Recientemente viví un episodio marxista en la sucursal de un banco, pero no se trató de un marxismo de Carlos Marx, sino de un marxismo de Groucho Marx (y sus geniales hermanos). Al menos esa es la impresión que me dio un empleado de banco.
Para hacer un ingreso no me preguntó si quería poner un concepto, le pedí que pusiera un concepto, pero me comentó que ya había hecho el ingreso. Se trataba de la cuenta de otra persona, por lo que tenía fuertes motivos para poner un concepto. El empleado me dijo que ese concepto se podía poner a posteriori, me sorprendió, pero después de decirle el concepto lo que hizo fue escribirlo a mano en el recibo y entregármelo.
Personalmente después de haber pasado por tantas sucursales (tanto por motivos personales como profesionales) me pareció bastante surrealista. No supe reaccionar ante esa falta de profesionalidad. Sinceramente, para eso mejor que me hubiera explicado que ya no era posible o que me hubiera dado cualquier otro motivo.
Y es que un único empleado puede arruinar la imagen de un banco, por muchos millones de euros que se haya gastado en publicidad. Además se trata de una entidad financiera que intenta captar clientes de un nivel adquisitivo medio-alto. Esto sí que arruina la imagen de un banco y no el color de la ropa interior de sus empleados. Afortunadamente para ellos tuve que volver a la misma sucursal y el trato fue muy distinto por parte de otro empleado. No obstante, el daño ya está hecho.
En El Blog Salmón | ¿Necesitan los bancos un rebranding?