La verdadera razón por la que el Brexit está siendo un fracaso estrepitoso (y será aún peor si se consuma)

La verdadera razón por la que el Brexit está siendo un fracaso estrepitoso (y será aún peor si se consuma)
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Desde que se celebrase el referéndum, el curso del Brexit sigue avanzando por su cauce, y amenaza ya seriamente con desbordarse por todos lados e inundar no solo el desastre caótico en el que ha degenerado la política británica, sino con ahogar a los ciudadanos de a pie de calle con las consecuencias dolorosas y tangibles de lo que está siendo ya a día de hoy: un suicida y tremendo desastre socioeconómico.

Pero algunos todavía confían en que alguien encuentre un mínimo de cordura y sentido común para poner algún tipo de solución al precipicio que se abre bajo los pies de los británicos. Pues bien, lejos de encontrar esa cordura, parece que los “Brexiteers” más viscerales, irracionales y agresivos han tomado al asalto el poder, y no, con ellos el resultado tampoco va a ser diferente a la catástrofe, y los motivos serán los mismos que hasta ahora… pero hay algunas cosas que han cambiado, y que pueden acabar suponiendo para los británicos un revulsivo purgante a nivel nacional (e imperial).

El Brexit y los británicos ya no van de mal en peor: van de peor en catastróficamente mucho peor todavía

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Hace ya varios meses les analizamos cómo la salida más democrática y menos socioeconómicamente traumática para el funesto Brexit era celebrar un segundo referéndum, pero esta vez en condiciones de una normalidad democrática que lamentablemente no estuvo garantizada en el primero. Lo cierto es que el Brexit se decidió en una campaña marcada por las lacerantes falsedades propagandísticas, los ataques ciber-sociales, y la desinformación, con la consecuencia del desconocimiento de las implicaciones reales por parte de una buena proporción de la población. Todo ello ocurrió en un escenario de indefensión ante estos ataques de la propaganda contra la democracia, puesto que eran mayormente nuevos para un sistema político-jurídico como el británico, y no hubo capacidad de reacción antes de la votación para que ésta pueda ser considerada como celebrada bajo normalidad democrática.

Y ahora, parte de la política británica a favor del Brexit está desfilando por los juzgados, como fue el caso del archiconocido "Brexiteer" Arron Banks, y como puede ser el caso en el futuro del propio Boris Johnson, porque todo apunta a que no sólo se cometieron cuantiosas anomalías democráticas, sino que incluso se pudieron llegar a cometer irregularidades tipificadas como delito.

Entre esas irregularidades está el cómo algunos de los "Brexiteers" divulgaron auténticas falacias, o el cómo “Brexiteers” de renombre se vieron involucrados en el escándalo de Facebook y la manipulación masiva con información social de la funesta Cambridge Analytica, o cómo según destacados expertos algunos elementos pro-Brexit recibieron apoyo logístico y financiero de la propaganda internacional, o cómo otros han sido directamente objeto de escándalos y de dudosos "tejemanejes" financieros (a veces incluso con el dinero del propio Brexit), o directamente algunos llegaban a tener intereses políticos, personales y empresariales en el divorcio de Europa. Desde su voluntaria miopía extrema y con implicaciones sistémicas, esos "algunos" sólo veían que el Brexit podía reportarles bastante dinero a corto plazo, sin importarles mayormente el futuro del conjunto del país ni de sus conciudadanos.

El debate sobre la conveniencia de celebrar un segundo referéndum está en las calles británicas desde hace bastantes meses, y más recientemente también en la política. A pesar de que había encuestas que arrojaban un vuelco de apoyo popular a favor de los "Remainers", sin embargo los resultados de las pasadas elecciones europeas ya apuntaron a una situación similar a la del resultado del primer referéndum del Brexit, un punto que se ha visto refrendado por las encuestas de intención de voto en caso de que se celebrase un segundo referéndum. Así, la polarización y radicalización de posiciones hacia los extremos emergen con fuerza, en un contexto en el que los británicos ya son conscientes del desastre socioeconómico que va a suponer el divorcio, y de las mentiras con las que los “Brexiteers” y la propaganda les manipularon, muchas de las cuales se han refinado o acrecentado hoy en día, pero que siguen siendo tan sólo burdas mentiras al fin y al cabo.

Un “máximo exponente” de la democracia como es el radical Nigel Farage, con sólo oír hablar de la posibilidad de celebrar un segundo referéndum, ya amenazó que si éste se celebraba cogería su rifle y se echaría a la calle, haciendo de paso un alarde de su profunda “convicción” democrática, y sus formas políticas (por decir algo) más violentas. En medio de la ola de populismo y sentimiento anti-sistema que sigue azotando nuestras socioeconomías a día de hoy, es lamentable cómo los que van de defensores acérrimos de la democracia y del pueblo son precisamente los menos democráticos y los que mayores desgracias están dispuestos a acabar trayendo a la población.

Un segundo referéndum sería un máximo exponente de la democracia (pero de verdad) y de la normalización democrática del evento socioeconómico de la historia reciente británica con más y más graves implicaciones y que se ha celebrado con menos garantías. Pero no sólo los “Brexiteers” no lo quieren, sino que, además, aunque pueda haber muchos británicos que quieran votar otra vez porque se sienten engañados, les amenazan directamente con la violencia. Si estando fuera del poder ya se permiten imponer la democracia a base de enseñar el fusil, no quieran imaginarse qué no harán cuando ostenten ese poder.

Pero hay solución posible a este galimatías, lo que no hay es voluntad ni altura política para resolverlo

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Y de comicios debería ir el asunto, porque lo cierto es que los británicos llevan ya varios (des)gobiernos que no han sido elegidos democráticamente, y que en vez de en las urnas, han tenido su origen en la aritmética parlamentaria. Así ha sido también de nuevo en el caso del gobierno de Boris Johnson, exacerbando el descontento popular y el sentimiento anti-sistema en un Reino Unido en el cual muchos de sus ciudadanos no se sienten representados en el transcurso de los eventos socioeconómicos más trascendentales de y para sus vidas.

Pero Johnson no sólo hace caso omiso de las (muchas) voces democráticamente discordantes, ni del claro desastre que va a suponer el Brexit y especialmente el de "sin acuerdo" (incluso en palabras del propio Banco de Inglaterra), ni de las consecuencias reales que el país ya sufre a día de hoynada de esto parece importarle a un político más kamikaze que timonel. Aunque reconocen que también tiene cualidades buenas, sus propios jefes anteriores vienen a decir que Johnson no tiene altura de estado y que no es apto para un puesto de la responsabilidad de un primer ministro. Lo cierto es que Johnson de por sí no acaba de tener muchas opciones plausibles para que el Brexit no se lo lleve por delante, pero no es menos cierto que tampoco demuestra tener una personalidad acorde a la responsabilidad del puesto que desempeña ahora mismo, y que dista años luz de la de sus predecesores "tories", se estuviese más o menos de acuerdo con ellos.

Tampoco podemos hablar demasiado bien de la oposición británica. Los laboristas tenían la ocasión de oro para canalizar y aunar bajo su marca ese gran descontento popular existente entre los “Remainers”, y hacer una suerte de causa de unidad nacional para celebrar un segundo referéndum. Lo cierto es los laboristas se han mostrado favorables a hacerlo pero no haciendo lo que en realidad quieren hacer pero dicen que harían sólo si hiciesen. Es decir, ni han apostado decididamente por ello, ni quieren acabar de “mojarse” en la cuestión más vital para su propio país en varios siglos, haciendo alarde de un oportunismo de medias tintas imperdonable.

Así pues, los laboristas tampoco están demostrando estar a la altura de las circunstancias ni tener altura de estado, y si en estas condiciones no son capaces de erigirse como alternativa real de gobierno, al menos bajo el paraguas de un cometido único como es evitar el Brexit, lo cierto es que demuestran ser sólo carne de oposición. Y así, el controvertido “Brexit Party”, que sí que ha logrado aunar con éxito a los “Brexiteers” más suicidamente convencidos, resultó ser el gran triunfador en Reino Unido de las pasadas elecciones europeas.

Y en toda esta anomalía democrática que supone el Brexit en su conjunto, en toda esta también anomalía democrática que supone estar con gobiernos que el pueblo británico no ha elegido desde hace tiempo, en toda la anomalía que se supone en las sinapsis de los elementos más radicales que abogan por la violencia para imponer “su” democracia más anti-democrática (valga el oxímoron), en todo este meollo, va Boris Johnson y no hace sino además redoblar su apuesta más suicida. Así, el gobierno nombrado por el premier británico incluye perfiles que podrían ser calificados ciertamente como poco de rocambolescos.

Una primera de estas figuras tan controvertidas es Gavin Williamson (ministro de Educación), siendo Williamson un exacerbado militarista como no se ha visto en la política británica desde hace décadas, y que ya fue destituido de su puesto anterior como ministro de Defensa del gobierno de May bajo la acusación de haber filtrado información del mismísimo Consejo Nacional de Seguridad británico. Otro miembro polémico del nuevo flamante equipo de Johnson es Priti Patel, que se hará cargo de la cartera del Ministerio del Interior, y que ha sido "repescada" por Johnson de las agitadas aguas políticas británicas tras el mediático escándalo que protagonizó y que le valió su dimisión. Patel cometió el demostrativo error de haber osado tratar de influenciar al entonces ministro de Exteriores sobre la cuestión israelí, extralimitándose claramente en sus funciones de por entonces, y haciéndolo sospechosamente tras unas supuestas vacaciones en el país de Oriente Medio. Se puede estar más o menos de acuerdo con la causa israelí o con la palestina, pero hay cosas y actitudes que son simplemente inadmisibles.

Y no para ahí el asunto, lo que más polvareda mediática y política ha levantado es la elección del que va a ser máximo asesor del Brexit dentro del gobierno de Johnson, el ya famoso Cummings. Como habrán leído en el enlace anterior, este político es ni más ni menos descrito por algunos de los propios Tories como que "persigue la salida de la UE el 31 de octubre a cualquier precio", y sus actuaciones llegan a ser descritas como un "régimen de terror" dentro del propio gobierno.

Según fuentes del Times citadas por El Español, el propio Cummings habría amenazado directamente a los consejeros conservadores del gobierno de Johnson, y les habría aclarado que serán cesados fulminantemente y sin derecho a reclamar si se demostraba que hayan podido filtrar información dañina para la política del Brexit del Gobierno, dejando escandalosamente a un lado que las informaciones filtradas fuesen veraces y reveladoras, ni que demuestren que efectivamente el Brexit sea muy dañino para Reino Unido como nación. Lo del interés general queda pues claramente relegado a un incomprensible segundo plano, siempre por detrás de un Brexit que da literalmente igual si es destructivo, y además no se puede informar sobre ello. Si esto es un gobierno plenamente democrático, que baje Dios (anglicano) y lo vea.

Y el tema no es sólo ése, sino que, además, en el entorno inmediato de Cummings resulta estar el origen de algunas de las falacias más grandes y destructivas del Brexit, entre ellas el falaz eslogan de "Take back control" ("recupera el control") que tantos apoyos manipulados recabó en el referéndum, y que tan efectivo se demostró al desembocar en el resultado tan desastroso para los propios británicos de decidir divorciarse. Fue también Cummings y su entorno el supuestamente implicado en diversos escándalos de financiación por los que es investigado, y que han llegado a salpicar al propio Johnson, según ya hemos enlazado antes. Por que se hagan una idea de la dimensión de todas las falacias del Brexit tan propagandísticas, y tan sólo por citar uno de tantos ejemplos, pueden ver cómo es radicalmente falsa una de las acusaciones más recurrentes y primigenias de los "Brexiteers", que dice que la UE impone casi dictatorialmente su legislación más profusa sobre Reino Unido, ahogándolo con injerencias legales extranjeras: pues bien, es más bien al contrario.

Con este “equipazo” de primera división (nunca mejor dicho), a los británicos se les van a caer hasta los números de la camiseta, por no hablar de las cifras económicas. Y con notas de ambición casi de culto personalista, en todo este maremágnum, Johnson cree demostrar con sus acciones una resuelta determinación, que sin embargo no pasa de lamentable empecinamiento ciego, puesto que lo que redoblan son las campanas y no su apuesta por el Brexit. Johnson no parece ser consciente ni siquiera de que uno sólo puede suicidarse una única vez, aunque si fuese por todo lo que el Brexit supone, el asunto les daría a los británicos para suicidarse dos, tres y unas cuántas veces más.

Ni un gato con sus siete vidas sobreviviría a un Brexit que inevitablemente la complejidad económica globalizada hace totalmente imprevisible, y en el cual les van a reventar entre las manos asuntos que ni siquiera se habían planteado, y que todo apunta a que va a tener consecuencias severas sobre la socioeconomía británica, que ya se pueden estar sintiendo a día de hoy. Muchos británicos ahora repiten como un mantra que “la libertad tiene su precio”, como si Europa no fuese un régimen de libertades y de apertura económica (a veces incluso excesiva), pero habrá además que ver qué piensan esos “Brexiteers” cuando su economía decrezca y pasen a engrosar las listas del paro, cuando no tengan en el supermercado productos básicos, cuando sufran carencias de medicamentos, cuando sus plantas industriales sufran disrupciones por falta de suministros… ya no es que no vayan a poder exportar a Europa como antes, es que la amenaza real es que no puedan llegar a fabricar para exportar a cualquier destino alternativo de esos que dicen eufóricamente que ya encontrarán, como si en este mundo actual ultra-competitivo fuese posible abrir mercados masivamente de un año para otro.

Como ejemplo ilustrativo citar que, sin ir más lejos, tan sólo un mes antes de una de las sucesivas fechas límite “inaplazables” que se han venido poniendo hasta la fecha para ejecutar “definitivamente” el Brexit, el pánico cundió entre los propios ministros del gobierno británico, porque se dieron cuenta de que no iban a poder exportar prácticamente nada al resto del continente (recordemos: su principal socio comercial). Nadie se había dado cuenta de que, al salir de la Unión, se endurecía considerablemente la legislación aplicable a Reino Unido que afecta a los pallets de carga que tan esenciales son para mover casi cualquier tipo de mercancía.

Ello hacía que Gran Bretaña fuese a necesitar una cantidad tal de nuevos pallets y logística para higienizar y mantener los ya existentes que apenas iba a poder exportar nada a sus socios comerciales europeos. Pues no duden de que en algo tan impredeciblemente masivo como el Brexit, de éstas pueden llegar muchas, igualmente en el último momento, e igualmente sin que ni se lo hayan planteado ni tengan capacidad de reacción alguna. ¿Van entendiendo lo de que el Brexit les da a los británicos para suicidarse, no una, sino varias veces? Y así de ciegos parecen estar los “Brexiteers” en el poder, que tratan de poner una venda en los ojos de la sufrida “Britannia” para que camine mansamente hasta el acantilado, y se precipite por él sin tratar de rebelarse, como si así la caída fuese a ser menos mortal.

Los “Brexiteers” hablaban de negociar duramente y de que saldrían reforzados: ¿Qué ha pasado verdaderamente en las negociaciones para que hayan llegado a todo este sombrío desastre de espesa niebla?

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El primer motivo por el que los británicos están cosechando derrota tras derrota, y tantos fracasos estrepitosos encadenados, es porque, como les dijimos desde el principio de esta saga del Brexit, la posición negociadora de Reino Unido era débil hasta el extremo. Esto es así en un contexto en el que Gran Bretaña supone tan sólo una pequeña realidad socioeconómica en comparación con el mastodóntico conjunto de la superpotencia europea. La posición británica adolecía (y adolece) de que el Brexit les perjudicaría a ellos mucho más que al resto de Europa, de que el peso relativo de su economía a la hora de negociar está entre uno y dos órdenes de magnitud por debajo de las cifras arrojadas por la Unión, y además de que Reino Unido depende de Europa mucho más de lo que Europa depende del Reino Unido, puesto que somos su principal socio comercial. Efectivamente, desde el principio, los británicos estaban literalmente más que vendidos (y de rebajas).

Pero aparte de la posición de partida, y como posterior consecuencia inevitable de ello, el desarrollo de los acontecimientos también ha sido profundamente desfavorable para Gran Bretaña. Así, como ya les analizamos en su momento, la única opción de los británicos para no cosechar la más amarga de las derrotas era dividir Europa. Sabedores de ello, la diplomacia y las negociaciones con el Viejo Continente trataron de crear intereses contrapuestos, de enfrentar a las partes y de poner en práctica esa máxima de la estrategia que es el “divide y vencerás”, especialmente indicada cuando tu oponente es mucho más fuerte y grande que tú.

Pero ninguna de aquellas retorcidas maniobras dio sus ansiados frutos, y Europa hizo toda una demostración de visión y de unión, y cerró filas unánimemente en torno a Michel Barnier, la figura única que se designó desde Bruselas para centralizar todas las negociaciones con la “pérfida Albión”, una unidad que se vuelve a repetir con el nuevo ejecutivo de Bruselas y el nuevo responsable del Brexit Guy Verhofstadt. Así, la determinación europea ha dado sus vitales frutos, que no suponen sino una clara demostración del espíritu más integrador y europeísta que hemos logrado construir entre (casi) todos los ciudadanos europeos. Por muchos defectos que pueda haber en esta Europa que hemos construido, y por mucho que los pueda tratar de explotar la propaganda internacional para inducirnos a que nos auto-destruyamos, al final nos sentimos europeos y creemos en nuestra Unión.

Además, es un sentimiento europeísta con todo el sentido socioeconómico, puesto que, en el mundo globalizado de hoy en día, ningún país que se precie será nada si no forma parte de una superpotencia. Y algunos estarán pensando que podemos cobijarnos bajo el manto protector de una tercera superpotencia, pero es infinitamente más de futuro para todos los europeos apostar por una superpotencia propia, fundada sobre nuestros ideales comunes, y con nuestro sistema socioeconómico por bandera, que abandonarse en manos de terceros. Entregarse con los ojos cerrados no suele ser muy buena práctica, pues cada cual vela por sus propios intereses, y acabaríamos siendo un conjunto de meros satélites paganos de peajes a un tercero que viviría a nuestra costa, y que además no dudaría en imponernos sus propios dictados, trasgrediendo casi con total seguridad incluso nuestras raíces más democráticas.

Efectivamente, la razón última por la que los británicos están perdiendo por goleada es que los europeos creemos firmemente en algo: Europa. Mientras tanto, los británicos no creen ni en Europa, ni dejan de acabar de creer en ella, ni creen en sus políticos, ni creían en May (por cierto, cuyo acorralamiento previo al desenlace de su dimisión les anticipamos), ni creen en Johnson, ni en Farage, ni creen en el Brexit, ni creen en el Remain, ni creen en ya tan apenas en algo que les una a todos más allá de una bandera y un país en el que da la casualidad de que por ahora no tienen más remedio que seguir todos conviviendo. Si es que se puede seguir llamando así a la realidad política y social actual en aquel país, porque algunos no quieren hacerlo y directamente tratan de dinamitar precisamente esa convivencia.

Debidamente sazonado con florales notas anti-inmigración, sentimientos eurófobos, y varias propuestas más (a cada cual más radical) que sólo buscan atrapar mentes y ensanchar su base de votantes, es en ese sentimiento ciertamente con tintes nacionalistas, mezclados con actitudes que denotan claramente algo de sentimiento de superioridad, en el que puede que haya estado el origen de todo este monumental lío en el que se ha convertido el Brexit. Gran Bretaña es verdaderamente el último gran país de Europa en el que muchos británicos se sienten orgullosos o incluso sienten todavía que siguen siendo un imperio europeo como los de siglos anteriores (sin quitar ningún mérito a las honrosas voces críticas internas, que también las hay). Ésta sería también una explicación más que lógica y probable para esa tristemente tan habitual prepotencia que encontramos en demasiados "Brexiteers". Por el contrario, el resto de Europa ya tiene mayormente asumido que ya no somos metrópoli de nadie, sino mero nexo de unión cultural histórica, y, por paradójico que parezca, precisamente esa (relativa) cura de humildad nos permite levantar a los europeos la cabeza frente a la cuesta abajo que supuso el fin de la colonización europea.

Pero en Reino Unido buena parte de la población sigue hablando de un Imperio Británico que ya no existe mayormente, salvo por poco más que una Commonwealth que ya no es ni mucho menos ni la sombra de lo que era en los siglos pasados. Incluso a veces hay hasta algún elemento que habla de la "superior english race" (traducido: la "raza superior inglesa"). Efectivamente, se puede decir que hay en parte de la socioeconomía británica una cierta auto-percepción engañosa, que choca frontalmente con la realidad de su lugar actual en el mundo y, sobre todo, con cómo todos los demás les ven a ellos.

Ésta es una clásica encrucijada de los imperios que se han acabado viniendo abajo de una u otra forma (y todos acaban haciéndolo en algún punto), momento en el que ese sentimiento con algunos tintes de superioridad se torna en nostalgia de los tiempos en los que se auto-percibían como el centro del mundo. En España, cuyo imperio fue el primer imperio de la Historia en ser global hace ya unos cuántos siglos (recuerden que en él no se ponía el sol), ese sentimiento imperialista ya fue desterrado de nuestra mentalidad hace décadas. Ese proceso también fue muy dramático en nuestro caso, con apreciables connotaciones culturales y de conciencia nacional, y durante el cual mayormente emergió ese sentimiento de auto-crítica (no personal, sino lamentablemente tan sólo hacia los demás) fuertemente negativista y nada constructiva, y que ha acabado siendo algo tan autodestructivamente español y tan exacerbado, que aún padecemos (por extremo) a día de hoy.

De esta manera, si finalmente se consuma, el Brexit puede acabar siendo para los británicos lo que fue la pérdida de Cuba para los españoles: el caldo de cultivo para esa "inflexiva" generación del 98 que cambió nuestra mentalidad radicalmente y para los siglos venideros. No es cosa de los españoles en concreto, ni tan siquiera de los británicos: es algo que le ha pasado a cualquier imperio cuando ha dejado de serlo, y tiene que ver más con la naturaleza humana y con la psicología de masas que con las nacionalidades o con cómo se ha articulado la caída.

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Así, de este complejo proceso, los españoles ya sabemos un rato. Los británicos deberían ser inteligentes y aprender de nuestra Historia, en vez de denostarla con leyendas negras como hacen algunos de ellos: no hay nada más inteligente que aprender de cómo otros han encajado sus propios desastres (y tal vez sus errores), en vez de cometer tú de nuevo esas mismas equivocaciones. Y vaya por delante que eso no quita que los españoles lograsemos una gran gesta en su momento (histórico), ni que la leyenda negra siga siendo mayormente más bien una pura e intencionada exageración. Durante nuestro imperio, los españoles cometer habremos cometido errores como todos, pero lo cierto es que esa falaz leyenda negra fue en realidad la primera gran campaña de desinformación y propaganda global de la Historia, esa misma propaganda que ahora las redes de propaganda internacionales utilizan contra los propios británicos. Paradojas de la Historia.

Consecuencia de esa propaganda internacional parece que está demostrando ser ese Brexit más visceralmente nacionalista, y sin el más mínimo sentido socioeconómico. La leyenda negra amenaza con dar paso en el caso de Reino Unido a la realidad más negra. Nunca mejor dicho: ellos mismos deciden. Y si finalmente quieren seguir formando parte del transatlántico europeo, arriaremos solidariamente los botes salvavidas, y les esperaremos en cubierta con los brazos abiertos, recordándoles que tal vez les parezca malo perder definitivamente la conciencia de imperio británico, pero que bueno es ganarla del europeo. Desafortunadamente, España no tuvo esa opción cuando le tocó su propia purga de humildad imperial.

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