Y por fin China deja de ponerse de perfil y asume debidamente su responsabilidad más verde de combatir el cambio climático

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La lucha contra el cambio climático, como no podía ser de otra forma, mayormente ha sido un oscuro juego de intereses ocultos (pero no menos evidentes), de influencias a nivel mundial, de movimientos geoestratégicos en el tablero de ajedrez, y de políticas que tienen de todo menos de políticas. Recuerden la frase de aquel presidente estadounidense que venía a decir que hay dos cosas que los ciudadanos no deben saber, la primera es cómo se hacen las leyes, y la segunda es cómo se hacen las salchichas.

El cambio climático no ha sido una excepción a todo este juego habitual en los temas mundiales, y especialmente en los que median el dinero y los intereses creados. De hecho, el mundo del petróleo ha sido desde siempre uno de los más propicios para este tipo de maniobras y juegos, más oportunistas e interesados, que beneficiosos para el conjunto de la ciudadanía, como ya reveló el inquietante documental de “Seven Sisters” (que compartió con un servidor un muy apreciado insider del sector petrolífero).

Pero había una falta en el frente climático especialmente flagrante, y con la cual la lucha contra el cambio climático estaba abocada al fracaso más estrepitoso. No se puede atacar este problema global sin que la segunda potencia económica del planeta, y la primera potencia en emisiones, la contaminante (y ya algo menos contaminada) China estuviese a la altura de su papel, y era imprescindible que optase por hacer “algo” relevante en este tema. Ahora eso ha cambiado, y sólo podemos congratularnos.

La frustrante pero ineludible lucha contra el cambio climático, una lucha en la que todos tienen nombre (y calificativo)

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En la lucha contra el cambio climático sólo la superpotencia Europea ha estado a la altura, y desde el primer momento ha mostrado su capacidad de visión y anticipación ante lo que ha acabado siendo un grandísimo problema, exhibiendo una vez más su tradicional compromiso con el medio ambiente, además de su determinación más empecinada por combatir esa catástrofe. Una lucha en la que, por cierto, hubo momento en los que Europa se quedó prácticamente sola como superpotencia líder del mundo desarrollado que apostaba por ello. Y desde luego la realidad le ha acabado dando no sólo la razón, sino demostrando que Europa puede tener muchas cosas mejorables, entre ellas un infierno normativo y una burocracia aplastante (también en el tema del clima), pero que luego hay en otros temas en los que debemos de dar gracias por tenerla ahí (y no sólo por proteger eficazmente a sus miembros de la degeneración política).

La apuesta de Europa por las energías renovables fue innegablemente visionaria. Desde el principio en Bruselas lo vieron meridianamente claro, y ahora esas energías alternativas y la imparable transformación energética a nivel mundial, no sólo han creado de la nada todo un subsector socioeconómico de gran presente y mejor futuro, sino que además la tecnología europea se vende por todo el mundo, creando empleo y dando onerosos ingresos a las pioneras empresas del Viejo Continente. Es lo que tiene innovar y saber anticiparse al futuro que viene, que a los primeros que lo ven ese futuro les coge con la tecnología desarrollada y con el tejido empresarial a punto de dar el salto más internacional, y así pueden conquistar mercados allá donde otros aún están renqueantes y sin buena base industrial y tecnológica. En este caso, Europa lo ha hecho muy bien.

Hablando de otras superpotencias, en otro orden de cosas tenemos a un Estados Unidos en el que las idas y venidas han sido muy dañinas para el conjunto del orden energético mundial. Lejos de estar a la altura del desafío, y de ejercer como el líder mundial que era (y todavía es) demostrando el camino ineludible a seguir por las socioeconomías más desarrolladas (las otras vienen siempre detrás), EEUU sin embargo ha venido demostrando una relación de amor-odio en la lucha contra el cambio climático. Los giros, la ambigüedad, los ataques y hasta el hostigamiento han sido el discurrir de cómo en concreto la administración Trump ha cometido uno de sus más graves errores, además de haber caído por ello en la más absoluta falta de liderazgo y de visión de futuro. Principalmente el todavía presidente Trump ha hecho que EEUU no haya estado a la altura de su papel, y que no haya hecho apenas nada (sino más bien casi todo lo contrario) por atacar uno de los mayores problemas a los que se ha enfrentado el progreso y la industrialización humana desde que el petróleo es petróleo (y el carbón también, por supuesto).

Trump no es que no haya catalizado ni promocionado la lucha contra el cambio climático, sino que ha hecho todo lo posible por desacreditarlo, parando incluso los conatos que algunos estados de EEUU emprendían por su cuenta). Sin ir más lejos, Trump ha ejercido su presidencia poniendo también “palos en las ruedas” cuando era la propia industria automovilística la que, por responsabilidad, trataba de poner en marcha por sí misma iniciativas pro-clima, ante el total anti-liderazgo de la Casa Blanca en este tema. Pero entre los cambios que se van a dar en EEUU con el próximo relevo presidencial (si verdaderamente llega a ocurrir) cuando el presidente Biden tome posesión de su cargo, ya ha dejado claro que su administración va a dar un giro de 180 grados en el tema climático. Si así fuese por fin EEUU se posicionaría mano a mano con Europa en el liderazgo del mundo desarrollado para con esta lucha a “vida” o, tal vez no sea muerte, pero sí que seguro “mala vida”: al menos mucho más mala que la vida tal y como la conocemos ahora. El cambio climático es un gran desastre socioeconómico, por mucho que la “descarbonización” de la economía tampoco esté exenta ni de sus riesgos ni de su gran impacto socioeconómico.

Por último, poco se puede ponderar de primeras y por su peso específico a otra superpotencia como es la blanca Rusia, ya que tanto los niveles de actividad económica como de emisiones del gigante ruso no están a la altura del liderazgo mundial que representa este país en otros aspectos como el geográfico, el demográfico, el militar, o la guerra ciber-social mismo. En concreto, en el tema de la capacidad de reducir emisiones y de combatir el cambio climático, Rusia es bastante irrelevante en términos absolutos. Pero una cosa es muy cierta, si bien poco puede mejorar el mundo en este sentido que Rusia se reconvierta y abrace las energías limpias, lo cierto es que su capacidad de influencia en este tema ha podido llegar a ser realmente decisiva a nivel mundial. Y esto podría ser así no sólo por su “capacidad de persuasión” sobre otras superpotencias cuyos nexos de unión han sido más que evidentes, sino también por su actividad en otros planos, que mayormente ha ido oportunista y cortoplacistamente alineada con sus intereses nacionales: Rusia es uno de los grandes productores de crudo a nivel mundial.

Pero no es ya sólo que abastezca el mercado petrolífero con abundante crudo, es mucho más, y es que Rusia depende vital y existencialmente del precio del oro negro, y las políticas pro-climáticas a buen seguro les hacían a sus dirigentes sentirse en un camino hacia la destrucción nacional. Por otro lado, ninguna de entre las grandes superpotencias se vería teóricamente (y sólo en teoría, porque luego en la práctica…) tan beneficiada por el cambio climático como Rusia: se abriría definitivamente la ruta comercial del ártico como ya está ocurriendo, podría reclamar soberanía rusa sobre nuevos terruños árticos que dejarían de estar sepultados bajo toneladas de hielo y con abundantes recursos naturales, pasaría a tener un clima mucho más benigno que el gélido actual, se encontraría súbitamente con vastas y fértiles llanuras en las que se convertiría la estéril estepa rusa actual, etc. Una mente cortoplacista afincada en la actual Rusia podría haber llegado a pensar en el sinsentido de que el cambio climático sólo le podría beneficiar. Pero lo más relevante de todo sin duda es el insoportable acorralamiento al que una conversión del oro negro en simple betún negro iba a someter a una economía rusa que iba a entrar en barrena, amenazando al poder actualmente allí establecido (al final siempre se trata de algo parecido en todo sistema). De hecho, como consecuencia de la conjunción de los factores anteriores más petrolíferos, ya les analizamos cómo la guerra del petróleo ya llegó, y sólo ha sido el comienzo de una larga batalla (mayormente perdida).

Así, sintiéndose entre la espada y la pared, los dirigentes rusos podrían ser los que hubiesen optado por salir del callejón sin salida por su única salida: gritando agresivamente para intimidar a su oponente, y salirse con la suya “por las bravas”. No olviden que, si por algo decimos que el comienzo de la lucha contra el cambio climático era verdaderamente una amenaza existencial para Rusia, es porque, aunque el propio bloque soviético y la URSS sucumbieran en su día bajo el peso de sus propias mentiras socioeconómicas, en todo el auto-degenerativo proceso el detonante fue el hundimiento el barril de crudo, que deterioró hasta el punto de hacerlas insostenibles las ya endebles cuentas nacionales soviéticas. Así, como pueden apreciar, a pesar de representar poco como potencia emisora de gases efecto invernadero, Rusia podría haberse visto en la estrategia de tener que tomar parte muy activa en combatir no ya el cambio climático, sino en combatir la propia lucha contra el cambio climático, y podría haber tratado de acallar las voces que tanto perjudicaban su juego de intereses nacionales.

Pero entre todas las superpotencias, había una cuyo silencio era escandaloso por ser el gran líder contaminante y por su gran peso económico mundial

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Efectivamente, no hace falta ser muy avispados para adivinar que estamos hablando de la mastodóntica, de la segunda potencia mundial, de la hiper-contaminante, de la comunista China que hasta ahora hacía “mutis por el forro” en el tema del cambio climático. Y eso a pesar de que las afecciones respiratorias en el gigante asiático se sitúan en muchas ciudades en límites inconcebibles, y con una clara correlación geoespacial con las zonas más contaminadas. Ello convierte la contaminación china ya de por sí en una urgente emergencia de salud nacional de la más extrema gravedad, y a ello se une ahora además la segunda emergencia del cambio climático. Si combinamos en la coctelera ambos ingredientes, y los sazonamos además con sus grandes repercusiones en descontento y mortalidad popular, pues ahí tenemos un explosivo cóctel que (por fin) ha hecho reaccionar a una jerarquía política china, que hasta el momento obviaba en silencio este tema en gran medida.

Pero la noticia rompedora de hace unas semanas fue que la poluta China se lanzaba a anunciar que ambicionaba convertirse en un país “carbon-neutral” (es decir, dejar de ser un emisor neto) tan pronto como en 2060, redoblando las anteriores metas en este sentido del país. Hasta este momento, esas metas chinas eran (mucho) más que poco ambiciosas y consentidamente laxas, y entraban ya en la consideración de ser realmente irreales, además de nada eficaces para el acuciante reto climático que se suponía pretendían atacar. Hasta este compromiso, los dirigentes chinos contemplaban un insostenible escenario en el que las emisiones chinas alcanzarían su pico máximo todavía en un inconcebible 2030; sin embargo, ahora, además de la meta de “carbon-neutral” de 2060, afirman también que en la presente década ya empezarán a reducir esas emisiones. Lo que habíamos visto de China hasta el momento parecían más una pose para simplemente salir en la foto, pero en realidad lo hacían poniéndose hábilmente de perfil, en lo que por detrás era un tema muy delicado para las élites chinas (y sus cuantiosos ingresos nacionales soslayando el tema de la contaminación).

La verdad es que tal vez a algunos, más acostumbrados a los altos estándares europeos, la fecha de 2060 les parezca igualmente algo muy tardío y poco ambicioso, pero no hay que dejar de pensar que ésa es desde luego una meta realmente ambiciosa (y trasgresora), al menos dados los antecedentes de la (hasta ahora) tan poco pro-climática China. Y eso que ahora, con el reciente triunfo de Biden, este tema ya ha dado otro giro (sí, otro más), pero lo cierto es que, cuando China hizo su disruptivo anuncio hace unas semanas, en aquel momento adelantó de pasada a EEUU situándose como segunda superpotencia visionaria en unirse al club pro-clima, junto a una (hasta entonces) solitaria Europa con pionera apuesta desde el principio del problema. El hecho es que este anuncio relegó en aquel momento a los EEUU de Trump a una posición, no ya de segundón, sino de vergonzoso tercerón… algo totalmente inapropiado para el líder mundial que (todavía) es Estados Unidos, pero siendo un lugar en el que el controvertido presidente Trump parecía sentirse muy cómodo y feliz. Verlo para creerlo.

Afortunadamente, al otro lado del Atlántico, el debate permanecía vivo como un superviviente nato, y ahora ya los medios estadounidenses hablan del gran reto que tiene Biden por delante con el clima, y que en este tema el éxito de Biden viene ligado a la cooperación (esperemos que puntual para determinados temas, y con negociaciones y aperturismo en el resto) con China y su presidente. La cosa empieza a pintar realmente bien, y puede que, a pesar del silencio sepulcral de la interesada Rusia, la unión de las otras tres superpotencias del planeta en torno a la mesa del cambio climático por fin haga brillar sobre este tema un verde halo de esperanza. Rusia empieza a tener esta batalla muy perdida a pesar de todo.

Realmente no es (para nada) suficiente con estos brotes verdes, pero al menos vamos mejorando sensiblemente: ¡Será por optimismo!

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Y el hecho y los datos objetivos aportados en este interesante artículo de Scientific American son que China representó en 2019 un contundente 28,8% de las emisiones totales de carbono vertidas a la atmósfera por motivos energéticos, y lo hacía además presentando una fuerte tendencia ascendente, principalmente auspiciada por su fuerte crecimiento económico y por su clase media emergente. Mientras tanto, esas emisiones en el caso de EEUU en ese mismo año se redujeron significativamente un sorprendente 3%, en lo que ha sido la mayor reducción de un país desarrollado, pero un hito que queda relativizado dada la tendencia que ya venía de largo en el caso de otras superpotencias como Europa. Además, esa cifra estadounidense no es realmente 100% elogiable “a secas”, pues mayormente es debida simplemente a un giro del mercado energético desde el obsoleto carbón hacia el más limpio gas natural, porque lo cierto es que la inmensa mayoría de las políticas pro-climáticas de la era Obama han sido totalmente desmanteladas por Trump y su “visión”. Así, como habrán leído en el enlace anterior, China ha podido ver un filón climático en esa apuesta por el giro en el mix energético estadounidense, y ello le podría haber permitido replantearse su propia dependencia del sucio carbón, hasta el punto de que ya ha anunciado un plan quinquenal para empezar a reducir el consumo energético del carbón en el país tan pronto como en 2021. La contribución de este giro será evidente también en las emisiones chinas, pero está aún muy lejos de ser por si sólo un giro a la altura del europeo, sin que los chinos estén todavía llegando a apostar por las energías más limpias en el pleno sentido de la transformación energética. Ahí hay para los chinos mucho más reto, y para mucho más rato.

Como pueden observar, casi nada el panorama que teníamos hasta ahora, y sobre todo el aplastante peso específico de China en él. Y como bien afirman diversos analistas del sector, si bien el reto chino es realmente un gran avance, lo es sólo considerando el deteriorado estado de sus metas climáticas anteriores, puesto que, aún con todo, la fecha de 2060 se sitúa una década por detrás de las metas análogas de los tratados internacionales. A pesar de todo, a pesar del giro visionario, a pesar de lo ambicioso, la realidad es que China, aparte de llegar más bien tarde al ser comparada con otros países como los europeos, sigue siendo poco ambiciosa en sus metas comparativamente. La pregunta ya no es si ello es suficiente para revertir el desastre climático, la pregunta crucial es si China podría permitirse hacer más, porque lo que está claro es que el medioambiente sí que necesitaría un mayor compromiso. Estábamos (muchísimo) peor, y ahora ya estamos simplemente bastante mal, pero seguimos estando mal a pesar de todo: no podemos ni mucho menos dormirnos en los laureles (que no lo son realmente). El reto sigue ahí y es ineludible. Esperemos que el abaratamiento de las energías alternativas prosiga y refuerce su senda descendente, y las metas actuales de China y de todos los países puedan verse mejoradas todavía con mucha más intensidad.

Debía ser la cosa ya allí como para considerarla ineludible, y digna de asumir el evidente y gran coste económico que le supone a la superpotencia china la transición energética y el giro hacia las energías limpias. Pero China está de enhorabuena, y ahora se puede beneficiar de la gran visión de futuro que tuvieron en este tema antes otras superpotencias como es la vieja Europa, y gracias a la cual y a sus inversiones estas tecnologías de energía limpia son ahora infinitamente más asequibles que hace unos lustros. Desde luego nadie podrá decir que en esto Europa no haya liderado el planeta, y ha contribuido definitivamente a hacerlo un mundo mejor, o tal vez sólo a que siga siendo un mundo mayormente habitable. A los analistas internacionales tampoco se les pasa por alto que, como exponía Scientific American, el giro chino, a pesar de ser ineludible, también puede estar siendo instrumentalizado desde Pekín para ganarse el favor de las autoridades europeas, en otro año (otro) aciago para las denuncias ante la flagrante violación de los derechos humanos más básicos en China, y que en buena parte tienen voz europea. De nuevo el compromiso con los derechos de todo ser humano, a pesar de que sean considerados un mero asunto interno en China, sitúa a Europa como líder mundial, y es de esperar que las élites chinas sepan ver también el gran reto que siguen teniendo en su país en este sentido, y que también los ciudadanos chinos son seres humanos de pleno derecho.

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Y terminando con el tema climático, puede que esas élites políticas chinas no sean precisamente muy permeables a las demandas y a los valores más bien occidentales como son la ecología o la protección del medio ambiente, pero imaginen cómo será la cosa allí que, incluso desde la comodidad (y riqueza) del sillón del jerarca, que en muchos casos sólo tiende a ver ingresos en vez de deterioro del medio ambiente y de la salud, aún así en China han optado por “tomar cartas en el asunto”. Aparte de jugar esta baza también en la partida política y de los derechos humanos para conseguir más transigencia, el tema realmente debía de ser ya absolutamente ineludible incluso para los tradicionalmente impasibles jerarcas chinos. Pero pongamos una nota de positivismo, y al menos quedémonos con que, para el mundo en su conjunto, la noticia de hoy no es sino netamente una excelente (y desesperadamente esperada) noticia. Y es que cualquier iniciativa en favor de la lucha contra el cambio climático estaba en buena parte abocada al fracaso más estrepitoso, al menos si no contaba con la involucración de la que es la segunda potencia económica del planeta, además de la primera potencia más contaminante en buena parte de sus medidas más habituales. Así que, sea por lo que fuere, el resto del mundo y el planeta estamos de enhorabuena. Ya era hora (en zona horaria de Pekín, claro está). Ahora, ¡A trabajar para alcanzar esas metas y, si es posible, mejorarlas todavía más! Por fin estamos en la senda real de una meta que hasta ahora se alejaba cada vez más por momentos, y que parece haber dejado de ser una nómada meta volante permanentemente inalcanzable por aplazada (que no por aplazable).

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