Uno de los sesgos más persistentes en la percepción humana es el que afecta a nuestra posición dentro de la escala de ingresos. No importa cuánto ganemos, es habitual creer que estamos peor situados de lo que realmente estamos.
Esta percepción influye en nuestras decisiones políticas, económicas y personales, y se alimenta tanto del desconocimiento como de la desigualdad real.
Una imagen como la que compartimos a continuación, captura este fenómeno de forma especialmente reveladora. Compara el ingreso relativo real con la percepción del mismo y se observa una desviación sistemática: la mayoría de los puntos están por debajo de la línea diagonal que marcaría una percepción perfectamente ajustada.
Esto indica que muchas personas creen que ganan menos que el promedio cuando, en realidad, están mejor posicionadas de lo que suponen.
El sesgo en la percepción de ingresos
El gráfico muestra la relación entre el ingreso relativo real y el percibido en una muestra de más de 1.200 personas. Cada punto representa el promedio de percepción para distintos niveles reales de ingreso.
La línea diagonal de 45 grados representa el caso en el que la percepción coincide exactamente con la realidad. Todo punto por debajo de esa línea indica una percepción subestimada: individuos que creen estar más abajo en la jerarquía de ingresos de lo que realmente están.
Lo que llama la atención es la fuerte concentración de puntos por debajo de esa línea en la mitad baja y media de la distribución. Incluso personas con ingresos medios (por ejemplo, en el percentil 50) tienden a ubicarse mucho más cerca del percentil 30 o 40 en sus percepciones.
Es decir, la mayoría cree que está peor que la media, lo que estadísticamente es imposible. Solo en los percentiles más altos se observa que algunos tienden a sobrestimar su posición, aunque estos casos son menos frecuentes.
La ilusión de estar por debajo del promedio
Este fenómeno se puede explicar en parte por la comparación social. Las personas no tienen una visión clara de toda la distribución de ingresos de su país, sino que juzgan su situación en relación con su entorno inmediato. Si la mayoría de las personas con las que interactúan ganan más, la sensación de estar por debajo se amplifica.
En zonas urbanas, por ejemplo, es más probable convivir con personas de ingresos altos o medios-altos, lo que puede generar la percepción de estar siempre por debajo, incluso cuando objetivamente se está en la media o por encima.
A esto se suma el efecto de los medios de comunicación y las redes sociales, que amplifican la visibilidad de los estilos de vida más acomodados, reforzando la idea de que uno no alcanza el nivel de los demás.
Menos desigual de lo que creemos, pero aún con brechas significativas
En el caso de España, el Instituto Nacional de Estadística ofrece datos detallados sobre la distribución de ingresos. Según la última Encuesta de Condiciones de Vida (ECV), el ingreso medio por persona en 2023 se situó en torno a los 13.100 euros anuales. Aun así, muchas personas con ingresos muy cercanos o incluso superiores a esa media creen estar en los tramos más bajos.
El 20% más rico de la población concentra aproximadamente el 37% del ingreso total, mientras que el 20% más pobre apenas alcanza el 7%. Esto revela que, si bien existe desigualdad, no es tan extrema como en otros países desarrollados, aunque la percepción pública suele ser mucho más pesimista.
Además, informes como los del Observatorio Social de “la Caixa” destacan que la movilidad intergeneracional en España es relativamente baja, lo que significa que nacer en una familia de ingresos bajos tiende a condicionar las oportunidades a lo largo de la vida. Esto refuerza la sensación de que “estés donde estés, no puedes subir”, incluso cuando los datos sugieren que muchas personas están en posiciones mejores de lo que creen.
Por qué es importante ajustar nuestra percepción
Cuando una sociedad tiene una percepción distorsionada de su propia distribución de ingresos, las políticas públicas pueden diseñarse sobre una base errónea. Si todos creen que están por debajo, se genera una presión generalizada por redistribuciones que no necesariamente alcanzan a los verdaderamente necesitados.
Además, desde el punto de vista psicológico, esta percepción sesgada genera insatisfacción crónica, falta de confianza en las instituciones y en el propio progreso personal. Muchas personas viven con la sensación de estar “atascadas”, cuando en realidad forman parte del segmento medio o incluso alto de la distribución.
Corregir esta distorsión requiere mayor transparencia, mejores herramientas de comunicación de datos y educación financiera. Es fundamental que los ciudadanos comprendan cómo se distribuyen realmente los ingresos en su país, qué significa estar en el percentil 30, 50 o 80, y cómo se sitúan en ese mapa.
Visualizaciones como la del gráfico anterior, sirven como herramientas para tomar conciencia de este desfase entre percepción y realidad. Nos obligan a mirar con nuevos ojos nuestras circunstancias y las del resto de la población, desmontando algunos mitos que muchas veces parecen incuestionables.
La desigualdad es un problema real, y debe ser combatido con políticas eficaces. Pero también lo es el desconocimiento generalizado de cómo funciona la distribución del ingreso.