado que en muchos sectores y sub-sectores se está produciendo, especialmente en los relacionados directamente con la tecnología. Y esa concentración en realidad no tiene por qué ser mala per sé, lo malo realmente es lo que suele venir después.

A lo largo de buena parte del pasado siglo, las temidas autoridades de la competencia, que vigilaban celosamente por la libre competencia y por tener un mercado sano, tuvieron siempre polémicas pero muy relevantes actuaciones.

De esta manera, a lo largo del siglo XX hemos asistido a cómo esas temidas autoridades de la competencia levantaron sus armas contra Kodak, una compañía cuyo modelo de negocio tradicional (las películas de fotografía) ya fue declarado obsoleto por la transformación digital, pero que no podemos olvidar que dominó claramente un mercado que en su día (o más bien: en sus décadas) llegó a ser muy lucrativo, y en el cual llegó en muchos momentos a ejercer una posición de dominio con un 96% de cuota de mercado.

Otro renombrado caso tuvo como escenario el entonces pujante sector petrolífero, que tomó el relevo al carbón como principal fuente de energía del planeta. Así, en un sector "caliente" tanto por su surgimiento como por su valor geoestratégico para unos países desarrollados mayormente carentes del preciado oro negro, las autoridades de la competencia actuaron contra la estadounidense Standard Oil, la otrora todopoderosa petrolera que desarrolló su actividad en un sector de marcado carácter estratégico en su momento (y aún a día de hoy).

Más recientemente, ya a finales del siglo XX, y mucho más relacionado con el tema de hoy puesto que las operadoras eran las tecnológicas por excelencia del momento, está el caso de AT&T. Las operadoras telefónicas habían sido asumidas por los estados como monopolios naturales, tanto por el carácter estratégico que las comunicaciones tenían en la "Sociedad de la Información" que nacía ya al final del siglo XX, como por su papel fundamental en labores de confidencialidad y de espionaje en un momento en el que la Guerra Fría estaba todavía muy presente.

Pero el monopolio tocó a su fin, y las autoridades de la competencia decidieron que había que abrir el mercado, para lo que fueron dividiendo a la todopoderosa operadora telefónica a lo largo de las dos últimas décadas del pasado siglo. En una primera fase, en los años 80, obligaron a la compañía a subdividirse en dos partes: la que se quedaba con la marca AT&T y que iba a ser una mera operadora de larga distancia, y las denominadas "Baby Bells" que se quedaban con la telefonía local. Unos años más tarde, ya en los años 90, se obligó a la compañía a escindir al fabricante de equipos de telecomunicaciones, rebautizado como Lucent Technologies (hoy Nokia). Lucent Technologies incluía los emblemáticos Bell Labs, en los que se inventaron entre otras muchas cosas el teléfono, el transistor, el láser, la fibra óptica, el lenguaje C o el sistema operativo Unix (en el que se basan Linux, Android y MacOS): allí se sentaron muchas bases de nuestra tecnología y progreso actual.

Los monopolios también pueden innovar, el problema es el ritmo potencial de progreso

Y algunos dirán que los grandes (grandísimos) inventos anteriores de los Bell Labs demuestran cómo en un escenario de monopolios también puede llegar a haber innovación. Razón no les falta, el tema es que, para maximizar el ritmo de progreso, esa innovación también hay que maximizarla, y un monopolio surte un cierto efecto limitante. A la vista está la velocidad de progreso exponencial que la "Sociedad tecnológica" ha adquirido desde su advenimiento, que ha coincidido con un aperturismo económico y en términos de competencia especialmente relevante en el sector tecnológico.

Y para aquellos a los que este breve preámbulo histórico-socioeconómico les haya parecido algo irrelevante, simplemente les hago notar la gran influencia que esa liberalización y esa democratización de la tecnología ha tenido en todo el progreso tecnológico que hemos alcanzado a día de hoy, sin el que nuestra sociedad no sería ni mucho menos lo que es. Y ahí el papel de las autoridades de la competencia no sólo ha sido determinante, sino decisorio y definitorio. Les hemos analizado aquí todo el contexto porque consideramos fundamental abordar este tema tratando de aprender del pasado, para actuar en el presente, y así mejorar el futuro: ése es y no otro el camino más corto al futuro más disruptor con el progreso tecno-socioeconómico por bandera.

Algún día el límite del progreso lo pondrá la incapacidad de la mente humana y la civilización de asumir un ritmo de progreso superior a cierto umbral aún por alcanzar, pero del que cada vez estamos más cerca. Y no lo digo sólo por las capacidades naturales humanas (que también), sino principalmente a nivel socioeconómico. La formación de las nuevas generaciones de expertos, el asumir socialmente nuevas tecnologías y su uso, el ir desarrollando tejido productivo, y otros tantos factores de carácter no tecnológico, tienen también su gran influencia sobre la sostenibilidad del ritmo del progreso socioeconómico de cualquier sociedad y cualquier civilización.

Pero hasta que llegue ese día en el que alcancemos ese techo de nuestra capacidad de progresar, debemos mientras tanto seguir maximizando nuestro ritmo de progreso. Lo contrario supondría perder un claro coste de oportunidad, y ya veremos si para cuando nos acerquemos a ese límite, tal vez éste se aleje ante la llegada de un nuevo tipo de superhombre con capacidades intelectuales extraordinarias diseñadas genéticamente que influyan decididamente sobre nuestra capacidad de adopción y evolución tecnológica.

Como habrán podido comprobar con la pequeña historia de la competencia anterior, a menudo las actuaciones de las autoridades de la competencia vienen inevitablemente localizadas en aquellos sectores económicos "más calientes", en los que se crean nuevos sub-sectores muchas veces de la nada, y de donde surgen nuevos gigantes con un claro dominio del mercado, y muchas veces ejerciendo prácticas potencialmente abusivas para eliminar la competencia. Vamos, un clásico escenario calcado al que estamos viviendo de forma masiva en la actualidad, no en uno, sino en varios de los sub-sectores económicos surgidos al calor de la "Sociedad tecnológica" y que, si bien algunas veces no crean nuevos mercados propiamente dichos (la mayor parte de las veces sí que lo hacen), sí que están transformándolos hasta el punto de hacerlos irreconocibles.

Y Europa de nuevo se erige como nuevo líder mundial en otro aspecto socioeconómico clave como la libre competencia, tras la escandalosa ausencia de EEUU

No se puede negar que, en realidad, Europa nunca había aspirado a desempeñar ningún papel protagonista, en un sistema y con un panorama internacional en el que se veía más bien en el lugar de fiel acompañante de un Estados Unidos que era el líder indiscutible del mundo desarrollado. Pero como ya les analizamos en "Trump está a punto de paralizar el comercio mundial, pero otra superpotencia toma el relevo del liderazgo: Europa", esa Vieja Europa que en realidad echa mayormente de menos a su ex-compañero EEUU, tampoco se resigna a adoptar una actitud segundona y sumisa ante la clara falta de liderazgo que hay actualmente en este mundo cada vez más regionalizado. Así, en el tema de hoy, ante la (hasta ahora) escandalosa omisión de las administraciones estadounidenses, Europa también ha decidido asumir su papel más idealista del capitalismo, y lleva ya varios años imponiendo la libre competencia a base de multas para proteger el mercado.

Especialmente desde que la decidida comisaria de la competencia Vestager puso un pie en las oficinas de su nueva responsabilidad en Bruselas, esta mujer ha llevado a nivel internacional la iniciativa en múltiples campos que sus predecesores habían venido eludiendo (en el mejor de los casos). Ahí donde otros no entraron, ella no dudó en abordar valientemente espinoso a asuntos desde apenas su nombramiento y hasta sus implicaciones últimas, fuesen las que fuesen tras el estudio de rigor que precede a toda resolución pro-competencia.

Así, la danesa Vestager ha abanderado la economía de mercado más idealista y a favor de la competencia, y ha impuesto varias sonoras multas (incluso milmillonarias) a diversas empresas. Inevitablemente, los gigantes estadounidenses se han visto perjudicados por las iniciativas en favor de la competencia de Vestager, con la correspondiente visceralidad desatada por el horrorizado presidente Trump, que lo vio (¡Cómo no!) como una simplista agresión comercial, la cual incluso amenazó airadamente que tendría un contra-ataque, según ya les analizamos en su día. Pero Vestager demuestra que su objetivo es un mercado sostenible en el sentido más pleno y largoplacista, puesto que ha repartido "a diestro y siniestro". De hecho, lo suyo les ha hecho sufrir también a algunos grandes "trusts" compuestos por empresas europeas que cayeron en prácticas monopolísticas. A Vestager no le tiembla el pulso, ni con las todopoderosas GAFA estadounidenses (Google, Apple, Facebook, Amazon), ni tampoco con el motor europeo que es el sector automovilístico (y en especial el alemán).

Y últimamente esas iniciativas pro-competencia europeas han puesto su punto de mira sobre el sector tecnológico

Fue desde Bruselas desde donde se inauguró mayormente la temporada de administración de correctivos al sector tecnológico. Primero fue la milmillonaria multa a Apple, que ascendió a la abultada cifra de 14.300 millones de euros. También tuvieron lugar las sucesivas multas a Google por importes de 2.420 millones de euros por su posición dominante con Shopping, la posterior multa de 4.340 millones por instrumentalizar Android para consolidar su dominio en las búsquedas, y finalmente 1.490 millones de euros acusada de prácticas abusivas con sus servicios de publicidad online: ello hace un total de unos tampoco nada desdeñables 8.250 millones de euros.

Y finalmente ahora las autoridades europeas hacen toda una declaración de nuevas intenciones, al iniciar una nueva investigación sobre posibles abusos monopolísticos de Amazon. Realmente, Bruselas está investigando uno por uno a todos los gigantes del sector. Y para ser justos y no adelantar acontecimientos, perfectamente este nuevo caso de las autoridades de la competencia europeas puede resultar en una resolución negativa, pero en todo caso supone toda una declaración de intenciones de por dónde van seguir yendo las políticas pro-competencia de Bruselas.

Algunos a buen seguro que se rasgan las vestiduras ante lo que consideran una injustificada injerencia de Bruselas en un mercado que "se auto-regula a sí mismo", y desde ciertos sectores incluso se llega a acusar a Bruselas de un mero afán recaudatorio. Desde estas líneas no estamos de acuerdo con esa percepción, creemos que lo correctivo es precisamente preventivo, y que busca evitar males mayores tanto para el conjunto del mercado como para las propias empresas multadas. Aunque sólo sea por el efecto disuasorio que este tipo de iniciativas regulatorias suponen sobre el conjunto del mercado, el "aviso a navegantes" es ya de por sí muy efectivo y eficaz.

Pero de la mano de la tendencia liderada por Europa, ahora el debate por fin resurge con fuerza también en Estados Unidos

Pero en realidad, noticias recientes apuntan a que el tema que les adelantamos desde aquí hace años sobre los posibles nuevos monopolios tecnológicos debe de ser ya muy serio. Ahora ya son incluso las propias autoridades de EEUU las que se han dado cuenta del trasfondo y las implicaciones últimas de un asunto que se les puede acabar yendo de las manos, dañando severamente el mercado. Así, las autoridades de aquel país han pasado de poner el grito en el cielo ante las acciones tomadas por Europa, a emprender acciones similares.

De hecho, según informaba el Wall Street Journal unos días antes de escribir este artículo, el propio Departamento de Justicia de los EEUU está ahora preparando una investigación anti-monopolio en torno a Google y otras grandes tecnológicas, un extremo que finalmente se vio confirmado ayer mismo, y que justificó obviamente editar el presente análisis. Vamos, que en este tema Europa claramente ha tenido visión de futuro y ha llevado la delantera, y ahora sus acciones preventivas se demuestran como poco totalmente fundamentadas, donde antes no se consideraban ni de lejos como tales, sino incluso como una desafiante agresión comercial. Y el debate en EEUU ahora ya trasciende incluso el ámbito de las meras autoridades regulatorias, y es la socioeconomía en general la que se pregunta si habría que romper con la alta concentración de poder en el mercado.

Y no duden de que, naturaleza humana (de algunos) mediante, concentración es (casi siempre) ineludible compañera de viaje de monopolio de facto y de prácticas anti-competencia. Como ya decían los grandes (grandísimos) clásicos griegos: "Si quieres conocer a alguien, dale poder". Pues bien, cuando hay empresas que concentran una parte mayoritaria del mercado, y acumulan su buena dosis de poder, entonces es cuando aflora esa inevitable naturaleza humana en algunos de sus ejecutivos. Ése y no otro es el momento clave de todo este asunto, porque es en ese brete cuando los ejecutivos éticos han de detectar tempranamente a los anti-éticos y anti-competencia, y hacer valer sus valores empresariales más idealistas, protegiendo en los plazos más largos a su propia empresa, además de a sus clientes.

Un cliente cautivo es un cortoplacista objetivo a conseguir para algunos directivos con más prepotencia que visión de futuro. Pero esto es como una pareja: "lo importante no es que estén contigo, sino que tú seas con el que quieren estar". Esto pueden parecerles obviedades, pero les aseguro que para nada lo son, al menos no para una parte importante del panorama empresarial. Al pasado (y al futuro) me remito, porque no duden de que en la Historia Económica volveremos a ver repetirse una y otra vez situaciones del pasado como las prácticas monopolísticas. Y es ahí, en los casos en que los mecanismos internos de las propias empresas ya han podido llegar a fallar, donde ineludiblemente debe intervenir el regulador estatal, al que no debería pesarle otra cosa más que el futuro del mercado y de los ciudadanos.

Las leyes anti-monopolio no están ahí para "fastidiar" a las empresas, sino para crear un mercado sostenible en todos los aspectos, para fomentar la competencia, y para que esa competencia de traduzca en una buena dosis de innovación que revierta en la sociedad y en los ciudadanos. Romper monopolios de facto no es ninguna política anti-empresarial, es más, en realidad es todo lo contrario: en los plazos más largos, fomenta la biodiversidad en los ecosistemas empresariales, y con ello romper monopolios se debe calificar claramente de una política pro-mercado, pro-empresas, y pro-ciudadanos.

Pero el mercado es el mercado, y hay veces que los agentes socioeconómicos más responsables deben sacar a relucir los principios más idealistas del capitalismo: precisamente ésos que lo hicieron un modelo de éxito que nos ha traído décadas de prosperidad y desarrollo a no pocos países en particular, y a buena parte del mundo en general. En el supuesto de que las leyes más idealistas del mercado acaben imperando para beneficio de todos, lo cual no se puede dar nada (pero nada) por sentado, sólo los gigantes más éticos sobrevivirán intactos (remarco el "más" éticos, que no quiere decir que lo sean totalmente).

Pero en la época de las mediáticas guerras comerciales, y del poder empresarial sin cortapisas en detrimento del poder de los ciudadanos, la combinación de estos dos factores hace que sea muy apetecible para los políticos del corte actual el dejarse llevar por la inercia socioeconómica. Así muchas veces hacen la vista gorda ante unos colosos empresariales que resultan también muy útiles (y centralizadamente manejables) como instrumento socioeconómico, (e incluso como arma de guerra comercial.

El tema de la libre competencia tecnológica es clave para el futuro del sector y... de la "Sociedad tecnológica" como tal

Como habrán podido concluir de las líneas anteriores, desde que la tecnología ha sido liberalizada y abierta a la competencia hace unas décadas, hemos asistido a ver cómo los ecosistemas tecnológicos de los países desarrollados que han abrazado la liberalización del sector se han enriquecido muy prolíferamente. Ello ha redundado en innumerables innovaciones y avances tanto tecnológicos como socioeconómicos, con los que antes ni siquiera podíamos soñar, y menos aún al ritmo frenético de avance al que los estamos consiguiendo.

No hace falta que les recuerde los tiempos en los que el acceso a la tecnología era un privilegio reservado a unos pocos ciudadanos que trabajaban en la administración o en grandes multinacionales, lo cual limitaba tanto la formación técnica de los individuos, como el progreso general de la sociedad. En los 80 tener un simple PC era una auténtica inversión accesible a unos pocos que se decidían a hacer el esfuerzo, y a principios de los 90 tener un teléfono móvil era todo un lujo reservado para personal crítico, que tenía que estar permanentemente localizado.

Aquellos tiempos no les digo que vayan a volver; no, la "Sociedad tecnológica" está ya demasiado desarrollada y supone un gran negocio como mercado de masas, y eso por no hablar de cómo la futura "Sociedad técnica acenturará más todavía ese hecho. Pero no es menos cierto que en la actualidad, según ya les hemos advertido en otras ocasiones, el panorama del sector más clave de nuestras socioeconomías, el tecnológico, presenta una clara y altísima concentración. Y esta concentración sucede tanto en términos globales con las todopoderosas GAFA, como a nivel de sub-sectores, donde mayormente la sub-especialización casi extrema y el progreso exponencial hacen que haya casi un único jugador dominante en cada mercado.

Actualmente asistimos a una nueva efervescencia empresarial del sector tecnológico, en la cual se está configurando la futura realidad del sector. En el escenario actual, esa futura realidad pasa por unas pocas grandes empresas tecnológicas dominando sus respectivos mercados, y con la naturaleza humana inevitablemente por bandera, esas empresas corren el riesgo de acabar cayendo en prácticas monopolísticas que limiten la tan necesaria competencia.

El aperturismo a la competencia que las autoridades visionariamente ejecutaron hace unos lustros ha tenido un papel fundametal en todo lo que hoy disfrutamos, al menos en el grado en el que lo hemos conseguido, y hablamos tanto de grado de avance como de penetración y de democratización de una tecnología que hoy en día en más para todos que nunca antes en la Historia. Eso ha sido gracias a la visión que en otro tiempo tuvieron autoridades de la competencia como la que representa Vestager hoy.

Desde estas líneas, realmente no podemos ser pretenciosos y afirmarles con contundencia si ha llegado ya el momento de empezar a despiezar gigantes tecnológicos. Ésa es una conclusión a la que sólo pueden llegar los expertos en competencia de las autoridades competentes (valga la redundancia). Lo único que desde aquí consideramos seguro es que, en el mismo preciso instante en que esos gigantes empiecen a tratar de abusar de su posición de dominio para exterminar a la competencia, en vez de competir justamente con ella, es entonces cuando será el momento de abrir la sala de despiece: de ellos mismos depende. Y no se equivoquen, tal vez la mejor solución no sea un despiece como tal, y se limite a una composición determinada, que por ejemplo obligue a Google a tener un algoritmo de resultados de búsqueda abierto y absolutamente ecuánime, que impida a Amazon a promocionar sus productos propios frente a terceros, o a Facebook a abrir su plataforma vía APIs y permitir la interoperabilidad con otras redes sociales. Opciones hay muchas aparte del mero despiece.

Y mientras tanto, los agentes socioeconómicos más imparciales debemos estar vigilantes, esperar y ver, recordando que, al igual que se puede hacer realidad un mercado en el que "de aquellos polvos estos lodos", si fomentamos la creación de un mercado virtuoso, ese funesto refrán se convertirá en un positivo "el que siembra, recoge". Hoy estamos recogiendo los frutos de lo que nuestros padres de la competencia sembraron en los ochenta y noventa, así que seamos igual de visionarios que ellos, superemos los siempre existentes intereses creados, y sembremos hoy el futuro del que nuestros hijos disfrutarán mañana.

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