Así son los incentivos perversos de "lo público"

Así son los incentivos perversos de "lo público"
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Existe una eterna discusión entre aquellos que prefieren una economía en el cual los agentes privados sean los que predominen las decisiones para coordinarse entre sí y aquellos que defienden el papel del Estado con una visión dirigista sobre la sociedad a través del suministro de bienes que previamente son financiados a través de impuestos por los agentes privados.

En Europa especialmente, se ha instalado una visión amplia de la idoneidad de la educación gratuita, la sanidad gratuita u otros tipos de gasto social que son suministrados a la sociedad mediante el Gobierno sin imputar precio alguno al consumidor. La ventaja aparente de estos servicios es que al anular el precio al que el consumidor se enfrenta, se puede universalizar su consumo, fomentando su accesibilidad de las capas sociales con menor renta.

El falso espejismo de "lo gratis" que acabamos pagando

Obviamente los servicios públicos no son gratis porque están vinculados a un coste que es financiado por los contribuyentes mediante la coacción impositiva, pero, en el momento de consumirlos no se afronta pago alguno, y en este punto se inician los incentivos perversos.

Si partimos en un sistema de una caja común en el que individualmente podemos incrementar nuestra utilidad (como beneficiarios de esa caja) a través de asignar el coste al grupo, no existe una sensibilidad a las variaciones de precio (el precio es cero) y, en consecuencia, si a mayor consumo mayor utilidad percibida, las preferencias individuales están orientadas a consumir más.

Del mismo modo que el conocido dilema del prisionero, en teoría de juegos existe el conocido como el dilema del comensal que es un problema al que se enfrenta con frecuencia en entornos sociales que analiza cómo las decisiones individuales (y los diferentes incentivos) afectan al grupo.

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La situación imaginada es la siguiente: varios individuos salen a comer, pero antes acuerdan dividir el importe total en partes iguales entre todos ellos. Ahora cada persona debe elegir si desea pedir un plato barato o caro.

Se presupone que el plato caro es mejor que el barato, pero no lo suficiente como para justificar el pago de la diferencia en comparación con comer el plato barato que es lo que haríamos sin en ausencia del grupo. El jugador racional se decide por un alimento más barato pagando individualmente, porque la alegría (o utilidad percibida) de comer la comida barata es mayor que su coste y la alegría de comer la comida cara es inferior que su coste.

El dilema aparece en caso de que la cuenta se divida equitativamente después de una cena. Bajo estas condiciones los jugadores pueden sentir la intención de mejorar la utilidad percibida asignando el coste al grupo, un "comensal egoísta" se da cuenta inmediatamente de la posibilidad de disfrutar de una cena excepcional a precio de ganga.

Mientras que un enfoque ingenuo sugeriría que no es probable que este problema sea difícil de resolver, parece que incluso los mejores amigos pueden verse en dificultades para resolverlo... Y si en amigos puede resultar un motivo de conflicto, en sociedades complejas estas tensiones pueden ir a más si hablamos de una caja común: Beneficiarios frente a contribuyentes.

Más allá del dilema... El experimento

Pero por ahora solo hemos hablado del dilema, sin prueba alguna que acredite esta visión enfocada cómo la decisión individual puede afectar al coste colectivo. Por ello, en 2004, se impulsó un experimento en el ámbito de las Finanzas Conductuales por parte de Uri Gneezy, Ernan Haruvy y Hadas Yafe.

En el experimento se observaron a varios grupos de comensales, que a su vez, se enfrentaron a diferentes acuerdos de facturación en grupos formados por seis comensales.

Sus hallazgos en restaurantes fueron consistentes con las predicciones de la teoría económica que apunta que el consumo es menor cuando el pago se hace individualmente, y mayor cuando la comida es gratis, situando a la opción "dividir entre los comensales" como la opción intermedia.

Como estaba previsto, los sujetos tendían a hacer pedidos más caros, cuando la factura se dividía en partes iguales que cuando tenían que pagar individualmente, lo que minimizaba sus pérdidas individuales al aprovecharse de los demás, lo que resultaba en una pérdida sustancial de eficiencia... De ahí que este sea uno de los motivos que "lo público" tienda a ser menos eficiente, sin tener en cuenta los factores de oferta como es la gestión pública.

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El coste medio de la comida en el juego de pago individual fue igual a 37,3 euros, si se dividía la cuenta en partes iguales en promedio se pagaba 50,9 euros, y, en el caso de una comida gratis, la cuenta por comensal alcanzaba un precio promedio de 82,3 euros. En otras palabras, cuando el comensal veía que su consumo era percibido como gratis, la factura suponía un sobrecoste de más del doble frente a la preferencia individual.

Aparece la idea del copago

Como vemos, el principal problema de que un bien o servicio sea subministrado de manera gratis es que se tiende a incurrir en un sobrecoste que hace que la factura global que nos lleva a una alternativa más cara frente a las alternativas individualizadas.

Por ello, muchos sistemas sanitarios incluyen en sus servicios un pago adicional o copago para aquellos que consumen estos servicios. Se trata pues de ejercer una sensibilidad a la demanda para que un bien deje de suministrarse de manera gratuita.

Por ejemplo el caso de Finlandia una familia que quiere acudir a su visita médica debe hacer frente a un importe de 13,8 euros. Los irlandeses pagan una factura de 75 euros diarios por la hospitalización, eso sí, solo durante los primeros 10 días. Portugal establece un precio de 20 euros por servicios de urgencias. Y, en España, se introdujo la figura del copago farmacéutico en el sistema sanitario.

farma

Por supuesto, la crítica está servida... A muchos les puede parecer injusto pagar dos veces por un servicio. Sin embargo es una visión individualizada ya que como vemos en teoría de juegos, esas pequeñas decisiones individuales y los incentivos que las promueven, pueden llevar a una situación final nefasta para el grupo con costes asignados sustancialmente superiores.

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