La desigualdad al descubierto: el factor que influye más en nuestro futuro socioeconómico personal

La desigualdad al descubierto: el factor que influye más en nuestro futuro socioeconómico personal
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Ya en el pasado, se han dedicado numerosos estudios a dilucidar la cuestión socioeconómica clave de qué factores son los que determinan qué vamos a poder ser el día de mañana, al menos en términos profesionales y como agentes socioeconómicos, porque en estas líneas diferenciamos claramente entre lo que somos y lo que hacemos.

Pero no sólo es un objeto de estudio académico y econométrico, es un tema clave también a nivel personal, y especialmente cuando, más que por nuestro propio futuro, nos preocupamos también por el futuro de nuestros hijos, del cual somos co-responsables de ir encaminando desde que son pequeños.

Así, el tema de hoy es vital para cualquier ciudadano a todos los niveles, y la pregunta clave que responderemos es ¿Cuál es el factor socioeconómico que más peso tiene a la hora de determinar nuestro futuro? A pesar de todo el progreso acumulado que el mundo en general ha acumulado en las últimas décadas, no duden de que la respuesta va a sorprenderles lo suyo, y no precisamente porque suponga un ideal de equidad ni de igualdad de oportunidades.

Desde la cuna hasta la tumba, no todos somos iguales ante la socioeconomía, pero debemos serlo lo más posible en oportunidades

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Antes de entrar en el estudio que analiza detalladamente el tema que abordamos, vamos a introducir brevemente el motivo por el que consideramos que lo que vamos a tratar aquí es tan relevante. Y vaya por delante que, como los lectores habituales ya saben, desde estas líneas no somos de tabla rasa y todos por igual, como algunos sectores político-sociales abanderan agresivamente para justificar otros sistemas socioeconómicos.

Aquí creemos firmemente que, en una socioeconomía de éxito, debe haber necesariamente una (justa) dosis de meritocracia, por la que el que más se esfuerza y más contribuye al progreso de la socioeconomía en su conjunto, debe ser (al menos en parte) recompensado con una cierta dosis de mejora comparativa en sus condiciones socioeconómicas. El grado ya lo dejo a su libre elección, pues no es el objeto de nuestro análisis. Pero el hecho es que, sólo con esta esencial meritocracia, es como se puede conseguir que el natural afán de superación personal de buena parte de la sociedad se traduzca en asumir ciertos riesgos, que a la postre permitan crear empresas y organizaciones que contribuyan al progreso de todo el país.

Pero ello tampoco tiene por qué implicar que las desigualdades deban ser lacerantes, ni que sea la cuna la que determine sistemáticamente qué va a ser de nosotros a nivel socioeconómico. Si bien es cierto que va a haber siempre una cierta injusticia social, inherente al hecho de que son los ciudadanos que más recursos tienen los que van a poder ponerlos a disposición de una mejor educación y medios para sus propios hijos, no es menos cierto que, al menos, hay que lograr minimizar hasta cierto punto esas diferencias para lograr una cierta justicia social. Sólo de esta manera se puede construir un sistema socioeconómico realmente sostenible en los plazos más largos. La clave pasa por tener un sistema que provea, incluso a las clases más humildes, de una educación básica de calidad y gratuita, que garantice una cierta igualdad de oportunidades para todos, y que les permita poder aspirar a progresar socioeconómicamente si se esfuerzan por ello.

El objetivo está claro, y creo que la mayoría de los lectores de esta comunidad, reconocidos por su constructividad y su gran equilibrio en estas cuestiones, estarán mayormente de acuerdo con lo anterior. Esto lo afirmo con la clara excepción de los que abogan por los rodillos sociales para imponer la igualdad "por las bravas", y cometiendo la también gran injusticia de proveer la misma recompensa socioeconómica al que no se esfuerza tan apenas por el progreso socioeconómico de la sociedad en su conjunto, y al que arriesga su propia socioeconomía familiar por poner en marcha iniciativas que pueden traer éxito para todos. No se puede resolver una injusticia socioeconómica imponiendo otra, y, como en muchas otras ocasiones, la solución más justa y sostenible está en el salomónico punto medio. Los extremos deben quedar para los extremistas.

La triste realidad que vemos cuando nos miramos al espejo es que lo que se impone en la práctica es una realidad muy (muy) distinta

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Sin embargo, pese a todo lo anterior, realmente ¿Cuál es la realidad socioeconómica que se impone a día de hoy a nivel global en nuestro sistema? Pues a pesar de los esfuerzos de muchos académicos y de autores de medios como el que suscribe, la realidad, es que, sea de forma planificada o por evolución (des)natural, el factor que se erige como el más determinante a la hora de dibujar nuestro futuro socioeconómico es precisamente uno de los que puede llegar a considerarse que supone una mayor desigualdad de oportunidades.

En este interesante (pero descorazonador) estudio de la Fundación de Bill Gates y su mujer, queda patente cómo, a nivel global, es la cuna el factor socioeconómico que más poderosamente influye en lo que va a ser de nosotros a nivel socioeconómico. Y ello inevitablemente también tiene una gran influencia sobre lo que seremos a nivel personal, sin que esto último sea ya determinante, pues oigan, tengo conocidos con trabajos muy modestos, pero con una gran capacidad intelectual y un alto nivel cultural. Aunque, obviamente, el que más medios tiene a su alcance también lo tiene mucho más fácil a la hora de satisfacer sus inquietudes socio-culturales... Y si bien para los menos favorecidos no es imposible lograr las mismas metas, lo injusto viene de que deberán esforzase mucho más para conseguir los mismos objetivos.

Pero, aunque nos estemos centrando aquí más bien en la formación y la educación, no se puede tampoco pasar por alto el otro gran factor socioeconómico de referencia en estas líneas: el acceso a la sanidad. Y este otro factor también es clave a la hora de determinar el futuro socioeconómico de los ciudadanos y del país en su conjunto, especialmente de esos individuos a los que ese futuro les es truncado por una enfermedad que termina por resultar mortal, algo especialmente injustificable entre niños pequeños y por enfermedades evitables con una simple vacuna habitual en Occidente, o con un tratamiento de fácil acceso aquí, que sin embargo allí significa una mortandad insultantemente alta.

Una deficiente sanidad y educación van parejas como causas en la desigualdad endémica que sufren ciertos países, si bien sus consecuencias pueden ser ya muy distintas, pero igualmente "desigualizantes", valga la (des)redundancia. Y por acabar de poner en contexto, hay que decir que este informe de esta reputada institución benéfica aporta algunos datos incontestables de cómo, a nivel global, se están logrando en los últimos lustros grandes progresos a nivel educacional y sanitario, con su inevitable vertiente en igualdad, y reforzando las tesis del análisis de hoy que van más bien por exponer que el tema va de desigualdades malditas que se ceban con ciertas zonas en concreto.

Los matices del estudio de la Fundación Gates (con muchos grises)

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Pero es que, respecto al estudio de la Fundación Gates enlazado anteriormente, tampoco las cosas son tan negras como se puede concluir a primera vista. El tema es que una cosa es que nuestro futuro socioeconómico venga determinado por nuestro lugar de nacimiento a nivel planetario como afirma el estudio (sin que esto sea tampoco realmente justo), y otra cosa muy distinta es el progreso en igualdad tanto en términos globales como en la igualdad intra-societaria que se ha logrado especialmente en las sociedades desarrolladas en las últimas décadas, tras el auge y la consolidación de las clases esenciales medias (con la lamentable excepción de lo mayormente sobrevenido con especial intensidad desde la Gran Recesión). Aunque obviamente siga habiendo aquí una cierta influencia por cómo y donde nacemos, realmente en nuestras sociedades desarrolladas hay una (infinitamente) mayor igualdad de oportunidades que en las menos desarrolladas, y aquí el lugar de nacimiento no determina en la misma medida qué va a ser de nuestro futuro socioeconómico. Me temo que algo habremos hecho bien (hasta hace unos años).

De hecho, no es extraño ver a hijos de obreros de líneas de producción llegar a la universidad y acabar teniendo, por méritos propios, una profesión de alta cuilificación (y mejores condiciones socioeconómicas que sus padres). Esto es un éxito claro de nuestro sistema, por muchos otros factores de desigualdad que pueda haber. Y también hay que decir que no toda desigualdad es mala per sé: aquella que viene derivada de no haber querido o no haber sabido esforzarse en esta vida por conseguir un futuro mejor, será triste y digna de compasión, pero era lo que cabía esperar, y lo que también mueve a la mayoría de forma esencial a tratar de conseguir un futuro mejor para sí y para sus hijos. Sólo así, en media, se conseguirá que el balance sea que la mayoría que se esfuerza arrastre tras de sí al progreso de la sociedad en su conjunto. Justicia toda la que sea posible, pero justicia en todos los sentidos y para todos, también para los que ponen más de su parte para beneficio propio pero también de todos.

Y es que además hay que insistir en que esa cuna lamentablemente determinante que pone de relieve el estudio de la Fundación Gates, lo es mayormente en términos geográficos. Es decir, el objeto del estudio no era un análisis por clases sociales, sino un análisis por países o, más bien, por situación socioeconómica de determinadas áreas geográficas. Así, la desigualdad que estamos poniendo de relieve aquí, no es una desigualdad intra-societaria, sino más bien una desigualdad que afecta a los que han nacido en zonas ya deprimidas de por sí, lo cual redunda a su vez en su propio (des)futuro, enroscando una de esas dañinas mecánicas socioeconómicas de "pescadilla que se muerde la cola", y que perpetúan un atraso socioeconómico que se torna casi endémico en ciertas regiones del planeta.

E independientemente del análisis que sigue para mostrar la proyección de otras desigualdades hacia el futuro, eso no quita que esta desigualdad geográfica sea obviamente un injusto mal a erradicar, y a ello se puede (y se debe) contribuir con "chispas" socioeconómicas que impriman suficiente inercia para sacar a esas regiones del agujero socioeconómico más negro, como están siendo por ejemplo los esperanzadores "agripreneurs" y la Agricultura 4.0 que ya les introdujimos. Y he de confesarles que el análisis anterior no lo escribimos desde aquí simplemente por analizar, sino más bien por divulgar sobre el tema, con la intención de contribuir con nuestro humilde granito de arena al progreso de ciertas regiones de la España interior y de otras áreas deprimidas del mundo.

Hay gente que, en nombre de la justicia, es capaz de promover las injusticias más grandes

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Pero hay personas a las que el objetivo les ciega, y pueden estar enterrando la justicia proclamándola a los cuatro vientos. Así, el otro día, una muy buena amiga decía por ejemplo que los deberes deberían ser erradicados del sistema educativo; lo decía porque cree que fomentan la desigualdad entre los niños cuyos padres no tienen formación suficiente para ayudar a sus hijos en casa, por ejemplo, con los deberes en inglés. Sin afirmar desde aquí que ese argumentario no pueda llegar a tener su punto de coherencia, lo cierto es que más allá de la formación, el mero hecho de que tu padre y tu madre sean de los que se esfuerzan más por la eduación de sus hijos, ya es de por sí un factor de desigualdad que puede tener un peso también mayúsculo. Porque puede haber también padres y madres con gran formación, pero que no estén dispuestos a esforzarse en casa con los deberes de sus hijos, y por lo tanto sus hijos sufran una cierta desigualdad con respecto a otros hijos cuyos padres sí que lo hacen, y de la que los niños realmente pagan los platos rotos sin tener realmente ninguna culpa.

¿Y cómo se puede solucionar esto? Me temo que, en la vida, como les decía y por injusto que sea, a veces hay que asumir que la justicia total es inalcanzable al 100%, y aunque es un ideal a perseguir en cierta medida, no es menos cierto que es literalmente imposible alcanzarlo en su máxima expresión. Y es que la igualdad de oportunidades que debe tener un recién nacido no depende ya de la zona geográfica donde nazca, o de que tenga un sistema educativo que le garantice una cierta educación básica y el acceso a otros puestos de trabajo mejor recompensados. Factores de desigualdad los hay muchos y muy variados, y algunos no es que no deban ser erradicados, sino que simplemente son tan inevitables como las diferentes naturalezas humanas que hay en este mundo.

Sin compartir para nada un futuro de desigualdad lacerante, la única e hipotética solución que habría para posiciones como la de mi amiga, que quería erradicar los deberes, sería eliminar de raíz la parte de la educación que influye en la socioeconomía futura de un niño, pero que crea desigualdad. La parte de la educación pública puede lograrse que sea más o menos igual para todos, y entonces la parte problemática para estos sectores socio-políticos sólo puede ser la que es aportada por la educación paterna y materna que los niños reciben en casa. La única solución pues para esas posiciones que abogan por el idealismo absoluto sería sacar de la ecuación esa educación familiar origen inevitable de desigualdad de oportunidades.

La gran infelicidad (también biológica) que habría tras el futuro de un mundo social y (sólo) aparentemente "feliz"

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¿Y todo ello a qué futuro nos conduce? Pues a un futuro hecho distopía que, como visionariamente ya vislumbraron aquellos distópicos autores del convulso siglo XX, obviamente quedó proyectado en una de esas novelas reveladoras que lo llevó tan didácticamente al extremo, tan sólo para mostrarnos hasta qué injusticia catastrófica puede llevarnos el buscar la justicia extrema, en lo que corre el riesgo cierto de acabar siendo un extremismo como otro cualquiera. La novela no es otra sino aquel "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, una novela digna de leer hasta el último punto (se la recomiendo encarecidamente). En ella, se plantea la industrialización de la producción de seres humanos adultos, con la concepción y el desarrollo de los fetos, su nacimiento y su educación desde su más tierna infancia, su formación y su enseñanza... todo lo que supone criar a las nuevas generaciones es responsabilidad del Estado, hasta que los individuos se incorporan como adultos al mercado de trabajo y a la sociedad. Momento en que son ya ¿Independientes?

Además, en base a un coeficiente intelectual inducido por el propio proceso de concepción artificial "in vitro", cada individuo nace ya con un determinado coeficiente intelectural pre-establecido. El Estado también establece cuántos ciudadanos de cada tipo se requieren en el sistema en cada momento. Ese coeficiente determinará la capacidad intelectual de cada ser humano, así como lo que será su carrera profesional y su desarrollo socioeconómico desde casi el momento mismo de su fecundación, al quedar también definidos por el Estado qué puestos de trabajo y qué tipos de responsabilidades va a poder asumir cada tipo de ser humano con su coeficiente.

Un mundo "feliz" ideal en el que la meritocracia no tiene más mérito que el que te han querido conceder genéticamente, y en el que la ambición y las ganas de trepar quedan automáticamente fuera de una ecuación en la que cada cual ya sabe a qué puede aspirar biológicamente. Es lo que podemos llamar un sistema de castas genético, o también una genética de clases. Algo que, en el distópico mundo que nos ha tocado vivir, tampoco es para nada descabellado que en algún momento a algún dirigente totalitario se le pueda ocurrir todo esto como gran idea "feliz".

Un mundo "feliz" de estas características no duden de que nos haría a todos menos felices, al arrebatarnos por las bravas la enorme felicidad que supone criar a tus propios hijos. Porque no olviden que, al fin y al cabo, como animales que somos, estamos programados para experimentar el amor más extremo cuando criamos y protegemos a nuestra descendencia. Y eso, además de amor en estado puro, es belleza biológica. Una belleza por la que los seres vivos llegan, en la mayoría de los casos, incluso al súmun del amor que supone ser capaces de sacrificar su propia vida por salvar la de sus hijos. Es un simple mecanismo genético por el que la naturaleza se asegura al máximo la supervivencia de cada especie. Y ese mismo mecanismo está detrás de la belleza de los sentimientos que experimentamos cuando cuidamos y criamos a nuestros pequeños. ¿Es necesario privarnos de todo eso por (supuestamente) tratar de hacer el mundo más justo? ¿No hay de verdad otro camino posible algo más "feliz" (pero de verdad)? Es más, es que ni siquiera conseguiríamos nuestro objetivo de justicia social "a costa de todo".

Sacrificar el experimentar el amor sumo e incondicional, además a cambio de muy probablemente ir también a peor socioeconómicamente

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Y es que tampoco ni tan siquiera el balance final en términos de justicia social tiene porqué ser necesariamente positivo, puesto que en el fondo el nuevo sistema socioeconómico "feliz" condenaría automáticamente a los neonatos a recibir obligatoriamente una formación y educación sin ninguna pluralidad ni diversidad, en la cual la única doctrina que se impartiría acabaría siendo, casi con total seguridad, la del apostolado que toque según sean las élites que controlen el sistema. Esto sin duda implicaría que, conociendo al ser humano y cómo de deficientemente gestiona el poder, la socioeconomía en su conjunto caería casi seguro en el adoctrinamiento más crudo, que acabaría favoreciendo desde la cuna que se perpetúen los intereses del sistema totalitario de turno.

Y eso por no hablar de los derechos infantiles y del derecho de todo niño a experimentar y disfrutar del amor de sus padres, una relación que muchos estudios científicos han demostrado por activa y por pasiva que es tremendamente beneficiosa para el niño, incluso fisiológicamente en la formación de sus conexiones neuronales desde que es un bebé, y redundando en importantes beneficios también para el propio padre o madre. Va a ser que el que en realidad discrimina a sus propios hijos es el que no se dedica a ellos como debiera (pero sólo en caso de que sea de los que tienen formación suficiente para hacerlo).

La educación familiar por los propios padres asegura una esencial diversidad socioeconómica, que nunca se sabe hasta qué punto puede acabar siendo necesaria como analizamos en "La dictadura de la mayoría o El democrático exterminio de las notas discordantes. Y eso por no hablar simple y llanamente de la libertad personal de poder educar a tu hijo en lo que tú creas mejor para él o ella. ¿Justicia en todo este sombrío panorama? La que quede definida por el Gran Hermano que toque, porque lo más terrible de las grandes distopías del siglo XX es que, no teniendo ya suficiente con cada una de ellas por separado, hay una probabilidad cierta de que varias de ellas se hagan realidad a la vez. Perderíamos una (gran) felicidad para NO ganar otra, viviendo en un mundo todavía más "infeliz", pero del que ya nadie apenas podría escapar.

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Pero claro, si ahora en la ecuación añadimos esa superioridad moral y esa cierta egolatría, en las que la sensación de poder acaba haciendo caer a la mayoría de los dirigentes, tenemos que, lo que en realidad es una distopía a evitar para el pueblo y para el común de los ciudadanos cuya felicidad se está aboliendo por decreto, resulta ser por otro lado un idílico escenario político a conseguir. Para deleite de los políticos, en este paradigmático escenario, el dirigismo y la manipulación social no sería ya un hecho inducido mediáticamente como ahora, sino un veneno inoculado en las mentes más tiernas y moldeables. Porque no lo duden: una parte no despreciable de nuestros políticos serían muy felices teniendo en sus manos una capacidad de adoctrinamiento cuasi-infinita y perpetua como la de este mundo "infeliz". Así que, después de todo, tal vez haya simplemente que asumir que, en algunos aspectos, hay una pequeña medida de injusticia social que es inevitable y que... no sólo no acaba siendo mala realmente, sino que incluso puede llegar a ser algo deseable simplemente para evitar males mayores.

La alternativa totalitaria es infinitamente peor y, de imponerse, además lo sería hasta el infinito temporal, con unas nuevas generaciones que no tendrán forma (des)humana de escapar al adoctrinamiento total. Y eso no es sino otra forma más de totalitarismo, lo disfracen como lo disfracen o fuese cual fuese el objetivo inicial. Más que en las intenciones, hay que fijarse en los resultados, pues al fin y al cabo es con los resultados con lo que tedremos que vivir todos (nos gusten o no). Y es nuestra obligación tratar de construir un futuro mejor (obligación de todos y para todos), una ineludible tarea en la que las marchas atrás se pagan muy muy caras. Si es que se dejan de pagar algún día, porque de una conjunción 1984 más "un mundo (in)feliz" no se escaparía ni el propio Gran Hermano, suponiendo que algún día recuperase la conciencia y se diese cuenta del monstruo que ha construido.

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