Un índice de progreso socioeconómico se correla con la economía y... no es PIB todo lo que reluce

Un índice de progreso socioeconómico se correla con la economía y... no es PIB todo lo que reluce
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Desde hace varios años, está abierto el debate sobre si el PIB es el mejor indicador para medir el progreso económico de un país. Hace bastantes meses que ya hicimos un interesante análisis sobre esta cuestión, y cuya conclusión principal es que el PIB es un indicador de progreso económico bastante sesgado, además de mayormente inadecuado.

Uno de los principales motivos por el que el PIB no es adecuado, es además uno de los temas más recurrentes desde estas líneas, y es que, más que medir únicamente progreso económico (para lo que la utilidad del PIB también es matizable), de lo que se trata es de tener un enfoque más amplio, y medir adicionalmente el progreso socioeconómico. La dificultad está precisamente en ponderar este indicador macroeconómico, para lo que deberían tomarse de referencia parámetros relacionados con el bienestar económico y socioeconómico de la población, y que resultaría un indicador mucho más fidedigno para medir el progreso de un país. Pues bien, ese indicador ya existe, y las conclusiones a las que nos lleva son más que reveladoras.

Del crecimiento de la economía a la econometría para medir la socioeconomía

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No vamos a ahondar mucho de nuevo en el debate que ya hemos tenido en ocasiones anteriores sobre el tema del PIB y sobre la importancia de la socioeconomía. Sobre lo primero ya les he dejado un enlace en el primer párrafo, y sobre lo segundo les dejo en el siguiente párrafo un ilustrativo análisis sobre el concepto de socioeconomía que hemos re-acuñado desde estas líneas, y que hemos visto poco a poco ir volviéndose mainstream.

Simplemente les introduciré que la socioeconomía es un esencial concepto que no sólo mide estrictamente variables macro puramente económicas, sino que abarca también otra serie de variables más sociales, y que a la postre tienen una fuerte influencia sobre el futuro y el progreso económico de un país. Pueden ampliar su noción de este concepto clave con este artículo que escribí hace años al respecto: “Qué entiendo por Socioeconomía o Por qué debería preocuparse por ello más que sólo por la economía.

Pero la ecuación de segundo grado que dificultaba resolver la cuestión de si el PIB es un indicador adecuado para medir el progreso de un país, y la segunda cuestión de la dificultad evidente de medir el progreso socioeconómico como tal, parece que ha sido resuelta (al menos de forma preliminar). Por un lado ha quedado demostrado que efectivamente el PIB no mide el progreso de un país en su sentido más amplio, y que su correlación con el mismo es bastante decepcionante, según ya vimos en el análisis que les citaba antes de hace unos meses, que llevaba por título “Si el PIB no mide bien cómo va una economía, ¿Cómo lo hacemos?.

Pero, por otro lado, hay un nuevo indicador que mide el progreso socioeconómico de un país, y a juzgar por los resultados que arroja, parece que además es bastante realista. Analicemos ambos factores, que suponen una apasionante mejora del portfolio de herramientas que pueden guiar a nuestros dirigentes para hacer progresar a sus respectivos países.

El índice de Progreso Social (o SPI por sus siglas en inglés)

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El SPI es una iniciativa puesta en marcha por la organización “Imperativo del progreso social”. Pueden leer todos los detalles, tanto técnicos y econométricos como acerca de los resultados que arroja (pues incluye un práctico mapa del progreso mundial por países), en en este enlace. La citada organización está integrada por un grupo de académicos y dirigentes del mundo de los negocios, y su principal objetivo es precisamente atacar el problema de las deficiencias de los indicadores económicos actuales, y tratar de medir y ponderar el desarrollo de un país en un sentido más amplio y completo

Este nuevo indicador, que año tras año se va abriendo camino en los círculos académicos, es un índice agregado sustentado en una sería de indicadores que retratan el progreso social del país basándose en tres dimensiones del mismo: necesidades humanas básicas, bases de bienestar, y existencia de oportunidades. Entre las variables que se miden para la elaboración de este indicador, se tienen en cuenta exclusivamente componentes de carácter social y medioambiental, como la nutrición, acceso a sanidad básica, acceso a información y telecomunicaciones, niveles de tolerancia y exclusión social, o niveles de libertad personal y de libre elección entre muchos otros. En su versión de 2017, se han utilizado en total datos de 50 indicadores pertenecientes a 128 países.

Por resumirles brevemente algunos de los resultados que arroja el SPI, que distingue seis grados distintos de progreso socioeconómico, les puedo decir que entre los países más avanzados del mundo en términos de este indicador se encuentran Canadá, Inglaterra, Irlanda, los países escandinavos, Alemania, Austria, Suiza, Australia y Nueva Zelanda. España se queda en la segunda categoría junto con países como Francia, Estados Unidos, la Europa mediterránea, gran parte de la Europa del Este, Argentina, Chile o Japón. En el furgón de cola se quedan países como Angola, Yemen, Sierra Leona, Níger, Afganistán o algún otro.

Pero lo realmente interesante de este índice no es ya la clasificación, que siempre aporta información a tener en cuenta, sino las correlaciones que se pueden hacer tomando como base el nuevo indicador. Para valorar correctamente la necesidad de hacer estas nuevas correlaciones, es reseñable por ejemplo cómo un país como China es la segunda economía más importante del planeta por PIB, aunque por PIB per cápita se queda bastante más atrás hasta caer a la altura de países como México o Brasil, y sin embargo según el SPI queda relegada a una posición en la mitad más baja de la tabla. Sin duda, en este caso habrán pesado factores como la libertad personal, el acceso a la información (con la férrea censura en el país), u otros. Y también resulta muy reseñable que la primera potencia económica del planeta, Estados Unidos, cuando es medida por el SPI, queda en la segunda categoría, a la altura de países como por ejemplo España.

Las correlaciones sacan a relucir incongruencias en el uso que hacemos de algunos indicadores macroeconómicos

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Correlacionar es un sano y básico ejercicio estadístico en bastantes áreas de la ciencia y la investigación, y la investigación económica no va a ser una de las (contadas) excepciones. En este interesante artículo de la London School of Economics, que publicó el World Economic Forum en colaboración con ellos, hacen varias de estas sanas correlaciones, y resultan más que reveladoras. Los resultados que arrojan refrendan algunas de las cuestiones que desde estas líneas ya nos planteábamos a nivel teórico y conceptual desde hace años, respecto al papel hegemónico que tiene el PIB en nuestras políticas económicas. Pero también hay resultados remarcables en cuanto al índice de competitividad, o al mismo SPI que mide el progreso social, que es nuestro protagonista principal en el artículo de hoy.

En el enlace anterior, tienen todas las gráficas detalladas de las correlaciones cuyas conclusiones les voy a exponer a continuación. Siéntanse libres de consultarlas en cualquier momento; es más, les recomiendo encarecidamente la lectura completa del artículo, que, si bien es algo técnico, resulta realmente interesante. Como bien cita dicho artículo, con estas correlaciones quedan a la vista incongruencias flagrantes como el hecho de que índices habitualmente ponderados para evaluar el desarrollo de un país, como puede ser el PIB y el índice de competitividad, lejos de ir parejos, muchas veces son muy dispares.

El caso concreto que se pone de ejemplo es el de Kuwait y Nueva Zelanda. Kuwait ocupa el puesto el flamante sexto lugar en la clasificación mundial por PIB per cápita, mientras que Nueva Zelanda se ve relegada a un modesto puesto 35; el hecho es que el PIB per cápita neozelandés está en alrededor de la mitad del kuwaití. Sin embargo la primera divergencia viene cuando se comparan ambos países por su índice de competitividad: mientras que Kuwait ocupa el puesto 34 a nivel mundial, Nueva Zelanda escala en este caso hasta la posición 16. ¿Cómo se puede explicar una diferencia tan abultada? Y lo que es más importante, si realmente la competitividad no es conceptualmente un indicador de desarrollo económico con vocación de ser hegemónico, pero esta competitividad saca a relucir las vergüenzas del PIB haciendo que pierda el derecho a tener éste tal consideración, ¿Qué usamos entonces para medir el desarrollo socioeconómico de un país?

El asunto es que, realmente realmente, el PIB sí que podría medir el desarrollo desde un enfoque estrictamente económico, o más bien, productivo. El tema está en que éste por sí solo no es indicador necesario (ni único) del progreso de un país, puesto que al PIB le falta esa parte más social de bienestar y calidad de vida de sus ciudadanos, que tan importante es para que la población en general sea feliz y dé estabilidad al sistema (sin tener por qué restar eficiencia ni productividad), y que sin embargo sí que quedan recogidos en el concepto de socioeconomía y en las mediciones del SPI.

En el caso de la comparación kuwaití-neozelandesa, lo que muestran las diferencias de estos tres indicadores es que, aunque el crecimiento económico ha sido más relevante en Kuwait, sin embargo este país no ha sabido (o no ha querido) traducir este crecimiento en un progreso social generalizado. Sin embargo el caso neozelandés muestra claramente cómo el país ha tenido mucho más éxito a la hora de traducir ese progreso económico (o más bien productivo) en mejorar las condiciones sociales y las oportunidades de las que disfrutan los neozelandeses.

Pero hay otra correlación mucho más reveladora

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Y siguiendo con las correlaciones, el artículo y estudio anterior, pasa a comparar el índice de competitividad y el SPI entre sí para ver si muestran algo más de sentido conjunto que en sus respectivas comparaciones con el PIB. La realidad de las fórmulas estadísticas es que efectivamente ambos indicadores muestran una alta correlación, lo que confirma la sombra de toda sospecha y deja al descubierto que el PIB va por su cuenta (y riesgo): es decir, el PIB mide lo que mide, pero poco tiene que ver con el verdadero desarrollo de un país. Y además la tendencia que muestra la correlación no es lineal, sino que conforme un país progresa más socialmente, su competitividad tiende a incrementarse todavía más rápido apuntando a algún tipo de evolución exponencial.

Tal vez en este lenguaje estadístico a algunos lectores estos datos no les digan mucho, pero las conclusiones objetivamente son más que relevantes. Puesto en otras palabras, por cada unidad que traduce un país de progreso económico a progreso socioeconómico, cada vez gana más competitividad incrementalmente. Tiene toda su lógica, y desde esa misma lógica ya les venimos diciendo desde hace años que por ejemplo la educación es la mejor inversión de un país: se traducirá en trabajadores más cualificados que, o bien serán capaces de aprovechar mejores oportunidades (y así pagar más impuestos), o bien pueden incluso tener más probabilidad de éxito al lanzarse a crear su propia empresa.

Y eso por no hablar de otras variables socioeconómicas como por ejemplo la sanidad, que permite mantener en la vida laboral a trabajadores cualificados y que ya poseen una valiosa experiencia (pasamos de puntillas hoy sobre el tema de las pensiones y la edad de jubilación). Obviamente está también la definitiva contribución de estas variables socioeconómicas a la felicidad y la sensación de bienestar de la población, un importante objetivo y factor de estabilidad nacional que deberían considerar los políticos, más allá de la mera ecuación progreso social-impuestos recaudados.

Es por estas conclusiones y estadísticas (algo) preliminares por lo que el SPI parece llamado a representar un papel destacado en el futuro de las políticas económicas de nuestros países. La obsoleta hegemonía del PIB hace que sea urgente empezar a cambiar el enfoque, puesto que nuestros gobernantes nos están guiando por el bosque de las fieras con una brújula que tan sólo medio-funciona (o incluso sólo “cuarto-funciona”).

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No se puede negar el gran papel que ha hecho el PIB como índice macroeconómico rey en las últimas décadas. Tampoco puedo negarles que el SPI es un indicador relativamente reciente y necesitará mejoras. Pero lo cierto es que todo sistema económico evoluciona, y con él también deben hacerlo los indicadores que se utilizan para hacer su seguimiento y dirigirlo: el PIB está llegando a la edad de jubilación, o de pasarlo al menos de presidente a consejero. Lo que no tiene ningún sentido es seguir usando para observar el mundo económico tan sólo un caleidoscopio de colores, cuando ya tenemos hoy en día gafas de realidad aumentada, aunque sean de la versión 1.0.

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