La crisis financiera y la actual recesión mundial han desatado un intenso debate sobre las causas que la originaron, así como las que impidieron advertirla. Esta puede ser la comprobación de que los supuestos económicos son limitados y deficientes al estar basados en comportamientos ideales, pero ajenos a la realidad. La teoría económica ha tomado muchas ideas de la física de laboratorio, pero, sin embargo, no toma en cuenta las leyes de la termodinámica al sostener que una vez alcanzado el equilibrio de mercado, este es estable y permanente. Quizá en esta obsesión de lo inmutable radique el fracaso que hoy vive la macroeconomía.
La idea del crecimiento constante que impera en el pensamiento económico tradicional no toma en cuenta que los sistemas tienden al caos, al desorden, como expresa la segunda ley de la termodinámica. La economía convencional opera en un sistema perfecto donde los equilibrios son automáticos y donde el costo de muchos factores, especialmente los energéticos, es cero. Por este motivo la economía actual va por el derrotero de lo no sustentable. De ahí que un grupo pequeño pero creciente de economistas constate que estas ideas están obsoletas al asumir como “dados” muchos factores que están en vías de agotarse. Afortunadamente, desde la biofísica a la economía ecológica ha comenzado a abrirse un campo que pretende transformar la visión económica tradicional.
Parte de estas ideas las propuso en los años 20 el científico Frederick Soddy, un químico galardonado con el premio nobel que sostenía que el tema energético debería estar en el corazón de todos los temas vinculados a la economía. Soddy criticó la miopía de las curvas de oferta y demanda de la teoría económica tradicional por ignorar la riqueza real y su sesgo sistémico. Si la economía comprendiera la riqueza real, sostenía Soddy, incluiría dentro de sus parámetros las leyes de la entropía, es decir, la tendencia inevitable a la desintegración, al caos, a la decadencia de los sistemas.
Es evidente que la escuela monetarista de Chicago, ocupada casi en exclusiva de los temas financieros y del equilibrio de corto plazo, no puede incorporar una mirada extendida sobre los planteamientos biofísicos. Uno de los ejemplos concretos de este tipo es el llamado pico del petróleo, pese a que los Estados Unidos es el principal ejemplo: tuvo su pico de producción en 1970 y desde entonces se ha vivido bajo la tensión del petróleo, partiendo por la crisis petrolera de 1973-1974 que golpeó a todo el mundo y que derribó incluso a algunos gobiernos.
Si bien Estados Unidos sigue siendo uno de los grandes productores de petróleo, su producción dejó de crecer hace más de un cuarto de siglo. De ser un exportador neto de petróleo hasta 1970, pasó a depender de las compras externas y hoy su producción cubre apenas el 25% de su demanda, debiendo importar el 75% restante. Asimismo, si la producción de 100 barriles de petróleo tenía un costo de 1 barril en 1930, el costo alcanzó los 3 barriles en 1990 y 6 barriles el año 2006, encaminándose a los 10 barriles. Este ejemplo nos ayuda a comprender que los modelos económicos se han equivocado al tratar a la energía como un insumo de fácil acceso y de costo cero.
El principal problema de la economía neoclásica es justamente que trata a la energía como a cualquier otro insumo en sus funciones de producción, lo que ha sido un error fatal. Los recursos no son infinitos y su uso indiscriminado no ha sido advertido. Tal como no han sido advertidos los informes Planeta Vivo que dan cuenta del estado de los ecosistemas. En los últimos 30 años ha desaparecido un tercio de las especies de mar y tierra, producto de la depredación humana y también del cambio climático, un tema tan advertido como esquivo. La biofísica tiene un largo camino para plantear sus nociones de la economía sustentable.
Imagen | Captain Nandu Chitnis