La gentrificación podría estar perjudicando la economía de Nueva York

Manhattan, West Village, Chelsea, Tribeca, SoHo, Brooklyn, Fifth Avenue… muchos de los barrios de la Gran Manzana que es Nueva York les suenan a propios y extraños. No se trata de una macrourbe más: Nueva York siempre ha sido y sigue siendo la referencia entre las grandes metrópolis del planeta. Y lo es en múltiples facetas como sus disruptivas tendencias callejeras en moda, sus bandas musicales, su gestión urbana y sus retos de población masiva, su red de transportes urbanos, su gestión de la criminalidad, etc. etc.

Pero hay muchas luces arrojadas desde la a veces llamada “Capital del Mundo”, y también hay algunas sombras que pueden llegar a tener un alto impacto socioeconómico. No se sabe si se deben a determinadas consecuencias de una política municipal errónea, a políticas macroeconómicas federales, a la ausencia de ambas, o a lo que sea, pero lo importante es llegar a la raíz del problema. Lo cierto es que Nueva York poco a poco ha perdido de forma apreciable parte de un pulso que en otros días era vibrante, y ya saben que en cuestión de tendencias lo que se ve allí primero, acaba extendiéndose al resto de urbes del planeta.

La gentrificación es un largo proceso que transforma barrios deprimidos de grandes ciudades

El término gentrificación viene de la voz anglosajona “Gentry”, que significa aristocracia. Con este vocablo comúnmente se conoce la tendencia inmobiliario-socioeconómica por la que grandes capitales y/o empresas entran en un barrio deprimido de una gran ciudad, y acaparan la mayor parte de sus locales comerciales y viviendas. Con la connivencia de las autoridades locales, es entonces cuando empiezan a “forzar” la mudanza del barrio de prostitutas, traficantes de droga, locales de alterne, y en mayor o menor medida (dependiendo del caso y de los “métodos”) de todo lo que no encaje con el nuevo concepto de “chic” que se quiere imprimir al barrio en cuestión.

Una vez que el barrio les pertenece inmobiliariamente en gran parte, y una vez que se le ha efectuado el necesario lavado de cara callejero, viene el proceso de gentrificación propiamente dicho. Se empiezan a ofrecer locales atractivos y con muy buena imagen en condiciones económicamente muy ventajosas. Comienzan por establecimientos en las zonas del barrio más atractivas y colindantes con las zonas prime de los alrededores. Poco a poco, y atraídos por la nueva seguridad en las calles, por un floreciente comercio minorista, y por unos precios sensiblemente inferiores a las zonas circundantes, empiezan a llegar masivamente nuevos negocios.

Tras esa renovación de los escaparates, esa incipiente vida comercial y económica, esa nueva sensación de seguridad que se respira en las calles… acaban llegando también los habitantes de nuevo cuño, en consonancia con el nuevo aire que se le ha dado al barrio. Con ello, tanto los precios de locales comerciales, como también de los pisos, se empiezan a revalorizar, lo cual empieza ya a atraer la atención de terceros inversionistas y otras grandes empresas que no han promovido ese proceso de gentrificación.

Todo acaba redundando en un efecto llamada que ola tras ola acaba convirtiendo al barrio en un barrio de actividad económica pujante y precios altos, en consonancia con los barrios colindantes. Y por supuesto, ello acaba resultando en un proceso de enriquecimiento de las empresas y particulares que iniciaron ese proceso de gentrificación, compraron masivamente a precio de barrio deprimido, y ven ahora suculentas ganancias con la revalorización de los alquileres y de las propiedades que acapararon antes de la transformación.

Manhattan ya no es lo que era, y los datos empañan los ojos de muchos nostálgicos comerciantes

Pero no es oro todo lo que brilla, ni ladrillo todo lo que construye un barrio. Al Big Business a menudo se le pasan por alto esos agentes socioeconómicos, que sin embargo en estas líneas tenemos tan en cuenta en el particular concepto personal de Socioeconomía que hemos acuñado: las personas. Sí, las personas también llenan un barrio de vida y actividad económica, las personas imprimen una cierta personalidad a cada suburbio, las personas hacen más habitable una ciudad... las personas son un elemento indispensable de la ciudad mucho más allá de ser meros compradores a costa de los que enriquecerse.

Pero lo que a ustedes pueden parecerles obviedades, lo cierto es que para otros no lo son tanto. De hecho, el efecto “expulsión” de las clases más modestas y las clases medias que ha traído el proceso de gentrificación generalizada, vivido en lujosas urbes como Nueva York, también tiene un efecto socioeconómico a largo plazo que podría llegar a ser dañino: parece que ya lo está siendo en el caso de la Gran Manzana como un factor de riesgo que casi nadie tiene en cuenta.

Como nos relataba el diario The Atlantic en su reciente artículo sobre este tema, hoy en día pasear por ciertas calles de Manhattan produce una extraña sensación al visitante, que lo deja contrariado. El reportero expone que es una experiencia agridulce saberse en la capital de los negocios por excelencia de EEUU (la primera potencia económica del planeta), y sin embargo encontrarse algunas de sus calles tradicionalmente más comerciales con innumerables locales vacíos, con las persianas bajadas y un indicativo cartel que reza "En alquiler".

Así ocurre en calles como la conocida Bleecker Street del West Village, en otros tiempos un concurrido estandarte neoyorkino de ese comercio altamente especializado que sólo se encuentra en grandes urbes como Nueva York. Pero, es más, el panorama puede resultar igualmente desolador en algunas manzanas de la propia celebérrima Quinta Avenida, donde hay segmentos enteros de la calle en los que se sucede un local tras otro cerrados a cal y canto. No es algo normal encontrarse con este degradado escenario comercial en un lugar como éste, por lo que debe haber algún buen motivo que lo explique (o más bien varios).

En primer lugar, está la encuesta que cita el enlace anterior, y en la que la inmobiliaria Douglas Elliman afirma que al menos un 20% de los locales comerciales de Manhattan están actualmente vacíos o a punto de quedarse vacíos (aunque las cifras oficiales son menores). Sin duda, la sensación a pie de calle se ve así refrendada por las cifras sectoriales. Y para mayor contradicción, este proceso de sequía comercial de una de las metrópolis más efervescentes del planeta se produce en un contexto de crecimiento económico generalizado y desempleo en mínimos en Estados Unidos (aunque esto es cierto sobre el papel, pero no lo es tanto en Main Street).

Otra cifra impactante que aporta The Atlantic es que el sector del comercio minorista de Manhattan ha destruido de forma importante empleo durante los tres últimos años, y desde 2014 ha prescindido de más empleados que durante la Gran Recesión que siguió a la terrible crisis de las hipotecas subprime. Ahí es nada, y este efecto urbano de Nueva York se ha ganado por méritos propios el apodo “La Gran Recesión comercial” (al menos a nivel local). Parece pues que la dimensión del problema es como poco para ponerse a analizarlo y tratar de ver qué está pasando realmente, cuando no de (obviamente) tratar de resolverlo con políticas municipales (o incluso federales) diseñadas específicamente para la chocante situación.

Los hechos son los hechos, pero bajo su apariencia inicial puede esconderse el efecto perverso de la gentrificación

Estamos en principio de acuerdo con las dos razones que aduce el artículo de The Atlantic para tratar de explicar el misterio del minorista en peligro de extinción. La primera se debe obviamente a los altos precios de los alquileres que, a pesar de la nueva coyuntura, el reportero afirma que se siguen exigiendo actualmente en Manhattan. Y como demostración de ello, afirma que es precisamente en las zonas con alquileres más altos donde se están notando con especial incidencia estas estadísticas de decesos comerciales.

No obstante, hay que matizar que aquí el análisis comete un error de bulto, y afirma con contundencia hace tan sólo unos días que los altos precios de los alquileres comerciales no remiten a pesar de la mala situación. Con ello concluye que el caso neoryorkino revela tal vez algún mal sistémico del capitalismo, cuyo mercado no es capaz de reajustarse para adaptarse a los cambios en oferta y demanda, corriendo el riesgo de estrangularse a sí mismo. Realmente este punto no acaba de ser cierto, puesto que ya se viene publicando desde hace unos meses cómo los alquileres comerciales de Manhattan iniciaron ya un evidente proceso de reajuste general de sus precios.

A pesar de que en este caso el reajuste finalmente haya llegado, hay que admitir que este tipo de asimetrías capitalistas hay veces que ocurren, y contradicen aquel "los mercados siempre se autorregulan"; de hecho, no son tan infrecuentes. Pero más allá del debate sobre la eficiencia o ineficiencia de la formación de precios en mercados como el de alquileres comerciales de la Gran Manzana, lo cierto es que en Manhattan ha ocurrido algo que no se puede negar: hay uno (o varios) factores que están provocando una fuerte alteración de la tendencia que debería seguir este mercado en el contexto económico actual.

Y hay noticias ahí fuera que pueden darnos reveladoras pistas para tratar de averiguar algunos (si no todos) esos dañinos factores. En primer y protagonista lugar está ese proceso de gentrificación que da título al análisis de hoy, y que The Atlantic ni menciona en su artículo. En estas líneas no se nos pasa por alto una de esas noticias que emiten pequeños destellos a los cuales es esencial prestarles la atención que merecen: es la de que en Nueva York se observa un notable efecto de decremento poblacional precisamente en los barrios que han sido gentrificados.

Los datos revelan cómo desde hace 1970 la población de la ciudad se ha incrementado en un 3.6%, mientras que en el conjunto de los 15 barrios que han sido catalogados como gentrificados, ésta ha disminuido alrededor de un apreciable 16%. Hay que aclarar que la publicación Slate considera la gentrificación en los plazos más largos, algo necesario dado lo progresivo de estos procesos, que se hacen evidentes macroeconómicamente en plazos más dilatados.

Desde aquí no vamos a negar que este efecto pueda llegar a parecer lógico desde el punto de vista meramente de mercado y de mecánicas precio-valor u oferta-demanda, pero en lo que debemos detenernos es más bien en otro tipo de efectos secundarios (pero muy relevantes) que pueden subyacer bajo la apariencia inicial de las cifras más evidentes.

Esa gentrificación que nació en Nueva York (y Londres) puede llegar a ser una tendencia socioeconómicamente dañina en el largo plazo

Una economía saludable de una urbe cualquiera debe tener en cuenta todos los estratos de la vida comercial y de las clases sociales. No es sostenible una ciudad que pretenda ingenuamente estar habitada únicamente por ricos, puesto que esos ricos demandan servicios que implican también puestos de trabajo de menor retribución, que irremediablemente se han de cubrir mayormente con unas clases que no se pueden permitir vivir en la metrópolis ni en sus alrededores más inmediatos. Estos trabajadores se ven abocados a ser expulsados, o bien de la ciudad al completo, o bien condenados a vivir una parte importante de su vida en un medio de transporte público (con todo lo que conlleva a nivel familiar o laboral).

Pero hay dimensiones y dimensiones, y en el caso de la Gran Manzana, el descomunal tamaño de la zona prime hace que sea bastante insostenible incluso vivir en el extra-extra-extra-radio, en una vivienda que pueda permitirse con un salario de (por ejemplo) camarero o cajera de supermercado. Es insostenible al menos con un modo de vida saludable, con tiempos de transporte comedidos, con conciliación familiar, y, en última instancia, proveyendo un cierto bienestar a todos los estamentos sociales que imprima una necesaria sostenibilidad al sistema socioeconómico en su conjunto.

Algunos argumentarán que el problema no parece ser la escasez de trabajadores de salarios medios y bajos, sino que el problema que aqueja al sector minorista neoyorkino más bien es exclusivamente un tema de precios muy altos en el sector inmobiliario. La realidad es que el cierre de masivo de negocios visto hasta el momento es tan sólo otra cara de la misma moneda de la gentrificación (aunque hay más monedas en el aire).

La revalorización inmobiliaria lleva a unos precios desorbitados, que no sólo aumentan los gastos de alquiler de los negocios, sino que también imprimen (o incluso exigen) un alto nivel de vida en la ciudad para los residentes que tratan de quedarse (aunque sean de clases modestas). De ahí que a veces los salarios corran detrás de los precios inmobiliarios; un proceso más o menos habitual en grandes ciudades, pero que resulta dramático en el caso de un Nueva York donde (en conjunción con otros factores) las tiendas han estado cerrando por miles.

Es la doble pinza del gasto empresarial en alquileres y salarios lo que hace que los negocios entren en pérdidas, y uno de los factores común que imprimen una senda alcista a ambos es la gentrificación. Son ambas partidas las que suponen los principales apuntes contables del "debe" de los negocios minoristas (aparte de la adquisición de mercancía, claro está). Y si no hay espacio para una distribución social equilibrada en una macrourbe, con barrios diversos y aptos para todas las clases, tampoco va a haber una economía socioeconómicamente equilibrada con una esencial biodiversidad de negocios tanto por segmento de actividad, como por estrato social al que se dirigen, pasando por una equilibrada composición de su plantilla.

El punto anterior nos lleva a importantes conclusiones en las políticas de gestión urbana a gran escala porque, aunque es obvio que toda la vida ha habido sostenibilidad económica en la existencia de extensos barrios de gente adinerada, lo cierto es que en Manhattan hemos sido testigos de un proceso de gentrificación generalizada a una escala masiva económica y geográficamente. Y el problema probablemente esté en esa dimensión masiva que les analizábamos antes, que ha hecho que esta tendencia natural capitalista de estratificación social y urbana amenace con acabar por no ser sostenible. Máxime en una ciudad que, por la vasta extensión de su "Gran Manzana" de precios estratosféricos, no deja espacio físico ni socioeconómico para una vida con unos mínimos de calidad de vida en todos los segmentos sociales.

Efectivamente, un barrio con sólo “todo ricos” acaba sufriendo cierta despoblación, sin tantos habitantes como debería por su capacidad inmobiliaria, como demuestran las cifras de despoblación de los barrios gentrificados. Y ello impone limitaciones sobre el conjunto de la ciudad, que se aleja de su máximo potencial de actividad económica. Aunque en el conjunto del Gran Nueva York la población en su conjunto crece, y ello no hace sino confirmar ese efecto expulsión que es el origen de todo, la gentrificación puede acabar contribuyendo a que bajen las cifras de ventas (o no crezcan como debieran) incluso en las zonas comerciales prime del centro: mucha gente vive en el Gran Nueva York, pero en la práctica acaba siendo como como si viviese literalmente en otra ciudad por la distancia y las horas de transporte.

No sólo se debe culpar a la gentrificación, la "amazonización" también aporta lo suyo

No podemos cerrar este análisis sin mencionar que, como les decíamos al principio, este tipo de procesos socioeconómicos tan masivos y complejos rara vez son achacables a un único factor, sino más bien a una conjunción de factores. No se puede negar hoy en día el gran trasvase de ventas minoristas que está habiendo desde el comercio tradicional a pie de calle a retailers de comercio electrónico como la todopoderosa Amazon.

Seguramente a la doble pinza minorista de alquileres altos y sueldos altos de Nueva York, haya que añadir una tercera componente de ventas físicas a la baja. Y de hecho esta tercera derivada es clave, puesto que lo de los precios altos y salarios altos en Manhattan no es precisamente nada nuevo de los últimos años. Sí lo es en cambio que el tejido socioeconómico de la ciudad se haya ido configurando en un equilibrio entre estos tres factores que ahora se ha visto abruptamente roto por la particular bestia negra de todo negocio comercial: un descenso sostenido de las cifras de ventas año tras año.

Efectivamente el problema ya no es sólo que Manhattan (y parte de sus alrededores) sea una inmensa isla mayormente de ricos, sin apenas espacio socioeconómico ni físico para habitantes de otros estratos sociales. El problema añadido es que es una isla de ricos que además han pasado a comprar masivamente por internet. Y de hecho, así lo demuestran los datos que aportaba The Atlantic y que revelan cómo los altos niveles de locales comerciales vacíos conviven con mínimos históricos de espacio disponible en almacenes de mercancías. Las mercancías pues siguen fluyendo por la Gran Manzana, lo que ha debido de cambiar es por donde fluyen hasta los hogares de los consumidores.

Conurbaciones y macrourbes masivas: el verdadero reto poblacional del futuro

El comercio electrónico masivo ha llegado y antes no estaba, y es natural que transforme nuestro tejido socioeconómico de una forma desconocida hasta el momento. Pero la gentrificación, aunada con la dimensión masiva de las urbes del futuro, también emerge como un inevitable campo de investigación y de actuación urbana por parte de las autoridades y de los dirigentes de las ciudades de todo el planeta.

Con las conurbaciones del futuro y la previsión de que la migración hacia las macrourbes siga siendo masiva, ¿Dónde empezará y donde acabará una macrometrópolis como Nueva York? ¿Cuáles serán las cifras que haya que aportar cuando se calculen sus cifras macroeconómicas y que sean ajustadas a su realidad socioeconómica y de su área de influencia? ¿Dónde está el límite de transporte hasta dónde serán capaces de llegar a vivir los trabajadores de menores sueldos asumiendo que han de llegar a Times Square o al Downtown a trabajar cada día y luego volver?

Son preguntas sin respuesta por el momento, pero a las cuales debemos tratar de anticiparnos en la medida de lo posible para conseguir con eficacia el diseño y la planificación urbana y socioeconómica de las macrometrópolis del futuro: sí, hay que hacer ingeniería inmobiliaria, económica y urbana para diseñar la expansión de nuestras macrourbes… Pero mucho me temo que hay que hacer también una esencial ingeniería social y socioeconómica, y los procesos de gentrificación son un importante e ineludible componente. Hasta el momento se han venido realizando anárquica y especulativamente, y sin ningún tipo de planificación socioeconómica integral en el contexto urbano global de la ciudad.

Con la transformación digital y socioeconómica viene detrás la metamorfosis de nuestras ciudades que, como todo “organismo” vivo, viven en un continuo proceso de adaptación al entorno. Si algo queda claro del caso de Nueva York es que esas transformaciones ya han llegado, que lo han hecho para quedarse y... también para extenderse por todas las urbes el planeta. Transformación digital: sí. Ingeniería socioeconómica: también. Metamorfosis urbana: inevitable, pero todo ello con planificación y coordinación, por favor.

La incógnita de toda esta transformación resultante ya queda en lo incómodo que será permanecer como crisálida dentro del capullo de seda, el tiempo que deberemos pasar en este estado, y cómo de dolorosa será la transformación corpórea. El que esté libre de ignorancia que tire los primeros bits (y pueble de mariposas los barrios gentrificados).

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