Europa sigue estancada, pero España avanza a buen ritmo desde la pandemia. Es, en pocas palabras, el resumen macro de un país que ha protagonizado un crecimiento económico sostenido y diferencial frente al resto de la UE.
Buena parte de esta trayectoria tiene mucho que ver con un motor que, a menudo, queda invisibilizado en el discurso público: la aportación de los trabajadores extranjeros, que explican la mayoría del empleo creado en los últimos años.
España crece, Europa se enfría
Según datos de Eurostat, España es el país que más ha crecido desde el cuarto trimestre de 2019. Si comparamos la evolución del PIB real (ajustado por inflación), nuestro país supera en crecimiento acumulado a Alemania, Francia, Italia, Bélgica y los Países Bajos.
Así, mientras otros países se han quedado prácticamente sin crecimiento desde la pandemia: incluso con caídas preocupantes del PIB, como en el caso finés, España ha escalado más de un 10 % en su nivel de actividad.
Este crecimiento no es coyuntural ni basado exclusivamente en el turismo o el gasto público. Como muestran los gráficos de Combarro, desde 2023 la inversión privada ha ganado peso y el crecimiento de 2024-2025 se asienta sobre bases más equilibradas: capital fijo, gasto privado y mercado laboral.
El dato más reciente lo confirma: en el segundo trimestre de 2025, España creció un 0,7 % intertrimestral y un 2,8 % interanual, mientras la media de la eurozona se mantenía por debajo del 1 %.
¿Quién sostiene este crecimiento?
El crecimiento del empleo ha sido una de las grandes fortalezas del país. Sin embargo, este no se reparte de forma homogénea. Según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), el 80 % del empleo neto creado desde 2021 ha sido ocupado por trabajadores extranjeros. Es decir, 8 de cada 10 nuevos puestosse han cubierto por personas nacidas fuera de España.
De este modo, si bien en el último trimestre se ha observado un repunte entre los nacionales, la tendencia general sigue siendo clara: el crecimiento laboral en España es, sobre todo, resultado del trabajador migrante.
Esto se explica, en parte, por una realidad demográfica: la estructura por edades de la población extranjera está más concentrada en los tramos laborales activos (20-49 años) que la población nacional. Una diferencia demográfica que ayuda a que los datos de renta per cápita en España evolucionen mejor que los de renta por trabajador, dado que hay más personas en edad de trabajar por hogar en los colectivos migrantes.

Asimismo, el aumento del empleo y del PIB es una buena noticia macroeconómica, pero conviene observar la base del modelo. Buena parte del trabajo ocupado por la población extranjera se concentra en sectores de baja productividad y alta rotación, como la hostelería, el turismo, la construcción o el empleo doméstico. Sectores esenciales, en cualquier caso, pero también más vulnerables a las crisis y con menor capacidad de escalar salarios o inversión tecnológica.
Esto plantea una pregunta incómoda: ¿estamos creciendo sobre una base que puede agotarse? Si España no diversifica su modelo productivo y no mejora la calidad del empleo —tanto para trabajadores nacidos en el país como para migrantes—, corre el riesgo de consolidar un crecimiento frágil, demasiado dependiente de sectores intensivos en mano de obra barata y bajos márgenes.
Tensiones políticas
Este fenómeno no solo está sosteniendo el crecimiento. También ha permitido que el PIB per cápita de España se recupere más deprisa que en otros países, con una base poblacional activa en expansión. En muchos sentidos, la inmigración ha sido un estabilizador macroeconómico en un contexto europeo marcado por el envejecimiento, el estancamiento y la caída de la productividad.
Sin embargo, la narrativa pública muchas veces no acompaña a los datos. Pese a que la inmigración está apuntalando el crecimiento, sigue siendo objeto de discursos políticos polarizados, cuando no directamente hostiles.
Aun así, los datos son claros: mientras Alemania apenas ha recuperado el nivel prepandemia y Francia avanza a un ritmo muy modesto, España lidera el crecimiento europeo. Y lo hace con una clave demográfica ineludible: los nuevos empleos los están ocupando, en su mayoría, personas extranjeras.
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