Hace varias semanas, estaba tomando una cerveza en la terraza de un bar en calle Larios, en el centro de Málaga, cuando pasó algo que llamó mi atención.
Era un soleado miércoles. 12.30 de la mañana.
Normalmente trabajo a esa hora, pero esa mañana la cogí libre porque quería acompañar a mi mujer a un evento que era importante para ella.
Así que allí estábamos los dos, sin niños y sin preocupaciones, charlando y soñando sobre cómo sería vivir sin agenda, cuando unos tipos con pinta de ejecutivos se sentaron en la mesa de al lado.
Eran 3 hombres y 2 mujeres. Tendrían entre 30 y 40 años. Trajes, corbatas, vestidos elegantes, tacones, maletines, bolsos… Sus esfuerzos por señalizarse eran más que evidentes.
El camarero se acercó a nuestras mesas. A las dos.
Yo pedí otra cerveza y mi mujer otra copa de vino. Los ejecutivos pidieron cafés y agua embotellada. Todo en orden.
Entonces empezaron a hablar en voz alta sobre temas de trabajo:
- Uno se quejaba de que había tenido que suspender unas vacaciones “por culpa de la puta reunión”.
- Otro le contestaba “al menos tu familia vive en tu misma ciudad”.
- Las mujeres hablaban de apuntarse al gimnasio en el turno de noche: “A las 11.30 de la noche podemos estar de vuelta en casa”.
- Luego empezaron a hablar del bonus de final de año y de un “ascenso y traslado a la central”.
La verdad es que era imposible no oírlos.
Y yo, que soy muy observador (porque observar me ayuda a escribir), deduje dos cosas:
- Trabajaban en banca.
- No parecían muy felices.
Escasos minutos después de que el camarero les sirviera los cafés, sonó el móvil de uno de ellos, el que parecía estar al mando, y pude escuchar un “Sin problema, estamos allí en 5 minutos”.
Los cinco se levantaron de la mesa rápidamente, dejaron los cafés a medias y se largaron con su olor a perfume caro a otra parte, no sin antes pagar cada uno el euro y pico de su café.
Cinco cafés, cinco cuentas distinas, un camarero estresado.
¿Mi opinión?
Pues mira, en el escenario más optimista posible, esa gente puede ganar entre 2.000 y 2.500 euros al mes, dudo que más.
Si nos quedáramos con lo superficial y solo nos fijásemos en la ropa que llevaban (parecía cara), en los iPhone, bolsos y maletines (pijos) o en la forma que tenían de hablar (ostentosa)...
…llegaríamos a la conclusión de que eran personas con éxito en sus trabajos a las que la vida les había sonreído.
No te voy a mentir, mi yo de 20 años aspiraba a ser más o menos así.
Ahora bien, si damos un par de tragos a la 1906, dejamos que se vaya el humo y agudizamos la vista, ¿qué vemos en realidad?
Yo diría que a personas con un estilo de vida bastante pobre.
Mira, mi Sra y yo, que no somos ejemplo de casi nada en esta vida, estuvimos sentados en esa terraza desde las 12 de la mañana hasta las 4 de la tarde y ellos no se puedieron terminar el maldito café por culpa de una llamada.
Gomina en el pelo, rimel en los ojos y un iPhone 14 Pro Max con el Calendar a tope de calls.
Pues no sé.
En mi opinión no solicitada de hoy, este no es, ni de broma, el concepto de riqueza al que nadie debería aspirar. Mis sueños, al menos, van por otro sitio.
Hoy puedo hacer lo que me salga de las pelotas
Vamos a ponernos serios.
Tal y como yo lo veo, el súmmun de la riqueza es la posibilidad de levantarte por la mañana, abrir los ojos y pensar:
“Hoy puedo hacer lo que me salga de las pelotas”.
Suena un poco soez, lo sé, pero piénsalo un momento…
La riqueza verdadera no se puede medir en dinero, sino en términos de libertad.
Tener la posibilidad de hacer lo que quieras, cuando quieras, con quien quieras, donde quieras y durante el tiempo que quieras es algo que no tiene precio.
No se me ocurre un beneficio mayor que pueda reportar el dinero.
La sensación de que controlas tu vida y de que puedes hacer lo que te salga de las pelotas porque no tienes problemas financieros es bastante gratificante. Tengo un buen amigo que diría que es una sensación que se siente con especial fuerza en la entrepierna.
Y, quieras aceptarlo o no, esa sensación está estrechamente relacionada con la felicidad. Sí, con la felicidad.
La sensación de sentirte el dueño y señor de tu vida es mucho más gratificante que la sensación de tener una casa más grande, un Porsche más potente o un trabajo más prestigioso.
El dinero es importante, sí, pero solo es un medio con el que acumular riqueza para comprar libertad.
A mí me gusta imaginármelo como un juego en el que cualquier persona que parte de cero absoluto, como fue mi caso, puede ir acumulando puntos y pasar al siguiente nivel.
Me explico:
Ahorrar un poco de dinero, quizás 3.000 euros, significa que si surge un gasto inesperado, como la avería del coche o de un frigorífico, no tendrás que tomarte un lorazepam para conciliar el sueño.
Duplicar ese ahorro significa que si perdieras el trabajo tendrías un pequeño margen de seguridad para buscar tranquilamente otro empleo, en lugar de verte obligado a aceptar el primer trabajo basura que te ofrezcan.
Ahorrar un colchón de 12 o 18 meses de gastos significa que si tus ingresos se van a cero de la noche a la mañana, tienes de 12 a 18 meses para reconstruir sin prisas tu vida.
Conseguir un ahorro varias veces mayor que el anterior se traduce en que tienes un bonus de libertad para tomar decisiones importantes en tu vida, como dejar tu trabajo por otro en el que cobras menos (pero que te permite pasar más tiempo con tus hijos) o tomarte un año sabático.
Si sigues escalando en esta pirámide f_ck you money podrías llegar a un punto en el que te puedas jubilar a la edad que te salga de las pelotas, y no a los 67 o 70 años que ha decidido el político de turno.
Pues bien.
Los ejecutivos que bebían café a la hora de la cerveza no tengo ni la más remota idea de en cuál de estos puntos se encontraban.
Lo que sí sé es que tenían poca capacidad para tomar decisiones muy sencillas como…
…volar a otra ciudad.
…dormir con tu familia.
…hacer un poco de deporte cada día.
¿Te parece normal no poder decidir cuándo y cómo hacer estas cosas?
Esas personas no estaban al volante de sus propias vidas. No tenían el control de sus agendas. No tenían libertad.
Mira, te voy a ser franco:
No me importa tu salario cincomileurista si un tipo desconocido de tu oficina tiene autoridad para cancelarte unas vacaciones.
No me importa el dinero que tienes ni los coches que conduces si, para costearlos, estás obligado a dormir lejos de tus seres queridos.
No me importa tu ropa de maniquí si el único momento del día en el que tienes libertad de agenda para ir al gym son las 10 de la noche.
Apesta a rata adinerada que da vueltas sobre una rueda giratoria. La riqueza verdadera no tiene nada que ver con ese absurdo estilo de vida.
Ya te lo dije un poco más arriba, y también hablo mucho de ello en mi newsletter:
La riqueza verdadera no se puede medir en dinero, sino en términos de libertad. Tener la posibilidad de hacer lo que quieras, cuando quieras, con quien quieras, donde quieras y durante el tiempo que quieras es algo que no tiene precio.
O al menos así es como yo veo la vida.