El acceso al aire acondicionado no es solo una cuestión de confort, sino que puede marcar la diferencia entre vivir o morir durante una ola de calor. Así de clara y concisa está siendo la prensa española (un 57 % que el año pasado), y los datos del Gobierno lo confirman.
Sin embargo, los datos también muestran que su presencia en los hogares españoles sigue una lógica de desigualdad económica muy clara: cuantos más ingresos, más posibilidades de tenerlo instalado.
Puede salvar vidas
En ciudades como Málaga, Madrid o Barcelona, la diferencia entre hogares ricos y pobres supera los 30 puntos porcentuales. En Málaga, por ejemplo, el 86 % de los hogares con rentas altas dispone de aire acondicionado, frente al 57 % de los que ingresan menos de 1.000 € al mes. En Madrid, la proporción es del 81 % frente al 49 %; en Barcelona, del 76 % frente al 41 %.
Las olas de calor son cada vez más intensas y letales, como apuntaba el periodista Kiko Llaneras para El País, con datos actualizados del censo de 2021. El Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) estima que, en España, se registraron unas 2.000 muertes atribuibles al calor en el verano pasado y unas 3.000 el año anterior.Estudios internacionales calculan que el aire acondicionado puede reducir la mortalidad asociada al calor en hasta un 30 %.
Según el análisis del ISCIII, se puede relacionar con muertes por calor al 1,1 % de los fallecimientos, una de las peores cifras de toda Europa después de Italia (1,6 %).
El impacto va más allá de la salud física inmediata: el calor extremo afecta a la calidad del sueño, eleva el riesgo de accidentes laborales y empeora el rendimiento mental. Investigaciones en Estados Unidos han demostrado que los estudiantes obtienen peores resultados en los exámenes cuando las temperaturas en el aula son altas y que los efectos son más pronunciados en los centros sin sistemas de refrigeración.
Productividad y desigualdad
En trabajos físicos, como la agricultura o la construcción, el calor reduce la productividad y aumenta la probabilidad de lesiones. En la India, se ha calculado que la productividad laboral cae un 2 % por cada 2 °C adicionales de temperatura media. En entornos de oficina, aunque el riesgo físico sea menor, el calor reduce la concentración y la capacidad de toma de decisiones, afectando a la economía en su conjunto.
Esta desigualdad térmica no se limita a los hogares: también se refleja en las escuelas y lugares de trabajo, donde las condiciones más extremas suelen coincidir con contextos de menor renta. La consecuencia es una doble penalización: las personas con menos recursos no solo viven en ambientes más calurosos, sino que también sufren más sus efectos.

No obstante, el aire acondicionado plantea un reto: su uso intensivo aumenta la demanda eléctrica y, si esta procede de combustibles fósiles, las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, España genera ya más del 75 % de su electricidad con fuentes limpias, lo que reduce este impacto.
La estructura de las ciudades es otro punto clave que va en detrimento de los ciudadanos: se necesitan espacios con más árboles y menos asfalto,políticas que compensen cómo el aire acondicionado calienta las calles, pese a enfriar interiores (si bien, cada vez existe una mayor eficiencia energética) y cambios arquitectónicos que faciliten la vida en la ciudad.
Un lujo que ya no lo es
La solución pasa por ampliar el acceso a tecnologías de refrigeración más eficientes, combinarlo con un diseño urbano que incluya más vegetación y sombra, y mejorar el aislamiento de los edificios. En estos círculos, no se habla de renegar o renunciar a combatir el cambio climático, sino de encontrar un equilibrio entre ambas necesidades: la justicia climática y el calentamiento global.
En conclusión, el calor extremo ha dejado de ser un fenómeno esporádico para convertirse en una realidad anual. En ese contexto, el aire acondicionado debería dejar de considerarse un lujo y empezar a verse como una herramienta básica de salud pública y equidad social. Sabemos que, en las próximas olas de calor, no todos los hogares tendrán las mismas posibilidades de encenderlo… y, literalmente, puede costar vidas.
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