La última película de Clint Eastwood tiene un claro mensaje frente a los tiempos que corren. Y si bien este mensaje puede tener un receptor directo en Barack Obama, la idea de un mensaje global donde lo que se requiere es justamente un liderazgo global y una visión global para enfrentar los problemas que aquejan a toda la humanidad, le hace adquirir una trascendencia clave.
El relato de Invictus se inicia hace exactamente veinte años (febrero de 1990), cuando Nelson Mandela es liberado de prisión después de un cautiverio de 27 años. A partir de 1994, cuando Mandela es elegido presidente de Sudáfrica, se concentra en la tarea de unir a un país que está fuertemente dividido. Tal como le ocurrió a Abraham Lincoln en 1861, Mandela asume un país dividido y en fuerte pugna social. El cuestionamiento para Mandela en esa época es “Usted ha ganado la elección, pero ¿significa eso que puede gobernar un país?. Mandela contrapone la adversidad con la idea de que “cada uno es dueño de su propio destino, el capitán de su alma”.
A través de la historia de Mandela, Eastwood nos señala que si bien hay muchas formas de liderazgo, la más relevante es aquella que consigue seguidores capaces de hacer más de lo que creían posible. Para ello, el líder debe ser capaz de animar a las personas a creer en sí mismos para lograr el cambio más allá del horizonte tangible. Esto es lo que algunos teóricos definen como liderazgo transformacional. Es decir, transformar a la sociedad desde su esencia.
Por eso que Mandela no busca castigar a los que a él lo castigaron, sino más bien busca la integración, y a través de ella la reconciliación social. El rugby se convierte en el instrumento con el que puede comenzar a unir a un pueblo fuertemente dividido: unirlo en la esperanza de ganar la copa mundial o, “cómo nos inspiramos para la grandeza”.
Con más de medio siglo de películas y de notables relatos cinematográficos, Clint Eastwood nos ha transmitido grandes y heroicas historias. Pero esta de Nelson Mandela puede ser quizá la más conmovedora: porque esta historia relata cómo no sólo se evita el derramamiento de sangre que arrastraría a todo un pueblo a la perdición, sino que cómo se logra unirlo en la visión de sacar lo mejor del otro para “inspirarlos hacia la grandeza”.
Esta forma de liderazgo requiere la transformación real. El lider no sólo debe creer en la visión sino que debe comunicar esa visión en términos tangibles para que los demás vean esas posibilidades y estén dispuestos a actuar sobre ellas para el beneficio de todos. El mensaje es claro: Algo de esto falta en nuestros líderes actuales. Y quizá en la próxima G-20, antes de hablar, deberían ver esta gran película de Clint Eastwood.