En China hay 50 millones de viviendas... vacías: récord mundial

Llevamos años (si no décadas) hablando de la colosal burbuja inmobiliaria China, que va de la mano de la también colosal burbuja de sobre-endeudamiento. Lejos de ser explotada de forma controlada, todo lo más que consiguen las autoridades chinas es irla inflando y desinflando someramente en plazos infinitamente más breves de lo que sería un ciclo económico completo al uso.

Pero no es sólo la burbuja, también está el tema de la especulación que toda burbuja lleva aparejada. Y esta especulación ocurrió en EEUU, en Irlanda, en España y en todo sitio donde haya seres humanos, porque la especulación es algo innato en la naturaleza humana de algunos. Uno de los parámetros favoritos, que algunos sectores político-sociales occidentales enarbolan al hablar de especulación, es la tasa de viviendas vacías. Pues bien, China sale aún peor parada que Occidente cuando hablamos de viviendas desocupadas.

Los datos son los datos, y China no está libre de culpa del abandono socioeconómico

El hecho innegable del mercado inmobiliario chino es que en China hay nada más y nada menos que 50 millones de viviendas vacías: todo un récord a nivel mundial. Lógicamente, algunos pensarán… claro es lógico que la China de los mil millones de habitantes tenga millones de pisos vacíos, en justa proporción al colosal tamaño de su mercado inmobiliario nacional.

Pues bien, de nuevo no es así, puesto que no sólo China tiene las cifras absolutas más altas del mundo, sino también las relativas. Efectivamente, según el mismo enlace anterior de Bloomberg, en términos porcentuales la tasa de viviendas vacías asciende en el caso de viviendas urbanas a un astronómico 22%. Volvemos a ver otra vez todo un récord mundial, y esta vez la vara de medir no admite aquello de que hay que leer la letra pequeña y poner las cosas en contexto.

Paradójicamente, esta realidad socioeconómica inexcusable ocurre a la vez que el presidente chino, Xi Jinping, no deja de repetir como un mantra que las viviendas son para vivir. Serlo lo serán; el día que alguien las ocupe, claro está, porque parece que el mercado hace oídos sordos a las palabras del todopoderoso dirigente chino. Eso por no hablar de cómo la élite política china es uno de los colectivos que más se ha enriquecido al calor de la burbuja económica china de los últimos lustros, y que trae aparejada indisolublemente la eterna burbuja inmobiliaria que no para de ir y venir, y que ha disparado los precios inmobiliarios y la deuda hasta niveles astronómicos para los estándares medios nacionales del gigante chino.

Y les doy honestamente la razón a los que dicen que la tan predicada burbuja económica china no acaba de pinchar, pero ya no puedo dársela en argumentar que sólo por eso no existe tal burbuja china. La casi absoluta centralización del poder económico en China hace que la intervención masiva estatal tenga un gran poder retardante con sus políticas, pero recuerden que, incluso en estas economías “dictapitalistas”, la economía siempre siempre acaba pasando factura, y las decisiones totalitariamente intervencionistas acaban por destruir el mercado, y muchas veces también el sistema.

Ya hemos abordado en otras ocasiones los colosales desequilibrios que presenta el gigante rojo. Les hemos hablado de su problema mastodóntico de endeudamiento, de su burbuja inmobiliaria, del posible falseamiento de sus datos macroeconómicos, y también está el falseamiento de cifras empresariales (cuyas noticias se entierran inusualmente rápido en los resultados de los buscadores), o los artículos de investigación científica fraudulentos, e incluso de peligrosos fraudes en resultados de ensayos clínicos.

Todo en China es (muy) susceptible de ser falso, y este tipo de dinámicas adquieren en el plano socioeconómico casi siempre una naturaleza de castillo de naipes para los regímenes económicamente totalitarios, donde el poder y el creerse todopoderoso acaba haciendo que el sistema se crea sus propias mentiras, y no pueda ni llegar a cuantificarlas cuando el problema termina por explotar.

Ocurrió con otros sistemas que ya cayeron en el pasado, y seguirá ocurriendo en el futuro. Y por cierto, que el capitalismo occidental no puede decir precisamente que está 100% a salvo de este tipo de manipulaciones estadísticas y mentiras nacionales, pero lo cierto es que el grado es un grado (valga la redundancia), y sobre todo el que el mundo económico occidental en general es sabedor de que el “maquillaje econométrico” es un gran mal a evitar. Aunque ello no evite que algunos a veces caigan en ambiciones personales, y opten por poner en peligro el sistema en su conjunto; pero de nuevo esto ya son censurables naturalezas humanas concretas, de las que por cierto también las hay en países como China. Aquí lo que importa realmente es la perspectiva nacional y más sistémica: si aquí ya nos pasa lo que nos pasa, imaginen qué no ocurrirá cuando ciertas prácticas están institucionalizadas.

Un trago amargo para los más desaforadamente críticos con el capitalismo occidental

Empecemos por aclarar desde estas líneas que aquí siempre hemos sido muy críticos con los defectos del capitalismo, que obviamente tenerlos los tiene como cualquier otro sistema. Igualmente somos muy críticos también con cualquier otro sistema socioeconómico que se precie, sin ir más lejos con los que denominamos como "dictapitalismo". Pero nuestra crítica, si bien es a veces incluso algo ácida y afilada, siempre viene acompañada de un optimista espíritu constructivo, con el fin de mejorar cualquier sistema socioeconómico, y en última instancia, mejorar las condiciones de vida y la felicidad de sus ciudadanos.

Sin ir más lejos, les hemos hablado desde estas líneas acerca de cómo actualmente el capitalismo está totalmente errado al mantener el crecimiento del PIB como indicador rey de la evolución económica. También les hemos hablado acerca de cómo el capitalismo yerra al obviar ciertas variables sociales con gran repercusión económica, englobadas en nuestro disruptivo concepto personal de "socioeconomía". Finalmente, también nos hemos hecho eco de opiniones que incluso se aventuraban a vaticinar una caída inminente del capitalismo, que nosotros preferimos simplemente acotar como puntos de mejora para evitar una estrepitosa y mortífera caída.

Los anteriores son sólo tres de tantos ejemplos de nuestra crítica constructiva, y de ese espíritu de mejora continua por el bien común. Porque, con los tiempos que corren, el sistema que no evoluciona para adaptarse a una realidad siempre cambiante, está categóricamente acabado. Y no olviden que resulta mucho menos peligroso y arriesgado tratar de mejorar un sistema, que derribarlo abajo completamente y erigir uno nuevo. Estos procesos suelen ser casi siempre violentos y convulsos, y acarrear incontables víctimas mortales. Al siglo XX me remito.

En la constructividad (y no en la "destructividad") está la clave del progreso socioeconómico más eficiente y sin baches macabros

Para algunos sectores político-sociales, el capitalismo es un sistema fallido. El ejemplo que ponen muchos es cómo, sin ir más lejos, la especulación y la inversión inmobiliaria hace que haya en nuetras ciudades y pueblos incontables pisos vacíos, a la par que hay familias que no tienen un techo propio bajo el que dormir.

Sin quitar ni un ápice de dramatismo ni a la situación de los sin techo ni a los desalojos de familias que no pueden pagar su hipoteca, lo cierto es que, desde los sectores más agresivos en estos temas, a menudo se pone como ejemplo a sistemas "dictapitalistas" como China, que han hecho su propia interpretación del capitalismo, pero haciéndolo totalitariamente centralizado (eso por no hablar de dónde quedaron las libertades individuales). Juzgando por los mismos datos ya aportados, parece que China es terreno de un capitalismo incluso más salvaje que el occidental.

A pesar de los ya patentes intereses creados, esforcémonos como sociedad menos por tratar de dinamitar y derribar el edificio de nuestro sistema socioeconómico, y más por mejorar los evidentes problemas estructurales que presenta. Tengan en cuenta que siempre siempre siempre se puede ir a (mucho) peor, y meter la pata hasta el hombro en vez de hasta el tobillo.

Esto acaba ocurriendo sobre todo cuando nos ponemos como ideal el modelo equivocado, o al menos cuando no somos capaces de tomar a un ejemplo como modelo sólo por las cosas que ha hecho bien; y todo el mundo hay cosas que ha hecho muy bien, incluida China, pero ello no debe evitar que algunos no sean capaces de ver también las que ha hecho mal o muy mal. Porque, a propósito de casos como este último, además perderíamos por el camino la democracia y los derechos humanos, unas de las bases más fundamentales del progreso socioeconómico real para el común de los ciudadanos (y no cuando se reservan sólo para las élites, sean económicas o políticas).

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