La Globalización entra en su nueva fase al ralentí: bienvenidos a la 'Slowbalisation'

La Globalización entra en su nueva fase al ralentí: bienvenidos a la 'Slowbalisation'
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“The Orb”. “The Globe”. “Globalization”… son todo diferentes acepciones para un mismo concepto: esa globalización que entrelazó (casi) todas las economías del planeta, y que luego fue objeto de las iras de aquel presidente Trump. Él desató esas iras durante la campaña electoral que le llevó finalmente a la Casa Blanca.

Sea porque la globalización ya no es lo mismo sin el empuje de Estados Unidos tras la guerra del “aranceles para todos”, sea porque “The Orb” (o “El Orbe”) era en realidad mucho más pequeño de lo que pensábamos, o sea porque la globalización haya podido acercarse a sus límites potenciales, lo cierto es que ésta ha perdido mucho empuje. Hasta tal punto es así que hoy en día los medios hablan de que estamos en la “Slowbalization”, haciendo referencia a su progresivo y evidente enlentecimiento.

¿Qué ha pasado para que aquel “The Globe” se quedase en tan sólo un “The Slow”?

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La naturaleza de la otrora pujante Globalización era la de extender la economía de mercado hasta el último rincón del planeta. Fue una extensión totalmente intencionada, con uno de sus principales motores en la avidez por encontrar mano de obra barata. En demasiados casos, esta reducción de costes sirvió mayormente para disparar los márgenes, pero para mantener muchos precios. Obviamente, esto no ocurrió con los productos chinos y de otros países que empezaron a ser importados “en vena”, e inundaron nuestros mercados.

Aparte de lo anárquico e insostenible de este proceso (que adelantamos hace años), con la globalización llegaron las interdependencias socioeconómicas con nuevos proveedores y nuevos mercados, pero también la deslocalización masiva de muchas industrias. Tal y como ya analizamos en “El American Dream está roto y por eso los americanos votan a Trump: "Es la economía, estúpido”, las sociedades occidentales sufrieron socioeconómicamente (hasta el extremo en ciertos lugares). Una parte no despreciable de este sufrimiento se debió en buena medida a lo anárquico de esa deslocalización, con el consiguiente surgimiento de un resquemor popular, del que la globalización fue el principal blanco de todas las críticas.

Trump canalizó ese profundo descontento social, y se aupó al poder ayudado por las nuevas herramientas sociales disponibles para segmentar ciudadanos, pudiendo dirigir mensajes de forma casi personalizada. Algunos además defienden que contó para ello con inestimable “ayuda”. Sea por lo que fuere, el hecho es que fue Trump quién abanderó la destrucción del multilateralismo, distanciándose así de una filosofía socioeconómica que siempre había estado en el punto de mira de los que pasaron a ser sus nuevos ”amigos”, y virando 180 grados el que hasta entonces había sido el rumbo de los Estados Unidos.

Es cierto que la “Slowbalization” ha pisado el freno y se ha vuelto realmente lenta…

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No les puedo negar que el ritmo de la globalización era insostenible, ni su carácter anárquico y sin la más mínima planificación. Tampoco les puedo negar que toda tendencia socioeconómica tiene sus límites materiales y temporales. Ni siquiera les puedo negar que tal vez hubiese sido mejor que no hubiese ocurrido (al menos en los anárquicos términos en los que se abordó). No, no voy a hacer aquí juicios de valor sobre algo que realmente resulta ser de una naturaleza casi inabarcable, incluso con las cifras del Banco Mundial en la pantalla. Lo que vamos a analizar hoy es el tenue pulso actual de esa “Slowbalization”, y a dónde nos puede acabar llevando a todos.

Como hace unas semanas publicó la reputada revista “The Economist”, la Globalización ha perdido mucho gas, hasta el punto de que para referirse a ella adopta el término acuñado por un autor holandés de “Slowbalization”. Tampoco nos vamos a parar a analizar pormenorizadamente el ritmo actual de aquella la ex-pujante Globalización. Me limitaré a aportarles algunos de los datos demostrativos publicados por The Economist (fuente fiable donde las haya).

The Economist empieza alertando de no caer en la bienaventuranza injustificada, y en contentarse con unos datos de 2018 que muestran cómo el crecimiento global en 2018 fue aceptable, se incrementaron los beneficios empresariales, y el desempleo se redujo. En un contexto menos de economía global y más de globalización, la publicación británica recuerda además que aún quedan algunos motivos para el optimismo más globalizador, con un presidente Trump que ha firmado un nuevo acuerdo de libre comercio con México y posteriormente con Canadá, y que también se baraja que su guerra comercial con China pueda estar tocando a su fin. Puede incluso que la suya haya sido tan sólo una estrategia planificada para tensar la cuerda para obtener contraprestaciones económicas del gigante comunista (tal y como les analizamos desde estas líneas), y que no quiera acabar realmente con la Globalización.

Pero hay otros datos que ofuscan con creces ese aliento para el optimismo más globalizador. Como apunta The Economist, las crecientes tensiones comerciales suponen un claro punto de inflexión respecto a la tendencia que vivimos hasta la crisis subprime. Desde entonces, la inversión transfronteriza, los préstamos bancarios, y las cadenas de aprovisionamiento apuntan todos a una clara contracción o, en el mejor de los casos un evidente estancamiento cuando se los compara con la evolución del PIB mundial.

Hay otros motivos coyunturales también, como el frenazo de la reducción del coste del transporte internacional y de los costes de telecomunicaciones, el resurgimiento de los aranceles, o el cambio de panorama en la liberalización del sistema financiero. También en el estancamiento del comercio más globalizador está influyendo el hecho de que China se ha vuelto mucho más autónoma en sus procesos productivos, e importa menos del exterior porque ya no tiene que recurrir a su vez a importar (casi) todo y simplemente poner mano de obra y plantas manufactureras (para acabar exportando al mundo más desarrollado sus productos finales).

El sector servicios supone un claro límite de saturación para la Globalización

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A todos estos factores, un servidor además añadiría el que posiblemente sea el más importante: el nivel alcanzado en la saturación de la propia tendencia globalizadora. Efectivamente, toda tendencia socioeconómica, muchas veces también presas incluso de las modas, tiene un surgimiento, una época de esplendor, una ralentización y un posterior ocaso (el orden ha de respetarse, pero antes del ocaso puede haber más idas y venidas).

Ninguna tendencia socioeconómica puede por definición mantenerse de forma sostenida en el tiempo ad-infinitum. Todo tiene ritmos variables, modas pasajeras, niveles de saturación pasados los cuales la tendencia carece ya de sentido, etc. La clave del tema de hoy es si esta “Slowbalization” es simplemente un caso de “parada y fonda”, o si por el contrario es el principio del ocaso de la Globalización como tal.

Como uno de los factores que pueden estar contribuyendo a esa saturación, está el hecho de que la deslocalización y el sustituir comercio local por comercio internacional obviamente tienen un claro límite material, aunque sea el extremo teórico de reducir el comercio local a cero. Y por ello las economías occidentales tienen ya de por sí un claro punto de saturación de la Globalización, que está en la inevitabilidad de que se pueda deslocalizar (por ahora) el sector servicios de forma masiva.

Efectivamente, tras haber deslocalizado fábricas y líneas de producción por doquier, sin embargo el sector servicios es actualmente el que más peso tiene en las economías más desarrolladas del planeta. Y así será inevitablemente, al menos hasta el momento en que todos acabemos viviendo en un mundo virtual. Lo cierto por ahora es que el sector servicios necesita mayormente de mano de obra local (algo que a largo plazo cambiará también con la tercera y más disruptiva ola de la globalización). Pero por el momento, es éste y no otro el terciario límite más claro de la Globalización, y podríamos haberlo tocado ya en un cóctel explosivo agitado con la insostenibilidad socioeconómica de la propia deslocalización.

Pero no es sólo el límite de saturación: también son los bandazos de las políticas económicas

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Como les introducíamos antes, también en economía hay tendencias pasajeras, que vienen y van, se hacen y se deshacen, para acabar dejándonos en el punto de partida. Muchos políticos (y también muchos ciudadanos) se quedan más tranquilos simplemente teniendo la mera sensación de estar avanzando hacia algún lado, sin ser plenamente conscientes de que, a lo largo de las décadas, en realidad estamos remando en círculos. Esto parece más un recurrente crucero vacacional que un viaje con un origen y un destino claros.

Así, los ciudadanos como masa a veces creemos ver el avance donde en realidad sólo hay involución, y a los políticos les pasa lo mismo (o simplemente se dan cuenta del punto débil en la percepción de los ciudadanos y lo explotan). Así acabamos asistiendo al penduleante espectáculo económico de ver cómo unas décadas más tarde alguien se pone a deshacer lo que alguien hizo décadas atrás. Esto es más previsible que el “Péndulo de Foucault”: ¡Si Umberto Eco levantara la cabeza!

Así asistimos de nuevo a la moda de volverse de nuevo proteccionistas política y económicamente, y no sólo de aranceles va la cosa. Los mercados se están volviendo también evidentemente más proteccionistas y endogámicos, transformando la realidad económica mundial en aquellas grandes zonas económicas definidas en su día por Orwell en su visionaria novela 1984.

La tecnología es el sector que supone la mejor muestra de ello. Independientemente de que desde aquí hayamos reclamado por activa y por pasiva la regulación de la “Data Economy”, lo cierto es que, si bien hay iniciativas por ejemplo europeas muy encomiables en este sentido, no es menos cierto que el tema tecnológico se está usando en muchos casos como caballo de batalla y arma defensiva, a su vez ante la instrumentalizacíón de la tecnología por parte de terceros para lograr la conquista técnica.

Tampoco ayuda a ello la creciente desconfianza entre superpotencias socioeconómicas, muy lógica tras escándalos de privacidad y el espionaje a gran escala, que ya son tan habituales como la propia naturaleza de los datos de nuestro día a día. Por sus datos los conoceréis, y por cómo de bien los conozcáis podréis dominarles.

Más allá de la película que exhiben las cifras actuales…

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Pero como bien apunta The Economist, las cifras actuales que arrojan las tendencias globalizadoras muy probablemente sólo van a ir a peor. El impacto de la nueva era de aranceles que inauguró el presidente Trump todavía no ha demostrado ni de lejos su pleno impacto en las economías del planeta. Para empezar, su imposición ha sido escalonada a lo largo de todo 2018, por lo que habrá que evaluarlo en un año completo.

Y por otro lado, sus nocivos efectos sobre el comercio mundial y sobre el bolsillo de los consumidores (no duden que al final siempre son los que acaban pagando) se han visto por ahora amortiguados. Un efecto amortiguador ha venido porque las empresas han ido haciendo acopio de suministros ante la inminente subida de los aranceles, y se les van acabando y tienen que pagar ya la tarifa completa. Efectivamente, todo apunta a que estamos asistiendo a unos efectos que se van a seguir intensificando en diferido.

Pero muchas cosas han cambiado al calor de la Globalización, y aun en el supuesto de que estemos asistiendo a su reversión (extremo que estaría por confirmar), lo cierto es que nuestro mundo nunca volverá a ser el mismo. De la mano de esa Globalización, han surgido claras potencias transnacionales, con superpotencias que se han erigido en líderes de sus respectivas zonas económicas. Así, vemos como aquel mundo visionario del 1984 de George Orwell que les decía antes ha venido para quedarse.

De la Globalización a la realidad socioeconómica mundial esbozada por George Orwell

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Es inevitable que la Globalización no pueda ser revertida de un plumazo, pues en el actual contexto global (casi) ningún país puede sobrevivir por sí mismo, y depende de terceros tanto para aprovisionarse como para vender. El Brexit va a ser un desastre porque mayormente ha obviado este hecho y su enorme dependencia de Europa, que es su mayor socio comercial. El orgullo de los Brexiteers no les ha permitido ver que ya ninguna soberanía económica reside exclusivamente en un país. Todos dependemos de todos sin remedio, tras una Globalización que ha imbricado lazos económicos.

Pero hay un punto intermedio entre el proceso involutivo de la Globalización y esa dependencia por la que ningún país es ya capaz de producir sin el resto, tras un evidentemente beneficioso (en términos de costes) proceso de especialización nacional, por el que se erigen líderes de mercados con una clara predominancia de ciertos países en cada subsector. Las economías se unieron, pero las fronteras evidentemente han permanecido, y ahora a los políticos les da por hacer valer a las segundas sobre las primeras.

El punto intermedio del que les hablaba está en que las áreas económicas más internacionales van a acentuarse todavía más, y aunque el comercio global pueda caer entre ellas, lo cierto es que esas áreas socioeconómicas lideradas por una superpotencia van a acentuar su carácter más endogámico, así como su dependencia del que es ya el gran líder regional. Es el caso de EEUU en América, de China en Asia, o de Australia en Oceanía y la parte del sudeste asiático más próxima a la isla-continente. En la novela de Pequeño, Europa como tal realmente no era una superpotencia independiente, y se englobaba dentro de aquella Eurasia cuyas aspiraciones pueden estar escondidas tras las claras intenciones de destruir la Unión Europea.

Y el auge de las cifras de comercio intrarregional aportadas por The Economist apuntan en esta dirección. Al contrario de lo que muchos podían esperar en Estados Unidos, por ejemplo probablemente no vayamos a ver una China más débil, sino tal vez más fuerte (con permiso de que no la “tire abajo” el pinchazo de su particular burbuja), ejerciendo un dominio intrarregional hegemónico e indiscutible. Su área de influencia se extenderá por toda la región asiática. Realmente, aquí el gran perdedor sería un EEUU que en los años 90 y 00 era el indiscutible líder mundial del capitalismo, y que ahora ha pasado a ir cediendo terreno, para dar paso al surgimiento de líderes regionales que se permiten mirarle desde su misma altura.

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La pregunta clave es si el mundo será un mejor lugar para vivir en un contexto regional que en uno globalizado. Hay que considerar que, en un contexto globalizado, si bien había un hegemónico occidente con EEUU a la cabeza (y Europa en segunda posición como aliado), había un cierto consenso global entre diferentes países. Había un complejo juego de intereses en el que, independientemente del claro dominio de ciertos actores, la mayoría tenía su parte de capacidad de influencia multilateral. Sin embargo, en un mundo “regionalizado” al límite se va a extender inevitablemente el modelo de tu respectivo líder regional.

Está por ver qué ocurrirá con democracias avanzadas como Japón o Corea del Sur ante el claro dominio de un país “dictapitalista” como China. De la pobre África mejor ni hablamos, porque lejos de ser una superregión con entidad propia, todo apunta a que de nuevo su riqueza natural será su sentencia, y que muy probablemente se verá bajo el dominio de una China especialmente ávida de materias primas. Y también está por ver qué será de esta Vieja Europa que están tratando de que haga aguas por todos los lados. Si Europa sobrevive como superpotencia con entidad propia, los valores más europeos prevalecerán. Si no lo conseguimos, mejor apagamos la luz (en todos los sentidos). Y muchos pensaron que aquello del 1984 de George Orwell era sólo un Reality Show, y lo que en verdad era es un baño de realidad en diferido...

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