El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Antonio Wert, anunció el martes a bombo y platillo la nueva reforma del sistema educativo. Una noticia que aquellos que nos dedicamos profesionalmente a la educación llevábamos bastante tiempo esperando pero que como era de esperar se ha quedado en un continente sin contenido.
Parece ser que lo más trascendente de la noticia se resume en dos puntos: la supresión de la polémica asignatura Educación para la ciudadanía y el nuevo bachillerato de tres años. Con éstas medidas pretenden combatir esas estadísticas negativas que tanto nos alejan de los estándares europeos: el 36% de la población entre 25 y 29 años no ha llegado a terminar la ESO (frente al 18,6% europeo) y sólo un 27% de esa población joven tiene estudios secundarios superiores (la media europea alcanza el 49%).
Junto al temprano abandono escolar, el otro dato que avergüenza a España es el resultado que nuestros alumnos de 15 años obtienen en las pruebas internacionales de la OCDE: el famoso informe PISA. El último informe confirma además las significativas diferencias existentes entre unas Comunidades Autónomas y otras: Andalucía, Baleares y Extremadura, por ejemplo, tienen resultados similares a los de los peores países. En el caso concreto de Andalucía parece ser que la Junta, en un increíble ejercicio de lucidez mental, ha encontrado la solución instaurando una paguita de 600 € al mes a los buenos estudiantes.
¿Y cómo arreglamos este desastre? Pues con mano dura, si me permiten mi opinión, con la colaboración absoluta de las familias y con el regreso del BUP y el COU. En informática hay un dicho según el cuál “si algo funciona, no lo toques” que bien podría haberse aplicado a la educación. La actual ESO es un fracaso, no lo duden, y está diseñada para que cualquier alumno con un esfuerzo mínimo y sin estudiar casi nada pase de curso en curso hasta llegar a bachillerato. La constancia, el esfuerzo y la competitividad no son premiadas con este sistema. La holgazanería, la vagancia y la ley del mínimo esfuerzo, mientras tanto, sí lo son.
La colaboración con las familias prácticamente no existe. En mi época (y no hace tanto de eso) si mis padres recibían una llamada del colegio para avisarles de que había faltado a clase, ya me podía echar a temblar. Hoy llamas a un padre para informarle de que su hijo ha dejado un examen en blanco o que simplemente no está rindiendo como debería y directamente culpa al profesorado y le pide mayor involucración. ¿Estamos tontos o qué? ¿Esa es la solución que buscamos para nuestros hijos?
Recuerdo una frase de Diego Luís Córdoba, abogado y político colombiano, que con gran sentido común podría aplicarse a cualquier sociedad, sobre todo a la nuestra: “Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad.”
Vía | El Mundo
En El Blog Salmón | La paguita por volver a estudiar
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