Apuesta arriesgada a la vista: la FED pronostica una explosión inflacionaria, pero sigue prometiendo tipos bajos

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La Reserva Federal vive últimamente en el ojo de la polémica, bien porque sus acciones son sometidas a “juicio político” desde Washington, bien porque más recientemente está optando por tomar acciones que ya son controvertidas, a las que no nos tenía acostumbrados hasta el momento.

Ahora la FED sorprende a propios y extraños admitiendo que va a haber una explosión inflacionaria, con el gran poder destructor que algo así puede llegar a tener, a la vez que sigue prometiendo tipos bajos durante al menos varios años.

Y ante este panorama de ahorros comidos por esa inflación que parecen querer azuzar, y de precios que corren el riesgo de dispararse erosionando el poder adquisitivo de los salarios, la gran pregunta es: ¿Por qué la FED ha podido optar por una política monetaria así de arriesgada para el común de los ciudadanos?

Desde los viscerales tuits de Trump, hasta ser objetivo de todas las miradas cuando la economía se despeña, la FED está sometida a grandes presiones

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La verdad es que un servidor no le desea a ni a su peor enemigo que sea investido presidente de la FED. Es un puesto que tendrá su reputación, su buena retribución económica, su dosis de poder, dará satisfacción personal, y… supone una gran gran responsabilidad. Pero esto último no lo teñimos de colores negativos por que un servidor huya de las responsabilidades: nada más lejos de la realidad. Más allá de la responsabilidad de dirigir buena parte de los designios económicos de los estadounidenses (que no es ni mucho menos poco), la parte de la responsabilidad que no resulta agradable, entre tod la que recae sobre un presidente de la FED, es la que atañe al perfil “político” que ha ido cogiendo el puesto en los últimos años (¡No podía ser por otra cosa conociendo el mundo de la política!).

Y es que, más allá de que un presidente de la FED tenga que medir sus palabras más que un carpintero los tablones, la política a la que se enfrenta el que ocupa este cargo hoy en día va mucho más allá del clásico de dirigir buena parte de la economía con la mano derecha, a la vez que con la izquierda mide que sus palabras, siendo totalmente ciertas, no ejerzan una inevitable influencia sobre el mercado y empeoren todavía más las situaciones. Y el “Más Allá” de la política inherente al presidente de la FED (y por desgracia también de otros bancos centrales) está en cómo, cada vez más, los poderes ejecutivos intentan moldear según sus intereses políticos una política monetaria que debería guiarse estrictamente por y para la economía, siendo la independencia de las instituciones económicas (y muy especialmente de un Banco Central) algo a preservar como oro en paño.

El presidente Trump inauguró una nueva era también en lo económico, y sus injerencias (o intentos de) en la política económica de la FED han sido públicas y notorias. Y lo han sido desde el mismo instante en que el presidente de la FED ha adoptado alguna medida que al magnate le venía mal. Así, han sido agrias las sucesivas polémicas y llamadas al orden por parte del presidente, llegando a provocar incluso una desesperada llamada de cinco expresidentes de la institución clamando por la necesidad de preservar la independencia del Banco Central en el contexto auspiciado por la administración Trump.

Y no crean, que Trump es otro dirigente internacional que maneja con soltura ciertos conceptos de propaganda, y de hecho ante la misiva del enlace anterior el presidente no sólo no se retractó, sino que arreció en su ofensiva contra la Reserva Federal, y la llegó a declarar el siempre práctico “enemigo único” al que ya empezó a culpar en su momento de la próxima crisis. En aquel momento, Trump ni se dignó a reconocer el más mínimo de su responsabilidad ante la que ya se avecinaba en aquel momento, y por supuesto ni mencionó la calamitosa situación del déficit estadounidense, que él personalmente ha catapultado hasta niveles inconcebibles. Y por si esto no fuera poco, ante ese estrepitoso y deficitario fracaso de sus rebajas de impuestos, Trump sólo ha optado por redoblar su fallida apuesta anunciando todavía más descuentos fiscales. Pero claro, a pesar de que el frenazo económico ya era palpable, se cruzó en el camino de Trump un Coronavirus que ha desatado una crisis sin precedentes tanto en EEUU como en el resto del mundo, y al igual que por otros lares patrios, la gestión de Trump de la pandemia no ha sido precisamente buena: su recurso de ir culpando a la FED de la próxima crisis se le ha venido abajo repentinamente y por su propia culpa. En parte por ello, así de fatal va ahora en intención de voto de cara a las elecciones de Noviembre, en las que EEUU (y el mundo tal y como lo conocemos) se lo juega literalmente todo.

Así, visceral tuit va y viene, al final lo cierto es que hay instituciones estadounidenses que están diseñadas a prueba de presidentes, y que se ciñen a los principios de independencia más idealistas: para escarnio de Trump, la elección del presidente de la FED escapa (por ahora) a su autocrático control. Y éste es un punto muy a tener en cuenta y preservar, en especial dada la censurable reputación de Trump a la hora de deshacerse de cualquier subordinado ante cualquier discrepancia o crítica hacia él o sus ideas, o porque simplemente sea “incómodo” para sus intereses. Las actuales tasas de rotación entre los puestos designados por el presidente de EEUU ha alcanzado cotas inadmisibles y realmente chocantes desde que Trump llegó a la Casa Blanca. No tenemos muchos motivos para pensar que en la mente de Trump se haría una excepción en el caso del presidente de la FED.

Hoy en día el papel de un Banco Central es extremadamente complejo, porque todo el mundo le mira como rescatador de último recurso

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Nunca fue fácil el papel que le toca desempeñar a cualquier Banco Central, pero en los tiempos actuales, además de resultar clave en la práctica, ese papel es complejo al extremo, especialmente porque todos consideran a los Bancos Centrales como rescatadores de último recurso ante las graves calamidades económica, que nos están tocando vivir últimamente una tras otra. Es un papel que realmente los Bancos Centrales rechazan y ante la que alertan por esta deriva en la que se ven inmersos por parte del poder político. Es éste un extremo que permite a los gobiernos no sólo eludir la asunción de responsabilidades por sus propias políticas económicas y socioeconómicas, sino que además cae en el tremendo error de cargar a los Bancos Centrales con el “papelón” de de rescatar permanentemente la economía, extendiendo un “bálsamo del tigre” que a la postre sólo hace que el poder político se duerma en los laureles. Y esto en concreto no va sólo por la FED y el galopante déficit y deuda estadounidenses, que desde aquí sólo podemos también exclamar: ¡Ay de esa España y lo mal que ha aprovechado las políticas ultra-laxas del BCE para hacer sus deberes!

Y por si todo este complejo contexto no fuera poco, sobre las espaldas de la FED recae ahora la pesada losa que supone que las armas convencionales con las que cuenta ahora mismo en su arsenal están mayormente sin munición, por lo que parece que se ha podido ver abocada a lanzarse a por soluciones anti-convencionales, asumiendo riesgos que en otro momento les habrían resultado inasumibles. Una cosa es saltar al vacío de motu proprio, y otra cosa muy distinta es saltar al vacío cuando te ha acorralado contra el precipicio una manada de lobos hambrientos. ¿Y en qué puede consistir ese salto al vacío en la delicada tesitura actual? Pues en ponerse la venda en los ojos y “hacer la vista gorda” ante esos grandes peligros que siempre ha supuesto un destructivo rebrote inflacionario, pero que ya están mayormente olvidados por los agentes socioeconómicos tras décadas de baja inflación: casi nadie es capaz ahora mismo de verle las orejas a este lobo. Es más, alguno puede estar tapándoselas con la cofia de la abuelita porque le viene bien que el lobo de la inflación dé unas dentelladas aquí y allá.

El tema es que ya les analizamos en el pasado cómo el fin de Trump podía estar acercándose si la FED seguía subiendo tipos, tal y como empezó a hacer al calor del crecimiento económico ante la interesada indignación de Trump. Y es que, como les mencionaba antes, la situación tanto de la abultada deuda estadounidense como de su galopante déficit ya hacía desde hace unos años que las cuentas del gobierno federal pudiesen quedar devastadas en un nuevo escenario de tipos repuntando, que perfectamente podrían haberse ido en condiciones normales hasta entornos nada descabellados de por ejemplo el 5%. Pero ahora tenemos la pandemia encima y todo el severo daño económico que está infligiendo también a la economía estadounidense, trayendo en unas semanas niveles de desempleo no vistos desde la Gran Recesión. Y este entorno sí que es ya propicio técnicamente para que la FED pueda plantearse prorrogar el “festival” de tipos bajos, ante su doble mandato de mantener los niveles de empleo, a la par que controlar la inflación.

Algunos lectores pensarán que en un entorno de crisis brutal la FED está optando por mantener los tipos ultra-bajos porque la inflación va a prorrogar su letanía, y entonces la única preocupación de su presidente se quedaría en impulsar el empleo con tipos bajos. Bien, hay un “pequeño” problema con esta percepción de la situación actual: es la propia FED la que admite que la inflación empezaría a subir de forma dramática, pero aún así en la institución apuestan decididamente por los tipos bajos. Y esperemos que al menos esto sea así por mantener el empleo, porque la otra opción hipotética sería que se hubiese doblegado ante los intereses políticos, que podrían estar buscando desesperadamente poder digerir la borrachera de deuda y déficit sin morir en el intento. O tal vez sea incluso la nueva política monetaria podría ser producto de la confluencia de ambos factores a un tiempo, puesto que “acomodarse” al segundo (el “político”) actualmente queda disimulado por la anunciada como imperiosa necesidad del primero (el “creador de empleo”). Pero, en todo caso, la FED ha reconocido pública y abiertamente que en la institución tienen un nuevo enfoque respecto a la inflación, y además parece que inflación haberla va a haberla: no es descartable que sea una “explosión” en toda regla tal y como admiten los propios responsables monetarios que puede ocurrir.

Las derivadas de la nueva política ultra-laxa de la FED pueden ser muchas, entre ellas un dólar débil y devaluado

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Y que conste que en principio debería estar fuera de toda duda la gran reputación de la consagrada FED en su doble mandato teórico (del cual queda excluido el componente político): insisto, mantenimiento del empleo, a la par que control de la inflación. Lo que argumentan desde la FED es que siguen igual de vigilantes ante la segunda, pero desde esa nueva aproximación que les citaba antes. Pero el hecho es que es una aproximación que ya raya en lo muy arriesgado y que, por cierto, deberá además probarse si es de éxito o de desastre, porque aquí, experimentos económicos, deberían ser los justos, que luego pasa lo que pasa. Pero aún con todo, en este mundo tan convulso y cambiante que nos ha tocado vivir no se puede dar nada por seguro, y aquí no hay reputación que 100 años dure, especialmente a la vista de la constante erosión a la que las instituciones económicas de primer nivel están siendo sometidas por parte del poder político en todos los países, y también en EEUU. Realmente, aquí ni afirmamos un extremo ni dejamos de afirmarlo, ya que realmente desconocemos esos entresijos de la decisión que habrán sido debidamente tratados a micrófono cerrado. En cualquier caso, habrá que estar vigilantes como analistas en todo momento para seguir exigiendo una escrupulosa independencia sin la cual estamos abocados al fracaso socioeconómico más estrepitoso: todo sistema que se ha envuelto a sí mismo en mentiras y manipulaciones económicas generalizadas ha acabado sucumbiendo bajo su propio y falaz peso.

Pero una cosa es cierta, el nuevo enfoque de la FED pro-inflacionario obviamente supone asumir el peaje de un dólar que muy probablemente se podría tornar débil. Este punto no es precisamente un tema menor, puesto que los Bancos Centrales y empresas de todo el mundo van a mirar ahora con otros ojos hacia esa moneda refugio para sus reservas que es el dólar estadounidense, especialmente en caso de que sus respectivos Bancos Centrales no sigan la senda de la FED en pos de la inflación (el BCE por ejemplo tiene en teoría como único mandato su más férreo control). Y éste es además un punto geoestratégicamente clave, en un entorno en el que China estaría compitiendo por la hegemonía mundial en divisas, con el Yuan como nuevo estandarte de su poder internacional. Es innegable que hasta el momento el funesto Coronavirus ha cambiado muchas muchas cosas en nuestro mundo, pero lo vertiginoso es que todavía es susceptible de cambiar muchas más y de forma mucho más radical.

Volviendo al plano monetario, parece que uno de esos cambios radicales es que en la política monetaria se puede estar imponiendo la misma salida que en la ecuación sanitario-económica. Igual que algunos dirigentes parecen haber asumido la inevitabilidad de ciertas muertes víricas para no morirnos todos de hambre, algunos banqueros centrales parecen asumir ahora la inevitabilidad del empobrecimiento inflacionario para conservar el máximo número posible de empleos. Difícil decisión, donde las dos opciones son malas, o más bien, a cada cual peor, sobre todo para los que tienen la peor suerte de que les toque en la lotería la defunción por COVID, en vez del empleo con un salario en monedas que cada vez valen menos.

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Y eso por no hablar del tremendo castigo que un entorno de incremento “dramático” de inflación supone para los ahorradores. Sí, sea a propósito o no, lo cierto es que azuzar un rebrote inflacionario penaliza fuertemente a los que hicieron sus deberes durante la crisis y ahorraron por lo que pudiese venir, frente a los que optaron por sobre-endeudarse sin querer ver que el dinero de las deudas hay que devolverlo (entre ellos el gobierno federal). Así, una salida digna para la borrachera de deuda sería combatir la resaca con una inflación rampante, que siempre hace que las deudas cada vez valgan menos y cueste menos esfuerzo económico repagarlas. Eso en caso de que puedas seguir pagándolas, pero ese extremo está mayormente descontado para un gobierno: por algo se considera a la deuda soberana el riesgo cero en todos los países, ya que el Estado suele el último que deja de pagar, y en su caída arrastra antes fiscalmente a todo el resto del país y al sector privado. Una vez más, castigando al ahorrador que hizo los deberes, pagan justos por pecadores, y se pisotea a la hormiga mientras se da bálsamo suavizante a la cigarra para que siga cantando (y votando). Así, el gran riesgo de todo esto es que, en la próxima (en caso de que sobrevivamos a ésta), ya hartos de tanta represión económica, todas las hormigas decidan convertirse también ellas en improvisadas cigarras: a ver quién tira entonces del carro.

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