El cambio de hora estacional podría llegar a su fin en 2026, según ha anunciado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
La propuesta se presentará ante el Consejo de Energía de la Unión Europea, con el objetivo de eliminar una práctica que, tras más de cuatro décadas en vigor, para muchos ha perdido su justificación técnica.
Se trata de una medida que busca armonizar los horarios con los ritmos naturales de luz y descanso, y responde tanto a criterios científicos como económicos.
El debate sobre la utilidad del cambio horario se reaviva cada otoño y primavera. Los estudios más recientes muestran que el supuesto ahorro energético apenas representa un 0,1% del consumo total anual, según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE).
Con la generalización de la iluminación LED, los electrodomésticos eficientes y los sistemas de climatización modernos, la medida ha dejado de tener sentido.
El cambio de hora influye en nuestros bolsillos
La pérdida de productividad derivada del cambio horario es uno de los argumentos más sólidos a favor de su eliminación. Según un estudio conjunto de la London School of Economics y la European Time Use Initiative, los desajustes circadianos tras el cambio de hora pueden provocar una reducción de entre el 2% y el 4% en la productividad laboral durante las dos semanas siguientes.
En términos económicos, esta caída se traduce en un coste medio de 700 a 800 dólares por empleado al año en los países de la Unión Europea.
El ministro de Economía, Carlos Cuerpo, ha declarado que la pérdida de rendimiento asociada a la falta de sueño y a la desorientación temporal tiene “un impacto directo sobre el PIB y sobre la salud de los trabajadores”.
España, con un mercado laboral caracterizado por jornadas extensas y horarios tardíos, sufre especialmente este efecto. Según datos del INE, los trabajadores españoles duermen una media de 7 horas y 6 minutos, por debajo de las 8 recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Un informe de la Barcelona Time Use Initiative advierte además que el actual sistema horario, combinado con los cambios estacionales, puede reducir la eficiencia general de la economía hasta en un 0,5% del PIB anual.
En términos absolutos, esto equivaldría a unos 6.500 millones de euros para el conjunto de España, una cifra muy superior a cualquier ahorro energético estimado.
Y claro, consecuencias sobre la salud y el bienestar
La ciencia es clara en este punto: el cuerpo humano necesita estabilidad en los ritmos de sueño y luz solar.
Cada cambio horario provoca una alteración temporal en el reloj biológico que puede durar entre 5 y 10 días. Durante ese periodo, aumenta la fatiga, el estrés y la falta de concentración. Según la Sociedad Española de Sueño (SES), un 40% de la población nota efectos negativos tras el cambio horario, y un 15% experimenta alteraciones del sueño más allá de una semana.
La Barcelona Time Use Initiative y el European Biological Rhythms Society han vinculado esta alteración repetida con un incremento del 8% en el riesgo de trastornos metabólicos y cardiovasculares. También se ha detectado un aumento del 6% en los accidentes laborales y del 3% en los siniestros de tráfico durante los días posteriores al ajuste.
Además, un estudio del Karolinska Institute de Suecia señala que las personas con horarios laborales irregulares o nocturnos, especialmente las que sufren el cambio de hora, presentan niveles más altos de cortisol, la hormona del estrés, y una menor capacidad de concentración durante la jornada.
Una medida europea con respaldo social
La iniciativa española pretende reactivar un debate que lleva años paralizado en la Unión Europea. En 2018, el Parlamento Europeo votó por amplia mayoría (410 votos a favor y 192 en contra) eliminar el cambio de hora. Sin embargo, el Consejo Europeo pospuso la decisión a la espera de un consenso entre los Estados miembros sobre si mantener el horario de invierno o el de verano.
Desde entonces, la discusión ha quedado estancada. Países como Finlandia, Alemania y Francia han expresado su apoyo a la eliminación del sistema actual, mientras que otros, como Grecia o Portugal, mantienen reservas por motivos geográficos y de sincronización económica. España busca ahora que la Comisión Europea retome el proceso y establezca un calendario definitivo antes de 2026.
Las encuestas muestran un consenso claro entre la ciudadanía. Según un sondeo del Eurobarómetro de 2023, el 84% de los europeos se declara contrario a seguir cambiando la hora. En España, la cifra alcanza el 93%, una de las más altas de la UE. Los ciudadanos asocian el cambio con trastornos del sueño, estrés y pérdida de bienestar.
Lo notaremos en la energía
El argumento original del cambio horario —ahorrar energía aprovechando mejor las horas de luz solar— ha perdido validez con el tiempo.
El consumo energético actual depende mucho más de la climatización y los hábitos digitales que de la iluminación. Según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, la diferencia entre mantener el horario de verano o el de invierno supondría un ahorro inferior al 0,2% del consumo anual total, equivalente a unos 150 GWh, una cifra irrisoria frente a la demanda nacional, que supera los 250.000 GWh.
Además, el impacto sobre el consumo de calefacción y aire acondicionado compensa —e incluso supera— cualquier ahorro en iluminación.
Un estudio de la Comisión Europea de Energía publicado en 2022 advierte que en los países del sur de Europa, como España o Italia, el cambio de hora puede aumentar el uso del aire acondicionado en verano hasta en un 3%, debido a que las horas de actividad se desplazan hacia las más calurosas del día.
El fin del cambio de hora en 2026 supondría no solo un ajuste técnico, sino un cambio estructural en la forma de entender el tiempo y su relación con el trabajo y la economía en general.
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