Biden lo tiene claro: apuesta por una estrategia de racionalizar la globalización y relocalizar tejido productivo crítico

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Trump contó en su arsenal electoral con una buena dosis de nacionalismo económico, encarnada en su famoso eslogan de “America first”, pero la realidad es que poco se ha conseguido en ese sentido más allá de un conflicto comercial con China que ha dañado a todos, y principalmente al consumidor medio estadounidense.

Ahora Joe Biden apuesta decididamente por la racionalización de la globalización, y también promete relocalizar parte de la producción de las empresas en suelo estadounidense. Aunque ya resulta esperanzador que el candidato favorito Biden apueste por ello con políticas que resultan bastante apropiadas en el momento actual, lo más esperanzador es que los dos candidatos presidenciales tengan estas prioridades en su discurso. Esperemos ver mejores resultados en este sentido que los vistos hasta el momento, que resultan lacerantemente insuficientes.

De la deslocalización a la relocalización estamos desandando un largo camino que nunca debería haberse andado sin hoja de ruta

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En el mundo económico, a pesar de que haya muchas políticas que tengan sentido económico según una visión cortoplacista de la economía, lo cierto es que ciertos analistas siempre hemos reclamado a los dirigentes del mundo desarrollado una visión económica de largo plazo, que había sido borrada del mapa en las últimas décadas. Es lo que acuñamos en su día como “La dictadura del quarter”, y que tan nefastos resultados nos está trayendo a los ciudadanos de los países desarrollados en los plazos más largos. Pero ya no es sólo eso, hace ya casi una década que analistas como el que suscribe empezamos a alertar de la aberración económica que iba a suponer la globalización tal y como se estaba planteando, es decir, sin ningún tipo de planificación ni sentido económico en ese largo plazo. Aquella tendencia globalizadora tal cual se llevó a cabo siempre nos resultó socioeconómicamente destructiva, y que iba a dañar gravemente el estado de bienestar de los países desarrollados, como de hecho ha acabado ocurriendo. Y ello no implicaba únicamente una destrucción que nos quejásemos egoístamente de que iba a dañar a los ciudadanos que ya eran de por sí los más ricos del planeta, puesto que lo que realmente siempre hemos venido exponiendo es que el proceso se podía hacer de forma ordenada, evitando el caos.

Hablamos de caos especialmente porque siempre hemos afirmado que es mucho más peligroso un país rico venido a menos que un país en vías de desarrollo que simplemente ralentiza su ritmo de crecimiento. Ahora, de aquellos polvos, estos lodos, y de aquellos votos, estos locos. Es la lógica del lodazal la que se impone, y la locura de ver dirigentes mundiales esparcidos por todo el planeta a cada cual más visceral y radicalizado. Y no hace falta que les diga que escenarios internacionales tan delirantes como el que soportamos atónitos suelen tener desenlaces fatales, porque siempre hay un momento en el que alguien acaba viendo rédito político en pasar en algún país de la visceralidad al odio, y del odio a la guerra ya sólo hay un paso en el que casi siempre se imponen los intereses frente a la vida de los que acaban en primera línea de combate. No olviden de que ni los ricos ni los dirigentes acaban muriendo ellos en los conflictos armados, y que en la guerra mueren los ciudadanos de clases medias y humildes, igual que en las crisis son éstos los que pierden sus empleos. La vida es dura, la economía también, y de la ética de nuestros políticos ya mejor ni hablamos, porque es más blanda y maleable que un taco de plastilina.

A pesar de los eslóganes tan viscerales, la realidad es que poco se ha relocalizado hasta el momento

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Pero la realidad socioeconómica de Occidente es hoy por hoy muy triste, y no contentos con haber sido embarcados en una tendencia deslocalizadora que nos ha acabado impactando severamente, no contentos tampoco con haber sido seducidos políticamente con llamativos eslóganes tras el desastre, pues lo más triste de lo que nos ha deparado el (des)futuro es que además tampoco se está revirtiendo el daño que se nos ha infligido, a pesar de las efusivas promesas. Lo cierto es que de aquellos trabajos de producción que tanto se prometió que volverían por ejemplo a suelo estadounidense, apenas ha habido una tendencia tangible ni unos números de creación de empleo acordes a las efusivas y optimistas promesas que se hicieron, con un Trump augurando la creación de 25 millones de nuevos puestos de trabajo (buena parte de ellos manufactureros) en EEUU en el plazo de una década. Transcurridos ya cuatro de los 10 años de plazo para tan millonaria creación de empleos, la realidad es que el ritmo de creación de empleo traído por el presidente Trump no sólo no se ha catapultado tal y como él mismo prometiera, sino que se ha ralentizado hasta los 188.542 puestos/mes ya en los dos primeros años de su mandato, desde los 202.417 empleos al mes que se crearon durante los dos últimos años del mandato de Obama.

Es cierto que algunos pueden argumentar que los efectos de los recortes de impuestos de Trump habrían mostrado su mejor cara en los dos últimos años de su mandato, pero lo cierto es que ahora el ritmo de creación de empleo tampoco se ha catapultado. Y eso sin contar con el colapso del mercado laboral sobrevenido con el Coronavirus; un punto no achacable a Trump, al menos no como evento, que sí como una nefasta gestión de la pandemia que sólo ha empeorado la severidad de su impacto. Pero en esas cifras de creación de empleo de Trump, ya de por sí bastante decepcionantes, además hay que tener en cuenta el tipo de empleo que se ha creado, porque la relidad econométrica es que los indicadores que miden el pulso del mercado laboral están algo desfasados, y las cifras macroeconómicas no se ajustan a la realidad de la calle. Así, el aparentemente “pleno empleo” existente hasta febrero en EEUU no era tal ni mucho menos, habiendo una parte muy relevante de los empleos creados que son en realidad una nueva forma de desempleo, por la cual millones de estadounidenses se ven forzados a trabajar a tiempo parcial, cuando lo que buscan (y necesitan) es un empleo a tiempo completo.

Pero es que además, no contentos con esos lamentables resultados, lo cierto es que paradójicamente la guerra comercial con China, que se emprendió en nombre de la relocalización y de la creación de empleos nacionales, se ha acabado saldando con todavía más daño infligido al bolsillo del consumidor medio estadounidense. Y es que esta guerra al final ha tomado forma en unos aranceles que han acabado pagando los de siempre (como no podía ser de otra forma), sin que esos sufridos ciudadanos estén además disfrutando de los millones de nuevos puestos de trabajo que se suponía que esa guerra con China les iba a reportar.

Trump ha fallado escandalosamente con sus promesas de relocalización, ¿Puede Biden estar ahora a la altura de las expectativas?

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Pues lo cierto es que Joe Biden empezó dejando claro que una de sus prioridades más relocalizadoras iba a ir encaminada a restablecer las cadenas de producción de suministros críticos, una debilidad de Occidente que ha aflorado con la escasez de material para luchar contra el Coronavirus tras la deslocalización, y que ya hace algunos meses que les expusimos como esencial en el análisis “Deslocalización tecnológica: el Talón de Aquiles de Occidente también en la lucha contra el Coronavirus”. Pero posteriormente, Biden acabó ya abrazando el nacionalismo económico en un plano más general para desgracia de Trump, puesto que con este estratégico movimiento (que también tiene todo el sentido socioeconómico, todo sea dicho), en última instancia Biden deja de un plumazo a Trump sin la exclusividad de la que era una de sus bazas más electoralistas. Biden ha visto claro que la economía estadounidense se encuentra en un estado de deterioro que hace necesario un auténtico plan de reconstrucción económica nacional, pero a la vez tiene también meridianamente claro que esa reconstrucción no pasa por la vuelta a los días de deslocalización y multilateralismo empresarial que alcanzaron su punto álgido durante la era Obama.

No, Biden no pretende ni de lejos volver a las fronteras abiertas y a la creación de puestos de trabajo allende los mares, para perjuicio de los trabajadores locales. El futuro de reconstrucción de Biden tiene como epicentro un programa masivo de inversión pública, pero con un carácter nacionalista en lo que a la producción se refiere. Y además tratará de fomentar una cultura de comprar producto nacional, que obviamente revertiría también en la creación de puestos de trabajo en suelo estadounidense. El programa de Biden asegura que podría crear hasta 5 millones de puestos de trabajo en las áreas de manufacturas e innovación; una cifra que además resulta mucho más realista y viable que los viscerales 25 millones de empleos prometidos por Trump. Y parte de estos empleos se crearían en el sector de las nuevas energías, porque ya les analizamos cómo otra pata del plan maestro de Biden se sitúa en la lucha del cambio climático, y en cómo ahora el candidato pretende situar a EEUU en la estela de esa Europa que abrazó decididamente la transición energética desde el primer momento, dando a luz un nuevo sector que ya aporta millones de empleos en el Viejo Continente, y que permite a Europa ser líder mundial y exportar su tecnología por todo el planeta.

El paralelismo de la debacle económica traída por el funesto Coronavirus, hace que las reminiscencias de la Gran Depresión no sólo sean evocadores recuerdos, sino que muy probablemente tanto EEUU como otros países desarrollados van a enfrentarse en los próximos años a una situación de calamidad socioeconómica equiparable a la de aquellos terribles años. Tal vez por ello es por lo que el tono y la retórica de los comunicados del equipo de Biden guarden una similitud y establezcan abiertamente comparaciones con aquella época de profunda depresión socioeconómica sufrida en el siglo XX. De hecho, por ejemplo, el programa del demócrata habla literalmente de que “las fábricas de Estados Unidos fueron el arsenal de la democracia en la Segunda Guerra Mundial y deben ser parte del arsenal de la prosperidad de Estados Unidos hoy, y ayudar a la recuperación económica de las familias trabajadoras”. Con tanto dirigente loco a los mandos, esperemos que los paralelismos se queden en esa calamidad económica, porque lo cierto es que en algunos puntos del planeta como en el mar Egeo o también en el disputado Mar de China ya soplan vientos de guerra, con un intenso tráfico de buques militares.

Esto no son precisamente buenas noticias para esa China que estaría soñando con volver a la época dorada de la deslocalización

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De esta manera, China ya puede ir olvidándose definitivamente de sus sueños más húmedos, consistentes en volver a la época dorada de la deslocalización, aquella en la que los puestos de trabajo fluían entrando por sus fronteras desde las plantas que se iban cerrando en Occidente. Ahora sí que sí o China reconvierte su economía dando por fin el tan buscado giro hacia el consumo interno que no acaba de dar, o ya puede ir asumiendo un severo impacto económico y una sangría de empleos en los años venideros, con el riesgo obvio de desestabilización social. Y es que parece que las economías desarrolladas ahora van a ir más bien encaminadas a un lema similar al clásico de “que cada palo que aguante su vela”, en una versión asalmonada que sería “que cada mercado aguante sus puestos de trabajo”. Y oigan, a los chinos les gustará más o menos o les vendrá fatal, pero realmente el lema injusto injusto no es, al menos no para esos ciudadanos de los países desarrollados que han visto sus condiciones laborales deteriorarse gravemente con la deslocalización, a la par que sus mercados se inundaban de productos chinos de bajo coste, que para mayor injusticia se producían además con esos mismos puestos de trabajo que se les escapaban por sus fronteras.

Y para más “INRI” esos productos de bajo coste eran unos productos contra los que los fabricantes que quedaban en suelo nacional difícilmente podían competir, retroalimentando todavía más la dañina tendencia con un círculo vicioso que ahora parece que va a ser roto definitivamente. Pero los chinos también son plenamente conscientes de este riesgo relocalizador desde hace ya algunos pocos años, y así, ante la incertidumbre (que ya es certeza con el sí -de Trump- o sí -de Biden-), tiene toda la lógica su maniobra socioeconómica y propagandística de asalto a la hegemonía mundial: empezaban a estar literalmente contra las cuerdas económicamente, y habrían optado por reaccionar agresivamente saliendo a defender sus intereses y atacando con saña para erigirse como nuevo líder mundial.

Pero la racionalización de la globalización es realmente la mejor noticia que los ciudadanos de los países desarrollados podíamos tener, y ahora ambos líderes de la carrera presidencial estadounidense apuestan por una política (como mínimo) algo racional en este sentido. Y que conste que sólo hay que racionalizar lo que se había vuelto irracional, un extremo que habría sido evitable en el momento que desde estas líneas alertamos del callejón sin salida en el que se estaba metiendo el mundo desarrollado. Y desde aquí, ahora nos permitiríamos añadir al programa de Biden, o de cualquier otro dirigente del mundo desarrollado, la especial importancia que se debe dar ya no sólo a la relocalización en general, sino en concreto a la del estratégico sector tecnológico, tan de futuro y que tanto poder da. No se debe apostar únicamente por repatriar empleos de fabricación de acero, sin saber ver que repatriar know-how y empleos de fabricación de tecnologías punta es todavía infinitamente mucho más geoestratégico: la superpotencia que no tenga su propio ecosistema tecnológico, estará irremediablemente vendida a la tecnología de otras superpotencias, que no dudarán en usarla hostilmente para defender sus propios intereses y valores.

Pero si son ustedes de los que ya no creen en los vacuos tuits de un Trump que no ha cumplido ni de lejos lo que tan efusivamente prometió, y por el contrario depositan su confianza en Biden, no lancen las campanas al vuelo. A pesar de que Trump va en las encuestas de mal en peor, con unas estadísticas de posible reelección tan pésimas que no se veían desde hace décadas, no piensen que va a ser fácil sacarlo de la Casa Blanca. Y no lo digo precisamente por el recuento de votos, sino porque es probable que vaya a hacer todo lo posible por no llegar a él, o por llegar a él con algún tipo de argumentario que le permita emular un “Maidan” en EEUU, que enquiste un conflicto en torno a la legitimidad de unos resultados que es posible que el susodicho no acabe aceptando, pues carece de una caballerosidad que nunca le ha caracterizado. De hecho, Trump ya podría estar maniobrando para que la compañía de Correos de EEUU no pueda con el aluvión de trabajo del voto por correo en la época del Coronavirus, aparte de que en la escena política estadounidense está proliferando todo un ecosistema de rocambolescas ideas conspiranoicas, al calor de una propaganda como la de QAnon que prodiga delirantes teorías, por las que los poderes fácticos estarían tratando de derribar a Trump para arrebatarle al pueblo estadounidense el único líder mesiánico que de verdad les estaría defendiendo. Y es que el tema está muy complicado, especialmente porque si Trump pierde la presidencia, hay “alguno” que perderá su sospechoso poder e influencia sobre la primera potencia del planeta, con lo que todo su plan mundial se le iría al traste; un extremo que van a tratar de evitar como sea (literalmente “como sea”): para alguno esto ya se reduce a un peligroso "todo o nada".

Por otro lado, a veces parece que Trump sólo esté tratando desesperadamente de crear el caos en EEUU a propósito, de tal manera que una situación desestabilizada le permita vender su lema recurrente de “el estado de la ley y el orden”. Y es que la gente está dispuesta a ceder parte de su libertad sólo cuando padecen una situación de inseguridad e inestabilidad social. Ésta es precisamente la receta que le funcionó tan bien a otro líder internacional hace ya unas décadas, cuando conquistó el poder para no dejarlo escapar ya jamás; se trata además de un líder casualmente muy “próximo” al presidente Trump. Porque no será un servidor el que les diga que no le gusta en el sistema una justa medida de "Ley y orden", pero cuando azuzan a propósito un problema como hizo Trump al reenviar tropas de élite a repartir otra vez palos en Portland precisamente cuando las hogueras raciales ya se estaban ya apagando, para luego ofrecer mesiánicamente otra vez esa solución de ”Ley y orden”, pues entonces que tanto para la solución como para el problema vayan ellos buscándose un hueco corpóreo propio donde les quepan, que bastantes problemas graves hay en el mundo como para encima ir azuzándolos.

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Y ya no se trata de repartir palos ni de imponer “el estado de la ley y el orden”, se trata simplemente de “Make America great again” (“hacer América grande de nuevo”) pero de verdad, y mucho me temo que eso no se consigue ni dándole con el palo al avispero, ni prometiendo esos 25 millones de puestos de trabajo que luego no han llegado ni de lejos. América se consigue que sea grande de nuevo con políticas de futuro que pongan de nuevo en primer plano los principios más idealistas del capitalismo, entre los cuales está ese “American Dream” ya roto (y que ahora resulta más fácil en Europa), la igualdad de oportunidades, la libertad de prensa, la libre empresa, los derechos democráticos, y tantos otros ideales mayormente estadounidenses de los que varios han caído de repente en entredicho, con una realidad político-social en EEUU realmente convulsa. Muchos votantes muestran en las encuestas su esperanza de que sea Joe Biden el que por fin sea capaz de recuperar esos ideales, los puestos de trabajo, y el liderazgo de América más allá de los púlpitos y los tuits convulsivos. Y recuperar todo eso sí que sería de verdad hacer América grande de nuevo.

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