Las recetas socioeconómicas de los mongoles para tiempos convulsos y gélidos como los que se avecinan

Las recetas socioeconómicas de los mongoles para tiempos convulsos y gélidos como los que se avecinan
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Ya no se puede hablar de la crisis que viene, porque ya la tenemos literalmente encima. Por mucho que algunos nos insistan en que de la pandemia saldremos reforzados, los datos objetivos y las proyecciones más coherentes nos proyectan todo lo contrario. Y lo hacen además haciéndonos sentir bastante solos en ese siniestro liderazgo mundial del impacto económico de la pandemia, en el que las proyecciones ya situaban a España como el país desarrollado más adelantado del mundo; “adelantado” en el camino al precipicio socioeconómico, claro está.

Así que habrá que ir pensando en centrarse igualmente en otro tipo de temas socioeconómicos que se nos vienen también encima por momentos, y que, si bien en breve van a estar en primera plana de todos los periódicos y de todos los discursos políticos, queremos contribuir desde aquí preventivamente a que lo estén en los términos que consideramos viables y que los tratan de hacer sostenibles socioeconómicamente.

De esta manera, en estos tiempos, nos encontramos con que en Mongolia podemos encontrar algunas recetas socioeconómicas que, si bien no tienen porqué ser directamente portables a nuestra socioeconomía, sí que deberían al menos inspirarnos algunas profundas y existenciales reflexiones sobre cómo somos y cómo querríamos ser. Porque sí, en este mundo tan imprevisible y tan diverso siempre se puede aprender algo de cualquiera, también incluso de un país como la distante y exótica Mongolia y sus nómadas esteparios, incluso aunque tenga un sistema político muy mejorable en términos democráticos.

Mongolia, un país lejano y ajeno, pero del que hay lecciones que podemos aprender (como de cualquier otro)

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Curiosamente, en el tema de hoy, volvemos a recalar en un pequeño y recóndito país con el que España en concreto tiene muy poco que ver, tanto por sus nexos económicos como socio-culturales. Hace tan sólo un par de semanas, ya les trajimos el análisis de “Mongolia, un país sin una sola víctima por Coronavirus, tiene muchas lecciones que darnos. Pero lo que entonces les expusimos eran sólo recetas para España que, aunque desde aquí ya las expusimos también la pasada primavera, lamentablemente la inacción (o incluso la mala acción) de nuestros políticos hace que ahora esas recetas preventivas ya lleguen demasiado tarde, porque ya hay hecho gran parte del daño biológico, económico, y en breve también socioeconómico y social. No obstante, si seguimos divulgando sobre este tema de que la buena gestión preventiva es casi la única forma de combatir eficazmente la pandemia, es sólo porque aún podemos evitar males todavía mayores en futuras olas de la pandemia. Pero el tema de hoy ya no va por esa prevención que les decía que llegaría ya mayormente tarde, sino por el tratamiento con paliativos. A eso nos vemos ya abocados en este país: a minimizar como podamos, en vez de a evitar a toda costa.

Los tiempos de crisis como los que vivimos no sólo son (y están siendo) funestas épocas de alta defunción empresarial, de terrible pérdida de empleo, de exclusión social, y de pérdida incluso de vidas por el siniestro repunte de esos suicidios que pueden tener (des)motivaciones económicas. Pero por muy negativo que sea su lado negativo, los tiempos de crisis también tienen su lado positivo, y principalmente esta positividad viene porque son tiempos en los que tanto empresas, como ciudadanos, como sistemas, tienen una ocasión de oro (a veces sin mucha alternativa) para reinventarse y mejorar evolucionando, que no auto-destruyéndose como pretenden algunos. Así que, con la terrible crisis que ya tenemos encima, aparte de tratar de paliarla lo mejor que podamos, tenemos al mismo tiempo la obligación ineludible de aprovechar la valiosa ocasión que nos brinda, aprender de nuestro pasado y de nosotros mismos, y con ello desde el presente acuñar un futuro mejor del tan fatídico que nos aguarda en caso de no hacer nada.

En este sentido, el otro día recalé en otra de esas joyas que son algunas Charlas TED. He de confesarles que hay charlas TED interesantes, las hay también reveladoras, otras son sencillamente encantadoras, y finalmente las hay que son existencialmente filosóficas sólo aptas para la construcción personal más enriquecedora. Y eso no es otra cosa sino socioeconomía en estado puro, como máximo exponente de ese disruptivo concepto que desde que aquí re-acuñamos hace ya unos cuántos años. Un nuevo re-concepto emergente del que ahora se oye hablar habitualmente en muchos telediarios, por boca incluso de dirigentes mundiales. Y una charla TED que aúna todas las positivas cualidades anteriores es ésta de la ciudadana mongola Khulan Batkhuyag, que desprende belleza ya no por el equilibrado exotismo de sus rasgos, sino también por el exotismo y por la calidad humana de sus ideas.

Empieza esta mujer por relatarnos brevemente su vida, a caballo entre sus orígenes en un país modesto y “en desarrollo” como es su Mongolia natal, y con una formación y posterior trabajo en países desarrollados de su entorno como Japón u otros. El fallecimiento de sus dos progenitores hizo que esta mujer diese un giro a su vida, y que quisiese volver a sus orígenes como tributo a esos padres que tan dolorosamente se le fueron, y que allí vivían y le criaron. Lo que esta vanguardista mongola, madurada en el extranjero hiper-desarrollado, encontró en la estepa mongola le cambió radicalmente su forma de ver la vida y la socioeconomía. Para empezar, vio cómo esos mongoles esteparios, que siguen siendo nómadas en la actualidad, eran unos grandes exponentes de la economía circular. Todo su modo de vida gira en aprovechar lo que la naturaleza les brinda, pero sin perjudicarla al hacerlo. Esa economía nómada es una economía con generación de residuos reducida al cero casi absoluto, y no lo hacen tanto por falta de acceso a productos de plástico y otros materiales ubicuos y muy baratos, pero muy contaminantes cuando son mal gestionados. Lo hacen en la mayoría de los casos por un convencimiento personal y por una conexión cultural con esa naturaleza en la que viven permanentemente, cambiando tan sólo su tienda nómada de ubicación de vez en cuando.

Desde estas líneas ya saben que también les hemos incidido en la gran importancia de este concepto de economía circular para la sostenibilidad de la actividad humana en el planeta, y más que hacerlo como un involucionismo que a veces se ve en ciertos sectores, siempre lo hemos hecho como un concepto de progreso que, además de beneficios medioambientales, también puede generar cuantiosos beneficios económicos para las propias empresas que lo adopten. Y recuerden que, además, este concepto de economía circular que ahora está tan en boga, en realidad tiene poco de novedoso: hace ya milenios que la economía circular se puso en práctica por nuestros ancestros, que puede que hace miles de años tuviesen bastantes más visión de futuro que algunos de nuestros dirigentes (y conciudadanos) actuales.

Ya ven cómo desde aquí hemos escrito largo y tendido sobre economía circular (y más análisis que tenemos al respecto), y lo hemos hecho simple y llanamente porque creemos firmemente en la hibridación entre progreso, economía y sostenibilidad. Lo hacemos convencidos de que no hay tampoco que optar por ese involucionismo recalcitrante, ni promulgar que todos volvamos a viajar en caballo o a vivir en tiendas a lo nómada. Lo uno no quita lo otro, si bien debo admitir que, como de cualquier otro colectivo humano, a buen seguro habrá algunas cosas que realmente podamos aprender de nómadas como los mongoles, incluso aun cuando seamos los urbanitas más urbanitas de nuestro entorno.

La lección más importante que debemos aprender de los nómadas mongoles para los convulsos tiempos venideros

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Así, aparte de esa economía circular que ya hemos tratado ampliamente en esas otras ocasiones, lo que más interesante me ha resultado ahora de la charla TED enlazada antes es el tema de la solidaridad de la que hablaba la ponente. En esa vuelta a sus orígenes mongoles que nos relataba esta mujer, paró en la árida y fría estepa, en la que la densidad de población es extremadamente baja, y donde la forma de vida es viviendo mayormente en unidades familiares y con una tradición nómada a la que muchas veces la propia naturaleza les fuerza. En medio de ese desierto yermo y helador de Mongolia, cuando uno hace parada en uno de los improvisados campamentos nómadas, seguramente no tiene a nadie más en unos 40 o 50 kilómetros a la redonda. Y además esa presencia humana muy probablemente se reducirá a otra modesta tienda nómada, con una familia igualmente humilde y con medios rudimentarios, a la que además sólo se puede llegar tras unas cuántas horas a caballo.

Así, el visitante de estas familias mongolas está totalmente solo salvo por la hospitalidad que le pueden ofrecer estos nómadas, en un entorno inhóspito donde una tienda caliente y unos pocos animales literalmente te salvan la vida por las noches. Los nómadas mongoles son muy conscientes de ello, y a pesar de no tener mucho que compartir, saben que lo poco que pueden ofrecer a sus improvisados visitantes es tan vitalmente valioso que efectivamente les salvará la vida. Así, nuestra protagonista TED estuvo recorriendo decenas de familias durante varios meses en el desierto mongol, y siempre encontró básicamente lo mismo. Gente muy muy solidaria al extremo, que le ofrecían lo poco que tenían a cambio de nada, y que además le agradecían enormemente que les deleitase tocando el instrumento de cuerda tradicional mongol, que sus padres le enseñaron a tocar de pequeña. Nunca le pusieron una fecha para partir. Nunca le dejaron sin un plato de comida en la mesa. Nunca le pidieron nada a cambio sino fue tocar música cuando supieron que sabía tocarla. Así, familia tras familia, mes tras mes. Todos se comportaban prácticamente igual.

Esto no es casualidad ni una educación escolar allí prácticamente inexistente (sino es por la paterna y materna). Esto es una cultura de solidaridad que nace de lo más hondo de su ser, y que lo hace porque son sabedores de que el visitante no tiene alternativa para sobrevivir en medio de la oscura y heladora nada esteparia. El ser humano muchas veces sólo es solidario cuando empatiza y se identifica en primera persona con el que necesita su ayuda, porque siente que mañana puede ser él el necesitado (o pudo serlo ayer). En el fondo, estas actitudes pueden verse en teoría incluso como una forma de egoísmo, por la cual la gente sólo se solidariza cuando piensa que algo puede afectarles también a ellos. Pero en la práctica, de una forma u otra, estas actitudes hacen que las personas se ayuden unas a otras, incluso cuando son perfectos desconocidos. Y hay que decir también que la solidaridad mongola de la que se enorgullece la mujer que da la charla TED es de ésa: solidaridad de la de verdad.

Desde estas líneas nos hemos decidido a escribirles precisamente sobre este tema porque, en el mundo tan socialmente convulso que parece avecinarse, especialmente en países como España donde la crisis económico-pandémica más duramente nos está golpeando, lo más probable es que en los tiempos venideros la solidaridad vaya a dar mucho de que hablar. Vaya por delante que repartir miseria puede llegar a ser solidario si es el miserable el que desprendidamente comparte lo poco que tiene, pero nunca es solidario cuando es el gobernante el que reparte esa miseria porque antes ya ha destruido toda la riqueza, y menos cuando algunos lo hacen además desde la opulencia de su mansión, protegida del sufrido pueblo por alambradas de espino. Es ésa una distopía que cada día que pasa hace más real en nuestro mundo, y ante la cual premonitoriamente ya nos advertían los ciber-punks de los 90. Y tengan en cuenta que absolutamente ningún país está a salvo de la crueldad extrema que a postre significa un proceso de cruda destrucción socioeconómica, ni tampoco a salvo de los gobernantes que no tienen la ética de abstenerse de participar en dichos procesos: siempre hay alguno dispuesto a todo por un módico rédito político-personal.

La solidaridad: esa virtud tan enarbolada, pero que pocos han visto de verdad en los países “desarrollados”

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Así, la solidaridad de los nómadas mongoles es de la de verdad principalmente por dos motivos. Primeramente, porque ocurre en la escasez, lo cual la hace doblemente meritoria y generosa. Y en segundo lugar porque no tratan simplemente de auto-retratarse a sí mismos como "muy solidarios", pero repartiendo sólo lo ajeno. Por el contrario, los nómadas mongoles demuestran su solidaridad compartiendo con absolutos desconocidos lo poco que ellos mismos tienen. Es sin duda un concepto de solidaridad al que muchos deberían volver desde las sociedades más desarrolladas, porque eso no sería un involucionismo, sino un verdadero acto de la calidad personal más persistente y de autenticidad humana.

La realidad es que el mundo de la degenerada política occidental incluso ha corrompido ya hasta el propio concepto de solidaridad, y lo instrumentaliza para conseguir sus propios fines alineados con sus particulares intereses políticos (e incluso personales). Lo cierto es que, aunque ciertos sectores políticos se hayan apropiado indebidamente también hasta del propio concepto de la solidaridad mas idealista (y más malograda en algunos casos), la realidad de la calle luego puede llegar a ser bien distinta. Sin ir más lejos, un servidor mismo puede afirmar que tiene grandes personas a su alrededor, algunas de las cuales a lo largo de los años me han demostrado fehacientemente que son solidarios de verdad hasta el fondo de su alma. Y los hay tanto de los que algunos etiquetarían (superficial y dicotómicamente) como "de izquierdas", y también "de derechas". Ésta va a ser una de las pocas veces que oigan de un servidor que aquí no hay que juzgar ideas, sino la realidad de las personas y sus acciones más demostrativas.

Familia de la de verdad, de ésa que ante tu necesidad abren la cartera de par en par y la vacían para tratar de procurarte una mejor Navidad. Amigas de las de verdad, de ésas que, sin haber ninguna relación sentimental de por medio ni intención, cuando te quedas en la calle, te abren en canal su corazón y las puertas de su propia casa para que convivas allí el tiempo que haga falta, hasta que encuentres un nuevo empleo. Amigos de los de verdad, de los que te ofrecen su escaso dinero y ahorros de estudiante para arreglarte tú la boca por un imprevisto que sobreviene en el peor momento. Gente de calidad. Gente de la que no sobra ni uno solo de sus grandísimos corazones. Gente que, incluso con sus limitaciones, demuestra que quiere de verdad cambiar el mundo a (mucho) mejor, y que para hacerlo empiezan por sí mismos y por el mundo que tienen a su más inmediato alrededor (como debe ser). Personas humanas con toda y cada una de las letras. Me enorgullezco de todos y cada uno de ellos.

La solidaridad de verdad es ésa que se demuestra más allá de los eslóganes y de los ficticios discursos "buenistas", que son más un escaparate hacia fuera que una ventana al interior. La solidaridad de verdad es independiente del color del voto. La solidaridad de verdad no se predica, sino que se practica, y al hacerlo es el círculo inmediatamente más cercano a uno el más demostrativo, y en el que queda más clara la capacidad real de solidarizarse de cada uno, bajo la capa de barniz de ese puro marketing social personal que puede llegar a resultar tan pestilente. Aquí hay mucha gente muy solidaria hasta que para solidarizarse les toca rascarse su propio bolsillo, a lo que responden habitualmente con un autoindulgente "Hay mucha gente más rica que yo"; sí, y ya hay muchísima gente infinitamente más pobre. Algunos se quejan agriamente de su propia “chinita” en el zapato, y en el fondo les deja totalmente impasibles que otros a su alrededor no tengan ni zapatos. Los mongoles nómadas son solidarios de verdad, y lo que algunos deben aprender de ellos es que ser solidario no es cerrarte tu bolsillo y tratar de abrir el de los demás, sino que ser solidario es abrir tu corazón al que lo necesita de verdad. Hasta eso ha corrompido el materialismo extremo en el que muchos viven instalados, y les ha hecho creer que la solidaridad va sólo y exclusivamente de dineros, cuando en realidad va en muchísima mayor medida de algo que no tiene absolutamente nada que ver con el a veces vil dinero: va de corazones.

Porque, en nuestro mundo tan cortoplacistamente materialista, hay corazones que son valorados sólo por lo que pesan, y otros corazones (y votos) ya directamente se venden al peso. Y así nos va... La mayoría de las sociedades desarrolladas parecen haberse olvidado de que en este mundo no es más rico quién más tiene, sino quién menos necesita, y que son los que menos tienen los que muchas veces saben apreciar más fácilmente que la felicidad tal vez esté en las pequeñas cosas materiales, pero que donde seguro está es en las grandes cosas inmateriales. Así como está en la sonrisa sincera de agradecimiento de alguien que sabe que le ayudas incondicionalmente, más que nada porque seguramente jamás va a poder ni siquiera devolverte el favor. Riqueza de espíritu lo llaman algunos, yo simplemente los llamo "personas", con una concepción personal de la felicidad basada en algo tan inmaterial, que muchas veces en nuestras sociedades no se ve materializado por ninguna parte ni aun que se lo busque (pero por ninguna ninguna).

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Porque hay demasiada "gentecilla" a la que se le llena la boca hablando de solidaridad, cuando la solidaridad no se lleva en la boca, sino que se da con el corazón latiendo en la mano, incluso cuando además no tenemos otro de repuesto. Ésa es la solidaridad de verdad, como la de los mongoles en medio de la estepa, y no como la de las pancartas. Porque no hay nada más triste que estar rodeado de miles de personas, y en el fondo estar absolutamente solo. Una comparación odiosa para algunos cuando, en medio de la fría y árida estepa de Mongolia, uno está casi siempre en una tienda rudimentaria y con sólo dos adultos y algunos niños en 50 kilómetros a la redonda, y sin embargo se siente como en casa y entre personas de verdad, a pesar de que esos mongoles esteparios le sean unos absolutos desconocidos.

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