Al zar Putin no puede derrocarlo la democracia, sino la economía

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La nueva generación de líderes internacionales autócratas parece no tener fin, y se trata de un colectivo cada vez más poblado. Sin entrar en por qué ocurre esto ahora en tantos lugares tan dispares, y dejando aparte a países abiertamente “dictapitalistas” como puede ser China, lo cierto es que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, se erigió como uno de esos primeros líderes en la escena internacional.

El hecho es que Putin deslumbró a propios y extraños, y en Occidente se le llegó a ver en ciertos momentos como un modelo a imitar por ciertos sectores tanto del ala ideológica más a la izquierda, como de la más a la derecha, como del centro. Putin y su nueva Rusia despertaron pasiones, e incluso indujeron a muchos líderes y ciudadanos a querer replantearse su modelo (especialmente de dirigente político).

Dejando a un lado lo válido o no válido del proceso electoral ruso, cuyos resultados están siempre más cantados que el “Macarena” de los Del Río, Putin siempre ha gozado en Rusia de unos altos índices de popularidad, que hacían la envidia de cualquier dirigente… Bueno, gozaba, porque ese idilio popular entre los rusos y Putin puede estar tocando a su fin. Y no, puede que el zar Putin no pueda ser derrocado electoralmente, sino que es la economía la que ahora amenaza con hacerlo.

No hay sombra política, empresarial o social que le dure al presidente Putin

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Se podría decir, sin apenas margen de error, que el curso del rio del disidente ruso (sea oligarca, político o periodista) pasa inicialmente por una fuerte connivencia con la esfera del poder político de Rusia, sigue con la toma de conciencia de la realidad del sistema, y acaba por tomar forma en un convencimiento de que algo hay que hacer. Finalmente, las ondas de su corriente disidente acaban por llegar a las orillas que no deben, y aquí ya el río se subdivide en dos cursos claramente diferenciados.

Por un lado, están aquellos disidentes con los que la clásica estrategia rusa del Kompromat debió de dar sus frutos, y lo que es un hecho es que casualmente estos disidentes acaban por caer en desgracia social. Lo hacen habitualmente tras un escándalo sexual o de corrupción, siendo expulsados de la primera línea de influencia del país. Quedan así condenados al más severo y doloroso ostracismo social y profesional.

Y por otro lado están aquellos disidentes que optan por fugarse a otro país (en principio) algo más alejado de la órbita rusa, muy habitualmente Ucrania. Allí es donde, (casi) siempre, acaba por aparecer en algún momento un hombre armado que, a base de pólvora y balas, pone un abrupto final a la vida del disidente (y a sus actividades). Esto no es una opinión personal, son hechos objetivos y contrastables, como ha venido ocurriendo desde hace algunos años con incontables personalidades y periodistas rusos.

Por citar tan sólo unos ejemplos, podemos hablarles de violentas y sangrientas escenas bastante habituales en Ucrania, como la protagonizada por el exdiputado ruso Denis Voronenkov. Este político comunista fue salvajemente tiroteado en pleno centro de Kiev, y casualmente era poseedor de "información importante", un extremo que confirmaron las autoridades ucranianas. Otros casos de muertes en circunstancias "anómalas" de contrarios al Kremlin van desde el periodista Pavel Sheremet, a los empresarios Boris Berezovsky y Alexander Perepilichny, o funcionarios como Mikhail Lesin y Alexander Litvinenko.

La lista de ajusticiados es ciertamente interminable, especialmente si se cuentan las víctimas que eran periodistas, en una siniestra tendencia que revierte los avances que tanto costó consolidar tras décadas de inexistente libertad de prensa durante la época comunista del país.

Esta mecánica de facto ha resultado en un panorama político, empresarial y social, en el cual no hay poder posible que se precie que tenga opciones de acabar haciéndole la más mínima sombra a la esfera política oficial. De ahí que hayamos pasado antes de puntillas sobre lo válido o no válido del proceso electoral ruso, un extremo que desconocemos y que, desde el consiguiente rigor, no podemos entrar a juzgar objetivamente.

Pero lo que sí que podemos afirmar es que, en Rusia, la llamada de las urnas pasa por no tener mucha más opción que votar al candidato eternamente favorito Putin (y adyacentes). Efectivamente, Putin corre siempre mayormente en solitario porque, sea por lo que fuere, nadie mínimamente con opciones le acaba durando mucho en la carrera corriendo tras él, especialmente en cuanto se le empieza a acercar demasiado por la retaguardia.

Y el elefante en la habitación del Kremlin es…

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Como nos relataba Bloomberg hace unos meses, esta vez hay algo que, por primera vez en mucho tiempo, ha logrado hacer dar un giro a la estrategia habitual de Putin. Por primera vez en mucho tiempo, Putin se ha posicionado claramente a la defensiva, en lo que constituye un inequívoco síntoma de que él mismo ve un riesgo muy cierto en este tema.

El tema no es otro que el mismo que corroe la sostenibilidad de otros sistemas como el europeo, el estadounidense, o incluso el chino. Ahora Rusia también está cayendo víctima de la insostenibilidad de sus pensiones, en una larga senda descendente se inició hace unas décadas. Lejos quedan ya aquellos años “dorados” enarbolados por los comunistas como adalid de demostración de la viabilidad de su idolatrado sistema.

Como el otro día muy oportunamente el lector heribertoaa puntualizaba en los comentarios de nuestro reciente análisis sobre la gerontocracia, en realidad aquel sistema ruso-comunista de pensiones gozó de una relativa buena salud en los años del comunismo básicamente porque, en media, aquellos rusos morían a los (muy) pocos años de jubilarse. Aquel "delicado" equilibrio pensionista ruso se ha ido deteriorando conforme las décadas han ido añadiendo años de más también a la esperanza de vida rusa. Claro, así cualquiera pagaba la cuenta de las pensiones; se podrían incluso haber permitido onerosos pensionazos: total, para unos pocos años de desembolso (a cambio de toda una vida de cotizaciones)…

El detonante de un incipiente descontento popular dirigido hacia Putin no ha sido otro sino una polémica reforma del sistema nacional de pensiones ruso anunciada el pasado verano. La “trasgresora” reforma puede no parecerles en absoluto agresiva dados los estándares occidentales, y es que Putin tan sólo pretende elevar la edad de jubilación hasta los 63 años en el caso de las mujeres (desde los 55 actuales), y hasta los 65 en el caso de las mujeres (desde los 60). Vamos, que para muchos los rusos se estarán quejando por quejarse, pues, en el peor de los casos, están quedando al mismo nivel que los países más desarrollados.

Pero lo delicado del asunto viene cuando se tienen en cuenta otros factores de la ecuación rusa de las pensiones. El tema es que los rusos mueren bastante más jóvenes que nosotros; así, la esperanza media de vida en Rusia para un hombre es de 67 años, mientras que para una mujer asciende hasta los 77. Simplemente por aportar el dato comparativo, actualmente en España esta edad media de defunción se sitúa en los 80,5 años para los hombres, y en los 86,3 para las mujeres. Con ello, el peso de las pensiones en el sistema ruso entra literalmente en la categoría púgil de peso mosca, mientras que para los occidentales nos supone un esfuerzo muy considerable.

Y piensen cómo estarán los asuntos salmón en Rusia, que ni ese ligerísimo peso se pueden permitir en las cuentas públicas, y han tenido que optar por una drástica reforma que ya sabían que iba a resultar tremendamente impopular: un 89% de los rusos se oponen frontalmente a dicha reforma. Y no queda ahí la cosa, como habrán leído en el artículo anterior, la popularidad de Putin se ha resentido sensiblemente desde niveles cercanos al 90% de apoyo, hasta el 67% actual.

Lo que la verdad (oficial) esconde es una realidad a pie de calle mucho más soliviantada

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Hay que tener en cuenta que, si bien muchos mandatarios bien querrían para sí este “terrible” índice de popularidad, dadas las “vicisitudes” e incongruencias generales tras las cifras rusas, lo cierto es que esta cifra ha de interpretarse como un dato muy muy negativo. Muy probablemente el número publicado esconde una realidad mucho peor de lo que parece en el escaparate al público. De hecho, es la peor cifra desde la ola masiva de protestas populares contra el fraude electoral acontecida tras las elecciones de 2012 (que ganó Putin, obviamente). Y eso, en Rusia, políticamente son palabras mayores.

Eso sí, como no podía ser de otra forma para contentar a sectores socioeconómicos clave dentro del control interno de un país, la reforma no afectará a hasta un 25% de los jubilados. Efectivamente, como relataba Bloomberg, Putin sabe perfectamente que, por muy autócrata que él pueda ser, por debajo de él se urde un delicado equilibrio de poderes que debe cuidar si no quiere caer. De esta manera, esa reforma no cambia las comparativamente muy ventajosas condiciones de jubilación de colectivos como los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, los fiscales, el ejército, y similares, que podrán seguir retirándose a principios de su cuarentena. Un dulce estratégicamente almibarado, porque además en Rusia se puede seguir trabajando tras la jubilación.

Las lecciones que verdaderamente nos puede dar Putin a Occidente

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Pues no voy a negarles que en esta vida lo más inteligente es aprender de los errores (y aciertos) de uno mismo, pero también de todo el que nos rodea. Por ello, tampoco voy a negarles que a buen seguro podríamos aprender muchas cosas de Putin, tanto de lo que ha podido hacer bien como de lo que ha hecho mal, y al igual que podríamos aprender de cualquier otra persona.

Pero la lección más importante de la complicada situación política rusa que podemos sacar desde Occidente es sobre lo que significa una reforma drástica de un sistema de pensiones. A ello nos veremos irremediablemente abocados con o sin sangría política y socioeconómica previa, como ya analizamos en el artículo sobre gerontocracia enlazado antes: cuando las cuentas públicas no salen, no salen ni aunque se las empuje de un lado para otro de la cocina macroeconómica escoba en mano.

Los dirigentes occidentales deberían tomar buena nota de todo lo que acontece con este terremoto socioeconómico en Rusia, porque jugamos con la ventaja de que aquello puede servirnos de inevitable campo de ensayos (muy a su pesar). De lo que aprendamos del caso ruso, depende en buena medida cómo de bien podamos reconducir una situación socioeconómica que no tiene buena salida, y que es potencialmente muy desestabilizante.

En la órbita rusa, no parece haber alternativa electoral en la que pescar aparte de Putin… pero los Salmones están saltando

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Pero volviendo al caso ruso, como viene siendo habitual en la era Putin, el presidente podría de nuevo acabar saliendo airoso de esta nueva encrucijada legislativa. La tónica política forzosa es que en Rusia nadie mueve un dedo sin el beneplácito del mandatario, pero éste no aparenta tomar parte en los asuntos del gobierno del día a día hasta que se tornan inmanejables. Es entonces cuando Putin interviene, y queda ante la opinión pública como el válido que acaba arreglando los asuntos nacionales personalmente, dejando a sus subordinados como los que son incompetentes. Vamos, la clásica estrategia del escudo político que ya ponían en práctica griegos y romanos (y también por nuestros lares hoy en día). Así que, lógicamente, el presidente tiene su (innegable) popularidad (a pesar de la naturaleza de las cifras rusas).

Pero este tema de las pensiones ciertamente ha demostrado quedarle grande a las tácticas habituales, y amenaza seriamente hasta la intocable reputación de Putin. Efectivamente, el presidente Putin siguió el guión, y salió una vez más con aire triunfal a "enmendar la plana" y rebajar planificadamente la dureza de la reforma. Pero esta vez ni la tradicional receta mágica acabó de funcionar y, a pesar de las concesiones de Putin, las calles se mantuvieron agitadamenre incendiadas, con miles de personas manifestándose a lo largo y ancho de toda Rusia. Unas protestas que se mantuvieron durante bastantes semanas, y que aún hoy siguen provocando significativas reacciones antigubernamentales en el seno de la sociedad rusa.

Otro tema es la guerra cibersocial global en la cual Rusia es también una superpotencia, y para la cual la propaganda es la principal arma ofensiva (y defensiva a la vez). Pero, en esta guerra cibernética con consecuencias reales, ya hay países que han visto la imperiosa necesidad de armarse y contraatacar. Ya pueden dar por seguro que, con este análisis, a estos nuevos cibercuerpos de élite no les hemos contado nada nuevo, y que muy probablemente ya tienen fichada la falla social de las pensiones en Rusia para contraatacar, llevando la guerra a su propio terreno. Si no fuera por lo peligroso y desequilibrado que se está volviendo, diría que este mundo que nos ha tocado vivir es ciertamente impactante.

Pero por mucha propaganda que pueda haber en cualquier nación, por mucha justificación, por mucha retórica, por mucha mano dura represiva (no hace falta que saquemos a colación el omnipresente caso de Venezuela), al final, la sostenibilidad se reduce (casi) siempre a una única ecuación económica muy básica. El resultado de esta ecuación viene arrojado por cómo el pueblo sabe perfectamente si el sistema hilvanado le permite sobrevivir a base de su salario y esfuerzo, o si la asignación que le corresponde no le da para llenar la cesta de la compra, y/o se encuentra con los lineales desiertos de productos en el supermercado.

Huelga decir que, cuando el pueblo pasa penurias de las de verdad, es cuando se levanta contra quienquiera que gobierne. Así llegan todas las revoluciones (de cualquier color) que, por cierto, siempre se sabe cómo empiezan, pero nunca se sabe cómo acaban. Pero el común denominador es casi siempre esa economía, que es la prueba del algodón que no engaña (en ningún país ni sistema).

Lo que podemos estar viendo en Rusia no es nada demasiado diferente a los procesos de cambio que pueden vivirse en cualquier país, pero, obviamente, aquí hay muchos matices (especialmente destellos asalmonados) que distancian a Rusia de otras realidades nacionales. ¿El riesgo para el mundo en general? Ciertamente, es un peligro muy importante que se pueda acabar desestabilizando una superpotencia mundial que, además, da la casualidad que es una superpotencia nuclear, y que de hecho Rusia vuelve a apostar decididamente de nuevo por este tipo de macabro armamento

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Una vez más, la economía y el color salmón se sitúan como el factor socioeconómico más decisivo para cualquier sistema, y Rusia no iba a ser una excepción. Puede que a Putin le encante pescar salmones como se ha retratado haciendo en diversas ocasiones, pero debe tener mucho cuidado porque esta vez parece que es el Salmón el que quiere pescarle a él. Y los Salmones están saltando sin parar, tratando de subir el curso del rio hasta su nacimiento, donde pretenden acabar desovando para alumbrar una nueva hornada de alevines. Algún día alguno conseguirá zafarse, y no será “pescado” antes de tiempo.

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