Quizá la presencia de Silvio Berlusconi como anfitrión de la última cumbre del G-8 que terminó ayer en L'Aquila, le dio el caracter de frivolidad a todo el evento en el cual no salió humo blanco en ninguno de los aspectos centrales. Al parecer la grave crisis económica fue utilizada como un pretexto para no avanzar en la formulación de propuestas concretas frente a temas como el cambio climático, el hambre en el mundo, la regulación financiera.
Los 8 países que se reunieron son los responsables del 80% de las emisiones de gases que generan el efecto invernadero. De ahí que se requieran acciones concretas para identificar objetivos que permitan reducir sustancialmente las emisiones hacia el año 2050, y así evitar que la temperatura global del planeta suba más de 2 grados durante este siglo. Se ha demostrado que los avances de la industrialización elevaron en 1 grado la temperatura durante el siglo XX. Por ello urge no seguir "friendo" al planeta. La declaración final, al menos, incluyó un compromiso de duplicar la inversión pública en el desarrollo y la investigación de tecnologías inocuas de aquí al año 2015. Otra forma en que se demostró la inacción, es la forma concreta en que el G-8 crea mecanismos de ayuda para los hambrientos de África. Hace cuatro años prometieron reducir a la mitad los hambrientos del mundo y dicha cantidad, lejos de reducirse, ha cruzado ya los mil millones de personas, la sexta parte de la población mundial. La recesión mundial ha hecho olvidar la crisis alimentaria. Y por ello resulta irrisorio que se haya propuesto una cifra de 20.000 millones de dólares para ayudar a los agricultores del mundo, cuando sólo la ayuda a la General Motors (que ayer renació reestructurada), fue tres veces mayor.
En L'Aquila quizá se celebró la última cumbre de los G-8, pues ya muchos presidentes, como Ángela Merkel, consideran que el auténtico foro para discutir los problemas mundiales es el G-20, cuya acción más contudente ha sido la cumbre celebrada en Londres el 2 de abril. En esa cumbre se desterró para siempre la doctrina del Consenso de Washington y nació el Consenso de Londres, que abogó por una mejor supervisión financiera y el fin de los paraísos fiscales. Estas acciones están en ejecución y muchos países se han comprometido en desarrollar los mecanismos de transparencia financiera que requieren las economías sanas.
Incluso, y quizá lo más anecdótico, fue el compromiso de los G-8 de no atacar al dólar, evitando así que la desmedida volatilidad de la divisa cree incentivos a la especulación. Algo, al menos, para el brindis.
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