A la vista: la nueva arma con la que China pretende torpedear la línea de flotación de la economía de EEUU

A la vista: la nueva arma con la que China pretende torpedear la línea de flotación de la economía de EEUU
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Una vez más, las arduas y eternas negociaciones de la guerra comercial entre EEUU y China han vuelto a saltar por los aires, dejando tras de sí un nuevo reguero de escalada dialéctica y de nuevas rondas de ataques (por ahora) comerciales y arancelarios.

Se sigue cumpliendo de forma calcada el mismo guion marcado hasta el momento, en el que a las agresiones mutuas comerciales se añade la lucha mediática por mantener el apoyo y sacar pecho ante sus respectivas poblaciones nacionales, en lo que recuerda ya demasiado a ese mundo de (post)verdad socioeconómica emborronada y baile entre superpotencias que dibujó George Orwell en su visionaria novela 1984.

Pero tras la última refriega algo ha cambiado. Es algo importante. Algo que puede marcar el futuro rumbo de esta guerra. Ese algo es que China ha mostrado por fin al mundo claramente su arma socioeconómica más destructiva, y ya la ha empezado a utilizar.

Estos acontecimientos van a marcar el futuro del conflicto, o bien de su resolución, o bien de su desbordamiento definitivo inundando otros campos de batalla

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No hace falta recordar el carácter global de un conflicto que en realidad nos afecta a todo el mundo de una u otra manera, porque las instituciones mundiales hablan ya de que este conflicto puede precipitar y agravar la próxima recesión en ciernes, y de hecho ya está sacudiendo las bolsas mundiales. Tema aparte es que la guerra comercial tampoco es algo exclusivo de las relaciones bilaterales EEUU-China, y de cómo discurran los acontecimientos bélico-comerciales entre ambas potencias depende en gran medida la evolución de los otros conflictos comerciales con terceros países que ha desatado también el presidente Trump.

Los acontecimientos más recientes son que esa vuelta de ambos contrincantes a la mesa de negociación, que fue anunciada a bombo y platillo despertando cierta esperanza algo incrédula, acabó literalmente “como el rosario de la Aurora”. Al parecer, a pesar del cierto secretismo con el que esas conversaciones tienen lugar habitualmente, ha trascendido que Trump se enrocó en unas condiciones comerciales de cara al futuro que a los chinos les resultan totalmente inaceptables.

Las posiciones encontradas desde el principio hasta el final no encontraron ningún posible punto de acuerdo intermedio (¿Lo llaman negociación?) , con el resultado final que todos conocemos de que la mesa de negociación volvió a saltar por los aires. Tras ello, Trump anunció una nueva ronda de aranceles masivos al 10% sobre importaciones chinas por valor 300.000 millones de dólares. Por su parte, China hizo lo propio y anunció mayores penalizaciones a las importaciones agrícolas desde el país norteamericano.

Pero, realmente, la guerra meramente arancelaria está fuertemente descompensada, y es una batalla mayormente perdida para China, a pesar de que también está produciendo un daño severo a la economía de EEUU, y en concreto a sus ciudadanos y empresas según les analizamos. La razón de esta asimetría es obvia: EEUU importa de China mucho más que China de EEUU, y además los productos chinos que EEUU importa son económicamente más estratégicos que unos productos estadounidenses gravados que son mayormente primarios.

En realidad, las implicaciones últimas de lo anterior son mucho más complejas de lo sintetizado, y ya les hemos hablado en otras ocasiones de las múltiples derivadas también para EEUU de unas importaciones chinas estratégicas de las que en realidad también depende en gran medida. Pero es un hecho innegable que no se puede pasar por alto que, al menos en la primera ronda de recuento de daños y bajas, China sale perdiendo. A pesar de ello, los chinos contra-atacan, y han visto claro que poner en el punto de mira los productos agrícolas estadounidenses puede ser también una potente arma electoral, puesto que buena parte de los apoyos de votantes a Trump provienen de estados con una fuerte actividad agropecuaria. Y por cierto, otro inciso orwelliando, adivinen quién se ha estado moviendo en la sombra para finalmente hacerse con ese estratégico hueco en el mercado agrícola chino que ha perdido EEUU… Rusia.

El riesgo de escalada de este conflicto, y otros posibles daños colaterales que pueden acabar siendo también masivos

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Pero este conflicto hace ya tiempo que dejó la exclusividad de ser meramente comercial, y no sólo ha tomado ya tintes claramente mediáticos e incluso electorales como veíamos antes, sino que amenaza con extenderse a muchos otros nuevos campos de batalla. No es por intranquilizarles sin necesidad, pero no duden de que hay riesgos reales de que las agresiones y las amenazas puedan acabar pasando a otro estadio, incluso con maniobras militares desafiantes, demostraciones de fuerza, y una miríada de otras posibles esferas de enfrentamiento que cada día adquieren una probabilidad de suceso progresivamente menos improbable.

Así, China ya ha declarado abiertamente que su prioridad y su mejor escenario en esta guerra es lograr resolver este conflicto comercial de forma acordada y ¿amistosa? (si eso todavía puede ser calificado así) entre ambas partes. Pero al mismo tiempo, aparte de la “zanahoria”, va mostrando ya también el “palo” al declarar que tampoco tiene ningún miedo a la escalada del conflicto, y que está dispuesta incluso a llevarlo a otro nivel, lo cual abre nuevos e inquietantes escenarios nada positivos.

Pero los peligros e inestabilidad masiva a nivel de EEUU y China, y a nivel mundial, no sólo vienen del enfrentamiento más directo. Incluso aunque dejásemos a un lado posibles escaladas incluso militares, lo cierto es que hay otros factores de potencial destructivo igual o más relevante.

En la esquina izquierda del ring, con calzón azul, tenemos representados por el presidente Trump a unos EEUU que están viendo temblar sus pilares más democráticos, y que corren el riesgo cierto de que este conflicto justifique mayores derivas autoritarias, propagandísticas, y de censura de informaciones, que pueden ser vendidas como que dañan los interesas nacionales en un conflicto que cada vez es visto más como una guerra abierta que no se pueden permitir perder como país. Tampoco se puede pasar por alto la fuerte polarización política que está sufriendo EEUU en torno a la polémica figura de Trump, con defensores incondicionales dispuestos literalmente a (casi) todo, y también con rotundos detractores.

Un conflicto como el chino puede dañar aún más la economía estadounidense, y aunque puede deteriorar los graneros de votos de Trump, puede ser que esto sólo ayudase a radicalizar aún más su base de votantes, cerrando filas todavía con mayor hermetismo en torno a la figura del magnate-presidente, y pasando a justificar y ver como necesarias mayores dosis de dictados y agresividad por parte de la Casa Blanca. Y esto puede que no sea un escenario especialmente malo en concreto para un presidente Trump del que aún nos queda mucho por ver hasta dónde es capaz de llegar, pero es un escenario nefasto para EEUU como potencia líder del mundo libre.

La polarización irreconciliable no suele ser buena, pero la polarización visceral y extrema puede ser muy dañina para una democracia que puede dejar de serlo en cualquier momento (como puede pasar en cualquier otra). Como demostración de este punto, está el hecho de que, por ejemplo, los estados de EEUU que siguen deteriorados, y que menos recuperación económica han experimentado con el boom de las rebajas fiscales de Trump, son precisamente aquellos que entregaron masivamente su voto a favor del magnate. Así, aún hoy, viendo que esa recuperación económica tan rotundamente prometida en campaña no les acaba de llegar a ellos, siguen mostrando un apoyo inusitadamente fuerte al actual presidente: no es que sigan siendo un granero de votos para Trump, es que conforman un populoso fortín de votos atrincherados.

Pero, por la parte de China, la posición política puede ser más comprometida

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Por el lado de China, a pesar del carácter totalitario del régimen comunista chino y su control cuasi-absoluto sobre la economía y la población, el panorama tampoco es muy halagüeño. China se encuentra actualmente en momentos algo bajos, con un modelo de crecimiento económico que se está demostrando ya agotado y que ha alcanzado recientemente mínimos de crecimiento desde hace décadas, sin que se esté todavía en condiciones de que otro motor de crecimiento alternativo le tome el relevo a día de hoy.

Por otro lado, las bolsas de millones de inmigrantes internos se encuentran en unas bastante malas condiciones de vida y socioeconómicas en sus nuevos destinos urbanos, en un contexto en el que además no tienen apenas red social y familiar a la que asirse. Al mínimo contratiempo laboral, es muy probable que acaben cayendo en la exclusión social. Estas bolsas de inmigrantes internos en condiciones precarias son el caldo de cultivo ideal donde el descontento y la inestabilidad social se pueden acabar extendiendo como un reguero de pólvora en cuanto salte una chispa. Incluso los que han encontrado un trabajo no están muy contentos precisamente), suponiendo un peligro existencial hasta para un régimen policial e hiper-vigilado como el chino. Y tampoco olviden que un terremoto económico en un gigante como China, con alrededor de 1.400 millones de habitantes, puede generar potentes ondas sísmicas que afecten a todo el resto del mundo.

Pero, por muy poca democracia y libertad política que haya en un régimen como el chino, también los dirigentes chinos corren el riesgo de enfrentarse a una crisis política y de liderazgo (incluso interno). Efectivamente, según analizaba Bloomberg recientemente, el presidente chino Xi Jinping se encuentra actualmente en una peligrosa encrucijada. La delicada situación interna del mandatario chino se debate entre su comprometida y vulnerable posición en las negociaciones frente a Trump, la crisis de crecimiento económico, los temblores que ahora produce ese liderazgo con el que irrumpió en primera fila de la escena política de China y con el que justificó nuevas cotas de poder cuasi-absoluto, y por supuesto con un Hong-Kong rebelde que le está dando fuertes dolores de cabeza, y cuya extensión del conflicto a otras zonas de la oprimida China está inevitablemente sobre la mesa de operaciones policiales y políticas.

Así pues, a pesar de que la posición de Trump está claramente en entredicho frente a las elecciones de 2020, a pesar de que su economía también está sufriendo, a pesar de que los riesgos incluso democráticos son evidentes para una sociedad cada vez más polarizada, a pesar de todo ello, no hay que olvidar que *EEUU sigue siendo un estado mayormente democrático, y que por tanto su capacidad de regeneración política todavía sigue siendo muy superior a la de una China cuyo sistema político se identifica casi plena y exclusivamente con el nuevo liderazgo cuasi-absolutista de su máximo representante.

En una China totalitaria, un cambio de gobierno es un proceso mucho más complejo e implica muchos mayores riesgos frente a lo habitual y co-natural que es en una democracia como la de EEUU. Esto es así especialmente en una China en la que la población está oprimida, y no disfruta de apenas libertades democráticas a pesar del arriesgado activismo pro-libertades, y donde cualquier paso en falso y cualquier ausencia de poder y liderazgo, aunque sea eventual, puede ser aprovechada por la disidencia (que también la hay económica) para que conflictos como el de Hong-Kong puedan generalizarse, buscando precipitar un cambio de régimen. Por muy sólido que pueda parecer el régimen chino, no olviden que la economía es uno de los grandes catalizadores de los cambios de régimen, y ya en el colapso de la extinta URSS el bloque comunista de derrumbó económicamente.

Y un cambio de régimen obviamente tendría para la jerarquía china mucho peores consecuencias especialmente en el contexto actual de inestabilidad creciente en China, al menos serían consecuencias infinitamente más dramáticas que para un Trump que simplemente pensaría en pasar de nuevo a ocuparse de sus negocios. Así pues, seguimos viendo cómo los gobernantes chinos a nivel político y personal arriesgan mucho más y están mucho más expuestos que Trump ante las nefastas consecuencias de esta guerra comercial en varios aspectos determinantes, por mucho que el coste para Trump (o más bien para EEUU) pueda ser también alto.

El que está en mayor posición de inferioridad, suele reaccionar más agresivamente en un enfrentamiento

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No será un servidor el que reste un ápice de agresividad a las viscerales reacciones y declaraciones del presidente Trump, pero una cosa hay que reconocerle: el personaje que interpreta muestra de forma bastante evidente su propia personalidad, y su agresividad resulta ser la tónica habitual, por lo que hay que medirle con otro baremo. No puede decirse lo mismo de los dirigentes chinos, que, al menos de cara al exterior, encajan más en el concepto clásico de esos políticos que pueden estar aparentando una posición y dando una imagen negociadora de frente, y luego por detrás y con tácticas diplomáticas están comportándose de manera diferente.

En la escalada del conflicto posterior a la ruptura de las últimas negociaciones, no se puede negar la renovada agresividad arancelaria de Trump, pero sin duda el salto cualitativo lo ha dado una China que ha optado por sacar a la luz por fin la instrumentalización de su moneda como arma de ofensiva económica,. Efectiva y sospechosamente la divisa china, acto seguido a la ruptura de las negociaciones, experimentó una fuerte depreciación que le llevó fulgurantemente por encima de la emblemática y psicológica barrera de los 7 yuanes por dólar y muy cerca de sus mínimos históricos, algo especialmente indicativo en una flotación fuertemente intervenida por su gobierno como es la de la divisa china. Con la supuesta maniobra china, el conflicto escala efectivamente de la esfera mayormente comercial, al frente económico más abierto, con una posible guerra de divisas, que casi siempre resultan ser muy dañinas incluso para el comercio mundial en su conjunto. Y eso ha llevado indudablemente este conflicto a un nuevo estadio, con la consiguiente y creciente consternación nacional e internacional.

Al fin, salta a la vista con una clara y patente espiral acción-reacción que China muy probablemente estaba instrumentalizando su divisa ya desde antes en esta nueva ruptura de negociaciones, utilizándola para minimizar el impacto de los aranceles de Trump sobre sus exportaciones. Con aquellas depreciaciones, los aranceles no acabaron de impactar a los chinos como debieran, produciendo mayores daños comparativos a los propios ciudadanos estadounidenses. Ya fuimos de los primeros en analizarles este tema en el post ”Así neutraliza China el impacto de los misiles arancelarios de Trump”.

Una vez consciente de hallarse en ese nuevo estadio, Trump rápidamente ha recogido el guante y ha reaccionado con nuevas medidas acordes a la nueva caja de Pandora abierta por China. Así, la administración Trump ha declarado oficialmente a China como manipulador de divisas (por supuesto con airados tuits de Trump de por medio), lo cual parece que podría no implicar mayores consecuencias más allá de llevar el conflicto al seno del FMI, en lo que todo apunta a que sea otra clásica "pataleta trumpiana", esta vez más propagandística que con consecuencias mayores.

Como pueden observar, incluso los conflictos más enquistados, las negociaciones más herméticas, las maniobras más en la sombra, y las caras más ocultas acaban saliendo muchas veces a la luz, y demostrando que las hipótesis de algunos medios como el nuestro no iban nada desencaminadas. Pero el tema no es precisamente demostrarles cuándo y cómo hemos estado en lo cierto (no nos hace falta ese autosuficiente refuerzo personal), sino estar en disposición de poder adelantarse a posibles escenarios futuros, y que éstos nos encuentren preparados para lo que pueda venir.

Los políticos y mandatarios mundiales son auténticos expertos en mostrar sus cartas sólo cuando la jugada ya la tenemos encima, por lo que nuestro deber socioeconómico como medio (y el suyo como lectores y ciudadanos), es mirarles a la cara y analizar cada uno de sus movimientos y expresiones faciales, para tratar de anticiparnos al desenlace final de esta aberrante partida de póker en la que todos jugamos forzosamente, pero en la que ni todos tenemos las mismas cartas, ni todos apostamos lo mismo, y donde no todos disimulamos nuestras jugadas con la misma maestría.

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Pero al final, siempre nos acabamos por enterar de (al menos) parte de la verdad como con la muy probable instrumentalización del Yuan, el problema es que lo hagamos cuando ya sea demasiado tarde. Este conflicto está poco a poco dando los pasos para llegar a tener severas consecuencias para todo el planeta, directas e indirectas, y no deben tener miedo de mirar al futuro de frente y a la cara: optar por la táctica del avestruz, e ignorar conscientemente las amenazas que se ciernen sobre nosotros, no las va a hacer disiparse, sino tal vez todo lo contrario. La capacidad de reacción y la de anticipación tienen la peculiaridad de soler estar íntimamente relacionadas, igual que la de improvisación y el no poder encajar un golpe. Así que sigan observando fijamente la tensa partida y a los jugadores con gesto más impenetrable: en algún momento cometerán un fallo que nos dé pistas de por dónde irá la próxima jugada.

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