Uno de cada diez trabajadores en España es pobre: el empleo ya no garantiza llegar a fin de mes

Javier Ruiz

En la actualidad, España es líder en creación de empleo de toda la Unión Europea. Pese a ello, sorprende comprobar cómo el 11 % de sus trabajadores sigue en riesgo de pobreza, según los últimos datos de Eurostat.

La cifra, publicada esta semana y recogida por la prensa española, sitúa a España como el tercer país con más “trabajadores pobres” de toda la UE, solo por detrás de Luxemburgo y Bulgaria. Las perspectivas no son positivas: a pesar del dinamismo económico y de la reducción del paro, tener empleo ya no garantiza poder vivir con estabilidad.

Qué significa “trabajador pobre”

En la Unión Europea, se considera trabajador pobre a quien tiene ingresos inferiores al 60 % de la mediana nacional después de impuestos y transferencias sociales.

No hablamos, por tanto, de desempleados, sino de personas con contrato —por cuenta propia o ajena— que no logran superar el umbral de pobreza.

Según Carlos Susías, presidente de EAPN España (Red Europea de Lucha contra la Pobreza, en sus siglas en inglés), cree que al empleo español le falta “calidad” para revertir estos datos, como apuntaba en El País. En pocas palabras, los salarios frente a la capacidad de compra están estancados, y la recuperación no ha llegado al bolsillo de la mayoría de los ciudadanos.

Para muestra, debemos retroceder hasta 2006 para encontrar el mejor dato de la serie histórica de las últimas dos décadas, donde el riesgo de pobreza estaba en el 10,1 %. A lo largo de la crisis de 2008, este riesgo aumentó hasta superar el 13 %, reduciéndose progresivamente en los últimos cinco años.

Para los trabajadores extranjeros, el riesgo se duplica: “en España están en riesgo de pobreza el 25,2 % de los empleados extranjeros, frente al 8,8% de aquellos con nacionalidad española.”

La definición de pobreza varía respecto a la estadounidense: el Bureau of Labor Statistics (BLS) clasifica como working poor (trabajadores pobres) a quienes han trabajado al menos 27 semanas al año y permanecen por debajo del umbral federal de pobreza.

En EE. UU., esta tasa ronda el 4 %, pero el indicador se basa en la pobreza absoluta; en Europa, en la relativa. Por ello, estas cifras no son directamente comparables, pero apuntan al mismo fenómeno: el empleo ya no protege frente a la precariedad.

España, a la cola de Europa

En 2024, el 11,2 % de los trabajadores españoles estaban en riesgo de pobreza, frente al 8,2 % de media comunitaria. Solo Luxemburgo (13,4 %) y Bulgaria (11,8 %) presentan tasas superiores.

Los países nórdicos y centroeuropeos, como Finlandia (2,8 %), Bélgica (4,3 %) o Países Bajos (4,7 %), muestran los mejores resultados.

Las diferencias dentro de España son también marcadas:

  • Extranjeros: 25,2 % en riesgo de pobreza.
  • Nacionales: 8,8 %.
  • Jornada parcial: 19,2 %; completa: 9,6 %.
  • Contrato temporal: 13,2 %; indefinido: 7,6 %.
  • Estudios básicos: 18,1 %; superiores: 5,6 %.

Cabe señalar que el problema no es nuevo, la tasa alcanzó su máximo histórico en 2015 (13,1 %) y, pese a la mejora desde entonces, permanece anclada en torno al 11 %. La principal razón es que la creación de empleo no basta cuando los sueldos pierden poder adquisitivo y el coste de la vivienda se dispara.

Salarios bajos, vivienda imposible

El análisis de Fedea confirma que el salario real en España lleva casi dos décadas estancado: desde 2007 apenas ha crecido en términos de poder de compra.
Mientras, el coste laboral para las empresas sí ha aumentado, lo que genera un “desacople” entre productividad y bienestar.

A su vez, AIReF ha advertido en su último informe de septiembre de 2025 de la concentración creciente de trabajadores en la base mínima de cotización:
en 2018 representaban el 3,5 %, y en 2023 ya superaban el 7,4 %. Las sucesivas subidas del salario mínimo (un 61 % desde 2018) han elevado los ingresos más bajos, pero también aplanan la estructura salarial, de modo que cada vez más personas cobran cerca del SMI.

El otro gran factor es el precio de la vivienda: el alquiler o la hipoteca consumen más del 40 % del ingreso medio en las grandes ciudades. A menudo, mucho más.

En las Islas Baleares, por ejemplo, se ha disparado el número de trabajadores con empleo estable que viven en caravanas o coches ante la falta de vivienda asequible, especialmente en zonas turísticas como Palma o Calvià, si bien afecta a gran parte de los municipios de la comunidad autónoma.

Una tendencia que recuerda lo que ocurre en California, donde miles de empleados con jornada completa viven en sus vehículos por la crisis del alquiler. Según una investigación en los alrededores de Los Ángeles, muchos trabajan en almacenamiento, construcción o distribución —empleos a jornada completa— pero simplemente no pueden permitirse un hogar: la escasez de vivienda asequible y los precios desbocados les empujan a vivir en furgonetas, caravanas o automóviles convertidos en habitáculos improvisados.

En EE. UU., esta forma de vida en la que se “duerme en el coche” está siendo reconocida cada vez más como un fenómeno de trabajadores vulnerables, no solo de personas sin empleo o sin ingresos.

Empleo sin bienestar

El caso español no es una excepción: en EE. UU., el pleno empleo convive con un aumento de la pobreza laboral y con una expansión del trabajo precario en servicios y logística; en Europa, la tendencia se repite.

Los trabajadores empobrecidos crecen incluso en países con paro bajo; la nueva pobreza no se mide solo en falta de ingresos, sino en imposibilidad de acceder a vivienda, ahorro o estabilidad vital.

España, en particular, combina sueldos bajos con precios altos, un equilibrio que deja a millones de trabajadores en la cuerda floja: ganan lo suficiente para no recibir ayudas, pero demasiado poco para vivir sin ellas.

En conclusión, la economía española crea puestos de trabajo, pero el modelo laboral y de vivienda erosiona la calidad de vida. La pobreza laboral revela que el reto no es solo reducir el paro, sino aumentar el valor real de los salarios y el acceso a vivienda digna.

No consuela, pero no es distinto a la tendencia del resto de las economías occidentales, donde trabajar empieza a no bastar para vivir, dejando al margen la voluntad o el esfuerzo individual y poniendo el foco en el modelo económico que, a diario, desvincula más y más empleo de bienestar. El reto actual parece ser volver a conectar estos dos conceptos.

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