Estados Unidos se encuentra en una encrucijada económica crucial. En los últimos meses, el debate sobre la imposición de nuevos aranceles ha vuelto al centro de la agenda política.
Dichos aranceles generalizados a las importaciones, especialmente provenientes de China, ya generan preocupación entre economistas, analistas de mercado y socios comerciales del país.
Aunque los aranceles aún no se han implementado de forma masiva, sus efectos podrían comenzar a sentirse incluso antes de su aprobación definitiva. La incertidumbre, las expectativas de incremento en los precios y la alteración de las cadenas de suministro globales ya están modificando comportamientos empresariales y financieros.
La economía estadounidense puede estar ante un golpe económico que se gesta en silencio, pero cuyos efectos podrían ser inevitables.
Un nuevo ciclo proteccionista en puerta
Desde 2018, cuando la administración de Donald Trump impuso aranceles por valor de más de 300.000 millones de dólares a productos chinos, la política comercial de EE. UU. ha virado hacia un enfoque proteccionista.
Aunque la administración de Joe Biden ha mantenido muchas de estas medidas, recientemente se han propuesto nuevos aranceles a productos fabricados en China, con énfasis en sectores como la automoción eléctrica, la tecnología verde y la siderurgia.
Este posible incremento en la presión arancelaria busca proteger la industria nacional, fomentar el empleo interno y reducir la dependencia tecnológica y productiva de China.
Sin embargo, diversos estudios advierten que el efecto sobre los consumidores estadounidenses podría traducirse en un aumento generalizado de precios, ya que muchas cadenas de suministro siguen dependiendo fuertemente de bienes intermedios y productos terminados importados.
Impacto potencial sobre el PIB y el consumo
Según estimaciones del Peterson Institute for International Economics (PIIE), un arancel del 60% sobre las importaciones chinas podría reducir el PIB de EE. UU. en un 1,3% en el plazo de dos años, con una caída adicional de hasta el 2% si China responde con represalias. Estas cifras se traducen en una pérdida potencial de cientos de miles de empleos netos, especialmente en los sectores logísticos, de distribución y comercio minorista.
Además, un informe de la Tax Foundation proyecta que la imposición de aranceles generalizados podría suponer una caída del 0,9% en los salarios reales promedio en EE. UU. y un encarecimiento de la cesta básica de consumo, afectando especialmente a las familias de ingresos medios y bajos.
A diferencia de los grandes conglomerados industriales, los hogares no pueden trasladar ese sobrecoste a terceros, lo que los expone directamente a los efectos inflacionarios.
A pesar de que los nuevos aranceles aún no han sido implementados, los mercados financieros y las grandes empresas multinacionales ya han comenzado a anticipar cambios en sus decisiones estratégicas.
Diversas firmas del sector tecnológico han trasladado parte de sus operaciones a otros países del sudeste asiático como Vietnam, Tailandia o la India, buscando diversificar sus fuentes de producción y reducir la exposición al mercado chino.
Wall Street ha mostrado señales mixtas ante estas tensiones comerciales, con sectores industriales al alza por las expectativas de relocalización de producción, pero con caídas en los sectores más globalizados como el tecnológico o el automotriz.
¿Y si lo comparamos con episodios anteriores?
La historia reciente ofrece ejemplos claros del efecto que tienen los aranceles sobre la economía estadounidense. En 2018 y 2019, durante la escalada de la guerra comercial con China, los productos importados gravados vieron aumentos de precios de entre el 10% y el 20%, según datos del U.S. Bureau of Economic Analysis.
Esa presión inflacionaria se trasladó parcialmente a los consumidores y contribuyó a una desaceleración del comercio internacional que afectó al crecimiento global.
Además, estudios del National Bureau of Economic Research (NBER) concluyeron que las empresas estadounidenses asumieron el 93% del sobrecoste derivado de los aranceles impuestos entre 2018 y 2020, lo que indica que lejos de afectar exclusivamente a los exportadores chinos, la medida terminó perjudicando a la economía interna.
Las consecuencias son inevitables…
Una de las características más complejas de este tipo de medidas comerciales es que sus efectos no dependen exclusivamente de su implementación efectiva. Basta con la expectativa de que entren en vigor para que se produzcan alteraciones económicas sustanciales.
La incertidumbre regulatoria frena inversiones, encarece el acceso a crédito y genera comportamientos preventivos que impactan el dinamismo económico.
Por ejemplo, los minoristas estadounidenses ya han comenzado a reforzar inventarios anticipadamente, generando cuellos de botella logísticos y aumentando la demanda en puertos y transporte terrestre.
Al mismo tiempo, importadores medianos están reestructurando sus contratos para diversificar origen de productos, lo que implica un aumento del coste operativo a corto plazo.
El sector agrícola también se encuentra en alerta, dado que en guerras comerciales anteriores fue uno de los más afectados por las represalias chinas. Exportadores de soja, maíz y carne temen una nueva oleada de aranceles cruzados que limite su acceso al mercado asiático.
En una economía tan interdependiente como la actual, ninguna política comercial se aplica en el vacío. Los aranceles generan reacciones en cadena que afectan no solo a los países directamente involucrados, sino a socios secundarios, mercados de capital y cadenas globales de valor.
Aunque aún no se han impuesto los nuevos aranceles, el daño ya se está sembrando. La percepción de que el proteccionismo será una herramienta recurrente en la política económica estadounidense ha cambiado las reglas de juego para miles de empresas y consumidores. ¿Qué pasará a corto plazo? Todas las cartas están sobre la mesa.