Por qué no aprendemos de nuestras malas decisiones monetarias y estamos condenados a repetirlas

Por qué no aprendemos de nuestras malas decisiones monetarias y estamos condenados a repetirlas
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Es posible que estemos condenados a repetir una y otra vez nuestras malas decisiones con el dinero. Por eso, hoy me gustaría tratar los motivos por los cuales parece que no aprendemos de nuestros errores monetarios, incluso cuando somos unos expertos en finanzas.

Una de las premisas principales cuando hablo de economía doméstica, ahorro e inversión es el hecho de que tienen que ver más con la psicología que con otra cosa.

A la hora de tomar decisiones de compra, inversión o gasto, estas pueden ser fácilmente manipuladas y hay muchos aspectos inconscientes que las influencian.

Pero no solo eso, según algunos estudios, puede que también estemos condenados a repetir malas decisiones en bucle.

¿Significa eso que no hay esperanza y las personas somos nefastas con nuestra economía?

Vamos a ver en detalle lo que ocurre y el motivo.

Por qué no aprendemos de malas decisiones económicas

Hombre joven de color se lleva las manos a la cabeza ante un ordenador y papeles

Ya vimos que, en general, nos cuesta ser disciplinados con el dinero y que este nos hace comportarnos de manera irracional.

Sin embargo, eso no explica necesariamente por qué no aprendemos de nuestros fallos. En muchos ámbitos, cuando salimos escaldados, no volvemos a acercarnos al agua hirviendo.

Pero con el dinero no es así.

Entre las páginas de un fascinante estudio del Journal of Consumer Psychology de 2011 puede que esté gran parte de la respuesta.

Allí se propone que el dinero malgastado en esas decisiones (como apostar, comprar un coche de lujo que no necesitas y otras ocurrencias típicas) se hace por motivos hedonistas. El cóctel de placer y sensaciones es demasiado fuerte, pero también tiene otra característica clave.

Resulta fugaz. Esas experiencias son como fuegos artificiales, un destello impresionante que lo llena todo, y poco después, la nada.

Eso significa que todo lo relacionado con la compra y, especialmente, las emociones alteradas, se van tan rápido como vienen. Así es la naturaleza de esos fenómenos.

Pues bien, ahí parece estar el problema, según Norbert Schwarz y Jing Xu, autores del estudio.

La felicidad y la decepción efímeras tienen la culpa

Mujer abrazándose a su coche nuevo

Cuando tomamos esas malas decisiones la primera vez, lo hacemos usando nuestro conocimiento general, nuestra memoria y nuestras expectativas. Obviamente, si la decisión no es buena, como comprarte un coche de lujo que te sangra con la letra cada mes y con la gasolina cada tres días, ese conocimiento, memoria y expectativas desbocadas estaban mal calibradas y no nos han guiado bien.

Al fin y al cabo, ahí tenemos al coche depreciándose y depreciándonos. Pero ahora, se supone que deberíamos añadir lo ocurrido a nuestro bagaje y mejorar en la siguiente decisión monetaria.

Sin embargo, algo extraño ocurre y los autores lo ilustran precisamente con sus datos sobre la compra de un coche de lujo y la satisfacción de conducirlo, frente a una opción de vehículo más utilitario y económicamente sensato.

Al principio, cuando se pregunta sobre esa felicidad de conducir el coche de lujo, esta es mayor que cuando se conduce otra cosa. Pero cuando se va controlando posteriormente en el tiempo dicha satisfacción, la chispa hedonista se va diluyendo.

Con el paso de los días, no hay apenas diferencia entre el tipo de coche usado y la valoración de la experiencia de conducir.

En definitiva, nuestras expectativas y conocimientos previos nos fallan a la hora de tomar la decisión del coche. Creemos que vamos a ser mucho más felices con ese BMW de lo que luego sucede.

Esto coincide con las tesis de otros estudiosos de la materia, como Daniel Gilbert y su famoso libro Tropezar con la felicidad (recomendable). Allí también se ve cómo expectativas y conocimiento previo nos traicionan.

Creemos que, si nos toca la lotería o compramos eso que tanto ansiamos, seremos mucho más felices de lo que somos luego en realidad.

El bucle infinito de malas decisiones

Representación surrealista de una carretera que hace un bucle infinito por el que circulan coches

La cuestión es la siguiente. Como las experiencias hedónicas son fugaces, las emociones relacionadas desaparecen y, con ellas, el aprendizaje de que ese BMW no era la llave del gozo infinito, aunque lo parecía.

Lo que era excepcional se vuelve pronto la norma y volvemos a nuestra línea base de salida en cuanto a satisfacción. Pero lo que es peor, también nos devuelve a la casilla de salida en cuanto a los factores que influencian una decisión.

¿Y qué pasa si es así?

Que para esa siguiente decisión tenemos prácticamente el mismo conocimiento, memoria y expectativas iniciales (distorsionadas) que nos llevaron a la elección equivocada anterior.

Todo lo relacionado con la experiencia decepcionante anterior parece que no deja mucha huella, así que, como recurrimos a lo mismo de siempre para decidir, sin incorporar los nuevos datos, nos vemos en el mismo punto de siempre.

Ahora nos hemos comprado la moto y ahí está criando polvo, al lado del BMW, a los dos meses.

Esta vez sí, esta vez nos imaginábamos libres por fin en nuestra moto, por carreteras infinitas y alcanzando ese atardecer que siempre perseguíamos.

Pero la realidad vuelve a confirmar que no, con la moto parada bajo una lona.

Aunque no pasa nada, el iPhone sí que lo conseguirá, y cuando al mes es otro teléfono más, será esa cazadora de piel que tampoco podemos permitirnos la que hará que por fin nos quieran.

Y así en un bucle casi infinito, porque la memoria real de lo ocurrido (casi borrada al poco tiempo en el que volvemos a nuestra línea base de razonamiento) palidece contra la emoción imaginada.

De hecho, aunque nos recordemos que el BMW no funcionó en hacernos felices, nos da igual, quizá fallamos eligiendo eso, sí, pero ahora es distinto. Ahora estamos seguros de que la nueva compra desastrosa sí llenará ese hueco que tenemos dentro.

Spoiler: NO.

Entonces, ¿estamos condenados a tomar malas decisiones económicas?

Hombre Esposado, lleva gafas, polo rojo y se mira las esposas

Lo cierto es que nuestra manera de ser juega en nuestra contra cuando se trata de dinero.

Sin embargo, aunque parecemos programados para tomar malas decisiones y nuestro conocimiento, memoria y expectativas nos la van a jugar de nuevo, hay esperanza.

El antídoto es el que ya hemos comentado alguna vez, fundamentos sensatos, no balas de plata, ni secretos.

Por eso, recordemos que mayor cultura financiera predice mayor bienestar económico, que conocer sobre estos temas a fondo, como los desgranamos aquí, ayuda a hacerlos conscientes y que nos afecten menos.

Además de eso, hacer del ahorro o el gasto algo sistemático y programado, según los fundamentos que sí funcionan, nos lleva a una economía más saneada.

Pero si, en lugar de sistemas, dependemos de memoria y expectativas de emoción para decidir, estas se distorsionan muy fácilmente y no aprenden de los errores.

Algo muy humano.

El magro consuelo de todo esto

Mujer siendo consolada por una persona

El consuelo es que, dándole la vuelta a la moneda para ver la otra cara, cuando se trata de lo negativo, también solemos exagerar en expectativas sobre ansiedades y miedos.

O como dijo Mark Twain:

"Soy un anciano y he conocido muchos problemas, pero la mayoría de ellos nunca sucedieron".

Es decir, que la ansiedad constante que tenemos, apenas se hará realidad un pequeño porcentaje de las veces, porque nuestras expectativas, memoria y conocimiento parecen estropeadas de base. Imaginan futuros horribles, como imaginaban carreteras infinitas en moto, pero la mayoría de las veces tampoco se cumplen.

Eso debería consolarnos y reducir el nivel de preocupación, pero, como todo buen ansioso ha vivido, saber eso tampoco cambia mucho.

Igual que con la realidad de las compras equivocadas, la realidad de haber vivido que la mayoría de preocupaciones no se cumplieron en el pasado no nos hace aprender cuando la siguiente toca a la puerta.

Así que, de nuevo, nos encontramos en un bucle inevitable de preocuparnos sin remedio por mil cosas, tragando ese veneno imaginario, pero poderoso.

La verdad es que quería acabar con algo positivo, pero me ha salido regular. No obstante, quizá podamos intentar no olvidarnos tanto de todo esto. Aunque, cuando se trata de emociones, buenas o malas, parece que es un trabajo muy difícil.

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