Hay muchas empresas que dicen ser "carbon neutral" o "carbon negative", en realidad no está claro que ayuden a reducir las emisiones de CO2

Hay muchas empresas que dicen ser "carbon neutral" o "carbon negative", en realidad no está claro que ayuden a reducir las emisiones de CO2
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Especialmente desde la tardía incorporación de Estados Unidos de la mano de Biden a las políticas anti-cambio climático, estamos asistiendo al nacimiento de todo un sector económico que va tomando forma poco a poco. Pero no porque la evidencia del cambio climático haya hecho mutar hasta aquellos que lo negaban taxativamente hace tan sólo unos años, no porque haya una necesidad real por parte del tejido socioeconómico de canalizar sus emisiones y su voluntad de hacer algo, no porque el fin sea bueno y necesario eso ya significa que toda solución sea buena per sé.

De hecho, muchas veces ocurre todo lo contrario, y la complacencia que da que la población en general esté concienciada de que “hay que hacer algo”, sólo lleva a que la solución sea mala, sino a veces incluso la peor de las posibles: que no sirva para nada más que para tirar dinero a espuertas, y no solucione el problema de fondo. De no atajar desde el principio las derivas de intereses creados, con el emergente mercado de “carbon neutral” puede acabar ocurriendo precisamente eso. Y ni nuestras empresas, ni nuestros ciudadanos, ni el planeta puede permitirse un solo fracaso más en el acuciante tema del cambio climático.

Las empresas tienen una necesidad imperiosa de compensar sus emisiones de CO2

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Pues sí, independientemente de campañas de concienciación, de la voluntad política, del contrapeso de la propaganda que siempre negó socarronamente que jamás fuera a existir el cambio climático, el hecho es que muchas empresas ya han tomado con determinación la decisión de compensar en el conjunto del planeta las emisiones que su actividad económico les hace verter a la atmósfera en forma de gases efecto invernadero. Y es que un quinto de las mayores empresas del planeta han estado echando cuentas detalladas, y han llegado a la conclusión de que la mejor (o más eficiente y rentable) forma de ser “carbon neutral” no pasa por diseñar procesos para reducir de forma notable sus emisiones, que conlleva costosas inversiones en I+D y en despliegues masivos, sino que la mejor forma es pagar a otro para que compense sus emisiones en el cómputo global de alguna manera. Y los bosques son una excelente y natural forma de hacerlo, pero no olviden que también les hemos traído desde estas líneas disruptivos inventos como las hojas artificiales que harían la misma función de retirar CO2 de la atmósfera masivamente, y en las que las empresas no parecen estar reparando ahora mismo.

Huelga decir que, entre estas empresas ahora tan mediáticamente comprometidas con la lucha contra el cambio climático, las habrá de todo tipo. Es innegable que las habrá plenamente concienciadas y que se embarcan en este nuevo mercado convencidas de que no hacerlo es un camino a ninguna parte que, al menos en EEUU, muchas se vieron forzadas a recorrer de la mano del sospechosa y suicidamente inconsciente expresidente Trump. Es innegable que otras tendrán una mezcla de esa voluntad de “hacer algo” más vocacional, pero que no dudan en lanzarse a ello por las mieles que la maquinaria de su marketing corporativo más mediático obtendrá explotando la buena publicidad que da este tema ahora que buena parte de la población lo ve con buenos ojos.

Pero ahora ya vienen los atajos de empresas más censurables, y es que entre las empresas que se lanzan a la piscina de adoptar ahora políticas pro-clima están las que lo hacen única y exclusivamente porque no hacerlo les dejaría mayormente fuera de unos mercados que en poco tiempo van a señalar a las empresas que no hagan nada por compensar sus emisiones. Y por último, a la cola en ética, en concienciación, y en lo que verdaderamente hacen y están dispuestos a hacer por revertir el cambio climático están esos chiringuitos, que siempre surgen alrededor de los círculos políticos cuando se avecina un maná de dinero público como el que ahora prometen las políticas de “carbon neutral”.

Y es que en el mercado está tomando forma la necesidad de que las empresas se conviertan en eso, en “carbon neutral”. Es decir, que lo que emitan a la atmósfera como parte de su actividad pero agravando el cambio climático, por otro lado lo compensen sufragando que el planeta en su conjunto consiga retirar todo ese CO2 de la atmósfera por otro lado. La idea como tal no sólo es buena: es absolutamente esencial si queremos seguir disfrutando del planeta tal y como lo conocemos, y también de una socioeconomía que nos siga aportando bienestar, al menos en dosis mínimamente comparables a las que nos ha venido aportando durante las últimas décadas.

Porque no lo duden, un cambio tan masivo y con tantas implicaciones severas, muchas incluso imprevisibles a día de hoy, no sólo devastará la climatología, sino que también arrasará con un tejido económico que ha florecido en unas condiciones mucho más benignas, y cuya dramática adaptación a un planeta todavía más sobrecalentado traería a buen seguro tanto el gasto de ingentes sumas de dinero, la pérdida de negocio, y una gran incertidumbre ante cómo pueden evolucionar las cosas. Vamos, el trio calavera de toda gestión empresarial, y la peor pesadilla para cualquier gestor económico. Y eso por no hablar de a ver quién vive aquí con 50 grados a la sombra dentro de unas décadas, porque no, ya vimos como el aire acondicionado tampoco es una solución sostenible en el medio y largo plazo, de hecho es todo lo contrario: es una (gran) parte del problema.

Así que sí, sea como fuere, sea por las unas o por las otras, la realidad es que ya tenemos aquí entre nosotros un nuevo mercado que ha sido alumbrado por la evolución de las socioeconomías humanas, y que es ese mercado “carbon neutral” que es el tema central de hoy. Y no crean que es un concepto futurible, por mucho que sea de futuro. El concepto ya está entre nosotros, así que lo que procede es que “ojo avizor” empecemos a analizar cómo este mercado está tomando forma, porque de lo idóneo o inadecuado de dicha forma dependerá en buena medida el éxito en la lucha contra el cambio climático (si es que eso todavía es posible), y de ello dependerá también nuestro bienestar futuro y el de nuestros hijos.

El mercado “carbon neutral” que se está conformando alrededor de las necesidades empresariales no pinta nada nada bien

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Pues resulta harto complicado poder analizar un mercado tan incipiente como es ahora mismo el de “carbon neutral”, y es fácil sojuzgarlo con informaciones todavía poco precisas, o incluso porque en esos pasos iniciales los conceptos son muy mutables precisamente porque está tomando forma. Pero no por ello los momentos en los que es alumbrado un nuevo mercado como éste dejan de ser clave, y lo son especialmente en este caso por lo masivo y lo global de este nuevo mercado. En esos compases iniciales resulta esencial hacer análisis concienzudos desde la constructividad más vocacional, a fin de ir pudiendo corregir el rumbo errado a tiempo de que no se torne en deriva, lo que echaría al traste la que posiblemente sea nuestra última oportunidad importante de revertir el cambio climático.

En este sentido, hace unas semanas publicaron en Planet Money una interesantísima entrevista-debate sobre este tema, a la que fueron invitados todos los jugadores de lo que ahora mismo es el mercado “carbon neutral”. Y no por no haber oído hablar hasta ahora de este esencial mercado cometan el error de pensar que ahora mismo irrelevante. En absoluto, de hecho, por ejemplo gigantes empresariales de la talla de Microsoft ya están muy presentes y activos en este mercado, y en concreto una de las obsesiones del gigante de Redmond es que su dinero sirva efectivamente para su cometido final: compensar sus emisiones y alcanzar el ansiado título de ser una empresa “carbon neutral”. De hecho el compromiso corporativo de Microsoft ya no es sólo llegar a ser “carbon neutral” tan pronto como en 2030, sino para entonces ser ya “carbon negative: es decir, que no sólo compense lo que emite, sino que retire incluso más CO2 de la atmósfera del que vierte.

Pero el camino hacia esa medalla no es ni mucho menos fácil, incluso para un gigante con el músculo tecnológico, empresarial y financiero de Microsoft, así que qué no será para otras muchas empresas mucho más modestas y con infinitamente menos medios a su alcance. De ahí que lo que hagan las primeras y más influyentes grandes empresas que se están lanzando ya a ello es doblemente clave, porque irán abriendo camino a todas las demás, especialmente a todas esas PYMES que al final son los pobladores más multitudinarios de nuestro tejido socioeconómico.

Pues bien, entrando ya en lo que es el mercado “carbon neutral” a día de hoy, tal y como reveló el debate de Planet Money enlazado antes, hay tres jugadores principales. Por un lado están los bosques finales que se comercializan como grandes masas forestales absorbentes de CO2 de la atmósfera, y que en este mercado venden su preservación como un medio a disposición de las empresas para que estas puedan garantizar que lo que emiten por un lado, se retira por otro de la atmósfera. Como ven, también en este mercado todo es un negocio, y la primera incongruencia (tal vez inevitable) es que alguien en la otra punta del planeta se esté lucrando por mantener un bosque en pie, aunque es cierto que la desforestación es un proceso mayormente económico, y que sólo con interés (y/o penalización) económico se puede aspirar a frenar los ingresos que la desforestación genera para los locales y para las grandes multinacionales.

Pero de una manera u otra, y por mucho que tal vez incluso pueda ser inevitable, el hecho con esa dosis de incongruencia es que se va a pagar dinero para dejar los árboles donde están. La desforestación sostenible con repoblaciones forestales a posteriori es otra muy buen opción que de hecho en algunas zonas de la misma España está dando muy buenos resultados desde hace décadas, pero no es menos cierto que el aprovechamiento de la madera como material prima, bien sea como madera natural, o como pasta de papel, es sólo una parte de la cadena de valor que trae la temible desforestación masiva del planeta. En los países en vías de desarrollo, tras la desforestación, la repoblación daría al garete con la segunda parte del beneficio económico de talar (o incluso quemar) árboles, y que además es la que más apoyo social puede llegar a recabar. Y es que allá donde un bosque es talado o calcinado, surge una gran nueva superficie cultivable, y que va a generar trabajo e ingresos durante décadas y décadas, siempre que siga siendo cultivada.

El segundo jugador de este mercado “carbon neutral” serían las entidades certificadoras. Es decir, obviamente, que una empresa radicada en España o Estados Unidos confíe ingentes sumas de dinero a un testaferro afincado cómodamente en Indonesia, a cambio de preservar un bosque que vaya usted a saber cómo será mantenido es un tema mayor. Aquí se hace necesaria la figura de una entidad intermedia que tenga conocimiento y capacidad para asegurar al contratante que su dinero está siendo efectivamente utilizado con el propósito que ha de cumplir. El primer problema con esta suerte de empresas certificadoras es que están naciendo como entidades privadas, y como tales tienen un obvio y canceroso interés en que este mercado fructifique, y que efectivamente haya en el mercado bosques a certificar, para que las empresas occidentales cubran sus necesidades de compensar pagando a sus gestores forestales.

Con ello, se puede entrever muy fácilmente cómo estas empresas certificadoras van a ser las primeras interesadas en hacer honor a su privado interés y favorecer a ciertas partes, en vez de ser parte de una función pública como la que debería conllevar la de certificar hectáreas forestales por las que se van a pagar millones y millones, al menos al ser función pública lo sería al menos con un mayor dosis de independencia y objetividad (en teoría, que aquí hay también mucho corrupto) que un jugador con muchos intereses en el propio mercado del que se nutre, y que además es masivo y con tantos intereses como los que está creando. Y eso por no hablar de dificultades técnicas subyacentes, como por ejemplo sin ir más lejos el ser capaces de cuantificar con cierto grado de exactitud todas las emisiones atribuibles a la actividad de cada empresa, y que en cierta medida requerirán de algún tipo de certificado de emisiones o equivalente. Desde luego que habrá que hacerlo de alguna manera, y que el camino se recorre andando, pero es un reto realmente desafiante, y al cual va a ir asociado mucho dinero e incluso la rentabilidad de la propia empresa.

Y por último está el tercer tipo de jugador en este mercado, el del intermediario. Es decir, va a ser un mercado como tal, en la acepción más capitalista del término, y así esos derechos de cancelación de CO2 van a negociarse y hacer compra-ventas sobre ellos en un mercado al uso. Ésta es probablemente la parte más sensible de todo el nuevo entramado “carbon neutral”, pues de sus mecanismos de negociación y su fiabilidad depende en buena medida que por el fluyan todos los millones que este mercado va a suponer. Y decimos que es la parte más sensible porque fue precisamente aquí donde por ejemplo la Unión Europea fracasó estrepitosamente en el pasado, porque creo un mercado ineficiente y con muy malos fundamentales, especialmente en lo que al mecanismo de cotización y a la negociación se refería.

Y oigan, que inventar el futuro como ha hecho Europa en este tema siempre trae riesgos como éste, y es que el primero que avanza en la fila es el que más riesgo tiene de tropezar con las piedras que surgen en el camino y que nadie ha atisbado antes. De hecho, el advenimiento de este nuevo mercado “carbon neutral” del que hablamos hoy no hace sino dar a la Unión Europea la razón en que sí que era un mercado necesario y de futuro, y que sólo se equivocaron en la forma, que no en el fondo. En el tiempo también acertaron desde Bruselas, porque lo cierto es que en el tema del cambio climático el mundo económico llega lamentablemente muy muy muy tarde. Y esperemos que ahora no se repitan los mismos errores europeos del pasado u otros similares, y de ahí que hayamos querido poner nuestro modesto granito de arena con el análisis de hoy.

La conclusión por la parte que aquí nos toca es que efectivamente de la necesidad de las empresas de los países desarrollados se ha creado un mercado, pero para abastecer ese mercado se ha erigido todo un entramado de varios niveles en el que no hay realmente una independencia que se hace esencial: con la configuración actual al final todos son parte interesada en que el tenderete siga en pie. Así, se hace necesaria una cierta dosis de intervención estatal o multilateral, que aporte una visión regulatoria agnóstica e independiente que vele a la vez por los intereses de empresas, ciudadanos y del conjunto del planeta desde un espectro más amplio que el más endogámico desde dentro del propio mercado.

Con todo este entramado “carbon neutral”, el veredicto final sobre su eficacia es…

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Habiéndoles ya expuesto anteriormente algunos de los elementos de juicio de un servidor para evaluar lo más o menos adecuado de la forma que está adoptando este nuevo mercado, no les voy a dejar sólo con mi mera opinión personal (y profesional). De hecho, en la entrevista-debate de Planet Money, que he de decirles que estuvo especialmente bien llevada y moderada, se llegaron a conclusiones importantes también en este sentido más concluyente. Al plató de Planet Money fue invitada una investigadora de CarbonPlan, un grupo de investigación especializado en el cambio climático. Su trabajo consiste precisamente en analizar las “compensaciones” de emisiones de carbono que las empresas están comprando en el mercado. El disruptivo y comprometido anuncio de Microsoft enlazado antes, conllevó que este gigante tecnológico tuviese que recurrir a esa organización para desentrañar la eficacia del entramado del mercado de “carbon neutral”. Como resultado de este encargo, la investigadora Freya Chay tuvo que aportar a Microsoft el resultado del análisis de las 189 propuestas que recibió Microsoft ofreciéndole “compensaciones” en forma de retiradas de CO2 de la atmósfera.

Tras un minucioso y concienzudo trabajo de análisis e investigación, la señora Chay y su equipo idearon un mecanismo general de ponderación de propuestas de “compensación” de CO2, y que cuantificaría en qué medida una de esas propuestas podía servirle o no a Microsoft en su fin último de asegurarse que iba a pagar por “descargar” la congestionada atmósfera de emisiones de carbono. La complejidad de desarrollar esta escala y este método de ponderación era pareja a la complejidad de evaluar cuánto CO2 absorbe un bosque determinado ubicado en una isla de Indonesia, su estado de conservación, la salud de sus árboles, o tantos otros interrogantes que de alguna manera debían computar. En una escala del 1 al 5, donde 5 es la máxima garantía de que la compensación de emisiones de CO2 es fiable, más del 66% de las propuestas que recibiera Microsoft sólo obtuvieron un raquítico 1 sobre 5.

Pero demostrando la ineficacia de las propias entidades certificadoras que explicábamos antes, de los 5 proyectos aportados por una de las más importantes a nivel mundial, cuatro obtuvieron igualmente la mínima calificación de 1 sobre 5. Y eso los supuestamente provenientes de los otorgantes del “certificado”. Es decir, prácticamente estos resultados suponen que para Microsoft esas 189 propuestas son como tirar el dinero por la ventana de un décimo piso con la esperanza de que acaben cayendo al furgón blindado a pie de calle revoloteando por el aire. Así que si en un entorno de nivel, como es de suponer que tienen las propuestas que se atreven a llamar a la puerta del gigante de Redmond, las cosas están así, imaginen qué no habrá en otros casos de empresas infinitamente menos escrupulosas en este tema que la ortodoxa Microsoft.

Y si éste es el nivelazo del panorama a nivel estadounidense e internacional, imaginen qué es lo que podemos alumbrar aquí en la España del “chiringuito” y del “café para todos”

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Pues eso, que si esto ya está lamentablemente ocurriendo a nivel internacional en un mercado que ya supone a día de hoy un volumen de negociación nada despreciable, y que sólo va a ir a mucho (muchísimo) más, un servidor no puede evitar mirar para adentro un poco más en clave nacional. Y es que a saber qué se podrá estar cociendo al calor de ese tan cacareado y mediáticamente efectista “Plan España 2050”, y que tan “a bombo y platillo” se ha publicitado por todos lados. Hay que ponerles en el contexto de que una parte muy muy importante de ese plan está precisamente enfocada en la lucha contra el cambio climático y la transición energética, algo directamente relacionado con el mercado del “carbon neutral” español. Y es que a uno se le eriza el vello de la piel de pensar todos los millones que se van a mover por un mercado que no llega a estar ni siquiera cogido ni con pinzas de tender. Y por si eso no fuera poco, encima, en esa depauperada España que tanto necesita en estos momentos que el dinero público y europeo se canalice hacia políticas realmente efectivas y eficaces, puede haber una parte importante de esenciales recursos económicos que acaben dando con sus ceros en el hiper-deficiente mercado éste del “carbon neutral” que les hemos expuesto hoy.

Aparte de eso, que no es ni mucho menos poco, es que además, teniendo en cuenta las “particularidades” políticas de esta España nuestra, ¿Qué no podría pasar en esa España de chiringuitos y tenderetes de playa, que muchas veces se montan sólo para hacer la temporada y el agosto, y que incluso 20 años después de haberse quedado sin función pueden seguir mamando de la teta de papá estado? Es algo que en este país lamentablemente vemos recurrentemente, como por ejemplo con esos entramados societarios de la Expo de Sevilla del 92 que dos décadas después seguían con asignaciones (y sueldos) millonarios, sin saber muy bien en concepto de qué. Si eso nos ha llegado a pasar con funciones y objetos empresariales objetiva y perfectamente identificables y acotados en el tiempo, ¿Qué no podría pasarnos con un brindis al sol (también en el tema del carbono) para dentro de 30 años como es el “Plan España 2050”?

Porque llama la atención de este plan que nuestros dirigentes hayan demostrado por activa y por pasiva ser incapaces de resolver los acuciantes problemas socioeconómicos del presente, agravados en buena medida por una nefasta gestión de la pandemia. Y que, ante ese hecho incontestable del presente, vayan y se lancen a vendernos que se van a dedicar a mejorar la España de dentro de nada más y nada menos que ¡30 años! La prioridad más absoluta de nuestros dirigentes debería ser ahora mismo un urgentísimo “Plan España 2022”, para el que ya pintan suficientes bastos como para ponerse a mirar hacia el fantasmagórico Más Allá del 2050. Pero claro, el tema es que ese Más Allá está tan más allá que parece que podría estarles siendo una oportunista estratagema de pseudo-marketing político, para que parezca que están por fin haciendo por el país algo de futuro de verdad.

El truco de la chistera está en que, cuando en 2050 nos podamos ver incluso mucho peor que ahora con ciertas políticas que pueden acabar siendo involucionistas y retrógradas, pues a ver quién va a pedirle explicaciones a un gobierno de hace 30 años. A veces muchos no se las piden ni a un gobierno al que votaron hace menos de cuatro años, como para remontarse tres décadas atrás buscando responsabilidades. Y esa impunidad connatural con la que nace este plan con un plazo de décadas, sólo hará que su ejecución sea todavía peor. No hay peor político que el que sabe que no deberá responder nada de nada en un futuro lejano por sus malas acciones, porque aún así miren cómo nos va instalados incluso en el acotado presente.

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Así que, con este equipazo de políticos que tenemos en España (y no sólo son en exclusiva los del gobierno), con el planazo España 2050, y con todos los intereses que este nuevo mercado de “carbon neutral” va a crear también en España, ¿Qué podría salir mal?... Perdón, que me he equivocado de pregunta: ¿Qué podría salir bien? Y aviso para veraneantes incautos: cuando la temporada de verano se agota y el Agosto ya está hecho, el dueño del chiringuito cierra el chamizo, se lleva la pasta, y que le vayan a buscar 30 años más tarde pidiéndole responsabilidades de aquel “café para todos”, que a la postre sólo podría acabar contribuyendo a agravar todavía más el proceso de destrucción socioeconómica masiva traído por la pandemia... En España ahora mismo, con las colas del hambre y la destrucción empresarial, no podemos permitirnos malgastar ni un solo céntimo de dinero público, y menos si nos los han dado a modo de salvavidas “de un solo uso” nuestros hermanos europeos con su mejor voluntad, pero no tengo muy claro si conocen el percal en su máxima expresión. El mercado de emisiones tendrá que existir de una manera u otra, pero al menos ha de intentarse que sea lo más eficiente posible desde el principio, y lo que tenemos ahora mismo no lo es ni de lejos.

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