¿Son las crisis económicas inevitables? Australia lleva 28 años sin recesiones diciendo que no

¿Son las crisis económicas inevitables? Australia lleva 28 años sin recesiones diciendo que no
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Desde la ciencia económica, no se nos para de repetir una y otra vez que la historia económica es una inevitable sucesión de booms y las consiguientes crisis, debiendo purgar en las segundas los excesos cometidos en los primeros. El patrón repetitivo se expone siempre como un axioma irrefutable, y confieso que puede que alguna vez hayan leído alguna frase suelta en estas líneas que podía asumir resignadamente esa realidad.

Aunque como a menudo ocurre con las teorías más fundadas, siempre llega la excepción que, puede que confirme la regla en algunos casos, pero que en el tema de hoy simplemente demuestra que otro mundo económico es posible. Y la excepción no es otra que la pujante Australia, que lleva décadas ininterrumpidas sin entrar en recesión, y con generaciones de trabajadores ya en activo que todavía no han conocido ni una sola crisis económica en suelo nacional.

Australia, la socioeconomía que viene para sacar los colores a los economistas más cíclicos

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Como bien apuntaba The New York Times en el excelente artículo sobre el tema del sostenido y persistente buen desempeño económico australiano, Australia lleva nada más y nada menos la friolera de 28 años consecutivos sin haber visto en su economía ni una sola recesión. Este dato hace saltar por los aires todas las estadísticas de la economía más cíclica, y no cabe argumentar que al fin y al cabo se trataría de un ciclo extremadamente largo. La cifra de 28 años está tan totalmente fuera de rango, que no puede justificarse ni teorizar como que sea un ciclo en sí mismo, especialmente cuando se compara la permanentemente positiva evolución australiana con las idas y venidas del resto de economía desarrolladas del planeta en los mismos tiempos.

No obstante, sí que debemos hacer mención aparte de casos con casuísticas especiales como son China o India: son países en vías de desarrollo, cuyo crecimiento sostenido desde hace también décadas ha sido simplemente espoleado por la anomalía de la deslocalización de producción que llegaba desde Occidente. El caso de Australia, una economía desarrollada y plenamente occidentalizada, no admite esta justificación, por lo que las razones de su éxito habrá que buscarlas en otros factores mucho menos evidentes y… mucho más idóneos para la (profunda) reflexión, y para tomar ejemplo desde otros países desarrollados. Hay que decir que, obviamente, también hay ciertos aspectos coyunturales de la economía australiana que han tenido su peso a la hora de mantener el ritmo de expansión económica. No se puede negar que el voraz apetito por las materias primas de China o India, promovido por su propio crecimiento al calor de esa deslocalización desde Occidente, ha contribuido a que Australia también crezca lo suyo.

Y no sólo por las materias primas, la industria ganadera y los agricultores australianos también han visto multiplicarse la demanda, ante los nuevos hábitos alimenticios de la emergente clase media china. También es públicamente conocida la auténtica avalancha de compradores chinos que han estado tomando posiciones en el mercado inmobiliario australiano. Pero, aunque haya otros casos aparte, el hecho es que la economía australiana tiene un sector de materias primas que ocupa uno de los primeros puestos en la producción y las exportaciones del país, y llevan en él décadas viendo una demanda muy importante desde sus vecinos asiáticos. Aunque si China termina de aterrizar y deja sin un motor a la aeronave del país de Oceanía, muy probablemente acabe llegando una crisis "a la australiana".

Y ya no es sólo el sector primario agroalimentario y de la extracción de materias primas los que explican por sí solos los 28 años de boom ininterrumpido vivido en la isla-continente. Otros países con economías netamente exportadoras de materias primas han corrido muy distinta suerte a lo largo de las últimas décadas, por lo que debemos sospechar que también hay otros motivos muy importantes que han ejercido una poderosa influencia en el éxito del caso australiano. ¿Cuáles pueden ser estos motivos? Pues se trata precisamente de algunos de los argumentos más de peso que nos llevaron desde estas líneas a acuñar lo que entendemos por “socioeconomía”.

Las generaciones de trabajadores más jóvenes no han vivido ninguna crisis, pero saben perfectamente qué y cómo se articulan

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Efectivamente, si echan cuentas con esos 28 años sin recesiones económicas, queda patente que ya hay toda una generación de australianos que se han incorporado al mercado laboral, y que no han experimentado en toda su vida ni una sola recesión económica. Suena algo idealizado, pero en Australia es totalmente cierto. Aunque lo realmente ideal es cómo tanto esta generación como sus predecedoras interiorizan y gestionan psicológicamente la posibilidad de que sobrevenga finalmente una crisis económica al país.

Los australianos se mantienen lejos de triunfalismos y prepotencias, y de actitudes tan dañinas como las que vimos al calor de la burbuja inmobiliaria en países como España, por las que muchos jóvenes españoles colgaban sus estudios porque el mejor futuro estaba en fabricar puertas como obreros. Vaya por delante que no tiene por qué haber nada de malo en elegir esta profesión ni en ser un obrero (necesitamos esas profesiones tanto como cualquier otra), si no tan sólo en que se elija masivamente ser obrero en ciertos municipios dejando de lado e incluso menospreciando la formación superior. Así apostaron por una dedicación que puede tener su futuro, pero no ser un Dorado al cual encomendar la economía de buena parte del mercado laboral local o incluso comarcal, y con su relevancia también incluso a nivel nacional.

La falta de visión y la ceguera cortoplacista que lamentablemente en la práctica (casi) siempre induce un boom económico en buena parte de la población (incluidos los políticos y directivos de empresas), fueron los principales responsables de aquel desastre. E hizo mella tanto en los propios trabajadores, como en todo el resto de agentes socioeconómicos, incluyendo aquel sector financiero que parecía que “regalaba” el dinero con hipotecas por el 120% del valor de tasación.

La razón socioeconómicamente más poderosa que impulsa el eterno crecimiento australiano

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Pero esta efervescencia y euforia socioeconómica que siempre azuza un boom, no ha llegado a ocurrir en media en Australia, donde sería además especialmente compresible psicológicamente al ser 28 años los que ellos llevan creciendo: una dimensión temporal que justificaría otro orden de magnitud en los desmanes económicos cometidos al calor del boom. Es más, paradójicamente, la psicología socioeconómica predominante en la isla-continente es totalmente la diametralmente opuesta: la mayoría de sus ciudadanos viven temerosos ante una próxima recesión, que no dejan de ver que puede llegar en cualquier momento.

Realmente, esa tan temida crisis, llegar no acaba de llegar, pero tal vez ahí esté uno de los quids de la cuestión. El New York Times nos contaba cómo los australianos no se muestran autosuficientemente triunfalistas ante su futuro económico, y por ello siguen siendo extremadamente cautelosos, y tomando decisiones económico-laborales más cabales y menos arriesgadas. Esto es especialmente cierto en el caso de los niveles de endeudamiento y apalancamiento financiero del estado australiano, que lejos de sobre-endeudarse llegando a niveles insostenibles, sigue mostrando unos ratios de deuda pública que ya quisieran para sí muchos países. Otro tema es ya la desorbitada deuda de los hogares australianos, herededada de los altos precios que se llegaron a ver hace unos trimestres en el pico del mercado inmobiliario antes de que el gobierno empezase su pinchazo controlado. Éste es (junto con el citado aterrizaje Chino) el verdadero talón de Aquiles de Australia, pero, a pesar del cierto paralelismo con otras burbujas inmobiliarias como por ejemplo la española, allí no niegan su peligro ni su existencia, y ya les decíamos que se han puesto manos a la obra (nunca mejor dicho) para paliarla en la medida de lo posible. Ya les hemos analizado en el pasado lo dañino y el protagonismo del sobre-endeudamiento como espoleta de las destructivas burbujas económicas.

No obstante, hay que decir también que no sólo se puede culpar a los agentes socioeconómicos del sector inmobiliario español de lo que ocurrió en su momento, sino que también era esencial haber tenido un gobierno que hubiese tomado las decisiones adecuadas en el momento oportuno. El gobierno del país ha jugado un factor determinante en el caso australiano a la hora de (al menos) intentar evitar que se acabe materializando un desastre como el que sufrimos por estos lares, y aunque en un tema tan complejo hay siempre una conjunción de diversos factores como en Australia, lo cierto es que el país ya consiguió con políticas propias evitar el estallido de su propia burbuja inmobiliaria durante la debacle internacional de la Gran Recesión. Habrá que ver si esta vez consiguen lo mismo, pero haberlo conseguido aunque sea una sola vez en medio de toda aquella virulencia subprime ya es toda una proeza, máxime cuando en ello fracasaron estrepitosamente EEUU, Portugal, Irlanda, Reino Unido, o la propia España.

Al contrario de lo que vimos en España, y para estupor de analistas como un servidor, en España padecimos tener unas autoridades que negaban taxativamente la mera existencia de una burbuja inmobiliaria (en el titular del enlace anterior omitan mentalmente que los expertos la negaron igualmente: un servidor luchó lo indecible por advertir sobre ello), y mayormente se mostraban complacientes con la coyuntura inmobiliaria. De ella sólo acertaban a ver que les reportaba los generosos números negros que arrojaban las cuentas públicas, debidos a la ingente recaudación de impuestos de cuño inmobiliario.

Las políticas macroeconómicas del Banco Central australiano también estuvieron en la senda correcta

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Sin embargo, en Australia, las autoridades tomaron parte en el mercado inmobiliario, y fueron ellos (y no nosotros) los que decididamente “cogieron el toro por los cuernos”, a pesar de ser ellos los anglosajones y nosotros los españoles. Así, a mediados del año pasado, finalmente pusieron en marcha medidas económicas que han enfriado considerablemente su mercado inmobiliario que, por otro lado, presenta unos precios de mercado para nada despreciables (sino más bien al contrario).

Cuando la burbuja inmobiliaria en aquel país ha amenazado con tensionarse más allá aún de lo que ya de por sí estaba, pudiendo provocar un doloroso estallido descontrolado, el gobierno optó por cortar el problema de raíz y pincharla de forma controlada. Lo que han hecho ha sido principalmente endurecer la concesion de hipotecas, atacando así precisamente al habitual corazón de la bestia de las burbujas inmobiliarias que siempre les hemos puesto de relieve desde estas líneas: el sobre-endeudamiento que les citábamos antes. Si los australianos llegan a tiempo o es demasiado tarde ya sólo lo dirá el tiempo, pero al menos no habrá sido por omisión y negligencia.

Pero no sólo tenemos que hablar de políticas correctas a la hora de que se tomen medidas sobre un mercado crediticio con una influencia sobre el ciudadano de a pie tan poderosa como el inmobiliario, también las políticas monetarias del Banco Central de Australia han sido las correctas a lo largo de este largo período sin recesiones, especialmente en los momentos más delicados. Así, como nos relataba el New York Times en su enlace anterior, hubo un momento crítico para la economía australiana que amenazó con abortar a finales de los años 90 la expansión económica australiana, que por entonces tan sólo llevaba 6 años de crecimiento contiuado.

Ese momento crítico fue el que coincidió con la “Crisis de los dragones asiáticos” que estalló en 1997, y que devastó otras economías de la región, incluida la surcoreana. En Europa “capeamos” aquel temporal sin demasiado padecimiento en Main Street, pues lógicamente estamos bastante distantes de aquella zona, algo especialmente significativo allá por 1997, cuando la globalización todavía no nos había interconectado a todos con lazos tan estrechos. Pero en Asia aquella crisis fue terrible, económica y socialmente.

En unos países en los que no estaban apenas acostumbrados al padecimiento económico, y donde la cultura del esfuerzo y el trabajo es tan fuerte, en las crónicas de la época se podía leer cómo los parques de por ejemplo la otrora pujante Seúl se llenaban durante horas por el día de ejecutivos vestidos de traje y con maletín. Eran desempleados que ni siquiera se atrevían a contarle a sus mujeres que la crisis los había dejado sin trabajo. Estar desempleado era un estigma social y personal. Pero Australia mantuvo la mente fría ante este cataclismo económico, que inevitablemente amenazaba con afectar a una Australia que tenía y tiene fuertes vínculos económicos con aquellos “Dragones asiáticos”, y cuya divisa se hundía en consonancia al Won coreano o a las Rupias indonesias.

El Banco Central australiano no se dejó llevar por el pánico, y creía firmemente que los fundamentales de la economía nacional eran buenos. De hecho, veían aquella crisis como una potencial sana forma de purgar algunos pequeños excesos, minimizando su impacto económico. Así optaron contracorriente por no elevar sus tasas de interés para proteger su moneda y tratar de atajar prematuramente una inflación que se suponía acabaría por llegar, y pensaron que una moneda más débil balancearía sus exportaciones desde un Sudeste Asiático renqueante hacia otras zonas económicas, donde la devaluación las haría más competitivas. Otros países con realidades económicas similares como Nueva Zelanda optaron por subir tipos, y el resultado final fue que Australia simplemente moderó su crecimiento, mientras que Nueva Zelanda sufrió una recesión.

Pero hay otros factores socioeconómicos también muy influyentes

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Aunque la retahíla de factores que han confluido en el paradigmático caso de éxito australiano no acaba ahí. Hay más cosas que podemos aprender de ellos, y otra política a imitar es la que también les hemos enfatizado desde aquí en diversas ocasiones: es necesario para la salud de un sistema socioeconómico dejar caer al que gestiona mal, y dejar que triunfe y se expanda la buena gestión.

Así, poco a poco, en los diferentes sectores económicos se va imponiendo de-facto la gestión eficiente y eficaz, y no se perpetúan los malos gestores ni las políticas auto-corrosivas, que permiten que pervivan formas de gestión y perfiles que se aferran más a sus “conexiones” políticas que a sus méritos propios. Para nuestra desgracia nacional, no fue esto precisamente lo que ocurrió en España en demasiados casos con la malograda fusión de las cajas, como ya les analizamos.

Por el contrario, como informaba The New York Times, en Australia vivieron una crisis bancaria hace algunas décadas, y la reacción gubernamental y política fue la de ejecutar una purga en toda regla entre los altos directivos responsables de todas las entidades que llegaron a estar al borde de la quiebra. Así mandaban un poderoso y auto-correctivo mensaje al mercado: “el que la hace, la paga”. Como consecuencia, la gestión bancaria en el país se volvió desde aquel momento mucho más conservadora, y pasó a asumir menos riesgos inasumibles. Tampoco se embarcaron en expansiones insostenibles, y los bancos australianos se hicieron con todo ello especialmente robustos. Igualito al desenlace final de la crisis subprime.

Además, el gobierno australiano fomentó la competencia y evitó la concentración en el sector, y desde entonces no permite por ley que las cuatro entidades mayores se fusionen entre sí. Tal vez haya en todo ello un coste de oportunidad porque algunos de los riesgos no asumidos habrían cosechado éxitos, pero el objetivo de soslayar lo más cruento de las crisis, compensa de sobras, y a la vista están los resultados que una política bancaria cautelosa ha dado como frutos en Australia.

Y para mayor envidia de países como España, aquí la práctica habitual en el mundo de la política es llevar a cabo una política de “Tierra quemada”, por la que no dejan vigente (apenas) ningún Plan Nacional del ejecutivo anterior (salvo honrosas excepciones), por muy necesario que pueda ser: no vaya a ser que los ciudadanos se den cuenta de que aquella decisión fue acertada, y que los oponentes políticos puedan parecer parcialmente responsables del éxito finalmente cosechado. Por el contrario, en Australia, aquellas políticas y decisiones correctas y de gran calado han pervivido a lo largo de las décadas, sobreviviendo a los distintos colores de los sucesivos gobiernos. Otro país es posible, y sólo de comprobarlo a muchos se les saltarán las lágrimas de emoción.

Las recesiones son necesarias… sólo cuando son realmente necesarias

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Tal y como predican a los cuatro vientos ciertos sectores económicos, los mercados se autorregulan, sí, pero sólo si los agentes socioeconómicos son cautos y tienen un sentido común económico que lamentablemente muchas veces brilla por su ausencia. A ello pretendemos contribuir desde estas líneas al alertarles siempre de los peligros económicos que nos acechan: es cierto que algunos no se llegan a materializar, pero no es menos cierto que también algunos de ellos quedan neutralizados por una buena labor de divulgación desde la mayoría de los medios salmón.

El objetivo a conseguir que, tanto Main Street como también Wall Street, sean cautos en sus decisiones económicas y no se metan en líos financieros que suelen tener muy mal desenlace. Para los primeros, la solución pasa por la formación y divulgación salmón desde los mismos institutos y colegios, mientras que para los segundos (a los que los excesos les pueden llegar a reportar ingentes beneficios), la solución pasa por una buena regulación en tiempo y forma del sector y las nuevas modas financieras que van llegando. Como nos cuentan muchos economistas, las crisis sólo tienen una cosa de buena, y es que purgan los excesos. Lo que ya no nos cuentan generalmente es que los excesos sólo han de purgarse cuando han sido cometidos (y consentidos), y que además sería deseable que los que preferiblemente deberían acarrear con el mayor peso de la purga deberían ser los que irresponsablemente se han excedido.

Y mientras tanto las crisis seguirán siendo necesarias, no porque lo sean por su propia naturaleza, sino porque las hacen necesarias (e inevitables). Esto tampoco salva automáticamente de una crisis a los australianos en los años venideros. A pesar de sus denodados esfuerzos, pueden todavía acabar pagando muy caros sus excesos inmobiliarios. Pero el verdadero éxito es haber conseguido evitar cualquier atisbo de recesión durante 28 años seguidos, lo cual sobrepasa todos los limites como para considerarlo simplemente una buena racha. Lo que es seguro es que, en algún momento, alguna recesión les tendrá que llegar por los motivos que fueren, y que sus estratosféricos niveles de endeudamiento familiar apuntan a que, si las medidas del gobierno no dan resultado, puede esa recesión ser dolorosa.

Ni ellos ni nadie está 100% a salvo de una crisis, pero una cosa es mantenerse 28 años a salvo de las recesiones, y otra muy distinta es buscárselas con premeditación, alevosía, negacionismo e inacción ante lo evidente, como nos ocurrió en España y como probablemente nos va a seguir ocurriendo cíclicamente cada período de cierto tiempo mucho menor que esos 28 años australianos, que en términos económicos suponen una auténtica eternidad.

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