
China, tradicionalmente considerada una de las mayores emisoras de gases de efecto invernadero del planeta, ha comenzado a hacer algunos cambios en el rumbo de su política energética.
A medida que el mundo transita hacia una economía más sostenible, la apuesta de China por las energías renovables parece que va en serio. En 2023, el país asiático logró reducir sus emisiones de carbono por primera vez en años, pese a haber incrementado su consumo energético global.
El compromiso de China con las energías limpias se refleja en su liderazgo mundial en instalaciones de energía solar y eólica, así como en su dominio de la cadena de suministro de tecnologías verdes.
Sin embargo, aunque los avances son significativos, todavía existen obstáculos complejos que deben superarse para garantizar que la transformación energética sea sostenible, equitativa y resiliente.
Un liderazgo en cifras, pero con matices importantes
China es actualmente el mayor productor y consumidor mundial de energía solar. Solo en 2023, instaló más de 217 gigavatios (GW) de capacidad fotovoltaica nueva, más que el resto del mundo combinado, según datos del Global Energy Monitor.
También ha logrado avances notables en la energía eólica. A finales de 2023, el país contaba con más de 430 GW de capacidad eólica instalada. La combinación de políticas públicas, incentivos económicos y una cadena de producción nacional altamente competitiva ha permitido esta expansión acelerada.
Sin embargo, estas cifras no siempre se traducen automáticamente en beneficios climáticos directos. Parte de la nueva capacidad renovable no está totalmente conectada a las redes eléctricas regionales, lo que impide aprovechar todo su potencial. Este desajuste entre producción y distribución es uno de los retos estructurales que deben resolverse.
Los retos del almacenamiento y la red eléctrica
Una de las mayores barreras que enfrenta China es la integración efectiva de las energías renovables en su sistema eléctrico. La apuesta de China por las energías renovables va en serio, pero este esfuerzo choca con una infraestructura heredada de décadas de dependencia del carbón.
Las redes eléctricas actuales no están plenamente preparadas para gestionar la intermitencia que caracteriza a las fuentes limpias como la solar y la eólica.
La falta de almacenamiento energético a gran escala también limita la capacidad del país para maximizar el uso de energías verdes. Las baterías de última generación, aunque en desarrollo, todavía no son suficientemente accesibles o escalables para cubrir toda la demanda nacional.
Según BloombergNEF, China necesita triplicar su capacidad de almacenamiento para alcanzar sus objetivos de neutralidad climática para 2060.
Uno de los grandes dilemas del modelo energético chino es que, mientras invierte en renovables, continúa construyendo centrales de carbón. Esto puede parecer contradictorio, pero responde a la necesidad de garantizar seguridad energética y evitar apagones en momentos de alta demanda. En 2023, China aprobó proyectos para más de 100 GW en nuevas plantas térmicas, según Global Energy Monitor.
Este hecho complica el discurso oficial de descarbonización. Su transición no es inmediata ni lineal. El país se enfrenta a la paradoja de liderar en tecnología verde, al mismo tiempo que sigue siendo uno de los mayores consumidores de combustibles fósiles.
La dimensión geopolítica y económica del cambio
El papel de China en las energías renovables también tiene una fuerte dimensión geopolítica. Al controlar buena parte del suministro mundial de paneles solares, turbinas eólicas, baterías y materiales clave como el litio o el cobalto, ha conseguido posicionarse como un referente global.
Esta posición refuerza su poder económico, pero también genera tensiones con otras economías que buscan reducir su dependencia de los productos chinos.
Por otro lado, la economía verde está siendo promovida como motor de crecimiento interno. La creación de empleos vinculados al sector renovable, el aumento de las exportaciones tecnológicas y la modernización industrial son pilares de esta transformación.
Las metas a largo plazo y los ajustes necesarios
China se ha comprometido a alcanzar la neutralidad de carbono antes de 2060 y a que sus emisiones toquen techo antes de 2030. Para lograrlo, el país debe seguir reduciendo su dependencia del carbón, desarrollar tecnologías de captura de carbono y ampliar su red de transmisión energética de forma eficiente. Las regiones occidentales, donde se concentra la generación renovable, deben conectarse mejor con los centros de consumo del este, altamente urbanizados.
La innovación, como siempre, es la clave en esta nueva etapa. El impulso a la electrificación del transporte, la eficiencia energética en las ciudades y la digitalización de las redes eléctricas permitirá afianzar los progresos realizados. Pero aún queda camino por recorrer y una respuesta que responder: ¿finalmente será China capaz de conseguir su objetivo?