El Mundo Feliz de Aldous Huxley era mucho más que simplemente feliz: la Socioeconomía perfecta no se podía descontrolar

El Mundo Feliz de Aldous Huxley era mucho más que simplemente feliz: la Socioeconomía perfecta no se podía descontrolar
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Es otra de aquellas distópicas novelas del siglo XX la que en esta ocasión puede estar avanzando en nuestro mundo actual, haciéndose poco a poco realidad. “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley era mucho más que un mundo (aparentemente) feliz, sino que exponía cómo todo un paradigma de un estado hiper-controlador podía implicar un mundo en realidad profundamente infeliz en sus plazos más largos. El título original de la novela en inglés en realidad parece más apropiado, puesto que es “Brave New World”, que traducido al español sería algo así como “Un nuevo mundo valiente”.

Y es que es precisamente ahí donde radica el quid de la cuestión sobre todo lo que Huxley exponía como los ingredientes para la receta mágica de una sociedad feliz: si se debía tener la valentía de apostar por un nuevo modelo socioeconómico radicalmente diferente, o la cobardía de saber admitir que los idealismos nunca acaban siendo lo que se esperaba. Y es que renunciar a nuestras libertades más esenciales es un grado de intrusiva cesión que la infinita sed de poder humano no tardará en corromper, como ocurre siempre absolutamente con todo lo que toca el hombre.

Huxley y ese distópico sistema socioeconómico hiper-controlador ante el que trataba de alertarnos

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Hace unos cuántos años ya les traje a colación el tema de la novela de Huxley y las implicaciones socioeconómicas de su distopía. En aquel momento, el tema que originó el análisis fue cómo la ingeniería genética entonces ya prometía con alumbrar toda una nueva generación de super-humanos, con capacidades intelectuales propias de una raza de superdotados con coeficientes intelectuales de hasta 1.000 puntos. La superpotencia que primero lograse esos avances muy probablemente lograría dominar el mundo de forma connatural a sus dotes (que no de forma natural). Y es un escenario que desde entonces sólo ha ido cobrando fuerza, y ya hemos visto incluso científicos muy reputados poniendo sobre la mesa la posibilidad y las implicaciones de la creación de una raza de superdotados, engendrados a base de ingeniería genética con la disruptiva tecnología de edición de genes CRISPR. En otra ocasión también les hemos analizado cómo otras superpotencias apuestan decididamente por la ingeniería genética como medio para convertirse en el líder socioeconómico del planeta, y sin ponerle a esta tecnología (casi) ningún tipo de limitación (tampoco por sus abismales implicaciones éticas).

En aquel análisis ya explicamos cómo Huxley teoriza en su disruptiva novela con una sociedad en la que el Estado engendra artificialmente individuos diseñados genéticamente con una capacidad intelectual segmentada. Hay varios tipos de perfiles intelectuales, y cada cual tiene una inteligencia pre-establecida. De esta manera, cada individuo perteneciente a cada perfil tiene pre-diseñada su evolución laboral y profesional en la vida, acorde a sus capacidades. Con ello, en este mundo feliz, no hay insatisfacción social, no hay lucha de clases, no hay ansia profesional desmedida… Cada cual aspira sólo a lo que puede aspirar en base al intelecto que la ingeniería genética le ha asignado, y en base a la minuciosa planificación de las necesidades de la sociedad de cada tipo de estamento social (e intelectual). Y huelga decir que este mundo feliz planteado por el gran Huxley es una bonita teoría, pero que en la práctica tiene también unas abisales implicaciones éticas que sin duda son lo más importante del asunto.

Hoy en día el tema del “Mundo Feliz” de Aldous Huxley está de plena actualidad y, como tantas veces ocurre, ha sido a raíz de una adaptación televisiva de la famosa novela. Si tienen ocasión de verla, podrán comprobar por sí mismos cómo la perspectiva que da el paso del tiempo desde que hayan podido leer la novela hace unas décadas, y viendo nuestro mundo actual y cómo hemos evolucionado, nos lleva a la evidencia de que el presente se empieza a parecer siniestramente al dibujado por el visionario novelista. Y eso sin contar con avances tecnológicos recientes que sólo hacen que ese mundo sea todavía más posible… y también más probable. En el artículo del New York Times del enlace anterior podrán valorar cómo los puntos de parecido que enumeran son ciertamente reales, y así en nuestro mundo se abren paso cada vez con más fuerza cosas como esas drogas de diseño que tanto recuerdan al “Soma” de Huxley, como el sexo casual, o como la prevalencia (e incluso exigencia en algunas generaciones) de gratificaciones instantáneas. Por otro lado, con este mundo hiper-controlado al extremo, se solucionarían “de un plumazo” graves problemas como la sobrepoblación mundial, el envejecimiento de la sociedad, y además no habría discriminación posible en la sociedad… pero porque la discriminación más intrínseca ya estaría ya minuciosamente hiper-planificada por el estado, para hacer la Socioeconomía totalmente “sostenible” hasta en los plazos más largos.

Y en un plano más socioeconómico y de ingeniería social (social de la de verdad), se podría pensar que la proporción de mentes alienadas desempeñando trabajos para los que están sobre-cualificados puede haber sociedades en las que llegue a ser hasta insostenible. Este punto podría acabar provocando potenciales y severos impactos sociales, y que la infelicidad que produce en parte de la masa laboral pueda llegar a alentar el descontento social con el sistema, e incluso revueltas populares. Y es que, desde que el trabajo es trabajo, no se puede dudar de que hemos estado rodeados (o incluso somos uno de ellos) de personas muy inteligentes y con un coeficiente intelectual muy alto, pero que están desempeñando tareas totalmente alienantes que no se corresponden con sus capacidades. Ello realmente demuestra que, aunque ayuda, la inteligencia tampoco tiene por qué ser hoy en día una garantía infalible de nada. Y esto es algo en lo que la robotización de las tareas laborales más repetitivas y alienantes sólo vendría a aliviar esa alienación, a falta de que efectivamente haya trabajos alternativos para los humanos en sustitución de los que coparán los robots, evitando así que pasemos simplemente del “Guatemala” de ser trabajadores alienados al "Guatepeor" de ser trabajadores humanos obsoletos y en desuso.

El errado concepto del éxito profesional en nuestras sociedades, que idolatran (casi) en exclusiva al becerro de oro del dinero

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Mención aparte, y en cierta medida admiración, merecen aquellos individuos a los que, siendo muy inteligentes, no les aliena desempeñar trabajos para los que están sobre-cualificados, porque han aprendido a valorar y disfrutar de la vida en otros planos que no sean el laboral. Para ellos el trabajo suele ser simplemente un medio que les da recursos para hacer lo que realmente les realiza en esta vida. Les daré la razón en que hay pocas personas así en nuestras sociedades, donde se ha pervertido el concepto de éxito personal hasta el extremo. Esa perversión pasa por cometer el grave error de asociarlo (casi) exclusivamente al dinero que se gana, muchas veces sin que ni siquiera a algunos les importen los censurables medios para conseguirlo a toda costa. El éxito personal también está en que se puede disfrutar igualmente fuera del trabajo con el dinero que éste nos reporta, y ello sin quitar que además podamos tener la suerte de contar con un trabajo que también nos haga disfrutar durante nuestra jornada laboral.

Y ya no es sólo la perversión de llegar a valorar exclusivamente el dinero sobre todas las cosas materiales e inmateriales, es que esta podrida cultura del éxito personal tiene muchas otras implicaciones a nivel social y personal. Éstas sólo nos hacen más infelices y peores personas, además de socioeconómicamente muy poco constructivos, cayendo en destructivos y auto-destructivos comportamientos como jamás reconocer un error propio en entornos laborales (y por contagio no sólo laborales). Estas dañinas actitudes están bastante generalizadas, y especialmente en las sociedades más desarrolladas. En el caso del mercado laboral español son algo que ya alcanza cotas inconcebibles como tratar de vender una imagen profesional propia que roza la perfección más absoluta, sin ni siquiera mentar ni uno sólo de los errores que todos cometemos, y de los que uno ha aprendido (y mucho) a lo largo de su carrera profesional. En otros países la verdad es que su cultura laboral no llega a este extremo, incluso habiéndolos que apuestan por todo lo contrario, y donde se busca en los candidatos el gran valor que aporta a un perfil senior el haber podido aprender de sus propios errores.

Y todo esto de éxitos profesionales sólo comparables a la trayectoria de un cohete sideral, y de una sociedad en la que se idolatra al dinero y en la que todo el mundo tiene el derecho y la posibilidad (teórica, que no práctica) de alcanzar las cotas más altas en la sociedad, es algo que en el mundo de Huxley se cortaría de raíz, y cada cual sólo podría optar a los puestos que buenamente (o más bien genéticamente) está capacitado para desempeñar. Así pues, la brecha social sería más intelectual que nunca, y ya esos errados espíritus pasarían de creer que los más exitosos socialmente son en realidad los más inteligentes, a que literalmente sólo los más inteligentes podrían tener éxito social. Y decimos esto pasando de puntillas sobre esos “influencers” de hoy en día que logran miles de “likes” con un simple vídeo de cómo se comen cada mañana un huevo duro con ”careto” de triunfadores: yo a los niños de mi entorno siempre les digo que esa gente no aporta apenas nada a la sociedad, y que un investigador que inventa una nueva vacuna para una enfermedad como el COVID-19 sí que debe ser todo un ídolo social. Pero una cosa son las redes sociales y esas famas chabacanas, y otra muy distinta es la auténtica y sofisticada ingeniería social que proyectaba Huxley.

”Un Mundo Feliz” artificial que en realidad abre abismos de infelicidad… y nuevas formas de perversión social

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Porque es innegable que la selección genética de la novela de Huxley, que determinaba el coeficiente intelectual de cada estrato social, realmente no era más que una propuesta de una forma de ingeniería social muy adelantada a su tiempo, pero que hoy puede estar cada vez más cerca en la concepción que algunos dirigentes tienen de ese mundo del futuro que aspiran a dominar de una u otra forma. Entre el común de los mortales, tal vez algunos prefieran vivir felices en la ignorancia del infradotado que vivir alienados en la capacidad del superdotado. Para las élites del mundo, tal vez fomentar el advenimiento de la distopía de Huxley sea la forma definitiva de perpetuarse ellos eternamente en el poder, y de perpetuar también que éste pase de sus manos a las manos de sus hijos, y de ellos a los hijos de sus hijos, en lo que sería toda una saga generacional de líderes de los que al menos no se podría decir que no estarían capacitados intelectualmente, como a veces nos ocurre ahora.

Eso sí, en ese “Mundo Feliz”, de la justicia social y de la igualdad de oportunidades mejor ya ni hablamos, pero lo cierto es que me temo que el sino de toda élite sea del color y del grado de democracia que sea es que éstas no existan realmente; o al menos sólo en la medida que les permita que sus hijos queden muy bien posicionados en el mundo que esperan poner en sus manos a modo de relevo. Y ese sentimiento tan nocivo y tan humano no sólo de querer dominar el mundo y de vivir a costa de los demás, sino además también de que tus hijos hagan lo mismo en su tiempo, es un punto que en el mundo de Huxley sería algo socialmente planificado con esa ingeniería social que, no sé si verdaderamente tiene algo de social en el sentido más humano de la acepción, o si es en realidad un nuevo tipo de ingeniería financiera más pero que ahora además pasaría a ser hereditaria.

Y sí, puede que en esa distopía de Huxley fuese imposible que la Socioeconomía se descontrolase, porque hasta la mismísima felicidad humana estaría meticulosamente calculada y planificada. Y puede también que esa felicidad pudiese llegar en cierta medida al común de los ciudadanos, pero lo cierto es que en este mundo hay felicidades de escaparate que en realidad a los espíritus libres les pudren por dentro. De hecho, el protagonista de Huxley acaba profundamente desesperado y teniendo un final muy infeliz por decisión propia. Y es que a veces un sistema garantista con una buena dosis de libertades individuales puede hacernos en realidad más felices (pero de verdad), por mucho que en el día a día nos pueda parecer que la libertad nos fuerza a enfrentamos a decisiones y situaciones complicadas, que acaban trayendo algo de intranquilidad y desasosiego a nuestras vidas. Pero no sean inocentemente idealistas en este punto, no podemos aspirar a que un estado totalitario nos lo dé todo hecho, porque al final nos dará hechas hasta las ideas que tenemos que pensar y los sentimientos que tenemos que sentir, y esa distopía sí que nos acabará haciendo muy muy muy infelices (¿O debería decir “disfelices”?).

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Somos humanos, y nuestro mundo es imperfecto e impredecible por su propia naturaleza. Por mucho que a veces se nos haga cuesta arriba, gestionarlo por nosotros mismos no sólo no es algo que debamos delegar en un estado hiper-controlador, sino que además el enfrentarnos a ese nivel de incertidumbre y de tener que tomar decisiones complejas es algo que nos mantiene vivos y en guardia. Esas decisiones entrenan nuestras capacidades y… además así tampoco tenemos que entregar sumisamente un espíritu crítico sin el cual ya no somos realmente tan humanos, sino que más bien pasaríamos a ser auténticos autómatas cuasi-programados hasta los recovecos más íntimos de nuestra vida personal (y de nuestro genoma). La libertad es un derecho que a Occidente le costó décadas (sino siglos) conquistar, y al que no podemos renunciar ahora con esos jóvenes que ya no valoran la democracia como forma de gobierno. Porque en la era de la propaganda social la libertad es más que nunca antes una decisión personal, en pos de la cual debemos esforzarnos y comprometernos cada día y con cada noticia que leemos y propagamos. No lo duden, nuestros abuelos se dejaron la piel y la vida por lograr el sistema que tenemos, porque sabían muy bien lo que acaba suponiendo renunciar totalmente a la libertad individual, sin quitar que, en el mix de libertades, deba haber también espacio para una colectivización que en cierto grado aporta otras ventajas importantes. Pero, en última instancia, nuestra libertad es nuestra felicidad: no dejen que otros la extingan para formular con ella ese elixir del eterno poder que beberán con avidez, puesto que esa formulación siempre será a costa de robarle su esencia vital a los sufridos ciudadanos.

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