
En España, la renta no siempre va de la mano del lugar que se ocupa en el mapa urbano. Si bien la intuición puede hacernos pensar que quienes viven en las grandes ciudades tienen mayor poder adquisitivo, los datos demuestran que hay barrios periféricos de ciudades pequeñas y medianas que superan en renta neta a zonas del interior de la M-30 madrileña o del área metropolitana de Barcelona (AMB).
Se trata de un error que tiene su lógica: gran parte de las rentas altas se concentran en grandes ciudades —en especial, entre la capital catalana, valenciana y madrileña—, pero, como muestra el portal WikiBarrio, la variabilidad de estas rentas también es muy superior.
Un Madrid... de fuertes contrastes
Madrid concentra algunos de los barrios con mayor renta de España, pero también otros que se sitúan entre los más vulnerables. Mientras que Usera, al sur de la M-30, mantiene rentas medias bajas, distritos como Chamberí o Salamanca ofrecen un panorama radicalmente distinto.
En Chamberí, la renta neta supera los 20.000 euros por habitante, y en Salamanca se alcanzan cifras que rondan entre los 32.000 a 34.000 euros, según los datos más recientes. Así, el interior de la M-30 madrileña, en su mayoría, muestra rentas muy superiores al resto de la península.
Estos contrastes reflejan una capital profundamente desigual, donde la cercanía geográfica no garantiza condiciones económicas similares. A solo unos kilómetros de distancia pueden encontrarse niveles de renta que difieren en más de un 300 %.
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— pablo (@pablogguz_) April 22, 2025
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Frente a la desigualdad de las grandes capitales, ciudades como Vitoria-Gasteiz o Pamplona presentan una distribución más homogénea de la renta.
Rentas superiores, en un 300 %
En Vitoria, la mayoría de los barrios superan los 15.000 euros por habitante, y hay zonas con rentas medias que superan muy por encima de los 20.000 euros de renta media y se acercan hasta los 35.000, propios de las zonas más caras y exclusivas de la capital española.
A estos contrastes se suman otros barrios del centro y norte de Madrid que, pese a su cercanía con zonas de alta renta, presentan niveles medios significativamente inferiores. Por ejemplo, en Lavapiés, la renta media por habitante se sitúa entre 13.000 y 14.000 euros anuales. En Arganzuela, las cifras oscilan según la zona: algunas superan los 20.000 euros, pero otras permanecen por debajo de los 14.000 o 15.000 euros. Algo similar ocurre en Tetuán, donde gran parte del distrito se mueve en niveles inferiores a los 15.000 euros anuales. Los datos, una vez más, evidencian que la desigualdad no solo entre distritos que se hallan en una punta y otra del área metropolitana, sino también en barrios contiguos en pleno centro urbano.
En Pamplona, la renta neta no es tan elevada, pero suele situarse en la mayoría de los barrios por encima de los 12.000 euros, y un gran número de barrios superan los 14.000 o 16.000 euros. Un reparto más equilibrado, que no solo refleja menores niveles de desigualdad, sino que también tiene consecuencias sobre el coste de vida y la calidad del entorno urbano.
Así, la cohesión social en estas ciudades parece resistir mejor el impacto de la polarización económica que afecta a las grandes urbes, como Barcelona.
Las grandes ciudades frente a las medianas
El caso de Barcelona (AMB) reproduce un patrón similar al de Madrid. En distritos como Gràcia, l’Eixample o la zona alta —con barrios como Sarrià o Pedralbes— la renta neta media por habitante es muy alta, por encima de los 30.000 euros, de media, y nunca por debajo de los 25.000.
Sin embargo, basta con desplazarse unos pocos kilómetros hacia la zona este de la ciudad, como Nou Barris, Santa Coloma o Badalona o, al extremo contrario, a l’Hospitalet de Llobregat, para encontrar rentas que se reducen a la mitad o incluso a un tercio.
El mapa de la renta dibuja un “área de riqueza” en las zonas más céntricas de la ciudad, que va reduciendo su poder adquisitivo hacia los márgenes. Estas diferencias reflejan no solo desigualdad económica, sino también divergencias en el acceso a servicios, oportunidades laborales y condiciones de vida.
La comparación entre barrios no puede entenderse solo en términos de renta neta. El coste de vida varía significativamente entre ciudades, e incluso entre distritos. Un ingreso de 12.000 euros anuales puede ofrecer una vida razonablemente estable en ciudades como Vitoria o Pamplona, pero resultar insuficiente para afrontar el coste del alquiler, transporte y servicios básicos en Madrid o Barcelona.
Esto plantea una paradoja: es posible que se viva mejor con menos dinero en ciudades más pequeñas, si el contexto económico acompaña. La calidad de vida no depende únicamente del nivel de ingresos, sino también de cuánto cunden esos ingresos en el entorno en el que se reside.
Más allá de las rentas
Los datos muestran que la desigualdad ya no se da solo entre ciudades ricas y pobres, sino dentro de las propias urbes. La comparación entre barrios periféricos de ciudades como Vitoria y zonas centrales de Madrid o Barcelona ilustra cómo el territorio condiciona la renta y la calidad de vida.
Entender estos contrastes no solo nos puede ayudar a leer mejor las estadísticas, sino también a interpretar fenómenos como la movilidad residencial, el encarecimiento del alquiler o el deterioro del acceso a servicios públicos en ciertos barrios.
Un caso prototípico es el mallorquín, donde la mayoría del territorio tiene una renta media anual inferior a los 15.000 euros, a excepción de Palma, su área circundante y algunas excepciones la costa de Palma y algunas excepciones, como Calvià, Esporles, Marratxí o Andratx. Sin embargo, los alquileres turísticos son una amplia mayoria y el acceso a un alquiler inferior a los 1.000 euros mensuales es una quimera.
La fotografía que ofrecen los mapas de renta en España apunta a un fenómeno cada vez más extendido: la desigualdad separa territorios y muestra grandes saltos de renta entre barrios a dos calles de distancia.
Frente a los altos ingresos de ciertas zonas de Madrid o Barcelona, conviven otras donde el poder adquisitivo es mucho más limitado; en ocasiones, con rentas muy inferiores al de las capitales medianas, cuyo reparto interno es más igualitario. Una brecha que condiciona el acceso a vivienda, servicios y oportunidades, e invita a repensar cómo se mide la riqueza urbana y qué factores determinan realmente la calidad de vida.