El visionario de "The Big Short" que hizo fortuna previendo la crisis subprime alerta ahora sobre los ETFs sobre índices

El visionario de "The Big Short" que hizo fortuna previendo la crisis subprime alerta ahora sobre los ETFs sobre índices
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En la vida y en el mundo financiero hay gente despistada, gente pasional, gente con corazonadas, gente con teorías que la realidad se empeña en demostrar falsas, gente que juega al azar, gente que suelta predicciones a ver si suena la campana y acierta en alguna y... y finalmente está la gente que acierta en sus vaticinios incluso cuando implican nadar a contracorriente. Y aunque este último tipo de inversores no acierten lógicamente con un imposible 100% de exactitud, muchas veces no aciertan sólo en lo que va a ocurrir, sino también en el cómo y porqué, y si tienen algo de suerte igual lo hacen hasta en el siempre incierto cuándo.

En el pinchazo de la terrible burbuja subprime el mundo financiero conoció a uno de estos visionarios que aciertan, y hasta tal punto este hombre estaba seguro de lo que decía, que, en una coherencia muchas veces sospechosamente poco habitual en muchos analistas, él cogió e hizo su fuerte inversión bajista contra esa cancerígena deuda titulizada: fue el "Big Short" que dió nombre a la famosa película. Ahora este visionario ha hecho otra predicción, y vaticina un cataclismo en el mercado por... por los omnipresentes y prácticos ETFs.

Los ETFs, un vehículo financiero muy ventajoso para el pequeño inversor

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Desde estas líneas hemos hablado alguna vez de las grandes ventajas que han traído los ETFs a los mercados. Efectivamente, son vehículos de inversión transparentes, baratos, accesibles, que replican índices, materias primas y un amplio abanico de subyacentes que ponen al alcance del pequeño inversor el acceso a mercados que antes sólo eran accesibles para profesionales y grandes inversores.

Además, los ETFs son fondos cotizados, ello implica que cotizan en bolsa en tiempo real como cualquier otra acción, permitiendo una operativa transparente y ágil, y pudiendo el inversor decidir cuándo y cómo entrar y salir de ellos, sin necesidad de salir a ciegas en espera del precio de liquidación que llega al final de la jornada, cuando la salida de los fondos tradicionales ya ha sido ordenada por el partícipe. Además los ETFs también reparten diividendos. Y por último, ofrecen unas comisiones de gestión ultra-bajas, muy inferiores a las habituales en la industria de los fondos tradicionales.

Además está otra ventaja muy interesante que trajeron los ETFs, y es una gran transparencia en la gestión. Al replicar índices o subyacentes, su composición no depende de los designios (interesados o no) del gestor de fondos de turno, sino que su composición es fija y viene determinada por ese índice o subyacente (o cesta de subyacentes). Así no sólo se evitan las gestiones dudosas en las que unos pocos gestores se sospecha que a veces caen, sino que la transparencia y la confianza en la gestión se maximizan por parte de los partícipes.

Así que... con todo este idílico panorama de inversión, ¿Qué podría preocuparnos de los ETFs? Pues como vamos a analizar, lamentablemente, y como para casi todo producto financiero que se precie, también hay motivos para la (honda) preocupación ante los ETFs. Ya saben, todo vehículo de inversión conlleva un riesgo, y ante eventos de cisnes negros, siempre hay una costura por la que puede reventar cualquier traje financiero. Los ETFs no iban a ser una excepción.

¿Se puede oler de nuevo un hedor igual de penetrante que aquel de las funestas subprime?

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Corrían los pútridos tiempos financieros de 2007, y mientras una mayoría de la sociedad todavía dormía inocentemente tranquila sobre una cama totalmente carcomida, sumida en el dulce sueño de la autocomplacencia socioeconómica que da la lejanía de la última crisis, algo se cocía a fuego lento en la cocina financiera más sazonada para hacer que el mercado se trague lo intragable... Fue poco a poco como el sistema financiero fue paquetizando hipotecas en las que mezclaba títulos de deuda de calidad con otros podridos hasta la letra pequeña, siendo estos últimos hipotecas de individuos que no tenían ninguna capacidad de repago y un arriesgado perfil crediticio que no justificaba para nada, ni el crédito hipotecario que les estaban concediendo, ni la vivienda en cuya compra se habían embarcado merced a ese dinero que, también hay que decirlo, les habían concedido cuasi-regalado sin apenas preguntar.

Posteriormente, esos paquetes de deuda titulizada, se vendían y revendían una y otra vez, permitiendo a los bancos sacar de sus balances el riesgo de unos clientes hipotecarios que realmente ellos mismos sabían perfectamente que nunca deberían haber llegado a serlo. Pero, además, con esta práctica de sacar al mercado paquetes con cestas de manzanas algunas de las cuales estaban totalmente podridas, diseminaron por todo el sistema financiero un riesgo que ellos se habían quitado de encima al haberlo "externalizado", pero poniendo en jaque a todo el sistema.

En los peores momentos de la debacle de Lehman Brothers, el gran problema que tuvieron las autoridades económicas del país era que nadie era capaz de acotar el problema, ni en importes ni en alcance en el tejido financiero. Era algo imposible de cuantificar, precisamente porque el riesgo había sido camuflado entre manzanas sanas, que se iban a acabar pudriendo también en cuanto las hipotecas subprime sacasen toda la podredumbre de la agresividad comercial de quienes las concedieron sin pedir ni tan apenas un aval, una nómina que justificase la hipoteca, o cualquier garantía de que el crédito podía ser repagado. ¿Para qué? Total, luego iban a colocarlo en el mercado a inocentes compradores de hipotecas paquetizadas que ignoraban lo que se estaba cociendo.

Y así hasta que sobrevino el feroz monstruo financiero subprime en todo su terrorífico esplendor, con las catastóficas consecuencias que todos conocemos (y sufrimos). Efectivamente, el subprime fue otro de esos monstruos disfrazados de cisne (negro) que van creciendo en silencio al calor del boom precedente, y que aguardan pacientemente en el armario de la fábrica de monstruos que es a veces nuestro sector financiero, al estilo de la fábrica de Monstruos S.A. Y sí, los gritos de muchos aterrados sufridores se oyeron hasta Sebastopol pero, al contrario que en la famosa película de animación, en este caso los gritos no midieron la eficacia del monstruo para asustar como una pesadilla nocturna, sino su capacidad destructora real de economías familiares, patrimonios, vidas, y países.

En España creo que sabemos perfectamente de lo que hablamos en este sentido, puesto que aquí sufrimos la debacle inmobiliaria con especial intensidad, aunque no descarten que podamos repetirlo: en el mercado hay cegueras que no sólo se producen, sino que son recursivas, y sí, afectan a bancos, ayuntamientos, políticos nacionales, y... también a los propios ciudadanos. Recuerden aquel siniestro "los precios de los pisos nunca bajan", que tan tristemente popular se hizo, y que a un servidor le valieron acaloradas discusiones en las que me llegaron a tachar incluso de inculto económico por no saberlo.

Resulta obvio decir que, además, las personas que me lo decían estaban comprando pisos "para invertir" (léase especular), para los que daban una entrada sobre plano, y antes de escriturar, firmar una hipoteca y tener que poner más dinero, o incluso antes de tener que empezar a pagar letras, lo vendían de nuevo con una jugosa y burbujil plusvalía. "Un negocio redondo que te estás perdiendo", me decían como si la única ambición de un servidor en esta vida fuese enriquecerse a costa de especular: tan redondo como los ceros que ellos ambicionaban añadir a su cuenta corriente, pero sin apenas más esfuerzo que firmar papeles ante notario. Y que conste que bajo ningún concepto estamos tratando de exculpar a ese sector financiero que concedía hipotecas subprime "a la española", concedidas por un 120% del valor de tasación, y muchas veces también a hipotecados cuya capacidad de repago real apenas les importaba: la mera garantía de la vivienda parecía ya otro negocio redondo.

Todo lo demás lo conocen ustedes tan bien como yo, y ya les analizamos también lo injusto del desenlace final del asunto en el artículo "Y ya se sabe quiénes van a ser los que paguen por los desmanes de la crisis subprime".

El hombre que con las subprime dió en el blanco, en el negro, en el rojo, en el verde y en toda la gama cromática al completo

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Sí, ha sido Michael Burry, el famoso protagonista de la película de "The Big Short" que les citaba y que se hizo millonario por su visionaria apuesta por el pinchazo de la burbuja subprime, el que ahora ha hablado. A pesar de poder haber vivido ampliamente de réditos mediáticos por su predicción acertada, Burry no se ha caracterizado todos estos años precisamente por demostrar afán de protagonismo. Más bien todo lo contrario. Es por ello por lo que su advertencia, publicada por Bloomberg, que hace ahora hablando sobre la burbuja de inversión pasiva y de los ETFs y comparándola con la subprime merece un crédito especialmente digno de consideración: al menos demuestra que, si declara lo que declara, muy probablemente es porque él está tan convencido de lo que dice ahora como de lo que decía de las subprime.

Y no es que simplemente aproveche su fama y la atención con la que le escucha la gente para hacer otra predicción totalmente independiente de la subprime, es que los paralelismos van mucho más allá de simplemente estar cociéndose a fuego lento una nueva catástrofe financiera: la forma de cocción, e incluso la receta son siniestramente parecidas a las que en 2007 casi tiraron abajo todo el sistema financiero en su conjunto. El paralelismo establecido por Burry se centra en el papel activo que los flujos entrantes de dinero buscando rentabilidad tuvieron ya en la formación de la burbuja subprime, y como ahora los masivos flujos de dinero entrante a los vehículos de inversión pasiva y ETFs pueden estar teniendo efectos similares. Pues va a ser que sí que esos productos son tan buenos como les analizamos en el pasado, el problema sería que precisamente por eso los pueden hacer morir de éxito, especialmente por el tema del carácter masivo que han alcanzado los ETFs y la gestión pasiva, y de que no se les está dotando de los mecanismos adecuados para su correcta valoración y establecimiento de precios, redundando ello en un mercado con el riesgo potencial de acabar siendo ineficiente y sufriendo asimetrías graves.

Como informaba Bloomberg en el enlace anterior, Michael Burry afirma que los flujos masivos de inversiones que han atraído los ETFs y la accesibilidad que dan a los mercados, se están traduciendo en una colosal burbuja de bonos y acciones. Además, Burry vaticina que, en el momento en que esos flujos se inviertan y se vuelvan salientes, la burbuja explotará con consecuencias impredecibles en magnitud y alcance, que no en forma. Para poner la guinda de este pastel podrido, el famoso inversor añade que el pinchazo es inevitable, y que cuanto más tarde en sobrevenir, peores serán sus consecuencias.

Uno de los problemas que para Burry está echando gasolina sobre este nuevo fuego que va ganando poder calorífico en la sombra es que los Bancos Centrales y Basilea III han tenido como una de sus consecuencias que han deteriorado los mecanismos de descubrimiento de precios en los mercados de crédito, y ahora con la inversión pasiva se han eliminado mayormente también el descubrimiento de precios de los mercados de acciones. Estos mecanismos ayudan a establecer valoraciones más realistas aprovechando por ejemplo los movimientos cruzados en los mercados derivados. Estos mercados están altamente profesionalizados, y son los primeros en descontar nuevos datos y escenarios por su menor coste de entrada, por lo que, bien ponderados, pueden llegar a ayudar a realizar valoraciones más ajustadas en los mercados subyacentes.

Como también apuntaba este visionario inversor en la noticia enlazada, sacar esos mecanismos mayormente de la ecuación está imposibilitando incluso que el riesgo como tal pueda computar de forma precisa en el mecanismo de establecimiento de precios de intereses. Y el tema está en que es en base en parte a estos mecanismos como mayormente se deberían estructurar y canalizar los ingentes flujos de dinero que llegan cada día al mercado de ETFs, y que tratan de replicar sectores, índices, etc. y sus respectivos precios. Unos precios que, hoy por hoy, se establecen con modelos demasiado simplistas, y que no exigen el análisis más concienzudo y fundamentado que habría tras un descubrimiento de precios de los de verdad.

Y con esas flacas premisas y brújulas oxidadas se han acabado dirigiendo tras Basilea III los designios de millones de dólares inversión pasiva cada día, toda una bomba de relojería que estallará cuando las premisas ya no puedan sustentar más tiempo ni dar apenas ya fiabilidad (ni confiabilidad) a este importante subsector, con las enormes implicaciones que sus volúmenes masivos traerán para el mercado en general. Y ya saben que, en los mercados, las puertas de salida siempre son demasiado estrechas para esas estampidas que ocurren periódicamente, con el añadido de que, según Burry, ni los propios precios de salida pueden acabar teniendo apenas fiabilidad para asegurar una salida digna o, al menos, con garantías de mercado. Vamos, todo un "desmercado".

La "Vie en rose" que cantaba Edith Piaf...

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Últimamente les hemos hablado de no una, si no varias bombas económicas en ciernes, con otro ejemplo que les analizamos de la deuda corporativa subprime. En un entorno de una próxima crisis que ya tenemos encima y sobre la que fuimos de los primeros en alertarles, las desaceleraciones económicas es lo que hacen: deteriorar economía, bolsas, balances corporativos, etc. y es entonces cuando afloran los excesos cometidos en el boom precedente, y cuando acaban explotando una (o varias) de esas bombas de relojería ante las que les alertarnos puntualmente desde estas líneas para que las tengan en cuenta en sus tomas de decisiones.

Ello no quiere decir que, algunas de ellas, no se puedan acabar desactivando, en lo cual muchas veces ayudamos medios salmón como nosotros divulgando vocacionalmente sobre economía. Porque el fin último de este tipo de "alertas por huracán" que emitimos no es para nada producirles desasosiego a ustedes, ni tan siquiera poder afirmar un pueril "ya te lo dije": el verdadero objetivo es que el huracán no les pille por sorpresa, y que puedan prepararse lo más que puedan para la próxima crisis que ya tenemos encima. Suerte y, como decían en la la serie de los 90 "Canción triste de Hill Street" cuando el comisario despachaba al punto de la mañana con los agentes que salían a patrullar Nueva York: "Ah, y tengan cuidado ahí fuera".

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Vayan preparándose, y recuerden que, cuando ya tenemos al huracán financiero formándose sobre nuestras cabezas, de poco sirve ya dispararle con el rifle: la aceleración de Coriolis sigue inexorablemente su curso, y va dando su característica forma y fuerza espiral al monstruo. No me vayan a hacer como algunos estadounidenses que, sorprendentemente, disparan a los huracanes con armas de fuego... Y eso no sólo no detiene el huracán, sino que puede hacer que sus efectos sean todavía peores, al darle metralla que esparcir sobre áreas pobladas y a cientos de kilómetros por hora (si, esta analogía que les planteo son hechos reales): igual y análogamente contraproducente puede ser sembrar de cargas financieras radiactivas el paso de un huracán económico.

Lo que mucho me temo es que está claro que, un ciclo más, se nos acaba "La vie en rose" de la gran Edith Piaf... Y, como les decía, ya saben que cuando eso ocurre hay una alta probabilidad de que alguna de esas bombas de relojería que no se han desactivado acaben por explotar, con el riesgo de desintegrar nuestro sistema financiero (y a nosotros con él). Es el traumático paso de esa "Vie en rose" al posterior y doloroso "Cata-Piaf".

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