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El cambio climático está destruyendo regiones enteras. Sin embargo, está llegando a impulsar la economía de EEUU

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Sergio Delgado

El impacto del cambio climático se ha vuelto una realidad tangible no hay duda. Y es capaz de trastocar comunidades completas, alterar territorios y modificar de manera profunda las dinámicas sociales.

En los últimos años, fenómenos como inundaciones y DANAs, incendios descontrolados y huracanes intensificados han provocado daños que superan lo que muchas regiones estaban preparadas para afrontar.

Sin embargo, al mismo tiempo ha surgido un fenómeno inesperado: la transformación económica de ciertos sectores que crecen al ritmo de estas nuevas emergencias.

De hecho, se está gestando una industria que combina infraestructuras, tecnología, ingeniería y servicios especializados orientados a la resiliencia climática.

Lo que antes se entendía únicamente como reparación de daños ahora abarca actividades como fortificación de edificios, actualización de redes energéticas, gestión avanzada del riesgo y estudios de adaptación territorial.

Esta evolución está generando un tejido económico en expansión, especialmente en determinados puntos de Estados Unidos que reciben inversiones públicas y privadas destinadas a reconstruir y proteger zonas vulnerables.

Dos ejemplos recientes en EEUU

Por ejemplo, el huracán Helene, que arrasó el oeste de Carolina del Norte, dejó claro hasta qué punto un fenómeno climático extremo puede paralizar la vida cotidiana de una región.

Las carreteras quedaron inutilizadas, el suministro eléctrico tardó días en restablecerse y la comunicación se volvió frágil en comunidades acostumbradas a cierta estabilidad.

La acumulación de lodo tóxico, la pérdida de bienes esenciales y el deterioro de infraestructuras básicas mostraron que el impacto no solo se mide en daños materiales, sino también en la capacidad de reacción de quienes dependen de ellas.

La historia de la cervecería artesanal situada en el River Arts District es otro ejemplo representativo. Sus propietarios vieron desaparecer en cuestión de horas una parte esencial de su producción.

Más de un millón de latas quedaron inservibles y gran parte del equipamiento se vio afectado por la inundación.

Lo que inicialmente parecía el fin de su actividad terminó convirtiéndose en un proceso de reconstrucción que refleja la tendencia de muchas pequeñas empresas obligadas a replantear sus operaciones tras episodios climáticos severos.

Un nuevo motor económico basado en la resiliencia

En este escenario ha tomado fuerza un sector que combina servicios de recuperación y estrategias de adaptación. Empresas dedicadas a la descontaminación, la impermeabilización, la reconstrucción estructural y la ingeniería de emergencia están multiplicando su presencia.

A ello se suman compañías que ofrecen estudios de vulnerabilidad climática, sistemas de alerta temprana y soluciones para reforzar redes de transporte o energía.

La demanda crece porque la recurrencia de estos eventos obliga a gobiernos locales y estatales a priorizar inversiones que antes se aplazaban indefinidamente.

En muchas zonas del país se observa un aumento significativo del empleo en actividades relacionadas con la mitigación de riesgos.

Los trabajadores especializados en restauración ambiental, diseño hidráulico o planificación urbana resistente se han vuelto imprescindibles para garantizar que las comunidades puedan seguir funcionando.

Al mismo tiempo, estas iniciativas impulsan la llegada de capital federal orientado a mejorar defensas naturales, modernizar infraestructuras y garantizar la continuidad de servicios esenciales, incluso bajo condiciones extremas.

La paradoja de un crecimiento económico ligado a la destrucción

Esta expansión genera un contraste difícil de ignorar. Mientras el cambio climático arrasa viviendas, desplaza poblaciones y obliga a cerrar negocios, también está estimulando una economía basada en la respuesta inmediata y la adaptación.

La inversión en reconstrucción suele superar la realizada en prevención, lo que alimenta aún más la actividad de sectores vinculados a la remediación. La paradoja se acentúa porque las regiones más golpeadas suelen convertirse en las que reciben mayores flujos de proyectos para reforzar su sistema productivo y sus servicios básicos.

Este ciclo plantea un interrogante sobre la sostenibilidad del modelo a largo plazo. Cuanto más frecuentes son los desastres, más recursos se destinan a corregir y menos a anticiparse.

La expansión del sector de la resiliencia climática demuestra que, incluso en circunstancias adversas, surgen oportunidades. Sin embargo, la dependencia creciente de una industria que prospera a partir de la destrucción plantea un debate profundo sobre el rumbo que deben seguir las políticas públicas.

Qué duda cabe que la verdadera estabilidad requiere invertir en anticipación y reforzar estructuras antes de que el impacto sea irreversible.

Imágenes | Unplash, Unplash

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