Un código ético para la ciencia económica

Un código ético para la ciencia económica
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La crisis financiera está dejando tremendamente en claro las fallas sistémicas del modelo económico vigente y la imposibilidad de un ajuste automático vía laissez-faire o libre mercadismo. El descalabro diario, constante y agónico que estamos viviendo es equivalente a una caída en cámara lenta de las torres gemelas, a razón de un piso por semana, pero con una nube de polvo de mayores proporciones.

El Dow Jones ha cruzado antes de lo previsto la barrera de los 7.000 puntos, situándose en 6.750 puntos, arrastrando con ello a todas las bolsas mundiales. El Ibex tuvo su mayor caída del año ubicándose en los 7.270 puntos, con un descenso de 4.6%. Queda claro que el modelo económico falló y que en los últimos 30 años imperó un alejamiento brutal de la realidad. El mundo entero se enajenó en un modelo económico que perdió sus mecanismos de defensa, quedando vulnerable a los vacíos y caprichos del mercado.

La tesis del modelo impuesto a fines de los 70 se basó en la idea de que los mercados son inherentemente estables, y que toda perturbación es transitoria. Por eso, el estudio de las crisis fue abandonado, así como lo fueron otras corrientes de pensamiento que incluso fueron sacadas de las mallas curriculares de las Universidades. El vacío es dramático y no debe causar sorpresa que el hundimiento continúe. El germen de ese VIH que infectó a toda la economía estuvo en las políticas de privatizaciones, la desregulación financiera, los recortes presupuestarios y también en el exterminio de los sindicatos. Todo aquello creó la burbuja financiera y también esa otra burbuja en la cual la gente vivió en la felicidad del consumismo sin importarle el hambre del vecino.

Ahora que hay un cierto consenso en la aplicación de “medidas excepcionales para momentos excepcionales”, hay que crear una macroeconomía que sea capaz de detectar a tiempo esos momentos excepcionales. La macroeconomía no fue capaz de evolucionar al ritmo que lo requerían los avances tecnológicos e informáticos, ni tampoco al ritmo de las exigencias sociales que situaran a las necesidades humanas, individuales y colectivas, en el eje central del proceso histórico. Y al no evolucionar, la economía perdió más realismo.

Si el dedo acusador ahora señala a los bancos, es porque ahí se origina parte sustancial del problema. Los modelos financieros desarrollados por brillantes expertos tenían serias limitaciones y eso no fue advertido. Es poco probable que quienes crearon esos modelos no detectaran sus falencias. Y eso se debió haber divulgado pues no hacerlo supone una falla ética. Al respecto, no hay ningún código ético para los profesionales de la ciencia económica.

Imagen | greekadman

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