Las nuevas armas que la FED baraja usar ante la próxima crisis, visto que su arsenal tradicional está casi vacío

Hace ya un tiempo que desde estas líneas les advertimos de que a los Bancos Centrales no les estaba dando tiempo a recargar su artillería antes de que llegase la próxima gran crisis. Ahora esa próxima crisis parece que ya está llegando, y los arsenales siguen prácticamente vacíos pese a advertencias como las de este medio.

Así que la pregunta del, no ya millón de dólares, sino de los múltiples billones de dólares (y Euros) es: ¿Qué pueden hacer los Bancos Centrales para combatir la próxima Gran Recesión? Pues, por no dejar de ser optimistas y seguir proponiendo soluciones de futuro, algo se debe poder hacer incluso a estas alturas. El problema es que el carácter de la solución es profundamente sistémico y de carácter híbrido, e implica que hay que empezar a cambiar muchas derivas recientes en el sistema. ¿Querrán nuestros políticos coger este toro por los cuernos, retomando la visión que tuvieron hace décadas sus predecesores mucho más idealistas y menos cortoplacistas?

Las armas utilizadas hasta el momento están tan calientes todavía y sin apenas munición que no nos valen para la próxima refriega

En primer lugar, una inflación, más que bajo control, mayormente desvahída ha permitido mantener unos tipos ultra-bajos, e incluso negativos. Esta política monetaria perseguía que los ciudadanos y las empresas tuviesen un acceso más barato a los créditos, y trataba de fomentar la utilización del dinero inyectado en el sistema. El problema es que, durante buena parte de aquella Gran Recesión, los bancos no se atrevían a seguir prestando bajo ningún concepto, habiendo llegado al punto en el que no se atrevían ni siquiera a prestarse entre ellos, dejando el mercado interbancario prácticamente seco. Es algo que, en cierta medida, sigue ocurriendo a día de hoy, como demuestra que los bancos prefieran perder dinero depositando su liquidez a tipos negativos en el BCE, en vez de prestarlo por una rentabilidad positiva a otros bancos que demandan dinero.

Por otro lado, y utilizado masivamente hasta el momento desde la Gran Recesión, el QE se ha centrado principalmente en inyectar dinero directamente en los mercados saltándose a los recelosos bancos, y comprando títulos de deuda pública a espuertas de manos de sus tenedores finales. Pero al fin y al cabo, este QE ha contribuído a mantener (si no a seguir inflando) la temible burbuja de deuda soberana y de sobre-endeudamiento público (y también el privado como efecto colateral), tanto en los propios EEUU como en España, pasando por la otrora pujante China y en otros tantos países, en lo que ya supone una multitudinaria borrachera de deuda mundial.

Y con todo este "chute" de deuda, los Bancos Centrales han conseguido a duras penas mantener el tren en movimiento, pero sin reparar en que lo único que han hecho ha sido conducirlo a una vía férrea cuesta abajo en la que la renqueante velocidad se mantiene por sí sola, en vez de llenarle los depósitos de combustible para poder enfrentarse con éxito al próximo repecho del camino de hierro. Y ahora ya se avista la siguiente y extenuante cuesta arriba (que fuimos de los primeros en señalizársela a ustedes), y el convoy va con los depósitos prácticamente vacíos. La pregunta clave es pues ¿De dónde diantres vamos a sacar las fuerzas socioeconómicas necesarias para superar este puerto de montaña?.

Efectivamente, hay tres variables principales que determinan cómo el dinero tira de una economía (y genera ansiada inflación). Por un lado está el dinero inyectado en el sistema, a lo que contribuyen directamente por ejemplo esos QEs y otros tipos de inyección o de sumistro monetario. Otra variable son los tipos de interés, pues de nada sirve tratar de inyectar dinero en el sistema, cuando a los ciudadanos les resulta caro disponer de él.

Estas dos primeras variables han sido ampliamente instrumentalizadas en el (artificial) boom que hemos venido desarrollando en los últimos años, desde que llegó la funesta crisis subprime. Con los tipos por los suelos (o incluso algún segmento en terreno negativo en el caso del BCE, con todas sus implicaciones), y con unas rondas de QEs masivos que han llevado los balances de la FED (y el BCE) ya a un terreno ciertamente amenazador incluso en términos de cohesión entre los halcones austeros y las palomas algo más deudófilas, estas dos primeras armas están literalmente agotadas y sin apenas munición en el cargador. Esto ocurre especialmente en el caso de una FED que se suele atener más al pensamiento tradicional de que los tipos no deben ser negativos, y se muestran más reticentes que el BCE a experimentar en el polar terreno del bajo cero. Estas dos armas clásicas actualmente han pasado a ser efectistas armas mayormente simuladas, y con poca eficacia remanente.

Pero la tercera variable principal "de generación" de impulso económico e inflación a base de políticas monetarias es una variable mucho más compleja, y que a menudo queda condenada en un rincón por muchos economistas e instituciones. Es la velocidad del dinero. Sí, efectivamente puede resultar totalmente estéril inyectar dinero en el sistema a espuertas o hacerlo ridículamente barato, si ese dinero no circula luego de bolsillo en bolsillo y de cuenta de resultados en cuenta de resultados. Se trata de un poderoso creador de inflación, pero también de actividad económica. Por simplificarlo al extremo: igual de generador de actividad pueden resultar 100 millones de euros inyectados en el sistema que cambian una sola vez de manos, que 1 millón de euros que cambia 100 veces de manos. Ahí está la gran importancia de esa velocidad del dinero de la que les hablo, y que es una de las pocas armas efectivas que van quedando en el arsenal de los Bancos Centrales.

Sin duda, y a la vista de los fallos (y los aciertos) del QE y los tipos ultra-bajos, una de las pocas opciones que quedan a los Bancos Centrales se basa en aumentar esta velocidad del dinero, que además se encuentra casualmente en niveles histórica y anómalamente muy bajos, y cuya potencia como herramienta monetaria ya les analizamos hace años.

Aunque hay que matizar que, el hecho de que este factor muestre niveles históricamente muy bajos, guarda necesariamente también relación con el incremento sustancial de la masa monetaria como consecuencia del masivo QE: lógicamente, en ausencia de una actividad económica más vigorosa, el intercambio de unidades monetarias se mantiene más o menos estable, y si su número ha aumentado de forma importante, es totalmente coherente que su velocidad de circulación media disminuya. A más euros y mismas operaciones de compra-venta, menor rotación de esos euros. Pero, ¿Por qué puede estar ocurriendo este particular círculo vicioso?

A incrementar esta velocidad del dinero ya ha tratado de contribuir (con éxito relativo) la política de tipos negativos para los depósitos en el BCE, que hacen que retener dinero y no otorgar créditos tenga un coste real para los bancos. Pero aparte de los bancos, éstos resultan ser sólo un eslabón más en la cadena del consumo y la inversión: si bien son tal vez el eslabón inicial y más importante, de nada sirve hacerles mover su dinero si luego éste se queda estancado en otro punto de la cadena socioeconómica.

Al fin y al cabo, los que toman las decisiones finales de consumo e inversión son las empresas y los ciudadanos, lo cual los erige como el agente socioeconómico más recurrente, pues es entre ellos entre los que ese dinero va saltando de empresa a empresa y de ciudadano a ciudadano, una vez que ha sido inyectado en el sistema por los bancos (o por el QE). El problema de este cariz que adquiere esa enigmática y a menudo obviada velocidad del dinero es que es un factor que se hace muy complejo de gestionar, y es porque muchas veces los bancos centrales la enfocan como una mera variable económica de resultado final, cuando en realidad es una gran variable socioeconómica de control y conducción de la economía, representativa en toda su extensión de esa socioeconomía polifacética y de gran alcance que acuñamos desde estas líneas, y de la que siempre les hablo.

Efectivamente, la compleja velocidad del dinero infunde gran respeto a reguladores e instituciones, principalmente porque fuerza a cambiar a un enfoque mucho más ambicioso y multidisciplinar, pero a la vez es una gran variable socioeconómica por su gran versatilidad y potencia. La velocidad del dinero está en íntima relación con disciplinas híbridas, disruptivas y apasionantes como es la pscicología de masas, la sostenibilidad socioeconómica, la confianza de los ciudadanos en su propio sistema, y la co-responsabilidad sistémica de todos los agentes socioeconómicos (incluídos esos gobernantes que sólo nos sepultan endeudándonos cada vez más).

Pero por mucho que el carácter de esta velocidad del dinero adolezca de cierta imprevisibilidad y posible pérdida de control sobre la misma, y que extienda cierto temor entre algunos dirigentes entre otras cosas por lo poco que en realidad se ha usado comparándola con su potencialidad, en la situación actual mucho me temo que no tenemos otra opción: al abrir el polvorín de armas económicas, resulta ser la única que queda inventariada en el almacén del arsenal militar monetario.

Pero... ¿Y qué podemos hacer para aprovechar esta velocidad del dinero con toda su potencialidad?

Recientemente, el New York Times publicó un artículo sobre el tema de hoy que dejaba más sombras que luces tras su lectura, y no porque fuese un mal artículo (que no lo era), sino porque lo que se apreciaba es que, en el actual contexto económico, la FED parece más perdida que un belga por Soleares (como decía Sabina en su "Así estoy yo sin ti"). En el artículo apenas se aportan posibles soluciones para la futura política anti-crisis de la FED, y de lo poco que parece que se propone como camino a seguir es flexibilizar el mandato de la FED para con la inflación, y así disponer del regalo espontáneo de un margen extra para poder seguir manteniendo los tipos bajos durante el desarrollo de la próxima crisis. No es ni mucho menos una propuesta nueva, puesto que desde El Blog Salmón ya les analizamos cómo el BCE se estaba planteando exactamente lo mismo.

Vamos, simplificando: literalmente cambiar las reglas del juego para que te dejen seguir jugando incluso cuando ya se te han acabado las vidas. Y no niego que tal vez esa flexibilización no pueda llegar a ser conveniente (al menos en determinados escenarios), sino que planteársela precisamente ahora (y sólo ahora), levanta fundadas sospechas de intereses y conveniencias hasta políticas, especialmente tras las presiones a las que la FED ya fue sometida por Trump para bajar los tipos, y además con un nombramiento de por medio que, como muchos otros nombramientos de Trump, no estuvo exento de su cierta dosis de polémica. Con todo ello, este cambio en las reglas del juego inflacionario corre el riesgo de no haber venido necesaria y exclusivamente por motivos monetarios, como debería ser en el caso de la Reserva Federal, cuya independencia es una joya socioeconómica a preservar todo lo que sea posible, tal y como ha puesto de relieve recientamente una indicativa y desesperada carta abierta de cuatro predecesores en el cargo de máximo dirigente de la FED. Y que esta independencia pueda estar amenazada debe intranquilizar a todo agente socioeconómico (y a todos los ciudadanos). Posteriormente a la publicación de esta carta, tristemente el presidente Trump ha hecho caso omiso de tan coherente reivindicación, y esta semana ha vuelto a hacer renovado alarde de su ambición intervencionista más autoritaria y autosuficiente, haciendo de menos a la FED y su independencia.

Y ahora, ¡Ay!, que es aquí donde ya entramos en lo más complejo de esta poderosa variable socioeconómica de la velocidad del dinero, y donde más duelen sus implicaciones últimas. La profundidad más insondable y el carácter socioeconómicamente más sistémico de la velocidad del dinero entran en escena. Estimular la circulación del dinero cuando ésta depende de empresas y ciudadanos, supone añadir a la ecuación la difícil variable de la (re)confianza en el sistema: como toda confianza, se puede perder en un par de trimestres, y se puede tardar años en volver a conseguirla.

Y es que resulta muy muy difícil tratar de que la gente mueva su dinero alegremente, cuando sin embargo el futuro socioeconómico les infunde temor y desconfiaza, o cuando la omnipresente propaganda les ha convertido directamente en anti-sistema auto-destructivos. La parte del temor, entre otras cosas, viene porque ven que el ciudadano y la empresa común no acaban de participar del sistema como en décadas pasadas, salvo por un selecto y reducido grupo de grandes corporaciones que mayormente estarían dirigiendo los designios de todos, explotando el sistema únicamente en su propio beneficio, y enterrando el carácter más idealista de los inicios del capitalismo y la (cierta) búsqueda del bien común. Un bien común que hoy mayormente ni se le conoce ni se le espera, y no será por las esperanzas puestas en el sistema por el común de los ciudadanos antes del rebrote de los populismos más viscerales por doquier.

Y esto tiene muchas (pero que muchas) implicaciones sobre la sostenibilidad del sistema en los plazos más largos, que cada vez son más cortos. Para poder instrumentalizar correctamente la velocidad del dinero, hay que pasar inevitablemente por devolver a los ciudadanos la confianza perdida en el sistema, darles motivos para pensar que participan de él, y hacerles ver que el futuro no tiene por qué ser tan oscuro como esas montañas de deudas que nos tapan el sol, y como los trajes fúnebres que llevan esos políticos que nos entierran a base de cada vez más endeudamiento. Por supuesto que una parte importante de ese futuro más luminoso para por reducir el montón de títulos de deuda soberana emitida, y despedir a los dirigentes más fúnebres.

La parte de la desconfianza inoculada intencionadamente por la propaganda socioeconómica es de (todavía) más difícil solución, pero esa solución pasa por divulgar socioeconómicamente (a lo que este medio trata de contribuir modestamente), combatir en las redes sociales y en las comunidades virtuales las numerosas campañas de desinformación, esforzarnos todos por informarnos con rigor y leer siempre con espíritu crítico, y aislar a los verdaderos responsables de la propaganda internacional tratándola diplomáticamente como el nuevo tipo de agresión tácita que en realidad es.

Pero volviendo al riesgo cierto de utilizar la velocidad del dinero como arma monetaria, uno de esos riesgos es efectivamente poder llegar a perder su control, pues su poder está muy atomizado y disgregado entre todos los agentes socioeconómicos, dificultando especialmente ese control al entrar también en escena esos factores diversos y complejos ya citados. Una pérdida de control puede acabar provocando un peligroso rebrote inflacionario, pero la realidad es que ese escenario parece por ahora demasiado lejano como para preocuparnos ya por él, máxime cuando la amenaza que supone otra Gran Recesión es muy cierta y pende sobre nuestras cabezas.

Toda arma socioeconómica puede resultar defensiva ante los ataques de las crisis, o puede ser utilizada para suicidarse socioeconómicamente (incluso inconscientemente). Al fin y al cabo, sólo son instrumentos en manos de nuestros dirigentes (y de los propios ciudadanos y empresas), y su carácter protector o dañino depende en parte de cada momento socioeconómico concreto en el que se pretendan utilizar. Y en todo caso, ¿Con qué otras opciones contamos en el actual contexto socioeconómico? Cri cri, cri cri, cri cri... La única respuesta en la oscura noche de la deuda es el dodecafónico cantar de los grillos, y esperemos que alguien consiga convertir esta jaula de grillos, en la que se ha convertido nuestro sistema, de nuevo en una melodía afinada para deleite de todos.

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