Aquel que entra en la dinámica de los sobornos en las empresas, o gratificaciones especiales como les gusta decir a algunos proveedores, ya no sale del círculo vicioso. Lo curioso es, y nadie me va a quitar ese pensamiento de la cabeza, que en la forma de trabajar de los españoles, y en concreto en muchas relaciones comerciales, esa táctica de sobornar al comprador es algo del día a día. Todo el mundo la sabe, pero mira para otro lado. Mientras no haya crisis, ni problemas gordos, el soborno permanecerá oculto, pero amigo, cuando empiecen los problemas, vienen los sudores fríos y todos a tiritar.
Por eso mismo no me sorprende leer que en algunas encuentas un 32% de directivos españoles dice que ha perdido un trato por no pagar un soborno. Y esto es así. La hipocresía viene cuando esas mismas empresas que usan esta táctica comercial para asegurarse contratos, ponen el grito en el cielo cuando alguien lo intenta hacer con ellos. Un gran cliente no lo quiere perder nadie y si tiene que pasar por el aro no le queda más remedio que usar todo aquello que esté a su alcance para lograr el objetivo.
Así que soy escéptico ante el hecho de que realmente se erradique esta práctica. No depende de las medidas que impongan las empresas, tiene que ver algo más con la honestidad de las personas que realizan las operaciones. La tentación siempre está a la vuelta de la esquina, y lo malo es pensar que sí tu eres legal, habrá otro listo que se llevará la parte que uno no ha querido. No hablo por experiencia, pero creer que no existe, es vivir con una venda en los ojos. ¿Qué hacer entonces? Depende de la conciencia de cada uno, y en el fondo, como irónicamente muestra la viñeta, depende de los bolsillos de cada uno. ¿Se refuerzan los controles? La picaresca ya se encargará de saltárselos. Los sobornos existen, existieron y existirán siempre. Va con el ser humano.