El arranque de 2026 se perfila como uno de los más inciertos para la renta fija en más de una década. Los inversores se enfrentan a un escenario en el que confluyen señales económicas contradictorias, decisiones monetarias divergentes entre Estados Unidos y Europa y una tensión geopolítica marcada por la prolongación de las disputas comerciales.
Las perspectivas más recientes apuntan hacia un cambio de enfoque respecto a la renta fija internacional. Mientras que muchos segmentos tradicionales afrontan un panorama más limitado, la deuda de mercados emergentes empieza a destacar no solo por su repunte de rentabilidad, sino por una mejora estructural que ha pasado casi desapercibida para numerosos inversores europeos.
Tras años relegada a un segundo plano, esta categoría podría convertirse en uno de los ejes centrales de la asignación de carteras el próximo año.
Un activo que ha resistido mejor de lo esperado
La deuda de mercados emergentes ha demostrado una fortaleza notable durante los últimos ejercicios. En un entorno global marcado por la volatilidad, su comportamiento ha sido similar al de la renta fija de países desarrollados en términos de fluctuaciones, pero con diferencias significativas en rendimiento.
En los dos últimos años, su volatilidad media ha permanecido prácticamente alineada con la de los bonos de las principales economías, lo que ha mejorado su perfil de riesgo relativo.
El rendimiento medio cercano al 12 % registrado en el último año se ha beneficiado tanto de cupones elevados como del comportamiento relativamente estable de las divisas emergentes.
Esta combinación ha servido de amortiguador frente a episodios de tensión que afectaron a otros mercados. Gran parte del interés reciente se debe a la evolución de la rentabilidad exigida por el mercado, con entradas en torno al 7 % en emisiones en divisas fuertes. Este nivel histórico ofrece un colchón relevante frente a posibles ampliaciones de diferenciales o movimientos adversos de los tipos de interés.
Factores estructurales que refuerzan su atractivo
Más allá de los resultados recientes, el potencial de esta clase de activo descansa en una transformación menos visible, pero profunda, de muchas economías emergentes.
La consolidación de bancos centrales más creíbles y con mayor independencia ha permitido una mejor gestión de los ciclos económicos, reduciendo la dependencia de las decisiones de la Reserva Federal. Este cambio se refleja en políticas monetarias más predecibles, mayor control de la inflación y una intervención más prudente en los mercados financieros.
El crecimiento de la liquidez y la ampliación de la base inversora también han impulsado la madurez del mercado. En paralelo, estas economías han realizado avances significativos en materia fiscal.
La deuda pública en relación con el PIB se mantiene en torno al 50 %, muy por debajo del nivel medio de las economías avanzadas. Este equilibrio no solo mejora su percepción crediticia, sino que incrementa la resiliencia ante choques externos.
En 2024, catorce países emergentes mejoraron su calificación crediticia dentro de los principales índices del sector, y la tendencia continuó durante 2025. Este fenómeno contrasta con la estabilidad o retroceso observado en economías desarrolladas con altos niveles de endeudamiento.
El crecimiento previsto para 2026 y años posteriores es igualmente llamativo: las economías emergentes rondarán un avance anual del 5 %, frente a tasas ligeramente superiores al 1 % en las desarrolladas.
Mejora de las empresas y potencial de diversificación
El sector corporativo emergente también ha experimentado progresos en materia financiera. Las empresas presentan niveles más bajos de apalancamiento y una capacidad de cobertura de intereses más holgada que la de muchas compañías de países desarrollados. Estas mejoras se combinan con una estructura sectorial más diversificada y una mayor apertura de los mercados locales a inversores internacionales.
El resultado es un universo de emisores más amplio, líquido y atractivo para complementar carteras globales. La deuda corporativa emergente contribuye, además, a mejorar el equilibrio entre rendimiento y riesgo, en un momento en el que muchos inversores buscan alternativas que no dependan exclusivamente de los movimientos de la política monetaria de las potencias occidentales.
España, un país históricamente reticente a este activo
A pesar de su evolución, la deuda de mercados emergentes sigue sin tener un peso relevante entre los inversores españoles. La distancia respecto a otros países europeos es evidente y se explica por factores culturales, por la preferencia por emisores soberanos y corporativos locales y por la falta de tradición en la asignación global de renta fija. La consecuencia es una menor diversificación y, en ocasiones, un rendimiento más limitado en las carteras conservadoras.
Sin embargo, las condiciones actuales sugieren que esta tendencia podría cambiar. El entorno monetario previsto para 2026 apunta a un dólar más débil, lo que favorece la apreciación de las divisas emergentes.
Además, si la Fed continúa reduciendo los tipos de interés, el atractivo de estas economías aumentará aún más, especialmente en aquellos países que ya iniciaron fases de relajación monetaria.
El caso de Brasil como ejemplo ilustrativo
Brasil representa uno de los ejemplos más llamativos dentro del conjunto de economías emergentes.
Su política monetaria ha avanzado hacia un ciclo de recortes tras un periodo intenso de endurecimiento para frenar la inflación.
Este ajuste, junto con una economía menos expuesta al comercio internacional, podría dar impulso adicional a su mercado de bonos. L
a combinación de estabilidad relativa, crecimiento interno y un banco central prudente convierte al país en uno de los casos más observados por los analistas de cara al próximo año.
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