Estados Unidos está entrando en terreno inédito. Según las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), su deuda pública podría alcanzar el 143 % del PIB en los próximos años, superando los niveles de países tradicionalmente asociados a crisis fiscales como Italia o Grecia.
En el caso norteamericano, además, sorprende el volumen de la deuda, pero también la estrategia que empiezan a esbozar desde Washington y Wall Street: dejar que la inflación haga parte del trabajo, es decir, reducir el peso real de la deuda (sin recortes ni subidas de impuestos), dejando que los precios suban más rápido que los costes de financiación.
El economista Michael Pettis ha definido esta estrategia del modo siguiente: "quemar la deuda lentamente con fuego inflacionario".
"Quemar" la deuda
Desde 2020, EE. UU. ha experimentado el mayor aumento de gasto público en décadas: estímulos pospandemia, subsidios energéticos, programas de infraestructuras y apoyo militar. A todo ello, debe sumarse un déficit estructural cercano al 6 % del PIB, incluso en plena expansión económica.
Los altos tipos de interés, que la Reserva Federal (Fed) mantenía en torno al 5,25 %, no han frenado esa tendencia (en 2025, se han visto reducidos, pero siguen por encima del 4,25 %), sino todo lo contrario: han encarecido el servicio de la deuda. Solo en 2025, el Tesoro estadounidense destinará más de 1 billón de dólares en intereses, cifra superior al presupuesto de Defensa.
La lógica indica que esta trayectoria sería insostenible a largo plazo. Sin embargo, EE. UU. juega con una ventaja única: emite la moneda de reserva global, lo que le permite financiarse más fácilmente que cualquier otro país.
Cómo funciona este mecanismo
Este análisis publicado por El Economista explica la hipótesis que circula entre analistas: si la inflación se mantiene moderadamente alta durante varios años (en torno al 3–4 %), el valor real de la deuda se reduce.
Este proceso se produce porque los bonos emitidos con cupones fijos pierden poder adquisitivo a medida que suben los precios. En la práctica, el Estado paga lo mismo en dólares nominales, pero lo hace en dólares "menos valiosos".
El inversor, por su parte, asume pérdidas reales: su rentabilidad, ajustada por inflación, cae. El resultado es una transferencia silenciosa de riqueza desde "los ahorradores" hacia el Estado deudor.
Por esta razón, ciertos economistas, como Oxford Economics o el Peterson Institute for International Economics, advierten que "usar la inflación como válvula de escape" puede aliviar las cuentas públicas a corto plazo, pero erosiona la confianza en la moneda y en la deuda soberana a largo plazo: un problema real para los Estados Unidos del mañana.
EE. UU. ya recurrió a una estrategia similar tras la Segunda Guerra Mundial. En los años 40, su deuda pública superó el 120 % del PIB. La combinación de crecimiento económico rápido, tipos de interés reales negativos y controles financieros permitió reducirla al 60 % en apenas una década.
Hoy el contexto es distinto: la economía es más abierta, los capitales se mueven libremente y los mercados reaccionan con más rapidez. Sin embargo, la tentación de repetir aquella fórmula —mantener la inflación algo por encima de los tipos— vuelve a estar sobre la mesa.
Quién paga el precio
Que la primera potencia económica del mundo recurra a la inflación como vía de ajuste tiene consecuencias globales. En pocas palabras, todos pagan el precio.
Para los mercados, se reduce el atractivo de los bonos del Tesoro como activo refugio y puede empujar a los inversores hacia el oro, los inmuebles o la renta variable.
A su vez, para los países emergentes un dólar más débil y tipos reales bajos pueden generar inestabilidad financiera o salidas de capital.
En el caso europeo, como suele suceder, implica la importación de presiones inflacionarias y un dilema para el Banco Central Europeo (BCE), que podría verse obligado a mantener tipos altos durante más tiempo.
A la larga, si los inversores perciben que EE. UU. usa la inflación como herramienta fiscal, el coste de financiar su deuda podría aumentar, forzando el mismo ajuste que pretende evitar.
Futuro incierto
La administración estadounidense no ha reconocido abiertamente esa estrategia, pero los discursos recientes de Janet Yellen (Secretaría del Tesoro) y Jerome Powell (Fed) insisten en una idea: mantener la estabilidad sin sofocar el crecimiento. En otras palabras, tolerar cierta inflación como mal menor frente a la recesión o la austeridad.
El reto será calibrar esa frontera: si la inflación se mantiene moderada, EE. UU. podría repetir el éxito de los años 50. Si se descontrola, podría desencadenar una pérdida de confianza en el dólar y un nuevo ciclo de endeudamiento más caro.
Por el momento, la deuda sigue creciendo, la inflación se resiste a caer y la economía más poderosa del mundo confía en una estrategia que le funcionó en el pasado.
Foto: Rawpixel/NARA
Ver 0 comentarios