La economía colaborativa como cuña contra el intervencionismo

La economía colaborativa como cuña contra el intervencionismo
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La economía colaborativa, de la que el consumo colaborativo es una de sus múltiples caras, ha irrumpido en el status quo como un elefante en una cacharrería. Me atrevería a decir que la economía colaborativa puede ser una excelente cuña contra el intervencionismo estatal.

Cuando hablo de economia colaborativa lo hago en un sentido amplio, incluyendo fenómenos como el mencionado consumo colaborativo, por ejemplo Blablacar si somos más puristas, o Uber si lo somos algo menos. Pero también incluyo todo la fenomenología P2P en materia de música, libros, criptomonedas, el crowdfunding, las redes de trueque, el turismo, etc.

Lo interesante del tema es que, para empezar ha trastocado las reglas del juego tradicionales derivadas de los posicionamientos políticos. Nos encontramos con defensores y detractores de estas manifestaciones a ambos lados del campo político, como algo que se escapa del cansino izquierda-derecha: si nos ponemos conspiranoicos, es una suerte de bug que demuestra lo ilusorio de las diferencias entre ambos polos, descubriendo un eje de referencia que a los liberales nos resultara conocido (más o menos intervención pública en nuestras vidas)

En este sentido, la economía colaborativa, convenientemente dopada tecnológicamente, cuestiona el mantra oficial de que la regulación estatal es algo bueno y deseable, y poned de manifiesto las contradicciones de un sistema que dice estar para servir y proteger al ciudadano.

Así, en Hay Derecho podemos encontrar un interesante artículo sobre como Uber cuestionados modelos regulatorios basados en la concesión de licencias. La Administración, los políticos, ven el alto coste social que le supone mantener el monopolio que ha vendido a sus socios privados. Y estamos solo ante el comienzo de este fenómeno (que echen la vista atrás y vean lo que ha pasado con los emules, los torrente, el mp3, las películas o los libros).

Si se me permite el símil, la tecnología, en este sentido, está funcionando como lo hizo la imprenta, rompiendo unos monopolios, cultural en el caso de la Iglesia, de amplio espectro en el caso del corporativismo público-privado imperante. Esto puede asustar a algunos, por la deriva hacia supuestas megacorporaciones, aunque me extraña que no le asusten los megaestados (hasta el momento estos me han demostrado ser bastante más peligrosos).

En este cambio de lealtades, de adhesiones, hay que tener en cuenta que la crisis juega un papel fundamental. Como comentaba en Sí nos representan, no nos pagan:

Cuando gritan que no nos representan lo que quieren decir realmente es que no nos pagan, con el dinero que previamente nos han obligado a soltar, lo que nosotros esperábamos. Es entonces, cuando nosotros no recibimos lo nuestro cuando descubrimos que son unos corruptos, que son una casta, que…Y los políticos que, no son tontos, saben perfectamente que su representación se basa, en buena medida, en satisfacer esa miriada de grupos de interés claves

El sector de la economía colaborativa, en muchas ocasiones rozando con la economía informal (o ilegal, si nos ponemos estupendos), permite a sus prosumidores el obtener una serie de retornos, una serie de utilidades, que el sector público no le transfiere. Si a eso le sumamos una sensación de control sobre su destino, la batalla está servida.

Voy a por palomitas.

En El Blog Salmón | Manifiesto Crowd, El difícil arte de regular la economía P2P

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